Insistías: “que tú a mí no me quieres, que quien quiere de verdad lo demuestra con sus actos, que el amor de verdad se siente, se nota”. Tanto insististe que aquello acabó siendo una “profecía autocumplida” y lo que podría haber llegado a ser un amor “épico”, como dicen los chavales de hoy, quedó en DESamor, en DESaire, en DESinfle, en DESidia, en DESuso, en DESamparo, en DEScaro, en DESpiértate solo y DESpídete de la posibilidad de volver a tenerla en tus brazos, de DESpeinarla con tu amor, de DEShacerla con tus halagos, de DESarmarla con tu sonrisa tierna, de DESubicarla con tus castillos en el aire, de DESmembrarla con tus abrazos DESesperados cuando no querías soltarla porque sabías que estaba a nada de escapar y no volver. No era DESamor lo que llamabas DESamor, era obsesión y era unilateral. En el amor bastan dos, pero con tu ego erais tres.
¿Resaca o resacón? ¿Usted qué cree, doctor? Pues no lo sé. Habría que analizar todos los otros síntomas, además de las náuseas, los mareos, dolor de cabeza, etc.. El malestar que manifiesta ¿ha sido por exceso de alcohol? Pues el exceso no ha sido solo de alcohol, doctor. Yo añadiría el exceso de comida durante esta semana. Podría haber controlado mejor la ingesta de alimentos, señora. Pero, doctor, ¿cómo iba a hacer eso en estas fechas? ¿Ha habido más excesos además de los que acaba de indicar? ¡Claro! Un uso excesivo de redes sociales. Explíquese, por favor. ¿Usted conoce esa sensación de no poder despegarse del móvil? Pues así toda una noche. ¿Con qué objetivo? ¡Hombre, para felicitar el nuevo año! Pero, ¿usted quería hacerlo? ¡Qué dice! Estuve felicitando durante horas a personas que ni recordaba ni me importaban. Menos mal que reenviaba imágenes mil veces reenviadas antes y así ahorraba tiempo. Podría haber seleccionado mejor a sus contactos, señora. Pero, doctor, ¿cómo iba a hacer eso en estas fechas? ¿Ha guardado reposo?¿Reposo? ¿De qué? Nunca he tenido la agenda tan repleta de compromisos. ¿No pensó en dosificar las salidas? Pero, doctor, ¿cómo iba a hacer eso en estas fechas? ¿Centros comerciales? Eso ha sido un no parar, doctor. ¿Algún exceso más que quiera comentar? ¡Ojalá!, pero no. Bueno, al menos espero que haya aprendido para el próximo año. Eso es difícil, yo soy de las que guarda la hojarasca de un año para otro sin saber cómo deshacerme de ella. Para la hojarasca le recomiendo un buen oleaje. ¿Y para lo otro? No se preocupe, lo suyo es un cuadro típico de estas fechas: Resacón, resacón.
Fiestas, fiestas, fiestas… ¡Qué bonito tiempo de fiestas! Encuentros familiares; encuentros con amigos y amigas, luces, árboles llenos de luces y bolas… Todo hermoso, dulce, familiar, amable, sentimental.
Pero llega el fin de las fiestas y ya estás harta de tanta sonrisa empalagosa, de disimular las fobias hacia algunos integrantes de las reuniones llenas de muecas falsas, de comidas copiosas que no puedes permitirte el resto del año. Los oídos pitan después de tanto villancico que resuena a falso.
Aún recuerdo cuando nada era así, cuando disfrutábamos de estas fechas con la oportunidad de comer cosas ricas que hasta ese momento, estaban vetadas por el alto precio, pero que, por una vez al año, se unían las fuerzas y entre toda la familia, se arrimaba cada uno lo que buenamente podía y se preparaba un autentico festín. Aunque nosotros elegimos una familia distinta a la propia, en el núcleo, mis padres mi hermana y yo, pero rodeando este pequeño corpúsculo, estaban unos tíos, que no eran tales, unos primos, que no eran primos y sus hijos, aquellos primeros amigos que tuvimos y con los que reímos, sufrimos, peleamos y cantamos a grito pelado en todas aquellas navidades tan lejanas ya. Hoy le damos un sentido diferente, tratamos de impresionar a los otros miembros de la familia, demostrarles que nuestro bolsillo es mejor que el suyo y en esta competencia, pasamos gran parte de las fiestas. Luego llegan los brindis, cada vez más estridentes, más inestables, más ñoños, más nostálgicos, más tristes.
Al final todo acaba en una soberana
borrachera que nos deja a la mañana siguiente con un resacón
familiar que nos hace exclamar aquello de “Este año es el último
que vamos a casa de tus hermanos. Ni una más”
Y así acaba el cuento un nuevo año.
Hasta las próximas fiestas.
La luna llena asciende y se deja ver en plenitud. Es la señal después de días de tensión. Busca a su hombre, derrama y olisquea las feromonas, le provoca para que la monte. Se contonea y aúlla de placer. Cuando se asegura de que queda dormido como un niño saciado, se transforma en pantera.
Recorre
los tejados de la ciudad como un viento oscuro, hasta llegar al zoo,
donde pasa la noche con aquellos a los que pertenece. El resto de
felinos, inquietos hasta su llegada, le rinden pleitesía.
Bien entrada la mañana, él despierta. No la encuentra en la cama, pero no se inquieta. Sabe que por la noche, o a lo sumo el día siguiente, volverá; ahora está con los suyos. Se levanta con dificultad de púgil después de un combate y recorre su cuerpo en el espejo. Tiene el cuello, espalda, brazos y glúteos sendereados de cuajarones. Mientras restaña sus heridas, sonríe. Es el resacón por este amor animal, inconcebible y real, le dice a su imagen. El precio a pagar por estas noches incomparables, cada veintiocho días.
Con el primer trago de agua se recolocaron las extremidades. Brazos y piernas volvieron a ser partes articuladas y obedientes de un todo fluctuante. Con el segundo trago el tronco demostró ser un depósito estanco, sin filtraciones ni pérdidas incontroladas.
Con el tercero, la cabeza se unió al
cuerpo y, tras tomar conciencia de todas, o casi todas, sus
posibilidades, optó por la de tambor y golpeó sin piedad el cerebro
y la dignidad de Jacinto, quien, rindiéndose a la evidencia y
plegándose ante el poder de la resaca, desanduvo el camino andado y
regresó desde la cocina al dormitorio, para meterse en la cama y
dejarse morir lenta e inquietamente hasta mañana.
Pero,
entonces, llegó Kan, su perro, y le lamió que de eso nada, que
tengo hambre y paseo y más te vale saciar esas dos tenencias si no
quieres que ladre y ponga perdido el piso. Así que el lamentable
Jacinto volvió a ensamblar sus partes, reconstruyó el todo de su
cuerpo, operativo solo a media máquina, y se ocupó de Kan bajo la
presión apenas soportable del tam-tam machacón de su cabeza.
Ya
en la calle, el sol del invierno ayudó a elevar el sufrimiento
acústico con el lumínico y el embotamiento se hizo hombre, con
especial pastosidad en la boca y movimientos premonitorios en el
vientre. Y entre lamentos silenciosos, Jacinto pudo saludar a varias
vecinas y algunos vecinos, extrañamente familiares y parecidos esa
mañana, no sabría decir si por méritos propios o por su particular
y condicionada percepción.
En todo caso, Kan meó y cagó ajeno a estas disquisiciones, Jacinto roció con agua y embolsó lo que debía, la mañana se fue acomodando a su lugar en el calendario y la huella de la fiesta pasada se fue diluyendo con el paso de las horas entre la fisiología vengativa y un arrepentimiento laxo.
Sobrevivir a las Navidades
A la familia a los dulces al cordero
es un triunfo importante
Hacemos propósito de enmienda
y ya no tomamos turrón
ni polvorones ni alfajores
Las lentejas que no falten
con un ligero toque de vinagre
y un choricito picante
De bebida un vino tinto
y algo de cava que entontece
Así empezamos un nuevo año
Casi siempre con resacón
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