Archivo por meses: junio 2023

Hilos y puntadas (Rafael Toledo Díaz)

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Categoría: La caja negra

Quizás, más por cobardía que por dejadez, nadie se atreve a decirle al emperador que está desnudo, el poder siempre nos apoca. Sin embargo, y aunque atrapados por la moda del momento, todos necesitamos de un vestido para disfrazarnos. Seguramente el emperador también precisa de un buen sayo que rebaje su prepotencia y así poder disimular la vergüenzas.

No, no me es ajeno el mundo de la costura, al contrario, desde muy pronto estuve rodeado de trapos, figurines y patrones. Pero me resulta bastante complicado escribir sobre un tema tan profuso, si bien, seguramente apenas interesa. A pesar de ello, me pongo a la faena intentando compartir mi visión más íntima porque, desde pequeño, siempre he visto a mi madre cosiendo, así que mi ámbito familiar ha estado relacionado con la costura.

Imagínense un patio de cemento sombreado por una parra, algunas sillas de enea y jóvenes vecinas afanadas cada una en su labor, algunas pasando pespuntes, otras sobre-hilando, cogiendo bajos, cosiendo costuras y, las más avezadas, haciendo jaretas o rematando ojales. La tarea de tomar medidas y cortar las asumía mi progenitora, que para eso era la maestra. Por eso, de vez en cuando, mostraba a algunas de las chicas esta tarea fundamental de marcar las telas con el jaboncillo y utilizar las tijeras para que fuesen aprendiendo.

Sewing keeps my mind relaxed. Cropped shot of female tailor working on new project, making clothes with sewing machine in workshop, being busy. Young designer making her ideas come true.

En aquella casa, y al fondo del patio, también había una habitación que llamaban el taller, un cuarto amplio donde realizaban toda la faena los días de invierno o cuando el tiempo no acompañaba.

Aquel universo femenino tenía su palique particular y unas reglas no escritas. La radio y el cotilleo sobre el barrio las reunía alrededor de prendas de todo tipo, generalmente batas, faldas y blusas y, de vez en cuando, vestidos para una boda, para una comunión o para la Semana Santa, época en la que todas las vecinas trataban de estrenar alguna prenda.

Generalmente, y por las tardes, las chicas acudían a casa para ganarse unas pesetas aprendiendo a coser, una labor que en aquellos años del pasado siglo era fundamental para las jóvenes casaderas. Desde muy pronto, la ocupación de mi madre fue asumida con naturalidad, y el ajetreo de gente se convirtió en algo rutinario para nosotros. Además, mi hermana, cuando concluía las tareas de la casa y hacía los deberes, se sumaba a esa tribu de modistillas que se afanaban entre telas e hilos escuchando con devoción el consultorio de Elena Francis y las habituales radionovelas de la época. Aquellos seriales cercanos al drama y la caridad adoctrinaban a los oyentes más candorosos, panfletos muy propios de aquel ambiente tan recatado como beato. Aunque también aquellas mozas tenían sus secretos y sus picardías, pero eso a mí no me llegaba por la edad y porque era hombre. Para mi descargo confieso que yo era más de la canción del verano que de aquellos seriales lacrimógenos. Episodios que ahora me hacen recordar nombres tales como, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, Juana Ginzo, Matilde Vilariño, Teófilo Martínez o el famoso autor Guillermo Sautier Casaseca.

Tampoco es que me salvase de un entorno que apenas podía eludir, pero ser varón me permitía realizar otros cometidos. Por ejemplo, habitualmente era el recadero e iba a forrar botones y comprar, bajo muestra, cintas, hilos y pasamanería. Que todavía recuerdo aquella troqueladora en la mercería de “La Paulita” que convertía un trozo de metal y tela en botones personalizados para cada prenda. Y, si la jornada se alargaba, acompañaba a las chicas hasta su domicilio.

Todos estos recuerdos que ahora traspaso a la pantalla sucedieron durante la infancia, un tiempo de escasez y austeridad, pero del que apenas éramos conscientes y que asumíamos con naturalidad. Incluso recuerdo el disimulo y la discreción por el pago de las prendas a través del consentido y habitual trueque. A casa llegaban algunas vecinas del cercano “Cerrillo”, un barrio que, si algo tenía de marginal, era la extrema pobreza de sus vecinos, tan dignos como el que más. Discretas, en sus cestos de hule llevaban conejos, liebres, perdices o palomas torcaces, fruto de la caza furtiva para intercambiarlas por la ropa que le encargaban a la modista, en este caso, a mi madre.

Aquellas costumbres y prácticas han desaparecido, aunque si lo pensamos un poco, quizás no tanto. Porque si bien apenas se elaboran prendas a pequeño nivel, y todo es manufacturado en países del tercer mundo, la implicación de mujeres y niños en la confección de ropa en estos lugares es un hecho contrastado.

Aquí mismo, y de vez en cuando, salta la noticia del descubrimiento de talleres clandestinos en sótanos y lugares umbríos donde laboran inmigrantes ilegales en pésimas condiciones de salubridad, hombres y mujeres tratados como auténticos esclavos del siglo XXI.

La costura siempre ha sido un asunto de personas más que de sexos, aunque siempre, y por deformación, la sociedad lo conduce al género femenino. La sastrería y la modista, y al contrario de lo que pudiera parecer, la figura del sastre es más corriente que la de la sastra, que también las hay. Igualmente, las grandes firmas de moda suelen estar regentadas por un modisto de renombre, pero también hay modistas famosas.

Podría continuar porque el tema da bastante juego y el término costura se aplica a otras formas del lenguaje que nada tiene que ver con la elaboración de prendas. A nadie le extraña la frase “romper las costuras” como una forma de decir “esto ya no da más de sí”, situaciones que provocan un punto de inflexión para empezar de nuevo.

El término costura es como un pequeño universo, lo contiene todo y precisa de todo para desarrollarse, desde la imaginación, hasta la belleza. La costura exige paciencia, concentración, constancia, técnica, atrevimiento, diseño, diálogo, competencia, etc. E incluso sirve para hacer literatura, porque existen un buen puñado de novelas sobre el tema, y otras muchas del género negro o policíaco donde no se da puntada sin hilo.


Otro lunes de dolor (Carmen Paredes)

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Categoría: La caja negra

Quedaron paralizados los versos

en la noche del domingo

tristeza

rabia

estupor

ganaron los fuegos fatuos

que en la pared de la cueva

danzan como sombras chinescas

para sordos y ciegos

Y tomamos de nuevo la pancarta

limpiamos el barro de la tormenta

Seguiremos en la lucha

más que nunca

A las calles!!!


Las pancartas (Maite Martín-Camuñas y Rosa Caporuscio)

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Categoría: La caja negra

Y se sacudía la gente
 y se alzaban los pueblos
 y exhibían pancartas
 denunciando excesos.
 Ellas y ellos,
 aunque apenas importa,
 allí
 descarnados los huesos,
 ya no existen los sexos.
 Se percataron de tantos letreros
 que levantaban los vivos
 con protestas, ajenas a los muertos.
 Se reunieron en la plaza
 de aquel cementerio
 y pensaron
 que aun entre los acabados,
 las desigualdades
 seguían con ellos.
 Había mausoleos
 criptas,
 tumbas,
 sepulcros
 nichos y
 huesas
 donde compartían
 su espacio de huesos
 propios y ajenos.
 Alzaron pancartas
 en el cementerio con tibias y calaveras.
 Quieren ser iguales
 todos los muertos.
Ilustración de Rosa Caporuscio

A la mani (Carlos Lapeña)

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Categoría: La caja negra

La convocatoria por redes había sido un completo éxito… Aun más, la organización casi sucumbe al éxito y estuvo a punto de ser desbordada por exceso de participantes interesadas en colaborar.

A la nave fueron llegando de todas partes personas de diferentes tendencias. Cada grupo llevaba su propio material, por si el de la organización resultaba insuficiente, pero todo parecía estar bien pensado y mejor calculado y no hizo falta utilizar nada propio.

Las organizadoras explicaron el plan, distribuyeron las zonas y las tareas, motivaron a las asistentes. Poco a poco, el trabajo fue dando fruto y la pancarta cobró forma. Y fondo.

La gran pancarta, la enorme pancarta, la mayor pancarta imaginable, estuvo acabada en plazo.

De la nave salió la muchedumbre en manifestación previa a la manifestación, la pancarta desplegada, llevada en volandas por decenas de voluntarias, brillaba con luz propia. Se entonaron los primeros cánticos, se escucharon las primeras consignas, se corearon las primeras proclamas, los balcones se abrieron a la curiosidad, las calles se animaron con más participantes repentinamente entusiasmadas.

Cuando llegaron al lugar desde el que oficialmente debía partir la manifestación, podía hablarse ya de éxito absoluto. La convocatoria había conseguido reunir a miles, decenas de miles, centenas de miles de personas de diferente ideología, con distintas reivindicaciones, prioridades diversas.

Excepto las fachas, que, por supuesto, negaban el derecho a manifestarse por todo, o por nada, todos los sectores y todas las corrientes sintieron la necesidad de formar parte de aquello. Los medios de comunicación llevaron a cabo una cobertura exhaustiva y millones de personas pudieron participar también del evento.

Fue emocionante, sin duda, admirar aquella marea humana casi infinita, cuya babel de gritos y cánticos ofrecía a los oídos y a los ojos algo armónico y vibrante, algo realmente poderoso. Fue inolvidable admirar a tantísimas personas diferentes, unidas tras la exclamación gigante de aquella descomunal pancarta en blanco.


Letreros (Carlos Gamarra)

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Categoría: La caja negra

Las pancartas se quejaban de dolor
entre liturgias de besos y sombras
A oscuras conocían las palabras
que aprendieron en la cárcel 

Vivíamos siempre en estado de pancarta.
Había mensajes contra la corrupción
Algunos pedían justicia por las víctimas

No quiero pegar con mi tristeza a nadie
Pero es cierto  no tenemos casi derecho a importunar:
la ley del fracaso no levanta la voz.

El claustro  el atrio  la fachada
se alzan en la noche fría
y duermen en el mural del universo

La pancarta es la única forma de expresión
que quieren dejar al pobre
Por eso conviene llevarla con el palo incorporado

Revelación (Ismael Sesma)

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Categoría: La caja negra

– Fue una sorpresa para todos. De Rosa se sabían sus inclinaciones, pero a Luz se le había conocido algún noviete y lo cierto era que salía en pandilla, iba a la discoteca de la capital, … En fin, que todos pensábamos que le iban los chicos.

– Pero no fue así.

– Pues no, ya sabe el refrán, ‘de este agua no beberé’.

Ni este cura no es mi padre, recita para sí el periodista, que vuelve a la carga: – ¿Y entonces apareció la pancarta?

– No, eso fue bastante después. Según parece, Rosa se acercó a Luz a base de afecto, simpatía y respeto, supongo -la mujer se detiene y el periodista mantiene el silencio, sabe que suele ser incómodo para la gente y les provoca a seguir hablando. No se equivoca -para el pueblo fue una sorpresa, porque lo llevaron muy en secreto. Solo cuando resultó evidente que eran pareja apareció la pancarta.

– ¿En el puente de la autovía?

– Sí, en el desvío hacia el pueblo. Dicen que la colocó Rosa en un momento de euforia, después de empezar a salir y como agradecimiento a Luz. El caso es que ahí siguen.

– Supongo que para el pueblo sería una sorpresa.

– Claro, entonces todavía era raro, no existía eso del ‘gay friendly’ o como se diga; a mucha gente le pareció mal, pero la verdad es que en el pueblo las dos estaban muy bien consideradas. Y, ya ve, llegó otra pareja gay y otra y otra, hasta que han hecho famoso al pueblo.

– Y la pancarta terminó en un museo.

– No es un museo, es como una sala de exposiciones, un ‘espacio de tolerancia’, lo llaman. Todo sea por el turismo, debieron de pensar entonces. Y, ya ve, hasta ahora.

– ¿Usted las conoce?

– ¿A Rosa y Luz? Claro, como todo el mundo; hacen poca vida social, pero se las ve en la tienda o paseando por la vega. Y no suelen faltar a ninguna boda gay en el Ayuntamiento.

– Pero no dan entrevistas.

– No, que yo sepa. Su casa es aquella del fondo de la calle, la que tiene la cerca pintada de verde. Pero tiene la entrada por el lateral, mejor de la vuelta a la plaza -señala-, llegará más directo.

– Me voy a acercar, a ver si hay suerte. Muchas gracias por todo, señora.

Se despiden. Rosa se ríe de su pequeña maldad; el periodista tendrá que dar un rodeo que le va a permitir llegar a casa y avisar a Luz de que no abra. ‘Maldita pancarta’, piensa, ‘en qué hora se me ocurrió colgarla, al final vamos morir de éxito’.


Los últimos románticos (Rafael Toledo Díaz)

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Categoría: La caja negra

Espero que disculpen el atrevimiento de nombrar así este escrito, pero es tan bonito y sugerente el titular que, a pesar de que otros encabezamientos serían más acordes con el tema, he renunciado a cambiarlo.

Este mes repito protagonista, y otra vez vuelvo a referir detalles sobre la personalidad de mi amigo Manolo, que es un fenómeno. Ni que decir tiene que él sigue con sus neuras y sus contradicciones, pero si algo tengo que reconocer de mi amigo es que es un tipo comprometido y reivindicativo, sobre todo defendiendo los derechos sociales y de cualquier materia que mejore la vida de la gente.

Cada lunes le puedes ver megáfono en mano junto al grupo de jubilados que se manifiestan en el bulevar. Unos días tienen más concurrencia que otros, todo depende del tiempo que haga o del ánimo de la gente. Pero ahí están, firmes e incombustibles, lanzando a los cuatro vientos disertaciones repletas de sentido común, demandando mejores prestaciones sociales y, sobre todo, reclamando una sanidad pública de calidad que, tras la pandemia, ha quedado hecha unos zorros.

Manolo y yo nos conocemos desde hace muchos años, tantos, que ahora hemos celebrado el medio siglo que llegamos a esta ciudad. El otro día por fin nos juntamos tranquilamente, ya que siempre andamos atareados, y aunque nunca nos ha gustado regodearnos en el pasado y la nostalgia, inevitablemente terminamos hablando de los acontecimientos que hemos vivido juntos.

Si mal no recuerdo, nuestro primer encuentro fue en aquel club parroquial. Quién nos iba a decir que un grupo de jóvenes tutelados por aquellos curas comprometidos con la clase trabajadora sería el germen del tejido asociativo que ahora tiene la ciudad. En aquel grupo había de todo, pero era tanta la ilusión y tanto por hacer, que aparcábamos las diferencias para trabajar juntos.

Ahora, cualquiera que conozca a Manolo se sorprendería de su pasado y su trayectoria. Por eso, cuando lo recordamos, se sonríe; ¡menudo recorrido!, de La Legión de María a la JOC y después, todo un activismo político que muchos querrían para su currículo.

Pero él es un tío estupendo y nunca se ha beneficiado de su compromiso, que otros con dar dos carreras delante de los grises o posar en la foto sujetando la pancarta en el momento adecuado, se forjaron una fulgurante carrera política en los consistorios de la zona.

No, Manolo sigue fiel a esa ideología de la que otros reniegan a las primeras de cambio, y ojo, que de sectario no tiene nada porque defiende y discute cualquier medida o idea a realizar.

Siempre he admirado el atrevimiento de mi amigo porque yo siempre he sido más cobardica, o como decimos en La Mancha, más “cagueta”. Supongo que aquella manifestación donde había más guardias que manifestantes me marcó. Que cuando intuía que me iban a pedir el carnet me temblaban las piernas; él, aunque siempre con cabeza, sí que era más lanzado.

¡Qué tiempos aquellos!, me dice melancólico y suspirando. Manolo se lamenta por el declive del llamado “cinturón rojo” formado por los municipios del sur metropolitano y del que tanto se vanagloriaban los partidos de izquierda. Yo le quito hierro a su decepción y, bromeando, le respondo que se nos ha desteñido un poco el color y ahora somos el cinturón rosa o “losa”, como dice mi nieta, y los dos nos reímos a carcajada limpia. Porque tampoco vamos a ponernos trágicos, que todo cambia y evoluciona y, ¡qué carajo!, tocan otros tiempos, que nosotros ya hemos peleado lo nuestro.

A Manolo lo que le fastidia es que los jóvenes no tomen el relevo, que se han vuelto muy cómodos y no son conscientes de que este aparente bienestar en el que viven es un espejismo. Vamos, que lo tienen muy complicado y no parecen darse cuenta.

A través de nuestra conversación me he enterado que conoce a Carmen, que es una amiga a la que le gusta escribir versos, pero también reivindicar. Manolo me contó que suelen coincidir cuando acuden a manifestarse a la capital junto a otros grupos de jubilados. Porque Carmen es tan perseverante como Manolo y, coloquialmente, la llaman “La mala Paredes”, siempre ataviada con su eterno sombrero; es bien maja mi amiga Carmen.

Unos días más tarde, Manolo me invitó al local que tiene su asociación y la verdad es que remoloneé un poco, pero al final me convenció. Allí, junto a los aparejos para las fiestas del barrio, se encontraban arrumbadas un grupo de pancartas. Mira, me dice, ¿a ver si recuerdas?

Había algunas fabricadas con viejas sábanas y pintadas a mano sobre la lucha obrera y los conflictos laborales de las grandes empresas como Kelvinator. También sobre las movilizaciones para mejorar los convenios colectivos en CASA o de las huelgas en el sector de la madera en los primeros años ochenta.

Emocionado, Manolo las despliega con mimo como si de reliquias laicas se tratasen. Tiempos duros, me dice, y vuelve a referirme las viejas historias de cuando los manifestantes se refugiaban en los templos para protegerse de las cargas policiales o se encerraban en las parroquias demandando derechos.

Después encuentro otros carteles donde se nota la evolución en los materiales, porque para reivindicar la necesidad de un hospital las pancartas ya fueron de plástico y están confeccionadas de otra manera. Y es que a esta ciudad nunca le han regalado nada los mandamases de turno, que para conseguir cualquier prestación el vecindario siempre tuvo que pelearla en la calle.

No pretendo seguir contando las batallitas de Manolo y otras situaciones que hemos compartido juntos, pero los dos reconocemos que el ambiente está muy desmovilizado. Quizás sea normal, empezamos a ser mayores y la fatiga nos pasa factura, aunque él siga erre que erre.

Personalmente, creo que la precariedad y el trasiego de gente provocan el desarraigo, y por eso a la ciudad le falta memoria colectiva. Pero a pesar de todo, ahí siguen algunos como mi amigo Manolo, Carmen y otros vecinos anónimos que, obstinados y constantes, siguen bregando en las asociaciones, en la calle o en las redes sociales.

Yo reconozco que cada día soy más escéptico, o más realista. Pero ellos, a pesar de las dudas, trabas y derrotas insisten porque son unos románticos que, fieles a sus ideales, todavía perseveran y sueñan por conseguir una sociedad mejor.


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