Categoría: Cuentistas
El viejo contador de historias abandonó la ciudad. Nadie se dio cuenta de ello, porque nadie quería escuchar. En su última actuación le resultó imposible elevar su voz por encima del bullicio que el resto de vecinos estaban armando. Cada uno con su propio cuento, cada uno con su propia historia. Un ensordecedor ruido que lo convertía todo en silencio.
El contador de historias dejó atrás el empleo que tantas satisfacciones le había procurado gran parte de su vida. Envió su currículum a otros lugares, pero nadie quería contratar a un viejo narrador. Así que se vio obligado a trabajar como repartidor de paquetería en una conocida marca de ventas online. A su edad, y cargado con una enorme caja a la espalda, navegó desorientado por nuevas ciudades. Antes desgastaba su garganta, ahora la suela de sus zapatos. No alcanzaba a entender el motivo por el que el mundo había cambiado tanto. Años atrás sus historias eran ávidamente digeridas por los curiosos ojos de la infancia. Cuentos transmitidos de generación en generación que se perderían en la soledad de este nuevo mundo sordo. Pensó en escribirlos y divulgarlos a través de la red, pero en seguida descartó la idea. Si la gente había perdido la capacidad de escuchar, mucho más la de leer. Y, además, siendo honesto consigo mismo, no es lo mismo contar que escribir, y a él lo único que se le daba bien era contar las historias que antes le había escuchado a otros.
Pero un día llamó a la puerta de una casa. Le abrió un pequeño. El viejo se sorprendió de que ningún adulto lo recibiera. El anfitrión de la casa no tendría más de cinco años. El viejo narrador llevaba a su espalda un paquete para él. Se lo entregó y esperó a que, allí mismo, el niño lo abriera entusiasmado. Era un libro. Uno de cuentos. El niño no dijo nada, tan sólo miró al repartidor con una amplia sonrisa en la cara. Sus ojos le recordaron al anciano las miradas de aquellos niños y niñas que tanto habían disfrutado de sus historias. Durante unos segundos se miraron sin decirse nada, hasta que, finalmente, el pequeño le ofreció el cuento al repartidor. Por un momento, el contador de historias temió que el niño quisiera devolverlo, que no quisiera aquel libro. Pero después escuchó su tímida voz diciéndole:
-¿Me lo cuentas?
Claro, el niño aún no había aprendido a leer. No todo estaba perdido en aquel ruidoso mundo.
Categoría: Cuentistas
(Está parado en el centro de la plaza de la iglesia vieja. Tiene la mirada perdida, rebosada de temor. Ha salido a pasear y su memoria ha vuelto a ser blanca, virginal. No sabe dónde se encuentra. Busca en todas direcciones con la esperanza de encontrar un mínimo recuerdo al que agarrarse. La angustia se refleja en el vidrio de sus ojos cansados)
NIÑO – (Después de mirar al hombre detenidamente) Si, si, si, si…Eres tú, eres tú. (Se abraza al hombre que no consigue salir de su letargo). ¡Qué casualidad! Vives en la misma ciudad que yo. Eres tú, eres tú.
HOMBRE – No grites. Las voces altas me asustan.
NIÑO – ¿Estas asustado? ¿Por mis gritos?
HOMBRE – Me asusto con facilidad.
NIÑO – Porque eres tú, ¿verdad?
HOMBRE – ¿Y quién soy yo?
NIÑO – Tú eres el señor de la foto.
HOMBRE – ¿De qué foto?
NIÑO – La foto que hay en mi libro de cuentos favorito. Cada noche leo uno y cuando los termino todos vuelvo a empezar de nuevo. Y de todos ellos el que más me gusta es… (El hombre le interrumpe)
HOMBRE – ¿Cuentos? Por qué me hablas de cuentos.
NIÑO – Hablo de tus cuentos. Los leo en el cole, en casa, en la playa. Me acompañan a todos los lados.
HOMBRE – ¿No te equivocas de persona?
NIÑO – No. Tú eres el de la foto. No puedes ser otro. Eres el cuentista. El de verdad, ¿no?
HOMBRE – Tú lo sabes mejor. Yo no me recuerdo.
NIÑO – Qué cabeza tienes.
HOMBRE – Se vacía muy rápido.
NIÑO – ¿Podrías contarme uno de tus cuentos antes de que se vaciara del todo?
HOMBRE – No puedo. Lo siento.
NIÑO – Imposible. Sabes muchos cuentos. Has escrito miles, millones… ¿No te caigo bien?
HOMBRE –Para mí eres como un viento templado y suave. Soy yo el que no recuerda nada de lo que dices.
NIÑO – ¿Ni de uno siquiera?
HOMBRE – No sabría decirte ni mi nombre.
NIÑO – ¿De verdad?
HOMBRE – En mi estado no se puede mentir.
NIÑO – Todos los mayores mienten.
HOMBRE – No se volver a casa. A lo mejor tengo hijos. O nietos como tú. Soy, según tú, un cuentista que no sabe empezar un cuento. No puedo mentirte porque no tengo mentiras.
NIÑO – De todos, tú eres mi favorito.
HOMBRE – Siento mucho que nos conozcamos en un mal día.
NIÑO – ¿Estás enfermo?
HOMBRE – Si…o…es posible.
NIÑO – Me gustaría tanto que me contaras un cuento.
HOMBRE – Ya no son míos.
NIÑO – ¿Te los robaron?
HOMBRE – Ahora son tuyos.
NIÑO – ¿Míos?
HOMBRE – Los conoces al dedillo.
NIÑO – ¿Puedo contarte uno de tus cuentos?
HOMBRE – Debo encontrar el camino a casa.
NIÑO – Yo te ayudo. Dime el nombre de tu calle y le preguntamos a mi papa donde está.
HOMBRE – No lo sé con certeza. Mi memoria desaparece y aparece a su antojo. Ahora debe estar de viaje.
NIÑO – Pues mientras llega nos sentamos en un banco y te cuento el que más me gusta.
HOMBRE – Me encantaría. (Se sientan)
NIÑO – Podría ir a tu casa por las tardes para leerte. Así sería tu cuentista particular.
HOMBRE – Puede que no te recuerde.
NIÑO – Entonces volveríamos a empezar desde el principio. “Erase una vez un hombre parado en el centro de la plaza de la iglesia….”
Categoría: Cuentistas
Que narran de confín a confín historias y simulan la voz de los animales maúllan mugen berrean ladran relinchan grajean también cantan a veces y representan con sus mismos errores cuando los humanizan Carmen Paredes Dic/2019
Categoría: Cuentistas
“Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Feliberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.“ — Roberto Bolaño 1953 - 2003 En la nebulosa que nos rodea los cuentistas no dejan de contar Sus letras viajan por las galaxias y siempre acaban en el mar Hay cuentistas de muchos tipos médicos ferroviarios albañiles pescadores jugadores de fútbol También curas y ediles Bastantes residen en centros oficiales donde no dejan de contar y viven a costa de sus votantes contando cuentos sin parar Carlos Gamarra Diciembre 2019
Categoría: Cuentistas
(Adivinanza para dúo con público) Llegaron a la vez. Parecían hermanos, casi gemelos. Mismo aspecto, rasgos similares, incluso los gestos. Ocuparon los sitios reservados. Reservados y distinguidos. A un nivel superior en relación al público del auditorio, para ser bien vistos y mejor oídos, porque lo oído mejora con la aportación de los gestos y otras cuestiones no verbales, como es sabido. No hubo presentaciones. No hubo introducción. Hubo murmullo menguante hasta el silencio. Hubo expectación. Habló uno. Habló otro. Las palabras de ambos gustaron, sedujeron, transportaron, hasta hechizaron. Hubo sonrisas. Hubo asombro. Hubo guiños y complicidad. Hubo sustos y miedo. Hubo aceptación. Hubo alivio. Hubo aplausos. Y hubo silencio de nuevo. Y murmullos in crescendo. Uno contó cuentos. Otro hizo promesas. Uno terminaba ahí su trabajo. Pero otro debía comenzarlo ahora. Mientras tanto, ambos podían ser considerados cuentistas. Y muy buenos, según las crónicas.