Archivo por meses: diciembre 2021

Despertares (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

“Mira , con el paso del tiempo las historias tejidas acaban deshaciéndose
para volver al telar de donde surgieron. No lo olvides, hija, no lo olvides
nunca.”

Al abrir la puerta, mamá me esperaba como siempre en su silla de ruedas, con los ojos petrificados y los párpados inmóviles. Su boca entreabierta dejaba escapar las palabras que desde hacía años había dejado de pronunciar. Pero daba lo mismo, porque yo, en un ejercicio de abstracción, sentía sus caricias susurrándome: ¿qué tal ha ido hoy, hija? Sus manos siempre escondidas bajo la manta horrible de cuadros, regalo de navidad de las autoridades, “París bien vale una misa”, salían de su guarida con cautela para encontrarse con las mías.
Como cada tarde, quitaba la barandilla de protección de la cama para
sentarme más cerca de ella y pausadamente entraba en su mundo,
sumergiéndome en las aguas del Leteo. ¿Obligación, deber, amor? Poco
importaba mi infancia, cuando lejanas primaveras habían conseguido cubrir los terrenos yermos del pasado.
La monótona melodía del reloj se mezclaba con los relatos rescatados de la
biblioteca de mamá. Cada lectura se convertía en un ritual mágico donde las palabras pronunciadas envolvían su cuerpo para salir por la puerta de la habitación. ¿En qué laberintos acabarán? Se acerca la hora y hoy, como cada fin de año, estoy aquí agarrándote la mano, pasando juntas el umbral para conocer nuevos días que quizás sean los mismos, imaginando otra vida alejadas de este hastío, emprendiendo de nuevo el camino, y aunque el hoy utilice los mismos ropajes para mañana, abrazaremos el nuevo año siguiendo la aritmética del tiempo. El reloj se sobresalta. Cerremos los ojos anhelando el despertar del olvido.


Reflejos (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Se encienden luces

envueltas en bullicio masificado

que camina bajo el control

de una música repetitiva

Consumen y consumen

y vuelven a consumir

El resplandor parpadea

desaparece

se hace silencio oscuro

que muestra la realidad


Pocas luces (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

“¡Ay, hijo mío, qué pocas luces tienes!”
Esta frase como sentencia de muerte revoloteó a lo largo de su vida, al igual que esas mariposas funestas, presagiando algún infortunio inesperado.
Negado para todo en lo que los demás brillaban, decidió dejar el pueblo y así darse la oportunidad de imaginar un futuro más complaciente.
Los comienzos fueron difíciles, el trabajo escaso y su falta de seguridad en todo lo que emprendía, determinante. Sin embargo, la alineación de los planetas o la suerte caprichosa hicieron que su existencia diera un giro inesperado.
Desde hacía años, los periódicos ofrecían páginas de mensajes aterradores sobre el agotamiento de los recursos naturales y el ocaso de una sociedad que se resistía a sacrificar las conquistas de viejas batallas.
Por aquel entonces, nuestro protagonista había conseguido alquilar un pequeño local dedicado a la venta de velas y de todo tipo de antiguos artilugios luminosos de bajo coste, sin dependencia eléctrica y de fácil
manejo.
“Pero, hijo ¡vaya ideas tienes! “
La posibilidad de un regreso a las tinieblas estaba presente en cada conversación y en cada mirada, una espesa niebla. A la amenaza de un apagón se unió el miedo al abismo que producía la oscuridad de una vuelta a las cavernas: el presente traía de nuevo un pasado aletargado en los libros de historia. El pánico se extendió por las calles, entró en las casas, se apoderó de las almas encadenadas a los fabricantes de falacias. Y fue entonces, cuando la tienda de velas y antiguos artilugios cada día de cada mes, durante un año, se vio inundada por una multitud de gente desesperada por comprar, comprar, comprar… la luz que les iban a arrebatar. El apagón nunca se produjo, aunque una nueva era de luces y sombras se instauró en el devenir de la sociedad. La ceguera de pensamiento de los ciudadanos permitió que el protagonista de esta historia cambiara su suerte y que renovadas mariposas aparecieran en su vida.
“¡Pero, hijo mío, si al final resulta que vas a ser el que más luces tienes de
todos los de la ciudad!”


Amores de contrabando (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

Hablaban por teléfono todos los días. Ella se iba al campo para que nadie supiera de su amor de contrabando. Para que nadie viera el garbo y la donosura de su cuerpo cuando hablaba con su amado.

Él, se protegía metido en el coche, allí se sentía libre de decir cuanto pensaba y sentía por esa mujer.

Ella tenía un contoneo, con la figura erguida, el orgullo en su planta, el brillo en la mirada.

No había una hora fija para la llamada, pero siempre era en ese momento en que ambos sentían una comunión que les acercaba.

Cuánta felicidad destilaban sus ojos, qué gracia sus manos, su pelo, qué ligereza su aspecto, qué hermosura que hacía que todo el que la miraba, se volviera la cara para mirarla.


Él ha pasado mil penurias y sólo ella le inspira confianza para compartirlas. Espera impaciente el momento de llamarla. Cómo se le acelera el pulso, cuántas risas le provoca con solo escucharla. Solo la ha visto un día y le enamoraron sus ojos, su boca que se adapta a la suya de forma perfecta. Aguarda que vuelvan a verse, por ahora solo le quedan esas llamadas y durante apenas una hora, se olvida de todo lo que le rodea. En su mundo solo cabe ella y su llamada.

De pronto llegó el apagón.

Un día no hubo llamada, al siguiente tampoco… luego unos mensajes que alargaron la agonía de unos amantes.

Todos los amores de contrabando quedaron en suspenso.

Ya no hubo besos al universo, no más suspiros ni te quieros. Silencio… solo silencio.

Las ondas hercianas ya no encierran suspiros, no hubo más lamentos ni desaciertos, ni adioses lastimeros.

Todo quedó en silencio, los amantes enmudecieron.

El mundo quedó huérfano de amores por teléfono.

Nunca nadie quiso arreglar este conflicto. Hubo menos encuentros, más gente solitaria.

El apagón trajo aislamiento pero aquel pueblo lo asumió muy pronto y se acostumbraron aquellos ausentes, a vivir sin amor que latiera por las ondas hercianas, en el sonido o en la pantalla de su Smartphone.


Interrupción (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

Al declinar el día.

hay un olor de tiempo

que se evapora en las tinieblas

.

Las caras de los labradores

Iluminadas por la brasa de los cigarrillos

muestran una nota gris de cansancio

.

Algunas lámparas que tintinean

se resisten a morir

y prolongan su lucha

.

Este apagón es un gran boquete

que aviva el hambre

y se convierte en una mano desnuda

.

En la ausencia que trasciende

se abre de amor la sangre rota

y tu certero reloj

apaga mi voz vencida


¡Ya vienen! (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

Los he vuelto a ver merodeando por nuestra comunidad. No nos dejan tranquilos. Vienen como los gatos, agazapados tras las sombras, a punto de saltar sobre su presa. Antes eran más descarados, pero tras las últimas respuestas de algunos vecinos armados, han empezado a venir con más cautela. Siempre de noche y en silencio, en pequeños grupos, como malditos furtivos. Y siempre buscan lo mismo: nuestras baterías.

Papá ha tenido que comprar un arma desde lo del apagón. Un día tuvo que descargarla al aire para ahuyentar a un merodeador solitario. Por suerte se fue, pero yo estaba muy asustada, me pasé varias noches sin poder pegar ojo y teniendo que irme a la cama de mis padres para no tener pesadillas. Por aquí ya no viene la policía. Antes siempre andaban husmeando nuestras casas, en busca de enganches ilegales a la luz. Era por seguridad, decían. Pero ahora que estamos de verdad en peligro, no aparecen.

3123 días sin luz en la Cañada Real fueron más que suficientes para que, llegado el Gran Apagón, ya estuviéramos preparados. Aquí no tenemos problemas de energía. Nos acostumbramos a hacer los deberes bajo la luz de una vela, a caminar para ir a la escuela, a abrigar las frías noches de invierno con calor humano y gruesas mantas de lana, y a ducharnos con agua fría en cualquier época del año. Mamá dice que “no debemos estar agradecidos, fuimos sobrevivientes y ahora nos hemos convertido en supervivientes”. Aprendimos a aprovechar la energía del viento y del sol para usarla en lo estrictamente necesario, en lo imprescindible. Y, ahora, aquellos que clamaban por mantenernos a oscuras, tratan de robarnos la poca luz que tenemos.

¡Dispara, papá, que ya vienen!



A oscuras (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Soy hija de un apagón, mi madre me lo suele decir cuando se enfada conmigo, como dándome a entender que mi llegada a la familia fue un accidente, un imprevisto. Y lo cierto es que mi hermano Víctor es nueve años mayor que yo. Hoy, después de mucho tiempo se lo he vuelto a escuchar; anoche volví muy pasada de rosca y a las tantas.

Cuando era adolescente, mi madre me esperaba despierta, había que ver la cara que me ponía. Encadenaba reproches y recomendaciones que me entraban por una oreja y me salían por la otra, sin dejar ningún poso. Toda la perorata la remataba siempre con un ‘¡esto se ha acabado, apaga y vámonos!’, que recibía con seriedad, aunque me hacía mucha gracia. La única consecuencia eran sus morros un par de días, hasta que volvíamos a ser las de siempre.

Ya no me espera despierta, ni me sermonea la mañana siguiente. Pero se ve que, en vez de estar acostumbrada a mis desparramos, ahora lo soporta peor. Tan mal lo lleva que cuando me he levantado a mediodía, tenía la maleta preparada. La he prometido que iba a cambiar; he utilizado todo mi arsenal de disculpas y buenos propósitos, hasta me ha salido alguna lagrimita. Nada ha servido, me ha puesto en la calle con el consabido ‘apaga y vámonos’.

Contárselo a mi padre y pedirle que me acoja no es opción; no soporto a su mujer, ni ellos me soportan a mí. He llamado a unas amigas y tengo resuelto el alojamiento unas semanas. Es una solución provisional, claro. No me digas cómo, pero he terminado aquí sentada, en la iglesia, que está calentita y en silencio. Supongo que busco iluminación.


Canción del apagón (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

Se acerca la noche y enciendes las luces,

la tele, la vitro, la calefacción.

Estás a gustito dentro de casita

cuando, de repente, llega el apagón.

.

Los primeros días

con el apagón

son más divertidos

con el apagón.

Qué bien lo pasamos

con el apagón.

Cuánto retozamos

con el apagón.

.

Y pasan los meses con todos a oscuras,

pero hay quien negocia con gas y carbón.

Con el estraperlo se amasan fortunas

y tanta carencia se torna filón.

.

Siempre son los mismos

con el apagón

los que ganan pasta

con el apagón.

Da igual lo que hagas

con el apagón,

vives a dos velas

con el apagón.

.

Aunque el sol y el viento son alternativa,

seguimos queriendo coche, barco, avión,

que suelten sus gases y que hagan sus ruidos,

que lleven y traigan a la población.

.

Vámonos de viaje

con el apagón.

Mira qué bonito

con el apagón.

No queda dinero

con el apagón.

No salgo de casa

con el apagón.

.

Y así este planeta regresa a la noche

oscura del alma, negra del copón.

Afila el cuchillo, saca tus ahorros

y vete pensando en la revolución.

.

A las barricadas

con el apagón.

Asaltamos bancos

con el apagón.

El mundo se acaba

con el apagón.

El mundo se apaga

con el apagón.

El mundo se apaga,

se apaga y chimpón.


Un día cualquiera (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

Un día cualquiera, sin avisar tan sólo, llegó el apagón.

Ese con el que estuvieron un tiempo amenazando desde los mentideros y bulos de la red. Pero desmentidos por todos los gobernantes y fuentes “fidedignas”.

Pero llegó y vino para quedarse. La gente, aterrorizada, se lanzó a la compra de cualquier tipo de energía que supliera la conocida desde hacía tanto tiempo. Acumuladores solares, molinos eólicos, baterías de coche, pilas, linternas, biocontenedores…

Pero hubo un decreto a nivel mundial que consideraba ilegal tener este tipo de acumuladores en los hogares, pues sólo el gobierno podía distribuir energía para la seguridad nacional.

Solo las fuerzas de orden público podían disfrutar de ese privilegio.

Se expropiaron todo tipo de objetos capaces de generar luz y, bajo pena de cárcel, quedó prohibido para la población cualquier tipo de iluminación, incluidas las velas.

Las delaciones, desde ese minuto, fueron miles, bien por envidia al ver que el vecino alumbraba sus noches; bien por celo ciudadano, creyendo que así hacían lo correcto.

Pronto aparecieron los FOP equipados con uniformes iluminados y con enormes focos destellando desde sus cascos. Parecían sacados de una película de “Robocop” tan grandes y pesados. Portaban en sus brazos unos inseparables fusiles, que más parecían pertenecer al armamento de un carro acorazado que a personas normales. Claro que la enorme estatura de los elegidos permitía pensar que se trataba de seres extraordinarios.

Pero la eficacia de esas armas era impresionante, acertaban a un pobre ratoncito a cientos de metros de distancia.

La gente vivía aterrorizada.

Cuando en la oscuridad de sus noches veían aparecer una luz a lo lejos, comenzaban a temblar y huían despavoridos porque sabían que se acercaban miembros de las FOC y eso no significaba nada bueno.

Un día creció el rumor de que se había descubierto un tipo de energía y que ya era posible disfrutar de ella. La gente salió a las calles para celebrarlo. Pero ya se sabe, esas cosas son enormemente costosas y no llegó a toda la población tamaño milagro.

Solo los muy ricos tuvieron acceso a esa maravilla. Esos costosos generadores necesarios para disfrutar de una energía limpia e inagotable.

Se alimentaba de sombras y de miedo. Por eso los gobiernos prefirieron mantener la oscuridad en las calles y a la población aterrada.

Era la mejor materia prima para acumular energía y así dar luz a sus macro empresas y ostentar más riquezas.

Pero había pocos ricos en el planeta que bien estrujados daban para acumular más riqueza en los gobernantes corruptos, de forma indefinida.

También podían acumular energía explotando su miedo a ser pobres como el resto de la población y vivir en esa oscuridad tan agobiante.


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