Aunque
algunas veces he escrito sobre ella no creo que conozcan demasiado a
mi vecina Ramona, sin embargo insisto en seguir compartiendo en el
papel o en la pantalla sus acertadas apreciaciones. Porque si hay
algo que admiro de su talante es su aplicación del sentido común
ante la adversidad, bueno, ante la adversidad y en otras muchas
facetas de la convivencia en el barrio.
El otro día,
y por casualidad, me la encontré cuando cruzaba las vías del
tranvía camino del ambulatorio. Como es normal nos saludamos y
echamos un ratito de conversación para ponernos al día, porque
antes nos juntábamos de vez en cuando para charlar tomando una
cerveza o un cafelito en el bar de la esquina pero ahora lo hacemos
de forma improvisada y guardando la distancia, que no está la cosa
para bromas.
Lo primero
que me cuenta Ramona es lo tranquila que se ha quedado tras las
navidades, y me dice: Mira, tanto tiempo dando excesiva importancia a
estas fiestas y resulta que en el fondo todo se reduce a una sucesión
de tópicos; este año nos los hemos saltado y no ha pasado nada,
aquí seguimos tan campantes.
Coincidimos
los dos en que, aunque de momento la pandemia no nos ha afectado
familiarmente, no dejamos de preocuparnos por la situación que sufre
mucha gente, que si el cierre del barrio, la falta de movilidad, el
toque de queda y tanto gel hidroalcohólico que se nos están pelando
las manos.
Me cuenta
que está angustiada porque desde hace unos meses no ha podido ir al
pueblo a ver como está la casa de sus padres y que ya no le queda en
la despensa el aceite de la cooperativa que tanto le gusta a su
marido. No es que fuésemos mucho, me dice, pero vamos, una vuelta de
vez en cuando viene bien para oxigenarse y ver a los amigos, y ahora
ni eso, no vaya a ser que te ponga una multa la Guardia Civil.
Pero por lo
que más enfadada está ahora es por las secuelas de la borrasca
Filomena. Los dos admitimos que estábamos avisados, que esta vez
acertaron las predicciones y también convinimos que, tras la gran
nevada, y aunque no hemos salido de la ciudad el paisaje era
precioso. Pero como adultos que somos sabemos que tras el bello manto
blanco vendrían los problemas, la suciedad, el barro y las
incomodidades. Esto de la nieve es como una metáfora de la vida, un
ratito de felicidad y mucho tiempo de pasarlas canutas, ése suele
ser el balance tras el paso del tiempo.
Yo la
provoco diciéndole que me parece muy lenta la vuelta a la
normalidad, y ahí es donde Ramona se desata, tanto, que casi pueden
oírla despotricar los viandantes que pasan a nuestro lado.
Mira tampoco
yo soy partidaria de que el alcalde se calce unas botas y haga el
paripé cogiendo una pala, eso para la tele o para la foto de un
periódico y yo creo que ya ni cuela. Pero vamos, un poquito de por
favor, que ya sabemos que no estamos preparados, que los medios son
escasos, pero gestionando un poco los recursos y exigiendo a ciertos
colectivos que cumplan con su cometido algo nos habría aliviado.
Me comenta
que muchos de los comerciantes del barrio se han apañado para
limpiar la entrada a sus negocios, que había que verlos las ganas
que ponían, y además la gran mayoría eran inmigrantes
emprendedores, sin embargo otros “personajes” que debieran
estar más obligados utilizaban sus herramientas para apoyarse
mientras echaban un cigarrillo o miraban el móvil dejando pasar el
tiempo. Dice Ramona que le enerva tanta publicidad en las redes
frente a la desgana en el currelo, vamos que estuvo a punto de
llamarles al orden. A la vez, tampoco está de acuerdo con tanto
listillo que se cree técnico medioambiental o lo que sea, pues
algunos tenían que hablar menos y actuar más echando una mano.
Me cuenta
que ya está harta de que los políticos se justifiquen halagando a
la población, discursos que agradecen su responsabilidad y su
paciencia y todas esas buenas intenciones que tararí que te vi.
Oigan señores, que los problemas hay que resolverlos y estamos muy
cansados de tanta palabrería hueca.
Mira, me
dice Ramona muy seria, los servicios públicos en nuestros país van
al trantrán y eso es evidente, unas veces porque abusamos de ellos y
otras, por desidia, falta de control o responsabilidad. Le sugiero la
sospecha de que llevamos mucho tiempo viendo como se prima lo privado
frente a lo público, y como poco a poco se van desmantelando
demasiadas cosas tratando de hacer negocio, así que, cuando viene
mal dadas. hay que echar mano de la UME, de los médicos de la
Seguridad Social o de los correspondientes servicios públicos de
transportes o de lo que sea. Mueve la cabeza afirmando sobre mi
sugerencia y me responde que también ella tiene esa sensación.
Como la
conversación se alarga, le recuerdo a Ramona su cita en el
ambulatorio, pero ella me responde que no es nada urgente, sólo
quiere cambiar una medicación que no le va bien, y me dice: Todo sea
que tenga que esperar otro buen rato, que a eso ya me estoy
acostumbrando con las colas para todo.
Para
despedirnos me recuerda que estos días y ante lo que se avecina está
haciendo una hucha para cuando venga la factura del gas y la luz, y
yo le digo con sarcasmo que a lo mejor tenemos que pedir un crédito
para poder pagar. Veo la cara de sorna en su comentario: ¡¡Qué me
dices!! menudos servicios públicos tenemos ¿eh?… unos porque son
escasos o funcionan mal y otros haciendo negocio. Vamos, que este año
que llevamos con tanto sobresalto ni siquiera se ha mencionado en mi
casa la cuesta de enero.
Cuídate mucho, me aconseja, seguro que llegarán tiempos mejores. Y desde la esquina observo caminar a Ramona apoyada en un palo sorteando los montones de nieve que, después de una semana del pasado temporal, aún cubren las aceras de nuestro barrio.