Archivo por meses: mayo 2022

Perder la cabeza (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Uf… Menos mal que he salido airoso del atolladero. Les cuento: Resulta que el otro día me encontré con una ex-compañera de trabajo que hacía mucho tiempo que no había visto. El caso es que ya no me acordaba de su nombre y por más que rebusqué en la memoria, no era capaz de encontrarlo, así que en todo momento traté de evitarlo en la conversación y, a la vez, procurar que no lo notase, entablando un diálogo acorde con la circunstancia; y como el charloteo fue banal, creo que conseguí aparentar normalidad en el encuentro.

Este trance ya me ha ocurrido varias veces y en situaciones parecidas. No sé cómo me las apaño pero me bloqueo, pero menos mal que tiro de recursos y disimulo llevando el discurso por otros derroteros. Pero no, no me quedo tranquilo y después me lío a tabarrear y darle vueltas hasta que consigo acordarme, pero eso sucede más tarde y detrás de un esfuerzo de memoria importante.

Como me sucede con frecuencia, he buscado un recurso para solventar esos momentos comprometidos. Así, he vinculado ciertos nombres con personajes notables que están en el candelero y suelen ser habituales de informativos o noticias. Por ejemplo, tengo un conocido que se llama Felipe, por lo tanto, lo asocio al rey actual; y para Julio es otra cosa porque tengo varios camaradas que se llaman así, pero bueno, me las apaño para diferenciarlos; y a alguna amiga la relaciono con cantantes conocidas, y de esta manera, voy solventando mis fallos de memoria.

El otro día le expresaba a mi vecina Ramona mi preocupación por esta cabeza de chorlito que tengo, porque estos episodios empiezan a repetirse con frecuencia. Sin embargo le quitó importancia y me dijo que a ella también le pasa, es más, lo tiene peor porque como es muy de poner motes debe tener más tiento. Pero vamos, que Ramona no atasca y cuando de algo no se acuerda, vuelve a ponerles un nuevo alias o, descaradamente, les pregunta el nombre fingiendo un despiste casual. Para concluir, me relata que, aunque es muy “Almodovariana”, tiene una pesadilla con la actriz Julieta Serrano porque cuando la ve en la tele, nunca se acuerda del nombre, a pesar de que le encanta.

Así que me he quedado más tranquilo. Además, echando un vistazo a la genética familiar, no hay demasiados casos de Alzheimer ni demencias, si acaso algunos un poco tercos y otros que están un poco bombos, pero vamos, lo normal.

Sin embargo, no quería enfocar yo el tema por ahí. Les detallo que, cuando me confirmaron mis colegas de El Globosonda el tema para este mes, pensé de forma casquivana en el clásico del “Puma”, ya saben “Voy a perder la cabeza por tu amor”. Pero vamos, que inmediatamente rechacé la idea porque, además, ya pasa uno de esos menesteres del ligoteo a pesar de los rancios programas de televisión sobre el asunto.

Yo quería enfocarlo más en alterar el rumbo, hacer tabla rasa, cambiar drásticamente de vida, salir de la rutina, dejarse llevar por el instinto o la intuición, romper con el pasado, en definitiva, hacer locuras que en otro momento no hemos sido capaces de afrontar.

Se me ocurre perder la chola y embarcarme en un velero para dar la vuelta al mundo, o mejor, rebajar un poco las pretensiones e irme a vivir a un pueblo de la España vaciada, criar gallinas pero dejar de comer carne y después, lanzarme en parapente. Y sobre todo, dejar a un lado el fingimiento y la autocensura y expresar lo que pienso sin temor a las etiquetas y la represalia social.

De cualquier manera, la realidad se impone en mi conducta porque siempre trato de eludir la utopía y no perder la razón, es decir, mi pragmatismo atempera mis emociones y consigue que anteponga la cabeza frente al corazón en la mayoría de las ocasiones, sobre todo cuando el dilema me plantea renunciar al sentido común.

Pero volvamos a lo trivial, reconozco que me produce una gran satisfacción cuando, detrás de sueños y noches de insomnio, atino con mi búsqueda en los recovecos del hipocampo, allí en alguna neurona o pliegue del cerebro están ocultos los nombres de estos míticos actores americanos admirados por mis parientes. Encontrar, después de un largo ejercicio de memoria, a Richard Widmark o al vaquero fortachón que fue John Wayne, me genera un regocijo que refleja mi sonrisa. Pero además, comparto con mi paisano Francisco Nieva el título de una obra menor suya que se titula “Es bueno no tener cabeza”.

Así que tirando de osadía, pierdo la cabeza escribiendo y castellanizando a lo bestia los nombres de estos famosos actores americanos. Ante el tesón y el éxito de mi búsqueda, voy corriendo a la cocina y le digo a mi santa: ¡Ya, ya los he encontrado! Son Richargüirmar y Jonvaine que decía tu padre.


No olvidarás (Soledad Rizzo)

Categoría: La caja negra

Olores hay miles, ¡qué digo miles, infinitos! Si te llevaran con los ojos cerrados podrías ir oliendo el aire y saber dónde te encuentras: un basural, un centro comercial, un bosque de hayas, un prado de manzanillas, la playa (oh, la playa, con sus matices: playa de río, playa de mar, el olor a bronceadores de coco, el olor a plástico de los hinchables, olor a chiringuito, olor a mar revuelto, olor a algas, olor a mar planchado… ¡cuántos matices!). Los olores tienen la capacidad de trasladarnos en el tiempo también, y hay olores que nos acompañarán por siempre porque están unidos a recuerdos felices. Si has tenido la enorme suerte de tener una abuela de las que te ponen el desayuno en su casa sabes de qué te hablo.


Delatores (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

El gran objetivo en la vida de Said no es estudiar o trabajar, ni siquiera encontrar a alguien que le quiera. Con apenas 19 años sabe que lo importante en la vida es oler bien. Luego, todo llega.

Los olores son los grandes delatores. Lo sabe bien Said. Cada mañana lo comprueba en sus propias carnes, en el transporte público. Raro es el día que alguien no se cambie de asiento para evitar tener que percibir su fragancia. No es una cuestión de higiene, porque sucede también los días que encuentra un lugar donde poder ducharse y lavar la ropa. El olor lo impregna todo, es su sangre, es su piel, es su origen. Said no quiere cambiarlo, sabe que eso es imposible. Quiere hackearlo y seguir siendo el mismo. Ser un vencejo y no tocar suelo, oler a aire y agua además de a fuego y tierra.

Da igual las veces que se cuele en el supermercado y pulverice los probadores de frascos de colonia sobre su cuerpo. Ese olor le persigue todo el tiempo. Lo oculta durante unos minutos, tal vez unas horas, pero siempre vuelve. Es como una maldición silenciosa. Como una señal olorosa que sólo perciben el resto. Una alarma que indica a qué clase social perteneces. También lo ha buscado en otros cuerpos. Aquella chica alteraba su fragancia unos días, pero sólo cuando estaba con ella. El muchacho llegó a pensar en más de una ocasión en el imposible de meterse dentro de ella, robárselo, pero sin llegar a los extremos de Jean-Baptiste Grenouille en “El perfume”.

Mejor hueles, más cara es el aroma, más vales.

En la chabola que desde hace unos meses comparte con un amigo en un parque en mitad de la gran ciudad el olor parece haberse convertido en otro compañero, el delator. El que informa al resto del mundo que allí viven dos nadie. La primavera la atraviesa, pero nunca permanece en ella. La ciudad es un conjunto de olores y ciertos hedores son como fantasmas que salen de debajo de la tierra y tratan de atraparte para llevarte con ellos.

Tan sólo, tal vez, en esa pequeña clase en la que aprende español, cocina y cultura general, sólo de forma muy sutil y lejana, encuentra cada mañana, entre los ricos caldos que emergen de las ollas y sartenes en forma de vapor, un pequeño atisbo de cambio, y su olor a tierra empiece a tornarse en hierba fresca y flores alimento de mariposas. Olor a esperanza.


Humo (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Por la habitación extiende

el incienso su aroma a sándalo

envuelto en las notas de sitar

Within you without you

Qué se borre ese otro humo

con olor a exterminio

de bosques y bibliotecas

el inquisidor

el que nos venden

desde la mala política

y el que nos devuelve en una urna

a quien hasta ayer tuvimos

Se hace el silencio

cierro los ojos y aspiro

ahora el aroma a romero

natural y cercano



El olor de la infamia (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

¿Recuerdos? Ninguno.
La misma pregunta se unía como un eslabón perfecto a la
misma respuesta. Solo el recuerdo de un leve olor me acompañó
durante años. El olor de la infamia.
Las pesquisas de la policía y los interrogatorios interminables a
mis amigas, de nada sirvieron para reconstruir los hechos.
Las luces de la discoteca reproducían a velocidad de vértigo las
dos últimas horas de consciencia de aquel día.
Caras y cuerpos con espasmos rítmicos entraban por mi retina y
se desvanecían al mismo tiempo. Copas en la mesa, vulnerables
ante los efectos de la nueva ola de amnesia que producían las
últimas drogas introducidas, sigilosamente, por los depredadores
nocturnos.
De repente la oscuridad y la memoria petrificada. Existir sin
ser.
Durante años estuve en un estado de hibernación total, donde
el recuerdo de aquella noche estaba amordazado por las cuerdas
del miedo, del silencio, de la nada. Una hoja en blanco y siempre
la misma.
El tiempo pasa inexorablemente y aunque no cure todo, ayuda a
apelmazar las capas menos amables de los estratos que forman la vida. Todo empezaba a fluir de nuevo, hasta que aquella tarde en
el cine con mis amigas, un olor a callejón pestilente y húmedo que
procedía de la butaca de atrás, resucitó imágenes hasta ahora
inéditas en mi retina…
Y no pude. Y no tuve fuerzas. Ese olor inmundo como un foco más
de la sala de cine, me mostró nítidamente las dos últimas horas
de mi inconsciencia.
Y no pude mirar hacia atrás. Y no tuve fuerzas.


Ha empezado (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

—¿Lo hueles?

—Lo huelo.

—Ya ha empezado, entonces, ¿verdad?

—Tenía que pasar, no podemos decir que nos pille por sorpresa.

—Me cuesta trabajo creerlo… Me negaba a creerlo, realmente.

—Pues ya está aquí. Voy a asegurar las ventanas y las puertas.

—Hay toallas en el armario del pasillo y la cinta adhesiva está en el chifonier. Que no quede ni una rendija, por favor. Yo me encargo de los ambientadores.

—Manos a la obra… Ahora es más intenso.

—Sí, me recuerda el patio de la casa de tus padres, en el pueblo.

—Es verdad, una mezcla de azahar y hierba buena, intenso, pero al rato cargante.

—¿Llamamos a tus hermanas?

—Después. Vamos a sellarlo todo primero. Además, ya lo habrán olido también ellas.

—Las redes están que arden. ¿Ponemos la radio?

—¿De verdad quieres escuchar a esos bastardos? No, por favor.

—Tienes razón. Sigo esperando oír una voz de apoyo. Soy una ingenua.

—Por este lado me ha olido a vainilla.

—A madera, aquí.

—La verdad es que se lo han currado, ¿eh? Nunca había sentido tantos olores en tan poco tiempo…

—Y a pesar de ser tantos, son perfectamente distinguibles, no se solapan, no se amalgaman, en realidad son olores limpios a pesar de ser tantos…

—Ya podían ser tan escrupulosos y profesionales para todo, coño.

—No nos quieren, no nos quieren.

—Son unos desagradecidos.

—Con mala memoria.

—Qué habría pasado en esos momentos tan delicados. Dónde habría estado “su” presidente.

—Ninguno está a la altura, desde luego.

—Qué desastre. Es inútil. El olor se mete por todas partes.

—Inevitable.

—Ya están aquí, ¿lo notas? Es el fin…

—Ay, por favor, es insoportable. Están al otro lado ya, puedo sentirlo.

—Y yo… Dios mío…

—Y ahora este hedor… Huele a mierda, cariño. ¡A mierda!

—…

—¡Pero esta peste no viene de fuera…!

—No me mires así. Lo siento.

—Es que se lo ponemos a huevo, caramba. Puedo imaginar los titulares: La corona apesta, el rey se caga… Anda, ve a limpiarte antes de que tiren la puerta abajo.


Olores Mundanos (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

He metido la nariz en las metáforas
y olfateo el olor corrosivo del tiempo
Me llega el olor de lecho al despertar
y el que resurge después de haber amado

El olor de casa sola inunda el ambiente
y de las paredes brotan gritos mitigados
por una suave fragancia de ensueños

Al contrario que a Neruda
me gustan las ciudades con olor a mujer
y a pis de perro blanco y negro

Los olores asignados ya me buscan
para envolver mi cuerpo en ese olor tuyo
                         que nunca se olvida
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Olores (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Tu niñez olía a leña y carbón cada mañana al bajar a la cocina, después de darte la última vuelta en la cama, arrebujado a las sábanas, tras escuchar el gallo y la campana de la iglesia. Madre estaba siempre, con su luto, su moño recogido y la sonrisa abierta de par en par, calentando el café recio y el pan con mantequilla, que devorabas sin prestar atención. Al salir, el sol inclemente y el viento añejo se confabulaban con la tierra yerma para decir: márchate.

Recorriste ciudades, campos y mares. Buscabas sitio para asentar tu corazón, en medio de atmósferas cambiantes, de gentes con atavíos de colorín, de rostros angulados por el empeño. El sol y la rosa de los vientos parecían impulsar la vida en aquellos lugares, casi siempre con esfuerzo, alguna vez, ¡que fortuna!, cuesta abajo. Compartiste sus afanes y sus fiestas, los cantos, el humo y la bebida; suspiros efímeros y risas con patente de corso. Aprendiste al empaparte de olores que engañaban el tacto, de sabores que contradecían el olfato.

Extranjero del desencanto, reconociste tu sitio al girar una esquina, en una ciudad anónima, parecida y distinta a muchas otras. Era un lugar improbable, una escondida fonda austera y remota sin mayor distintivo que el humo de presagio que salía retorcido por la chimenea. Al entrar, el olor a leña y pan con mantequilla atrapó tu corazón. Aspiraste la certeza del viajero que hace un alto en su singladura. Una parada, quizás, definitiva.


Aromas-haiku (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

Entre naranjos

Huelo el olor dilecto

Del azahar


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