Etiquetas: silencio
Categoría: La caja negra
La nostalgia del silencio me invade,
cuando el ruido del mundo me abruma,
anhelo la paz que el silencio suma,
y huyo de la bulla que no evade.
En la calma del silencio me acomodo,
y encuentro la serenidad que busco,
olvido el estruendo que me turba,
y en el silencio, mi alma se renueva.
Mas el silencio también tiene su estrambote,
un eco que retumba en mi interior,
un grito que clama por ser oído.
Así que abrazo al silencio y su alboroto,
y aprendo a escuchar su dulce clamor,
pues en el silencio,
el alma encuentra su sentido.
Silencio, callado y mudo,
pero a veces más elocuente,
cuando las palabras faltan,
su presencia es suficiente.
El silencio puede ser triste,
o a veces muy reconfortante,
cuando el ruido nos abruma,
su paz es reparadora.
Hay silencios que incomodan,
y otros que nos hacen bien,
depende de su contexto,
el silencio es como un lienzo.
Así que no subestimes,
el poder del silencio,
a veces es más sabio callar,
y dejar hablar al tiempo.
Etiquetas: silencio
Categoría: La caja negra
El silencio me abruma.
En esta oscura noche
de la distancia
el silencio se hace presente,
un vacío llena el espacio
y dentro, un sonido mudo.
Entre fresnos floridos
y caparazones calcinados de adioses.
Una liturgia de águilas,
un canto de la naturaleza,
un grito de auxilio
que no tiene ni fin, ni pausa.
El silencio es un intervalo,
un momento de reflexión,
es la naturaleza que nos pide
paz y esperanza de verdes praderas
y altos álamos y granados paraísos
es el grito que habla
y sentimos su temblor.
Es la ausencia contumaz
que me aborda en la oscuridad
con bramidos de silencio
sonriendo en la bruma
de mis desiertas noches.
Etiquetas: silencio
Categoría: La caja negra
Silencio, callado y mudo,
pero a veces más elocuente,
cuando las palabras faltan,
su presencia es suficiente.
El silencio puede ser triste,
O a veces muy vivificante,
cuando el ruido nos abruma,
su paz es reconfortante.
Hay silencios que incomodan,
y otros que nos hacen bien,
depende de su contexto,
el silencio es como un lienzo.
Así que no subestimes,
el poder del silencio,
a veces es más sabio callar,
y dejar hablar al tiempo.
Etiquetas: silencio
Categoría: La caja negra
No sé por qué, aquel día cogí el viejo ejemplar de Le Petit Prince, una edición de 1970, para meterlo en el bolso. Presentía que aquella noche sería el comienzo de un aislamiento difícil de aceptar. La puerta que abría paso a la zona psiquiátrica del hospital de menores dejaba ver un pasillo muy iluminado y largo, muy largo. La enfermera nos condujo a una habitación donde solo había una cama, una mesilla, un aseo con mirilla y un armario cerrado con llave. Esa noche, como las siguientes, mi hija tendría que estar sola, privada del contacto exterior, y el interior vigilado. Los primeros minutos, los primeros pasos hacia el habitáculo, los primeros gritos y llantos iban siempre enmarcados por el ruido, el ruido de llaves que cerraban puertas, la del pasillo central, la de los armarios. Cualquier gesto cotidiano estaba prohibido, había que recuperar a las personas enfermas, tenían que acostumbrarse a la soledad, a escucharse en el silencio, a encontrarse de nuevo. Todo lo que supusiera gastar energías, estaba prohibido. Y, en aquella habitación, más ruido, el del llanto de mi hija. En el pasillo, el paso ligero de la enfermera al ritmo del tintineo de las llaves, llaves que cerraban puertas, el traqueteo de los carros con la medicación de los enfermos. Más ruido. El ruido de los gritos, de los llantos y de las llaves me golpeaba en la sien, no quería adaptarme al dolor, tenía que huir, pero no podía cargar con un cuerpo de 35 kilos.
Fue cuando cogí el libro que por la mañana sin saber por qué había metido en mi bolso. Todo estaba prohibido, la lectura a la enferma también, pero había que huir.
Entonces empecé a leer: “Cuando tenía 6 años, vi una vez una imagen magnífica…”.
Sin permiso y contraviniendo las normas, mi voz se adentró en cada una de las habitaciones donde las puertas estaban abiertas, para apaciguar el desasosiego de aquellos cuerpos de hueso y piel. El susurro y las historias de El Principito lograron adormecer los gritos, los llantos y el tintineo de las llaves. Solo se escuchaba mi voz. “…lo esencial es invisible a los ojos” . Por un instante, el silencio consiguió amordazar al ruido. Dejé de leer.
Entonces, otra voz quebró el silencio : “Elsa, dile a tu madre que siga leyendo”.
Retomé la lectura para seguir huyendo.
Etiquetas: silencio
Categoría: La caja negra
El silencio.
Nuevamente el silencio…
Ya no susurras dulces palabras
en mi oído.
Solo escucho la penuria,
tu adiós sin palabras,
la deserción de tus manos
recorriendo mi piel.
Hoy me acaricia el frio destierro
de esta luna insomne
que vislumbra
desde el firmamento
la desolación de mi lecho
con la ausencia de tus besos.
Te fuiste una mañana
sin decir nada,
solo vacío y silencio
quedó de nuestro
amor de piel.
Categoría: La caja negra
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. (Pablo Neruda)
Cada silencio tiene un significado
El silencio de un hombre es distinto de otro
Existe un alfabeto del silencio
Que no nos enseñan a deletrearlo
Del fondo del silencio
brota otro silencio que sube y crece
y mientras sube caen recuerdos esperanzas
pequeñas y grandes mentiras
Queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito
y cuando todo acabe
el universo será un silencio de amor
Cuando yo no esté
una estrella por la noche
alumbrará mi silencio
Etiquetas: silencio
Categoría: La caja negra
Como el acordeón roto
arrastrado por el caballo
de la soberbia
la estela negra de palabras
exhala las últimas notas
Y se hace el silencio
… … … … … …
Y ríe de nuevo en voz alta
el amor propio
con sus dedos teclea las notas
de una música tenue
inapreciable al oído hipócrita
Categoría: La caja negra
Desde que a su novio le había dado por tatuarse caras por todo el cuerpo, Daniela estaba nerviosa. No es solo que en algunos de sus escarceos amatorios notara besos y lametones que, por razones anatómicas, no podían corresponder a Raúl, es que además las caras hablaban entre ellas. Raúl nunca había querido aceptarlo, pero ella estaba segura, los rostros aprovechaban la noche para comunicarse y perturbaban su sueño.
– Tú duermes como un cesto y no te enteras, pero en el silencio de la noche yo las escucho. Hablan, no sé qué se dirán, pero entre su charla y tus ronquidos, cada vez duermo peor.
– ¿Las has dicho que se callen? -contestaba Raúl con sorna.
– Una noche de estas os voy a grabar.
Dicho y hecho, Daniela preparó su móvil y se acostó. A la mañana siguiente, aparte de los ronquidos de Raúl, ambos pudieron escuchar una grabación de bajo volumen, con un murmullo ininteligible de varias voces. Raúl pensó que Daniela le estaba gastando una broma y, aunque ella repitió la operación otras noches con resultados parecidos, nunca se lo tomó en serio.
– No voy a quitarme los tatuajes, Daniela; van conmigo, son parte de mí, lo siento. Esto no tiene sentido, tú tienes el problema, resuélvelo.
– Van contigo desde que hace unos meses te dio la manía, como antes habían sido otras cosas.
– Manía o no, son míos. Relájate, toma alguna cosa para dormir; los tatuajes no pueden hablar -sentenció Raúl con rostro que no admitía réplica.
La desazón de Daniela aumentaba; descansaba mal y le molestaba el egoísmo de Raúl. Alguna noche se había despertado y había pedido silencio a los tatuajes, pero su ruego solo había dado como resultado que su sensación de pérdida de control iba en aumento.
Hasta que un día tuvo un sueño confuso en el que le pareció escuchar un grito de auxilio: los rostros querían escapar del cuerpo de Raúl. Abrumada y confundida, decidió hacer caso a su ensoñación y le planteó a Raúl la posibilidad de que se tatuara un barco.
– Es un capricho, Raúl, no sé, pienso que un velero quedará bien -le dijo cuando su novio le mostró su extrañeza.
– Vale, pero a cambio, tú te tienes que hacer alguno, aunque sea pequeñito y discreto.
Daniela estuvo conforme y unos días después se mostraban sus nuevos tatuajes, un coqueto velero de dos mástiles para Raúl y un sencillo motivo étnico para Daniela.
Aquella noche, los murmullos adquirieron otro tono, que Daniela procesó en sueños como fruto del agradecimiento. Los rostros embarcaron y abandonaron el cuerpo con rumbo desconocido. Daniela también marchó.