No he ido a muchos velatorios en mi vida, pero a los que sí asistí, decidí no acercarme a ver al fallecido. Siempre preferí quedarme con el recuerdo de verles sonreír. El velatorio que más recuerdo es al que no fui, al de mi padre y, como corresponde a estos tiempos tan modernos, asistí online, no pudo hacerse de otra forma. Fue una sesión de Zoom de lo más curiosa, diría que atípica (no creo que los creadores de esta plataforma se hubieren nunca imaginado un uso tal). El mundo ha cambiado mucho y lo seguirá haciendo, a tal punto, que no lo reconoceremos. Hoy, aquí, dónde estoy, decido que crearé mi propio velatorio, tal cual lo imagino yo, quitando de la ecuación a los profesionales del rubro que hacen del tránsito entre mundos algo triste, negro y que muchos preferirían olvidar. La tecnología está a nuestro servicio para que nos preparemos debidamente, y aun con vida, para poder dedicar unas palabras a quien queramos para no irnos con conversaciones pendientes. Haré vídeos para cada una de las personas que llevo en mi corazón, dejándoles en paz y saludados. De todo se aprende… dicen, y yo quiero que me recuerden sonriente, igual que yo recuerdo a mi padre.
Después de un desamor
siempre hay una vida
Por eso lo siquiatras recetan tiempo y soledad
La renuncia ha de ser lenta
porque la mayoría de las personas
se dan cuenta de que no vale la pena seguir sufriendo
Cuando todo parece a punto de malograrse
su pérdida no es ningún desastre
No es difícil dominar el arte de perder
Envejecen las vidas y las cosas
Esto no te traerá desgracia alguna
Incluso habiendo perdido vivirás
No es difícil dominar el arte de perder
por más que a veces pueda parecernos un desastre.
Y por fin llegamos al silencio
porque los mayores desafectos
están entre dos personas que no se dicen nada
Tras la ruptura, él decidió desandar el camino recorrido con ella y volvió a los bares y a los restaurantes, a los cines y a los teatros, viajó a los destinos compartidos, a los hoteles y apartamentos, a los museos…, para llorarlo todo, quemarlo en su memoria e intentar resurgir sobre las cenizas poéticas de su corazón fundido.
Gastó
mucho dinero y empleó mucho tiempo en el esfuerzo, hasta conseguir
sobreponerse y pasar página.
Lucía ya se ha puesto el pijama cuando su madre entra en la habitación. La liturgia manda que la madre ejecute esa secuencia de movimientos que desembocarán en la certificación, un día más, de que el río de la vida las recorre con naturalidad; Laura, por seguirse sintiendo querida y la madre, viéndola en la cama, tranquila y relajada. Pero una mueca apenas perceptible, de esas que solo las madres pueden atender, se ha instalado en el rostro de su hija.
– ¿Qué
es el desamor, mamá?
La madre siente que el suelo pierde solidez. Está cansada y le gustaría zanjar la pregunta con rapidez, pero el gesto de Laura pide atención. “¿Ya toca esto?“, piensa mientras se sienta a los pies de la cama y suaviza el gesto todo lo que le es posible.
–
¡Vaya pregunta rara, hija! ¿Por qué me lo preguntas?
Lucía
pone cara de ‘siempre me toca a mí hablar la primera’.
–
Estábamos leyendo unos poemas en clase de Lengua. Uno de ellos
hablaba del desamor, Marisa nos lo ha explicado. Algunos niños se
han reído, pero yo me he puesto muy triste.
– ¿Y
le has dicho algo a Marisa?
– Me
ha dado vergüenza, mamá.
– Pues
supongo que ella os lo habrá explicado bien. Es un amor no
correspondido, ¿no?
– Me
he puesto muy triste porque parecía que lo decía por mí, porque me
gusta Marcos y no me hace caso, para él solo existen sus amigos y
jugar a lo bruto.
La
madre observa la mirada de su hija, en la que la adolescencia está
agazapada y pugna por salir en un rostro todavía aniñado. Piensa en
lo rápido que pasa el tiempo. Laura era hace unas semanas una niña
que se apoyaba en el sofá para dar sus primeros pasos, hace apenas
unos días balbuceaba su propio nombre y hace un instante aprendió a
escribir, sumar o multiplicar. Once años en un suspiro.
– Las
chicas maduramos antes –habla con tranquilidad impostada- y a
vuestra edad la diferencia se nota mucho, Laura. Los chicos son
todavía unos niños y vosotras sois casi unas mujeres.
– Pero
me gusta, mamá.
– Pues mantente cerca de él, aunque supongo que todavía no estará preparado. Dale tiempo y piensa que, mientras tanto, tú también estás cambiando. Y, sobre todo, piensa que sois muy jóvenes y tendréis tiempo. Laura, tienes todo el tiempo del mundo, no tengas prisa.
La
madre hace una pausa y tiende a su hija su muñeco favorito, un león
de trapo con semblante de niño travieso. Laura le hace un hueco en
la cama, a su lado.
–
Aunque te veas mayor, Laura, ahí dentro hay todavía una niña y es
genial que así sea. Disfrutas con tus amigas, os reís, jugáis sin
que haga falta que estén los chicos; si están, bien, pero no son
imprescindibles. Te gusta que yo te arrope, tu beso de buenas noches
y dormir con tus muñecos; te hace sentir bien. Ellos, además,
siempre están ahí.
No como las personas, está tentada de decir la madre, pero se mantiene callada. Ambas se miran con intensidad. Laura parece tranquila. La madre sonríe, le da un beso y sale hacia el salón. “Desamor“, piensa, “pronto empezamos“.
A veces me pregunto qué me vincula a mi vecina Ramona, pues a pesar del afecto, de la simpatía y el cariño mutuo, es una relación tan rara y extravagante como intermitente. Por eso, el otro día, dándole vueltas al asunto, encontré la definición más precisa, ya que lo nuestro es como el Guadiana, que aparece o desaparece cuando menos lo esperas.
A veces me
pregunto qué me vincula a mi vecina Ramona, pues a pesar del afecto,
de la simpatía y el cariño mutuo, es una relación tan rara y
extravagante como intermitente. Por eso, el otro día,
dándole vueltas al asunto,
encontré la definición más precisa, ya que lo nuestro es como el
Guadiana,
que aparece o desaparece cuando menos lo esperas.
Por esta razón, y a pesar de las fiestas pasadas, apenas nos hemos visto, aunque recuerdo que intercambiamos unos whassaps para felicitarnos y desearnos lo mejor para este 2023, cumpliendo con los tópicos y el buenismo de las fechas.
Sin embargo,
ayer me topé con ella cuando venía de un acto en el bulevar sobre
la violencia de género. Lo primero que hizo fue reprocharme el no
haber asistido porque iniciar el año con varias mujeres asesinadas
es para preocuparse. Y reconozco que lleva toda la razón, que al
menos, testimonialmente, deberíamos haber estado todos los vecinos.
Pero tras el justo y acertado rapapolvos aceptó mi excusa y, para
refugiarnos del frío, nos fuimos al bar del Mercadito a tomarnos un
café y seguir con la plática acostumbrada.
Como Ramona
y yo tenemos una edad, cuando aparecen esas noticias luctuosas sobre
la violencia contra la mujer,
nos acordamos de El Caso, aquel periódico semanal tan dramático
como siniestro, pues ahora,
en todos los informativos hay una sección para la tragedia diaria,
un apartado repleto de titulares donde han dado cuenta del número de
víctimas,
una cifra que es alarmante,
por no decir aterradora.
Me dice
Ramona que esto pasa porque hay mucho desamor y entonces empezamos a
elucubrar sobre el asunto. Ella me cuenta su teoría sobre las
fuerzas opuestas o la acción-reacción, y me dice “mira,
yo creo que el demonio está campando a sus anchas, por lo tanto debe
existir un dios para contrarrestar tanta maldad”.
Asiento con resignación pero le contesto que Dios debe estar mirando
hacia otro lado porque en éste y en otros asuntos apenas avanzamos.
Los dos
coincidimos en hacer el mismo razonamiento, que tanto estrés y
tantas prisas deben influir al iniciar o para mantener una relación.
Igualmente, estamos de acuerdo
en que hemos llegado tarde a esas
aplicaciones tan modernas que ponen en contacto a las personas en
función de su perfil y sus aficiones, y lo asumimos con naturalidad,
puesto que nosotros, de momento,
no lo necesitamos y conquistábamos de otra manera. Porque antes
seducir era más complejo pero, sobre todo, teníamos que ser más
perseverantes.
Mi vecina y
yo nos ponemos nostálgicos haciendo referencia al cortejo que
precede a los primeros enamoramientos y nos preguntamos qué fue de
aquellas primeras experiencias donde todo era de color de rosa
idealizando a la persona amada, de las cartas y mensajes que ya
enviábamos en el colegio, o del paseo por calles y plazas tratando
de disimular el encuentro inesperado con el chico o la chica que nos
gustaba.
Me cuenta Ramona que su primer ligue fue un chaval alto y flaco con la cara llena de granos que se encontraba cada domingo y a cada rato por la calle de las Escuelas. Se sonríe y me dice que era muy divertido aquel juego del gato y el ratón, que al final llegaron a salir unos meses pero, después, ella tuvo que cambiar de ciudad y prácticamente lo olvidó, aunque ahora, algunas veces, viene a su recuerdo. Según sus amigas, a aquel circuito que terminaba siempre en la plaza le llamaban popularmente el “tontódromo”. Me imagino que aquella denominación venía a cuento por la actitud alelada de los pretendientes tratando de flirtear.
Me chincha
mi vecina y me dice que le cuente sobre mis primeros ligues
poniéndome en un aprieto. Aún así, le relato que lo mío era muy
platónico, que sentía chiribitas cuando nos rozábamos el codo en
la butaca del cine cada domingo. Y se ríe escandalosamente cuando le
cuento que el día que nos dimos la mano en aquella fiesta de Navidad
no quería lavármela y que, constantemente, intentaba recordar su
olor llevándomela a la nariz.
“Sí
que éramos tontos”,
me dice, “la verdad es que en aquella época
éramos un poco pacatos,
ya que el clero nos tenían
acobardados con tanto pecado y tanta penitencia”.
Pero como Ramona insiste en saber más detalles, yo remoloneo y trato
de guardar mi privacidad,
sin cambiar de tema. Así que, para esquivar el compromiso, le
pregunto sobre qué opina ella del culebrón de la semana
y me refiero a lo de Shakira y Piqué.
Ante mi
curiosidad casi me tararea el estribillo de la canción y, a
carcajada limpia, me dice que esos sí que son listos,
que hacen caja del resentimiento tras la ruptura. Es lo que tienen
algunos famosos, le respondo, que facturan por todo, y más, por lo
más íntimo y escabroso, porque siempre hubo mucho interés por el
cotilleo sentimental.
Como
siempre, se nos ha echado el tiempo encima, pero para rematar nuestra
larga charla, deseo darle un tono más serio y, por eso, saco a
colación el tema de la poesía en su versión romántica. Le digo
“mira, esto es imparable porque ya nadie
cita a Bécquer y los poetas románticos ya no interesan porque el
desamor anda desbocado”.
Aunque, bien
pensado, también los poetas han utilizado los desdichas amorosas
para inspirarse y confeccionar versos. Yo mismo me he atrevido con
uno, y le digo “échale un vistazo a ver qué
te parece mientras pago los cafés, que esta vez me corresponde a mí
la cuenta”.
El poema que
le paso a Ramona en una cuartilla se titula y dice así:
EL EFECTO PERVERSO
DEL TIEMPO
Besé tus labios
acaricié tus pechos
y soñé la fragancia
de tu flor.
floreció la duda
y me pregunté
¿Será esto amor?
Ruptura, ausencia y
olvido
¿Quién fue culpable?
¿Quién se engañó?
Ahora el pretérito se
muestra demoledor
yo… ni siquiera tengo
nostalgia
tú acumulas rencor.
Cuando vuelvo a la mesa advierto en ella un gesto de suspicacia y me pregunta “¿esto viene a cuento sobre algo que pasó o te lo has inventado?”. Entonces, tratando de echar balones, fuera miro el reloj y le digo “hala, qué tarde es y todavía tengo que cocer los macarrones”, pero ante su mirada inquisidora, respondo “Ramona, no seas pesada, otro día te lo cuento con más detalle… Agur”.
Prevex, el mastodonte de las aplicaciones de inteligencia artificial, lo dejaba muy claro: la probabilidad de que esa chica se enamore de ti es del 0’01 %. El porcentaje de sufrir desamor es del 99’9 %. Prevex no se había equivocado nunca en sus predicciones. Nunca.
Ni la vez que se salió
de la ruta habitual, a pesar de las recomendaciones, y le robaron la
cartera a punta de navaja; ni cuando comió aquel plato en casa de su
amigo Julio y terminó la tarde pegado a la taza del váter; ni
cuando estudió aquella carrera que no le sirvió de nada y terminó
como repartidor en Puntual. Nada escapa a las IA. Disponen de tanta
información que hay quienes aseguran que han eliminado el libre
albedrío.
Pero… esa chica… “Olvídalo”, se dijo a sí mismo. “¿Quién habla directamente con una persona que no conoce?”. Y, sin embargo, ahí estaba. Ella no dejaba de observarlo. ¿Podía fallar “Prevex”? Y ahora le sonreía directamente. Volvió a probar la aplicación, por si acaso. No dejaba lugar a dudas. 0,01 %. Sin embargo, Prevex había pronosticado en un 99’99 % de probabilidades que esa noche le iba a ocurrir algo fuera de lo común en aquella discoteca a la que no había ido nunca. Algo no cuadraba. Y ella seguía mirándolo desde la distancia, a través de la multitud.
Tampoco perdía nada por intentarlo. Jamás había hecho algo semejante. Caminó entre la multitud hacia ella, que no dejaba de mirarlo. Tuvo que empujar su cuerpo a través de varios grupos que bloqueaban el paso entre bailes y contoneos. ¿Alguna de aquellas personas habría ido a parar allí por otro motivo que no hubiera sido previsto por Prevex? ¿Serían conscientes de su falta de autonomía? La misma que en esos momentos le atraía como un imán hacia aquella chica que, sin embargo, la IA no parecía aprobar. Y cuanto más se acercaba, menos duda había. Le miraba a él. Y le sonreía con una copa en la mano.
– Hola -le dijo al llegar a su altura.
Después, un impacto en el costado, gritos a su alrededor y mucha confusión. ¿Qué estaba pasando? Ella había dejado de sonreír. Ahora las piernas le flojeaban y sentía la necesidad de tumbarse. Ella le sostuvo para que no cayera de golpe.
– ¡Lo siento! -le gritaba, aunque él no sabía muy bien por qué.
La gente corría a su alrededor. La música había cesado, el silencio había sido colonizado por gritos que cada vez sonaban más lejanos.
– ¡Lo siento! -gritaba ella llorando- Yo no sabía…
¿El qué? ¿Qué era lo
que no sabía? Sentía la necesidad de preguntárselo, pero allí,
tumbado en el suelo, era incapaz de decir nada. El dolor en el
costado llegó poco a poco hasta que fue del todo insoportable.
Alguien le había disparado.
– Fue Prevex -se justificaba ella, sin parar de llorar-, pronosticó que me salvarías la vida si te miraba todo el tiempo. Pero no imaginé que fuera así…
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