(El
escenario es una celda a la que accede una presa y su verdugo. Ella
va esposada. En la estancia hay dos asientos. El verdugo la indica el
asiento de la izquierda, él se sienta frente a ella pero no la mira)
MUJER:
¿Te vas a quedar aquí?
HOMBRE:
Sí.
MUJER:
(Con
ironía)
Encerrado en esta tumba sombría con su víctima. Pobre infeliz.
HOMBRE:
(Sin
mirarla)
Aprovecha este tiempo que te queda para orar.
MUJER:
¿Y tú?
HOMBRE:
Yo no tengo cuentas que rendir. Solo soy un verdugo que cumple con su
obligación.
MUJER:
¿No te inquieta estar delante de la persona que has de asesinar?
(Silencio)
HOMBRE:
(Después
de un rato y sin mirarla a la cara)
Un verdugo no es un asesino. Es el trabajo con el que me gano el pan.
MUJER:
¿Cómo nombras a quien mata inocentes?
HOMBRE:
(Cortando
de raíz)
No gastes tu tiempo. La oración te redime y te reconforta. Deja las
preguntas para los sabios.
MUJER:
Yo soy inocente.
HOMBRE:
No es lo que dicen los jueces.
MUJER:
(Sin
justificarse)
No maté, ni robé, ni humillé, ni falté a nadie.
HOMBRE:
Yo no hago las leyes.
MUJER:
Pero las ejecutas ¿Verdad?
HOMBRE:
Ya te dije que… (Le interrumpe)
MUJER:
Que es el trabajo con el que te ganas el pan. (Silencio)
HOMBRE:
Hazme caso. Ponte a bien y prepárate para dejar este mundo.
MUJER:
Ya estoy a bien, por eso no te preocupes.
HOMBRE:
(La
mira por primera vez a la cara)
Eres muy orgullosa.
MUJER:
¿Te molesta?
HOMBRE:
No juzgo.
MUJER:
Ponte en mi lugar por un momento ¿Qué harías?
HOMBRE:
Estaría callado.
MUJER:
Repasando en silencio una oración que te consuele.
HOMBRE:
Seguramente. (Silencio)
MUJER:
¿Conoces muchas?
HOMBRE:
¿El qué?
MUJER:
Oraciones.
HOMBRE:
Las justas. ¿Y tú?
MUJER:
Algunas.
HOMBRE:
Pues úsalas.
MUJER:
¿Y tú que harás mientras?
HOMBRE:
Callar y esperar.
MUJER:
A que llegue la orden de mi ejecución.
HOMBRE:
Sí. (Silencio)
MUJER:
Imagino que sabes por qué estoy aquí.
HOMBRE:
Te dije antes que yo no juzgo. (Silencio)
MUJER:
¿Para qué sirven las oraciones?
HOMBRE:
Para dar gracias o para pedir perdón. Algunos calman la conciencia y
otros simplemente encuentran refugio en sus palabras.
MUJER:
¿Y tú? ¿Pides perdón o das las gracias?
HOMBRE:
Harías mejor si le dedicaras tus últimos momentos a tu propia vida
y no a la mía.
MUJER:
Yo doy las gracias.
HOMBRE:
Pues hazlo.
MUJER:
(Se
arrodilla frente al verdugo. Cierra los ojos)
Doy gracias por haber amado al ser más dulce que brotó en medio de
este bosque de estúpidos e intolerantes para que yo conociera la
felicidad que aflora de la piel. Doy gracias por ser amada, por
llenar sus manos con mi cuerpo, por dejar sus caricias grabadas en
mis cabellos. Gracias a la fortuna que me puso frente a la mujer que
me devolvió a la vida con su mirada, con sus besos. No hay día que
no retorne al roce de su piel aunque no la tenga presente. Sus pechos
de marfil coronados por dos pétalos de rosa, sus caderas infinitas,
sus gemidos en medio de la tempestad. Por todo ello doy gracias, una
y otra vez.
HOMBRE:
¿Eso es todo?
MUJER:
Podría seguir y no parar, pero prefiero guardarme lo mejor para mi
sola. (Vuelve
a sentarse)
HOMBRE:
Como quieras.
MUJER:
Eres impasible. Crees con tu fe ciega que debería pedir perdón,
¿verdad?
HOMBRE:
Yo solo soy el verdugo. Tu verás lo que haces. Pero creo que la
disculpa allana el camino al cielo.
MUJER:
(Con
firmeza)
¿Al cielo? ¿De qué cielo me hablas? ¿Y a quién debo pedir
perdón, según tú? ¿Por qué debo hacerlo? No maté a nadie, no
robé, no estafé, no traicioné, no mentí, no levanté testimonios
falsos contra nadie, no golpeé, no violé, no coloqué bombas ni
martiricé. Solo amé y fui amada. Solo viví y por eso soy
condenada. ¿Debo acaso pedir perdón por todo lo que no hice?
¿Tengo, no obstante, que solicitar clemencia por ejercer mi derecho
a ser feliz?
HOMBRE:
(Duro)
Has ofendido.
MUJER:
¿A quién?
HOMBRE:
(Echándoselo en cara) A tu familia, a tus vecinos, a tus amigos. Has
ofendido a la autoridad que vela por nuestras costumbres y creencias.
Has rebasado los límites de la decencia y has dado el peor de los
ejemplos.
MUJER:
¿Y tú? ¿De qué eres ejemplo? ¿Quién según tú es ejemplar?
¿Por qué he de justificar mis días y mis noches si solo me
pertenecen a mí? ¿Me condenan a morir solo por ser un mal ejemplo?
Ten cuidado, verdugo, abres una horquilla muy amplia en la que
cabemos todos.
HOMBRE:
Pero tú estás en el lugar de los condenados.
MUJER:
Bien que te alegras.
HOMBRE:
Te he repetido varias veces que yo no juzgo.
MUJER:
Cierto. No me acordaba que no sientes ni padeces, solo ejecutas
órdenes como un autómata.
HOMBRE:
Me gano el pan honestamente.
MUJER:
¿Y cómo vas a hacerlo esta vez?
HOMBRE:
¿El qué?
MUJER:
Te ganarás el pan con la soga, el hacha, el garrote.
HOMBRE:
La orden es que tu cabeza quede cercenada y separada de tu cuerpo.
MUJER:
¿Por alguna razón en especial?
HOMBRE:
Separar tu cabeza llena de lujuria y pecado liberara tu cuerpo. Cada
parte será arrojado en un lugar distinto.
MUJER:
Cuantas molestias por una simple mujer. (Pausa)
¿Y ella? ¿También será decapitada? No me han dejado hablar con
nadie desde mi detención. Fuimos juzgadas por separado. No la he
vuelto a ver y necesito saber de ella.
HOMBRE:
No soy su verdugo.
MUJER:
(Rogando)
Pero algo sabrás. Te lo suplico.
HOMBRE:
(Lo
piensa antes de hablar)
Su familia tiene dinero.
MUJER:
Entonces vivirá.
HOMBRE:
Lejos, pero vivirá.
MUJER:
(Imitando
a un juez severo)
A los delitos de ser mujer y demonio se le añade el agravante de ser
pobre.
HOMBRE:
Cada uno tiene que saber de dónde procede. No todos pueden estar en
el mismo sitio ni tener las mismas cosas. Así nacemos y así
morimos. Mezclarse no es buen destino.
MUJER:
¿De veras lo crees?
HOMBRE:
(Pausa)
Ya queda poco. Deberías orar de verdad.
MUJER:
Tengo suerte. Ella vivirá lejos pero enjaulada para que no vuelva a
cometer la imprudencia de ser como es. Enterrada en una vida donde
las horas pasaran sin esperanza hasta que el reloj se pare. Obligada
a ser otra persona, obediente y sumisa. (Pausa)
¿Tienes hijos?
HOMBRE:
Tres. Dos varones y una hembra.
MUJER:
¿Los quieres mucho?
HOMBRE:
Rezo todos los días para que nada malo les ocurra y que crezcan
dentro del orden y las buenas maneras.
MUJER:
¿Saben a qué te dedicas?
HOMBRE:
Todavía son pequeños para entender. (Suena
un timbre ronco y seco)
Es la señal, debemos marcharnos. (Se
levanta)
MUJER:
Que tengas suerte verdugo.
HOMBRE:
¿Por qué me deseas suerte?
MUJER: Para que nunca tengas a ninguno de tus hijos frente a ti en esta sala. (Aguantan la mirada. Él la coge del brazo y se la lleva).