Archivo por meses: septiembre 2020

Cloaca de ballena (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

El interminable tubo transita implacable la oscuridad como moderno estómago de ballena. Contiene menos aire que humanidad. Se dirige al fin del día ensombrecido por la penumbra matinal. Las ventanas ofrecen un fantasmagórico espectáculo, la transición hacia la mañana, como un atajo hacia la tarde que nunca llega. Quién pudiera regresar a casa, ya. El vagón alberga una multitud somnolienta de cuerpos enmascarados apilada de pie. Les falta el aire, supuran cansancio en señal de protesta a través de sus axilas alzadas, a pesar de las horas, a pesar de la ducha y el café aguado de súper de extrarradio.

Cata observa las nubes teñidas de morado y piensa en subida de salarios que nunca llega. No vino a este país para vivir peor que en la aldeíta, pesebre de moscas. Un telón oscurece aún más la mañana. Acaban de llegar a la estación, tan tarde como de costumbre. El estómago de la ballena regurgita ansiedad y miedo. Cata sale a la vía, aún tiene que coger un autobús y caminar dos kilómetros antes de llegar a su destino. La señora se enfada si llega tarde. La mascarilla abriga, pero no da de comer.

El interior del vehículo parece la entraña de otro animal herido y la pesadumbre diaria es su alimento. Se tapan la boca, no por no hablar, sino por costumbre. El virus mata, pero la bilis almacenada en las tripas en los días del miedo no se silencia con telas, sólo se enmascara, y no tardará en traspasar el umbral de los colmillos. Cata lo sabe, siente su amargor en las manos, repletas de costras a causa del desinfectante y la lejía, a pesar de los guantes. La señora cree poder controlar la enfermedad y la suciedad en su casa a costa de la piel de las manos de Cata. Es el precio de vivir en el sur. De pronto ve un autobús en sentido contrario. Su mirada se cruza un instante entre las cabezas de los pasajeros con la del conductor. Va vacío a esas horas. La homeostasis de la ciudad se produce sólo en una dirección en función de las horas. Cata se siente sangre fresca en tránsito al corazón. A la vuelta, ese cuerpecillo desvalido suyo requerirá diálisis. La manilla de su reloj parece hecha de plumas. Llegará tarde y puede que se lo descuenten del sueldo. Ya puede despedirse Mario, su hijo, del móvil. Tendrá que esperar al próximo mes. Pero no se lo dirá hasta el sábado, que es cuando le ve. Se marcha de casa antes de que se levante y, cuando regresa, ya se ha encerrado en su cuarto hasta el día siguiente. Últimamente ha engordado. Puede que haya dejado de ir al instituto. En cuanto llegue a la casa, le llamará para despertarlo.

Consigue emerger de la bestia cinco minutos antes de su hora. Si se apura, en diez o quince a lo sumo estará en la casa. Puede que no la regañen mucho. El sol aún no ha salido, pero la claridad ya ha empezado a desvelar la longitud de las sombras. Cata las teme como a nada en este mundo. Ella apenas proyecta sus rencores, pero una ligera mancha asoma ahí abajo a sus pies como un retazo de rebeldía incontenible.

La señora tiene prisa, hoy le toca visita a la madre aparcada en la residencia, por lo que posterga la bronca para más tarde con un “ya hablaremos” y un gesto de garra, como quien arroja el anzuelo a un río repleto de peces. El dolor está al acecho bajo la superficie del poder que le confiere su posición social. Ni siquiera se molesta en ponerse la mascarilla, aunque a la empleada la obliga, se le presupone la convivencia con personas de riesgo.

En la televisión las noticias escupen la verdad: “los barrios del sur se han relajado y los contagios han aumentado en estas zonas…”. El virus no se transmite por el aire, piensa Cata, sino por la pobreza, mientras se desviste en el cuartito de cambio. De repente, surge un estornudo que no puede contener y su estrépido tiene cierto rumor de daga. Cae en la cuenta de que esta mañana, en el vagón, sintió más calor que de costumbre. Y que, al levantarse, lo hizo un poco más fatigada de lo habitual.

Entonces, coge fuerzas y se dispone a comenzar su tarea. Descansar no es una opción. Observa la enorme estancia que le espera, burlona, a sabiendas de que hoy será un día más duro de lo habitual. El techo parece más amenazante y cercano que nunca, se vislumbra el derrumbe. Pero no pasa nada, los de los barrios del sur están acostumbrados a los ácidos del estómago de la ballena. Sonríe y se plancha el vestido con las manos. Acto seguido agarra el plumero con una mano y se lleva la otra a la cara buscando una goma detrás de la oreja. Busca la vajilla de plata en la vitrina de cristal, que le dedica un destello para reclamar su atención mientras queda a la espera. “Hoy trabajaré sin mascarilla”, se dice a sí misma y estornuda estrepitósamente. Ni siquiera se toma la molestia de cubrirse la boca con el codo. La tele tiene razón, los pobres siempre han sido unos irresponsables.

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Por qué no te callas o la importancia de ser monarca (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

Laura salía enfadada y lloriqueando de su habitación. El plan era desolador: deberes, trabajos, dudas que no conseguía resolver y una redacción que tenía que entregar a primera hora de la mañana, según la fecha fijada en el Classroom. La redacción de esa semana tenía un título
ajeno a los intereses de Laura: “Por qué no te callas o la importancia de ser monarca”. Sin ideas, ni ganas de tenerlas pidió ayuda a su madre para intentar afrontar con algo más de optimismo semejante tarea. No hizo falta navegar por internet para buscar historias de reyes y reinas, ni siquiera endeudar su tiempo con trabajos copiados. Una antigua grabación de la
abuela, relatando una vieja historia apareció oportunamente en el móvil de su madre.

Érase una vez un país muy, muy cercano en el que una vez al año el monarca acompañado de sus fieles consejeros se reunía en la sala magna de palacio con los representantes de los distintas comarcas de todo su territorio. Según el Manual del buen rey, este tenía que mostrarse cercano aunque distante al mismo tiempo, tenía que mostrar interés por las quejas y peticiones de tan solemnes representantes, aunque no entendiera las
necesidades de ninguno de ellos, pero sobre todo tenía que mostrar que era absolutamente necesario para toda su corte . Cada representante , de uno en uno , debía postrarse ante su excelencia, cumpliendo así el estricto protocolo de palacio para poder ser escuchado.

– Mi señor, mi comarca se muere de hambre, los hombres, mujeres, niñas y niños no pueden alimentarse porque casi todo su ganado es recaudado para menesteres de palacio….
– Mi señor , en mi aldea la mayor parte de sus habitantes deben dormir en las frías calles porque sus casas al no poder pagarlas, han sido requisadas para menesteres de palacio..
– Mi señor, en mi poblado apenas hay habitantes porque mueren al no poder acceder a los medicamentos que su excelencia custodia en palacio….
– Mi señor,…
Cada vez que los representantes del pueblo transmitían sus peticiones dando por finalizado su turno, el rey en su sillón aterciopelado, con la mirada perdida en el horizonte y sin pronunciar palabra, señalaba con su elegante y real mano al mejor bufón de la corte, quien con ademán solemne gritaba “ ¿Por qué no te callas?, estos no son quehaceres de palacio”…
Y así, uno a uno salía de aquel majestuoso salón, sabiendo que a pesar de no haber podido solventar las penurias de su pueblo, el monarca al menos los había escuchado, siguiendo las normas del Manual del buen rey. La próxima vez serían menos arrogantes con su señor. ¡ Larga vida al rey !


Cachivaches I: Selectómetro (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

El presente artefacto fue utilizado durante los primeros años del siglo pasado como medio de investigación de calidad para determinar la personalidad, gustos e intereses de los ratones de laboratorio mediante un sencillo sistema de pregunta-respuesta por estímulos asociados. A los ratones se les ofrecían tres opciones diferentes, fundamentalmente vinculadas a la alimentación, introducidas previamente en cada una de las tres ventanas. Las distintas opciones eran el resultado de una pregunta que los investigadores lanzaban a los ratones de manera simbólica. El ratón seleccionaba su preferencia, ‘A’, ‘B’ o ‘C’, introduciéndose a través de la ventana correspondiente y la válvula escaneadora situada justo encima determinaba en cuestión de un segundo si dicha decisión respondía, en efecto, al deseo e intereses del pequeño animal. Acto seguido, una pequeña luz instalada encima de la ventana ofrecía en color rojo un negativo o en verde el positivo.

A partir de este momento el artefacto emanaba a través de un agujero un diagnóstico en forma de voz masculina: “¡El sujeto desea compañía!”, “¡El sujeto prefiere la comida dulce!”, “¡El sujeto aspira a ser famoso!”, “¡El sujeto no sabe lo que quiere!”…

En algunos casos, cuando la luz indicadora ofrecía un rojo, la máquina devolvía en un cajetín instalado en el lateral derecho una medicina autorreguladora en forma de cápsula. Dicho medicamento se le ofrecía a los animales confusos, con dificultades para decidir o cuyas selecciones iban en contra de su propio beneficio. Una vez hubo un ratón que prefería comer matarratas a un pedazo de queso. Hay que tener en cuenta que en los experimentos para los que eran requeridos estos animales era fundamental su salud mental y que las capacidades de decisión no estuvieran anuladas de alguna forma.

Sólo en contadas ocasiones, en las que un individuo, tras haber sido tratado en varias ocasiones con la medicina autorreguladora y no habiendo obtenido resultados favorables, se utilizaba la manivela correctora, que ponía en funcionamiento una serie de cuchillas trituradoras en el interior de la ventana para acabar con la vida del indeseable animalito, al que se consideraba defectuoso o desechable, sin dolor o al menos lo más rápidamente posible.

Evidentemente, este método de investigación fue denunciado por multitud de asociaciones animalistas y fue retirado de los procesos de calidad de los laboratorios.

Sin embargo, hace poco menos de un par de años, un pequeño grupo de investigadores politólogos determinaron que este sencillo sistema bien podría valer para determinar la coherencia o incoherencia con la que las personas afrontan sus propias decisiones, y en este sentido, la máquina podría ser muy valiosa para analizar si las decisiones que tomamos las personas están contaminadas por otros factores que podrían incluso llegar a perjudicarnos.

En este sentido, realizaron un pequeño experimento inicial en el que tomaron como punto de partida una muestra inicial de 500 personas. En el experimento se simulaba un reféndum sobre la monarquía, en el que se ofrecían las siguientes respuestas:

A) Me considero monárquico/a.

B) Me considero republicano/as.

C) No soy ni monárquico/a ni republicano/a.

En este caso, las personas únicamente debían introducir el índice derecho para que las válvulas escanearan la preferencia.

Los resultados del experimento resultaron inquietantes:

  • Un 25 % de los encuestados respondieron A, un 25 % B y el 50 % restante C.
  • En el caso de los participantes que respondieron A, un 90 % de estos recibieron un indicador luminoso de color verde y el 10 % rojo. El diagnóstico fue, en términos generales, común: “Necesita decidir”.
  • El 80 % de los que seleccionaron la ventana B recibieron un indicador luminoso de color rojo y el 20 % restante verde. En esta ocasión, los diagnósticos más relevantes fueron el siguiente: “Al sujeto le cuesta comprender la pregunta” o “Le resulta difícil ceder” y en algunos casos, sobre todo los relacionados con el 20 %, “No le gusta tomar decisiones”.
  • En ambas situaciones la máquina ofreció una pastilla autorreguladora que recondujo la respuesta en el 69 % de los casos hacia la A en un segundo intento y en un 30 % al tercero. Con el 1 % restante, con los que no parecía funcionar la medicación autorreguladora, se desestimó la posibilidad de usar la manivela correctora, como es lógico, y se consideró que los participantes mostraban un alto nivel de contaminación externa, perfectamente desestimable para la muestra.
  • Sin embargo, en el caso de los que seleccionaron la ventana C, en el 100 % el indicador luminoso no ofreció ningún color y del agujero de diagnóstico surgió una voz que decía: ¡¿Por qué no te callas?! Tampoco se generó medicina autorreguladora alguna. En su lugar, un diminuto hilillo de humo que terminaba ennegreciendo la pared del lateral derecho de la máquina.

Con el último de los sujetos encuestados la máquina sufrió un cortocircuito que terminó por romper el cable de corriente y dejar el Selectómetro completamente inservible.


¿Por qué no te callas? (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

En tiempos de la ropa negra

se usaban los paraguas para hacer flechas

los fines de semana se oían voces alcohólicas

y los traperos hacían ruido a la hora de la siesta

Los gatos huérfanos maullaban por los tejados

El incienso envolvía el mundo

y las fuentes llenaban cubos de pequeñas manos agrietadas

Algunos niños robaban higos en los jardines

Otros se pegaban con furia en la calle

Memoria dolorosa

¿Por qué no te callas?


Travesía (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Tarde en paisaje creciente

que me lleva a lo que fui
y no es el pasado
Desde la sombra
la palabra dicta
da otra boya a la tristeza
¿Por qué no te callas?

A lomos de una brújula loca

giro con los niveles de la brisa

en sus pliegues aleteo
y techo la vieja casa

de libros y sombreros rutilantes

Soy mi propio margen de felicidad


Eco real (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

El eco le devolvió

su propia voz al monarca,

ya viejo y bastante carca;

aquella voz con que habló

y que a todos sorprendió,

¿por campechano, directo,

maleducado, tío recto?

Incluso se oyó: “qué agallas,

otro rey así no hallas”.

Pero el eco lo pilló

con dinero que no ahorró

y habló: “¡por qué no te callas!”.


Casino Real (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

– ¡Majestad! Perdonad el atrevimiento -el ayuda de cámara había irrumpido en el despacho del rey como si palacio sufriese un incendio.

El monarca le detuvo con un gesto de su mano. Estaba ojeando un tratado del juego de ruleta y lo último que querría es que el fiel Matías le pillase en un renuncio.

– ¿No ves que estoy ocupado? -Mintió con la seguridad entrenada desde la niñez en miles de situaciones.

– Es importante, Majestad -Matías esperaba en el dintel de la puerta la orden de paso del joven rey, pero ésta no se producía-. Vuestro padre ha desaparecido.

– ¿Y me molestas por eso, Matías? -El rey hizo un mohín de desagrado y el ayuda de cámara dio un respigo al imaginar su cabeza separada del resto del cuerpo- Estará dando un garbeo con alguno de los caballos de palacio. O retozando con alguna cortesana advenediza, de esas que fían su futuro a la fortuna de un buen revolcón regio. Dale unas horas, un día a lo sumo y volverá al redil. El joven se rió de su ocurrencia: volver al redil, tenía que apuntarlo.

– Es que ha dejado una nota de despedida.

– ¿Una nota? ¿Dónde? ¿Y a quién?

– Si vuestra majestad me permite, querría entrar en vuestro despacho y cerrar la puerta. Estamos dando unas voces que seguro que resuenan por todo palacio.

El rey cerró el libro y lo sepultó entre los memorandos que el gobierno le enviaba y que debía leer. Señaló una de las sillas. Matías se sentó, rígido y envarado, sin apoyar la espalda y le presentó la carta. La letra de su padre era inconfundible, y el sello de lacre, inequívoco. Se concentró en su lectura. Matías observaba su rostro, cada vez mas contraído.

– ¿Es verdad que le han descubierto en unos asuntos de dinero público?

Matías bajó la cabeza para que el joven monarca no pudiese ver su gesto de incredulidad.

– Majestad, me consta que desde hace semanas el gobierno os ha enviado notas e informes en los que comentan la difícil posición de vuestro augusto padre y, por ende, de la vuestra y os piden audiencia para decidir los pasos a seguir. Hasta os mandaron a un subsecretario.

– ¿Y qué pasó con el funcionario?

– Que le echasteis a los perros sin escucharle.

– ¿Aquel enano con un cartapacio lleno de papeles?

Matías asintió.

– ¡Qué gracioso cómo corría! ¿Y por qué no me advertiste, Matías?

– Lo hice, majestad, pero estabais enseñando a jugar a la ruleta a la duquesa de Parma y a la baronesa Wiggestein.

El monarca suspiró.

– Y no hice mucho caso, ¿no?

– Ninguno, si se me permite decirlo -Matías añadió una reverencia para endulzar su aserto.

El monarca despidió al ayuda de cámara con un gesto aburrido de su regia mano. Comenzó a leer la pila de documentos que tenía a su alrededor. Apenas llevaba unos minutos de lectura, cuando bostezó. Se detuvo y recordó a su tatarabuelo Alfonso. Por una insinuación respecto de su vida privada, había pasado por las armas a todo un gobierno. Aquellos eran tiempos pensó, no como ahora, que había que estar al albur de los súbditos, como si todos fuésemos iguales.

– Y papá, ¿dónde se habrá metido? -Preguntó a Octavio, un gran danés que sesteaba a su lado y apenas levantó una oreja al escucharlo.



Y bien calladitos que estamos (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Con la que está cayendo de rebrotes del dichoso coronavirus y algunas otras noticias insólitas, este verano del 2020 ya no me sorprende nada, ni siquiera me inquieta la propuesta de los atrevidos del Globosonda para el mes que viene.

Pues no se les ocurre a éstos imprudentes que rebuscar en la hemeroteca la singular fracesita que seguro que se acuerdan si la escribo y que pronunció el emérito por tierras americanas, sí, aquella donde reprendía a un gobernante de los llamados populistas: “Por qué no te callas”.

El argumento tiene tela si comparamos cómo van las cosas desde el 2007 cuando se pronunció la reprimenda. Ahora la película se ha enrevesado bastante y jugamos a dónde está Wally, y es que el asunto del enigmático viaje que ha emprendido el Borbón está siendo el culebrón del verano.

Cosas del tiempo y del destino, asuntos mayores de la política y los negocios que nunca acabaremos de comprender. Parece mentira que no entendamos que la vida es como el mar, que más pronto o más tarde siempre nos devuelve los restos del naufragio. Y éste lo es, y grande, aunque ya barruntábamos algo a pesar de la ley del silencio que la prensa respetó hasta que ya no hubo más contención, porque se habían acumulado tantos desaguisados, por decirlo de alguna manera, que inevitablemente el tema ha reventado.

Sin embargo dejo aparcado el asunto y me quiero acoger a las palabras de un líder político recientemente desaparecido que no tenía pelos en la lengua, y comparto su desánimo en referencia a la actitud de los súbditos que, resignados, lo soportamos todo. Aseguraba, con pena, que ya no se sorprendía de la actitud sumisa y condescendiente de la gran mayoría, de la devaluación de nuestra democracia y de cómo estaban consiguiendo esos poderes fácticos nuestra condescendencia a través del cansancio, el hartazgo y la desidia.

Y bien calladitos que estamos ante tanta tropelía, silenciosos y excesivamente tolerantes por lo que está sucediendo, no sólo por las acciones del pasado monarca, me refiero a la situación en general.

Porque es urgente analizar la gestión de la crisis del coronavirus y sus consecuencias en el ámbito hospitalario, y ya que estamos, el disimulado abandono de la sanidad pública. Hay que oponerse a la imposición de la telemedicina como nuevo modelo sanitario, hay que volver a la consulta presencial, a la sanidad preventiva y atender el seguimiento de los pacientes con enfermedades comunes en los ambulatorios.

No debemos consentir la pérdida de tiempo que suponen las colas interminables en los organismos públicos, en las entidades bancarias o en la tramitación de todo tipo de gestiones administrativas.

En algún momento nuestros dirigentes deberían plantar cara ante el ninguneo de Europa. Además estamos obligados a eliminar duplicidades para reducir las sobre-dimensionadas administraciones públicas. Es necesario corregir la lacra que supone la precariedad laboral y también debemos afrontar la falta de futuro de los jóvenes, y acometer con decisión la siempre postergada reconversión del sistema productivo. Hasta el más ignorante se ha dado cuenta de que, tras la pandemia, no podemos volver al turismo o al ladrillo como motores de nuestra economía, que con eso solo no basta, que no debemos, ni podemos seguir viviendo de créditos y subvenciones porque estamos hipotecando el futuro de las nuevas generaciones.

A pesar de su importancia, estas cuestiones referidas anteriormente, estos retos pendientes de resolver por nuestros gobernantes a través de leyes y medidas concretas no les interesa a la gran mayoría, porque estamos adormecidos por los medios. Cadenas de televisión que parecen patios de corralas, platós donde el cotilleo, el griterío y la chabacanería entretienen al personal a lo largo del día.

Ciudadanos embelesados a través de una pequeña pantalla, embaucados por las redes sociales y escaparates virtuales, lugares donde no existe la reflexión ni el debate serio y sereno, escenarios donde todo es bonito e inmediato, cachivaches tecnológicos para distraernos de la cruda realidad.

Pero además de ignorar los grandes desafíos y las amenazas que acechan a nuestra sociedad, también nos callamos ante actitudes y realidades muy cercanas, soportamos estoicamente la conductas incívicas y violentas de los okupas, de los nuevos parásitos de esta sociedad que reniegan del esfuerzo, del tesón y del estudio, donde todo el mundo se cree con derecho a todo, granujas que se sienten amparados por las grandes tropelías de los poderosos.

Como siempre, los únicos que no se callan son los bocazas y todos los que hacen discursos huecos, verborrea para rellenar silencios, tertulianos sabelotodo, porque existe una máxima evidente, siempre vociferan los que más deberían callar.

A todos estos caraduras, que son demasiados, la gran mayoría silenciosa, esa resignada colectividad a la que tanto y tan mal a veces se alude, debería decir bien alto y claro: “Cállense ya porque estamos hartos, póngase a la tarea y demuestren ser los líderes que necesitamos, es urgente”.


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