Archivo por meses: abril 2020

Con(Fin)ados (Carlos Candel)

Primero decretaron el estado de alarma.

No nos asustamos.

Más tarde, recomendaron que trabajáramos desde casa.

Dejamos de contaminar.

A la semana siguiente ordenaron el confinamiento provisional de unos pocos.

Nos quedamos en nuestras casas, tranquilos, con nuestras familias, y empezamos a disfrutar de pequeños detalles de los que antes no éramos conscientes.

Dejamos de ver a nuestros amigos.

Aprendimos a hacer videoconferencias.

Unos días después, nos dijeron que saliéramos solo para hacer la compra, de uno en uno.

Hicimos la compra a nuestros mayores.

Nos impidieron visitar a nuestros enfermos, aún en sus últimos momentos.

Estuvimos más cerca que nunca de ellos.

Después declararon el fin de cualquier actividad que no fuera esencial.

Resistimos.

Cada día era más difícil encontrar productos en el supermercado.

Empezamos a cultivarlos en nuestra propias casas.

Cerraron la ciudad para que nadie entrara o saliera.

Salimos a los balcones. Hablamos con los vecinos. Compartimos lo que teníamos, sobre todo los miedos.

Detuvieron a mucha gente por no cumplir las normas, lo dijeron los telediarios. Así que no salimos.

Enfermamos, y algunos lo superamos. No nos abrazamos, pero lloramos.

Nos dijeron que podíamos salir, que era el momento de ir a trabajar, de reanimar al moribundo motor de la economía…

Nos quedamos en casa. Ya nadie lo necesitaba.


Infancia, dulces criaturas (Pedro Marín)

Qué lindos los niños, me asomo a la terraza y me emociona verles jugar, me hacen olvidar el confinamiento. Juegan ajenos, incluso interactúan desde sus terrazas.

Cada día el silencio va conquistando más espacios. Salvo el momento del agradecimiento solidario de las 20:00 h., y bueno, alguna pequeña discusión que atraviesa indiscreta los muros.

Hoy me ha encantado ver a dos pequeños que viven en el bajo pasarse notas con la vecina del primero, justo debajo de mí. Son increíbles, sus ganas de jugar y de relacionarse no conoce muros.

En el comercio de al lado de casa, poca gente. En el pasillo de las pizzas, me encuentro a David, el hijo de Miguel, mi vecino de arriba. Le pregunto por su padre y me comenta que tenía síntomas y que le ha dicho el médico que se aísle en su habitación. De nuevo los niños, sorprendiendo y demostrando cuando la supervivencia lo demanda una madurez admirable y responsable.

Noto que la gente se está cansando, ya casi no salen a los balcones a aplaudir. Pero los niños de mi vecindario allí están, agradeciendo a los que están luchando por sacarnos de esta. Hoy se han sumado más al juego de las notas. Les pregunto y me dicen que es un juego de adivinanzas, que lo han inventado ellos y que tienen un premio preparado que lo entregarán en una fiesta. Bravo, les digo, seguid así, lo estáis haciendo fenomenal.

Hoy me ha parecido escuchar corretear por la escalera, he abierto la puerta, pero no he visto a nadie. Tanto silencio… Bueno, habrá sido algún repartidor. Rodrigo, el del 2º A, tiene mucho vicio con las compras online. Me pongo música y sigo cocinando.

No me encuentro muy bien, por lo que me recomiendan no salir de casa. Tranquilo, seguro que se pasa rápido. Esta semana hago la compra online. Me confirman la llegada de esta el jueves. Las 21:00 h. y no ha llegado. Llamo al teléfono de incidencias y me dice que tenía prevista la entrega a las 14:00 h., pero a las 15:00 llamaron diciendo que el repartidor había enfermado y se tenía que ir a casa. Por lo que repetiremos el envío mañana. Disculpas.

Hoy ha habido silencio absoluto. Mis vecinos deben estar muy cansados, tantos días… Hoy ni han salido a las 20:00 H. Yo me estoy quedando casi sin comida. La empresa me dice que ya me ha enviado 3 veces el pedido y no lo van a volver a repetir. No entiendo nada, mañana saldré a comprar.

Abro la puerta dispuesto a bajar y justo, me vuelvo a encontrar a David. Me dice que tengo mala cara, le explico el problema y me dice que no me preocupe, él se encarga. Me pide la lista de la compra y las llaves para no molestarme y dejarme la compra. Se lo agradezco infinitamente. “Cómprate lo que quieras, te invito”, le digo. “No gracias, tengo todo lo que necesito”, y se dirige hacia las escaleras.

Tarda mucho. Oigo ruidos y abro la puerta, al otro lado Miguel, rodeado del resto de niños de mi comunidad y con un papel en la mano, de los que se pasaban por los balcones, en el que ponía “Próximo, 2º C”.


Cuentos microbios (Carlos Lapeña)

1. LA MEMORIA

Después de tantos meses de confinamiento, sin contacto directo con nadie, las manos se encontraron y dudaron entre estrecharse, golpearse o acariciarse. No recordaban cuál era la acción más adecuada para la ocasión.

Afortunadamente, los pies lo tenían más claro y entrelazaron sus dedos, libres de calcetín, de zapato y de miedo.

2. LA SALIVA

A la saliva le costó muchísimo más tiempo liberarse del estigma. Salir de la boca para entrar en la boca no había beso que lo justificase. Y escupir improperios y lamentaciones no ayudaba, la verdad.

3. EL OTRO

(a Xavier Frías)

El virus, el oficial y clínicamente testado, era, lógicamente, microscópico. Pero el otro, el de los gritos constantes en el 1º B, ese era tan grande como tonto.

4. EL PASADIZO

Mamá dice que pronto podremos salir de casa. A mí no me importa estar confinado el tiempo que sea, porque todas las noches salgo a dar un paseo, sin que nadie se entere, gracias al pasadizo que he descubierto en la pared, detrás de los libros de mi biblioteca.

5. LA COMA

(a Augusto Monterroso)

“Elegid qué coma quitar”, dijo el maestro, mientras escribía en la pizarra: Cuando despertó, el virus, ya no estaba allí.

6. EL ENTORNO

—Llegará un momento en que nuestra atención pase del virus al entorno, a nuestro impacto humano en el entorno –hablaba el profeta–. En dos meses de confinamiento ha desaparecido la nube de polución sobre la ciudad, las tortugas han llegado al mar, el canto de los pájaros es diferente, y se oye, los osos panda del zoo han follado por primera vez en diez años… Y descubriremos que somos otro tipo de virus mucho más pernicioso, sin duda.

7. LOS ABRAZOS

Los abrazos que nos demos a partir de ahora deberán tener memoria.

8. LAS CENIZAS

(a Eduardo Galeano)

Cuando los millones de guantes y de mascarillas fueron incinerados, sus cenizas se esparcieron por el aire…

Final 1

…ávidas de venganza.

Final 2

…para fundirse con la noche.

9. LOS CUENTOS

Antes de que se la llevaran, mamá puso en el suelo de cada habitación uno de mis cuentos abierto. Y allí siguen después de tantos años, porque cada vez que entro en ellas puedo oír su voz, leyéndolos.

10. LA CIUDAD

(a Joan Margarit)

Durante el confinamiento, dibujé una ciudad extraordinaria en una hoja de papel.

Una tarde, mientras le daba los últimos retoques en el balcón, una repentina ráfaga de viento se lo llevó.

Nunca recuperé el dibujo, pero la ciudad extraordinaria sí, a ella sí la he encontrado.

11. EL SECRETO

El secreto fue revelado y pronto se extendió por toda la ciudad. Si bien hubo quien no lo creyó, la mayoría lo puso en práctica con notables resultados, en cada casa según sus posibilidades, lógicamente.

El libro concreto, abierto por la página correspondiente y colocado en el lugar adecuado, propiciaba el viaje.

De esta manera, fuimos muchas las personas que pudimos salir de casa utilizando el armario, el ascensor, la puerta, el pasillo, el pozo, el hueco de un árbol, la cama, el atardecer…, y visitar otros mundos libres de virus y confinamientos.


Nuestros miedos amontonados al calor del fuego (Fernando Ferro)

Nuestros miedos y nuestros muertos
se reúnen en torno al fuego de la cocina.
Aquellos que ya no necesitan calor, ni palabras, se acurrucan cerca de las brasas con nosotros.
Hacen rueda para susurrarnos al oído
cómo fue su estupor las otras veces, cuando sintieron que el juego se acababa.
Game over.


Headhunter (Pedro Marín)

Martes 3/08/2019 11:25 h. AM

Una llamada de Santi, el headhunter que todo directivo ansía tener entre sus contactos.

– Hola Santi.

– ¿Qué tal Luis? Bueno, lo tengo .Puedes avisar ya. Multinacional de las telecomunicaciones, Director de desarrollo, tendrías que trasladarte a Sevilla, allí está la central. He conseguido un 25% más de tu bruto anual, a parte de otras mejoras considerables. Mañana a las 18:00 te quieren ver. Tranquilo, es tuyo.

Miércoles 7/08/19 18:00 h. PM

– Perfecto entonces. Tendremos tu plan de acogida preparado para que comiences el 16 de septiembre. Bienvenido a Telecosev.

Domingo 1/09/19 9:00 h. AM

Le llevo a Marion el desayuno a la cama y bajo la servilleta, un billete para un hotelito familiar en Menorca, su isla favorita.

– ¡Pero Luis!, ¿y esto?

– Cariño, es lo mínimo que puedo daros. Este último cambio de trabajo os ha ocasionado mucho esfuerzo.

Lunes 24/02/20 8:00 h. AM

Ya llevo 6 meses en la empresa.

Mientras tomamos el café previo a la reunión de los lunes, hablamos de una forma despreocupada del virus.

Lunes 9/03/2020

Leo en el periódico que cambia el escenario. Se toman las primeras medidas de aislamiento. Seguimos trabajando.

Sábado 14/03/20

SE APRUEBA EL ESTADO DE ALARMA. Seguimos trabajando.

Lunes 16/03/20 8:30 h. AM

La reunión de los lunes, se sustituye por una de crisis debido a la situación del estado de alarma. En el equipo de dirección ya tenemos alguna baja. Se necesita un responsable para gestionar y coordinar la situación de crisis. Llevo poco tiempo, pero ante las bajas y mis ganas de mostrar mis cualidades, me ofrezco. Seguimos trabajando.

Miércoles 22/04/20 18:00 h. PM

Hora de la cita. Le pido a Marion que por favor se encargue de los niños, es una reunión importante (la miento) y necesito no ser molestado.

Conectando… y allí, al otro lado de la pantalla, Lourdes. Según mi buen amigo Héctor, la mejor psicóloga de Sevilla.

– Buenos tardes Luis, espero que te sientas cómodo, aunque sea una consulta online, cuéntame.

Hablo sin parar, aunque el llanto me lo está poniendo difícil.

– Sí Lourdes, yo me ofrecí. Los primeros días parecía gratificante, todo fue muy intenso y me mantenía en un estado de euforia permanente, pero… ¿quién iba a imaginar la trascendencia y la relevancia de la situación de alerta? Primero algún caso aislado, por supuesto nada de reconocerlos, luego la falta de suministro de epi´s, las directrices marcadas por los accionistas, el número de casos iba en crescendo, yo no podía relajarme un momento, debía mantener el ánimo, contagiar al resto de esa tranquilidad que nadie era capaz de asumir…¿hasta cuándo? Y claro, luego llegaba a casa y tenía que seguir mintiendo, todo bien, la situación controlada. Jugar con los niños, dar soporte a Marion…iba a enloquecer y fue cuándo llamé a Héctor que me puso en contacto contigo.

– Luis, lo siento, pero no puedo hacer nada por ti. Eres tú el que decide el equipo en el que quiere jugar, y las consecuencias de la elección…son más que evidentes.

– Yo siempre he tenido claro mi posicionamiento, pero claro, nunca me había tenido que enfrentar a una realidad tan humana y de trascendencia mundial…está claro, que si estoy aquí es porque algo me está haciendo ver el otro lado…pero no me imagino diciéndole a Marion que no he sido capaz, que quizá tengamos que volver a trasladarnos, otra casa, cambiar a los niños de colegio, pedirla que vuelva a trabajar…

Sollozo y me percato de que no respiro con normalidad, estoy caliente, me duele la cabeza…


LA-LA-LA (David Ruiz del Portal)

Tengo las manos desgastadas de tanto limpiar. También de lavármelas una y otra vez como si sufriera un toc que hace ver virus por todos los rincones de la casa. Por si esto fuera poco, allí, al otro lado de la ventana, una urraca no se cansa de mirarme. Está en el parque, vigilando todos mis movimientos, reclamando migajas de pan. Es el macho alfa de los pájaros: echó del lugar a las palomas, a los jilgueros y a las golondrinas, incluso a los patos, que ahora, sin comida que llevarse a los picos, abandonan el Parque de las Comunidades para volar hasta el centro de la ciudad.

La urraca me da más miedo que el virus. Sí… La otra tarde, a eso de las ocho y media, la muy jodía se plantó en mi terraza. No me atreví a abrirle la puerta, pues supuse que venía a echarme la charla por no haber salido a aplaudir. O tal vez por no invitarla cuando almorcé hamburguesa. O puede que por no jugar con ella a la Play. Ni idea. El caso es que ya desvarío: escucho hablar a los pájaros, graznar a mi vecina del quinto y ladrar a los viandantes que sacan a pasear treinta veces al perro. Joder, qué mal… Veo gente con carros repletos de comida caminando sin rumbo aparente, menos saldo en mi cuenta corriente y montañas de papel higiénico cantándome La-la-la.

¿Estaré acabando más loco de lo que estoy o es el mundo que se va al garete? No sé, me da igual. De lo único que estoy seguro es que hay que tener las manos limpias. Sólo eso. Y más cuando toca cocinar.

Por cierto, ¿alguien sabe si la urraca está buena con jugo de limón o mejor la preparo a la plancha con un poco de sal?

¿Hola…? ¿Hay alguien?

Mierda, ya estoy hablando solo.


El alma vuela (Pilar Prieto)

Y el alma aprendió 
a sobrevolar los andamios 
para encontrarse con la primavera.
Arrebatada,
salta por el ribazo,
entre junquillos y mejorana,
hasta donde bebe el azor.
Y yo me bebo sin prisa,
embriagada,
me siento a esperar 
que me invada un rayo de paz.
Con el sol de la tarde 
derramándose en los labios,
con la risa del amigo 
posada en los hombros.
Acariciada de vacío.
Porque amarse 
es darse rienda.
Soltar
para poder ser.

Volver a la normalidad (Carlos Candel)

El mensajero llamó a la puerta. Le traía un móvil que había pedido por Internet. Uno de alta gama que acababa de salir. Una edición exorbitante edición especial que costaba seiscientos euros los dos primeros días y sólo a través de la web en la que lo había comprado. Una hora después de hacerlo se agotaron. Tenía tantas ganas de recibirlo, tras tantas semanas de confinamiento, que cuando sonó el timbre le asaltó la emoción que llevaba tanto tiempo contenida.

-Aquí tiene su paquete -le dijo en mensajero, tras la máscara y con las manos enguantadas.

Tras la crisis se habían mantenido algunas costumbres escrupulosamente. Con el paquete le entregó también la factura. ¡5400 euros!

-¿Cómo? -preguntó indignado-¡Esto debe ser un error! Esta factura no está bien.

-A ver, déjeme comprobarlo -respondió amablemente el mensajero-. Sí, es correcta, caballero.

-¿Pero cómo puede ser eso? En la web ponía que el móvil costaba solo seiscientos euros.

-Y así es, como podrá ver usted mismo en el desglose. El resto son los impuestos que legalizaron los países al salir de la crisis. Todo el mundo estaba de acuerdo en que debíamos aprender algo de todo esto, ¿no es cierto?

El hombre, completamente perplejo, admitió con la cabeza. Le daba un poco de vergüenza decir que no.

-Sí…, es cierto, pero esto…

-Yo se lo explico, hombre. Mire, a los 600 euros del móvil, tiene que sumarle la tasa de contaminación, que en su caso verá que son 800 euros debido a los métodos utilizados por la extracción de los minerales de los que está hecho la placa base del móvil, 500 euros por la contaminación del aire derivada del transporte de mercancías por tierra y otros 600 por la contaminación del mar a causa del barco que lo trajo en un contenedor hasta el puerto, y por último, le tiene que sumar 500 € por la gestión de residuos plásticos que generará en aparato cuando lo tire; por otro lado, está la tasa anti-explotación, que viene desglosada en 600 euros por la explotación laboral de personas, previsible niños y niñas, en el tercer mundo, que fabrican los componentes del móvil. ¡Anda! ¡Y veo que incluye también el ensamblaje! Aquí ha tenido usted suerte, le han contado de menos. Y además, en este epígrafe le suman otros 300 euros por la explotación laboral de un mensajero en el primer mundo, es decir, yo. A esto le sumamos, para finalizar ya, la tasa en favor de la correcta globalización y la paz, que tendría 500 € por el tráfico ilegal de minerales, que ya sabe usted que los sacan las grandes empresas por la puerta de atrás de estos países, aprovechando que están en guerra y eso…, más 1000 euros por el fomento de las guerras en el mundo, por eso de que para que estén en guerra y poder quitarles las materias primas, hay que sobornar a los gobernantes y dotar al pueblo de armas, para que se maten, y según parece que ahí se va un buen pico. Y eso sin contar los costes sanitarios de los heridos y las funerarias, pero bueno, imagino que esto ya lo habrán contemplado de otra manera. En fin, si le suma usted los 600 euros del móvil, ya estaría, los 5400 euros, sin IVA, claro está.

El hombre se quedó estupefacto con la caja del móvil aún en la mano, a medio camino entre el repartidor y su casa.

-Pero esto… yo no quería que el mundo cambiara así… y, además, ¿qué tendrá que ver esto con el coronavirus?

-Hombre, caballero, ¿cómo cree usted que se transmite por todo el mundo? ¿Por ir en bici al trabajo, hablar con el vecino de balcón a balcón, comer verdurita fresca y comprar en la tienda de la esquina?

-Pues… no sé muy bien qué decirle… ¿y no podría devolverlo?

El mensajero sonrió.

-¿Cree usted en un mundo sin hambre, sin explotación laboral, sin contaminación, sin guerras?

-Hombre, pues yo… claro que me gustaría… pero yo sólo quería volver a la normalidad…

-¡Pues pague su puta compra y que tenga un buen día!


Chachachá del bicho malo (Carlos Lapeña)

El bicho se estrelló contra la mascarilla.

—¡Maldita sea! ¡Uno para todos! –exclamó, recomponiéndose tras el impacto.

Aprovechó la mano que se posó sobre la tela para remontar y volver a viajar hasta su huésped, donde hubo cónclave.

—Dicen que no somos un ser vivo, pero recordad que somos uno y múltiple –dijo el bicho, sentencioso.

—Uno para todos y todos para uno –recordó el bicho, literario.

—Uno con el todo –filosófico, el bicho.

—Yo soy legión –diabólico, el bicho.

—Y si tú me dices ven, lo dejo todo –canturreó el bicho.

—¡Chachachá! –atronó finalmente el bicho, al unísono.

En su múltiple ser, el bicho tomó posiciones. Con desigual esfuerzo fue avanzando y colonizando…

—¡Uno para todos!

…las manos, la boca, la nariz, los ojos…

—¡Somos uno con el todo!

…las camisas, los pantalones, las toallas, las sábanas…

—¡Todos para uno!

…los pomos, las llaves, los tiradores, los interruptores…

—¡Yo soy legión!

…los cubiertos, las servilletas, toda superficie… ¡El váter!

—¡Chachachá!

Del padre ya infectado intentó atacar al resto, pero la distancia era abismo y cayeron quinientos mil.

El agua con jabón arrasó con dos millones.

La lejía diluida se llevó a otros cinco.

—¡Estos malditos tienen cuidado! –lamentó el bicho.

—¡Su sistema inmunitario nos está masacrando! –se dolió el bicho.

Y de pronto se abrió la ventana y fue el torbellino y el caos y el apocalipsis.

—¡Resistiré! –oyó el bicho, sin estar seguro de quién lo había gritado, si el bicho o la persona.

Más millones fueron abatidos, aspirados, centrifugados.

—¡No pasarán! –escuchó de nuevo, sin saber si era alucinación o el enemigo armado.

La casa entera fue terreno hostil, zona cero, y el bicho tuvo que rendirse. Y morir, por tanto; o sea, desintegrarse al fin.

—¡Chachachá! –Se oyó a lo lejos.


Hormigas (Javier González)

(Una mujer está sentada en el sofá de su casa. Tiene la mirada perdida en el horizonte de la pared de enfrente. Al rato y sin planificarlo baja la mirada al suelo. Una diminuta y oscura mancha se mueve hacia ella. Es una hormiga, solitaria y laboriosa.)

(La hormiga se detiene frente a la mujer. Las dos se observan)

HORMIGA – ¡Chisssssst! ¡chissst! ¿Me oyes?

MUJER – (Abre los ojos sorprendida, saltándose todas las legañas. Mira hacia todos los lados buscando la procedencia de la voz) ¿Quién está ahí? ¿Quién me habla?

HORMIGA – Soy yo…La hormiga… ¡Mira el suelo!

MUJER – ¿Pero tú….?

HORMIGA – Que sí. Que soy una hormiga.

MUJER – Solo me he tomado un café…El envase era nuevo… Oh, no. Nos están narcotizando.

HORMIGA – Disculpa. Antes de que te pongas a patalear en el suelo para aplastarme, quisiera preguntarte si puedo recoger las migajas para almacenarlas en lugar discreto. La ociosidad no entra en mis planes.

MUJER – (A media voz) Sí, claro…Perdona. No tengo intención de pisarte. Solo…Es…Dios…Estoy hablando con una hormiga en mi propia casa…Y no puedo salir…Y una hormiga entiende lo que digo… Y yo lo que dice ella.

HORMIGA – Vivimos en el mismo barrio. No hay por qué exagerar.

MUJER – ¿Y estás tú sola?…Quiero decir…Las hormigas vais siempre en grupo…O eso creía.

HORMIGA – Me aventuré más de lo que es prudente y la cuarentena me ha cogido en tu casa.

MUJER – Vaya. Ya somos dos… ¿Y cuánto piensas quedarte?

HORMIGA – ¿Me lo preguntas en serio? No puedo irme. Estoy confinada.

MUJER – No sabía que la orden afectaba a las hormigas.

HORMIGA – ¿Verdad? Es la primera vez en nuestra larguísima existencia que nos meten en el saco de actividades no esenciales. ¿Te lo puedes creer?

MUJER – Ya me lo creo todo…O nada… No sé si estoy…

HORMIGA – Si te sirve de consuelo yo tampoco suelo frecuentar las tertulias de tus semejantes.

MUJER – Claro…Lo siento…Me coges en un momento malo… ¿Qué hago hablando con…?

HORMIGA – Será mejor que te deje sola para que puedas ordenar tus ideas. Yo iré recogiendo las migajas. Avísame cuando estés despejada. Hay que hacer el cuadrante de comidas, baño, ejercicio, meditación, ocio y limpieza. (Se aleja)

MUJER – Lo que tú digas. Si…Me despejo y hago un cuadrante con mi compañera la hormiga…Joder. (Suena el móvil. Lo coge) Sí…Hola…No me pasa nada…¿Voz rara?…Si solo fuera la voz…¿Qué?…Me siento…Como una cigarra…Si eso es, como una cigarra…No te preocupes. Ya se ha presentado mi hormiga…¿Qué?…


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