Archivo por meses: agosto 2022

Bomba de calor (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

Los tres vimos cómo papá salía del coche. Mamá había tratado de impedírselo, pero él lo hizo por sorpresa y ninguno pudimos hacer gran cosa. Llevábamos dos días encerrados en el vehículo, en la segunda planta de aquel garaje. Otros vecinos habían hecho lo mismo, pensando que las temperaturas no serían tan altas allí abajo y que allí podrían poner en funcionamiento el aire acondicionado de sus coches, pero a estas alturas la mayoría se habían marchado. Cualquiera sabría qué había sido de ellos. “Salir más allá de la puerta del garaje es un suicidio”, había dicho papá cuando decidimos meternos en el coche y encender el aire acondicionado, con al esperanza de que la ola de extrema de calor pasara cuanto antes. Cuando las máquinas de aire acondicionado dejaron de funcionar a causa de las excesivas temperaturas la televisión y la radio dejaron de emitir e Internet se cayó por completo.

Papá boqueaba como un pez fuera del agua y se llevaba las manos a la garganta. El aire parecía abrasarle los pulmones. Apenas estuvo unos segundos fuera, el tiempo suficiente para dejarle mudo. Tardó varios minutos en recuperar el aliento. Mi hermana se echó a llorar. No la culpé, todos pensamos que no lograría abrir la puerta de nuevo y entrar en el coche. Yo mismo creí que se desmayaría y que no podríamos hacer nada por él. Por suerte, aún tuvo fuerzas suficientes para abrir la puerta y mamá tiró de su brazo para agilizar un poco el tránsito. Después cerró la puerta tras de sí, con toda la fuerza que le fue posible. El calor había entrado en el coche y nos costó un rato poder respirar con normalidad. Allí afuera el aire parecía consumirse como un bosque en llamas. Gracias a la bombona del abuelo íbamos inyectando un poco de oxígeno en el habitáculo. Teníamos suerte.

“Se acaba el gasoil, sin él no hay aire acondicionado”, sentenció mi padre en cuanto estuvo preparado para hablar. “Tendremos que salir en busca de una gasolinera”. El abuelo se negó. Le recordó que él mismo había aseguro que era un suicidio, pero mamá logró calmarlo recordándole que nosotros disponíamos de su bombona.

“Será cuestión de cinco minutos, lo suficiente para llenar el depósito y regresar de nuevo aquí. Con un poco de suerte, en unos días este calor habrá cesado”, explicó papá. “¿Y por qué no esperamos a la noche?”, insistió el abuelo. “¡No hay tiempo!”, gritó papá, perdiendo la paciencia. Papá le cedió el puesto a mamá. “Deberás hacerlo tú, yo me encuentro demasiado débil”.

El tiempo parecía detenido afuera. Un color sepia lo inundaba todo, y los árboles se habían secado. Sus hojas, muertas, cubrían el suelo por todas partes, descubriendo las pocas sombras que había en el barrio. Sudábamos y nos deshidratábamos rápido. Aún teníamos varias garrafas que mamá había previsto antes de bajar.

La gasolinera no quedaba lejos y mamá avanzó todo lo rápido que pudo, sorteando coches que habían quedado parados en cualquier parte. Evitamos mirar su interior. Algunas casas ardían aquí y allá. En seguida percibimos el aumento de temperatura. Papá cubría como podía el cristal para que no entrara el sol, y el abuelo, mi hermana y yo hacíamos lo que podíamos con unas mantas en las ventanas de atrás. Al llegar a la gasolinera mamá detuvo el coche y pareció desplomarse sobre el volante. Tuve miedo por ella, pensé que se había desmayado, pero no fue así. Entonces, todos recordamos lo que la televisión llevaba avisando desde hacía meses. En la gasolinera lucía uno de los carteles que anunciaba uno de los mensajes más duros que he leído en mi vida: “Debido a los actuales problemas de abastecimiento les comunicamos que en esta estación no hay diésel”.


Oración (Javier González)

Categoría: La caja negra

Papi nuestro que estás en los cielos

Croquetizado me tienes hasta el nombre

Venga a nosotros el reino de Frozen

Hágase por una vez mi voluntad

Así en la tierra como en el cielo

Y dale al ventilador sagrado

Así como yo daré al mío

Y no nos dejes caer en el anticiclón

Más líbranos del fuego lento, amen.


A fuego lento (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

El día se apaga
y alguna estrella queda preñada
en el azul inmenso de la noche

Me duele quedarme en blanco
sólo con palabras que queman
y no tener memoria de lo que perdí

Con desazón por mis pecados
sigo viviendo 
como un hilo roto de mi ser

Mirando en el corazón de la luz
el silencio se apodera
de la hora violeta

Somos las brasas que no se apagan
somos como el puchero
que se hace mejor a fuego lento

La Tierra prendió en llamas (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

La Tierra prendió en llamas,                                                 se fue consumiendo a fuego lento                                              y hoy arde, arde día y noche,                                              noche y día.                                                 
El hombre,                                                               no logra apagar la efervescencia                                          y ella sigue ardiendo                                                                                          quemándose por dentro                                                                                                  y por fuera                                                                                                                          y los animales,                                                                                                       cientos de miles de animales                                                                                               mueren cada nuevo día                                                                                                de fuego y conmoción …                                                                                                    Ruge el trueno                                                                                               sobre el río,                                                                                                      apagando el ensordecedor                                                                                              sonido del torrente que se despeña                                                                                        y retumba en la piedra fría del fondo.                                                               Brama el rayo                                                                                                                que parte el árbol desorientado,                                                                            provocando un grito de socorro extinto.                                                                       Ruinas se elevan tras el vendaval,                                                                                   el fuego crepita sobre                                                                                              los floridos mirtos.                                                                                                                 La lluvia no apacigua el rugir del fuego                                                                                        ni el clamor del río.                                                                                                            La vida huye,                                                                                                                   crecidamente,                                                                                             huye sin rumbo ni medida,                                                                               con el pánico exacerbando                                                                                                 a los cuerpos                                                                                                que se hallan extraviados,                                                                               atrapados, sofocados,                                                                                            inclementes, despavoridos,                                                                              sobrecogidos                                                                                                            por la magnitud de las llamas                                                                                           que los rodean,                                                                                                      con las aguas burbujeando                                                                           su transparente líquido                                                                                         y gorgoteando entre las peñas                                                                           que lo custodian,                                                                                        por las riveras imprecisas                                                                                     que el fuego erosiona con lascivia.

Instrucciones para asar un planeta y para salvarlo (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

(Soneto con estrambote)

Para asar un planeta a fuego lento

la jeri-aprenderás-gonza siguiente:

industria, capital, cumbre, caliente,

mercado, desarrollo, mucho cuento,

monóxido, carbono, emprendimiento,

nitrógeno, metano, coeficiente,

activos y pasivos, medio ambiente,

inflación, ipecé, banca, fomento,

gasto público, cíclico, sanciones,

ge veinte, yo te veto, coalición…

Combina todo sin limitaciones,

y verás qué bien llega la extinción.

¿Dejamos de escuchar a los santones

y practicamos la revolución?

Porque el armagedón

matará por igual, y con presteza,

a quien achica el agua y a quien reza.

Dramatic sunset in the desert.

Paseo (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Bajo el escaparate de la tienda hortera
busca una sombra el pequeño gorrión 
asustado
huye de la mano amiga
unas gotas de agua le hacen confiar
no sin enojo
se deja llevar hacia el árbol

donde la madre vuela
asciende por la rama
un coro de trinos indica

que se encontraron
Y en tanto

el verano transporta fuego lento
por la piel y las montañas


A fuego lento (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

En los días de verano tan calurosos como este me asedia la desidia y, para combatirla, me apunto a la rutina habitual. Sin embargo, a pesar de esta tediosa sensación de pereza, mi cabeza sigue rulando, pensando y especulando.

Pero a pesar de mi aparente despiste nada me es ajeno, porque sé que: A fuego lento se fraguan las traiciones, se programan conspiraciones y se planean los asaltos. A fuego lento los malvados planifican las guerras, se genera la violencia y se extiende el miedo, ante la impotencia crece el desánimo a fuego lento.

Como contraste también a fuego lento aumentan las ansias de libertad, de justicia y de paz de las personas y los pueblos. Pero, igualmente, a fuego lento se agranda la envidia y el rencor. A fuego lento los resentidos preparan la venganza cuando madura la inquina, y en el momento que los más débiles manifiestan fragilidad a fuego lento asoma la depresión.

Sin advertirlo a fuego lento se incuba la enfermedad, la tristeza y la soledad, a fuego lento crece la mentira y el chisme. Me enfada y me molesta como a fuego lento se encumbra a los mediocres e igualmente a fuego lento se deja caer a los leales.

Sin avisar, pero a fuego lento, florece el amor y entonces se desata el deseo y la pasión dando rienda suelta a los sentimientos. También a fuego lento germina siempre la amistad y surge la solidaridad, y a la vez, a fuego lento crece el desamor.

Suele pasar que las noticias terminan generando apatía y, a fuego lento, crece el pesimismo y la decepción. A pesar de todo también la ciencia, aunque sea a fuego lento, se desarrolla y evoluciona, igualmente la cultura que, como un cortafuegos frente a la ignorancia, consigue transitar obstinadamente por este mundo donde la ramplonería es norma. Porque las obras de arte se elaboran a fuego lento y será el paso del tiempo el que determine su grandeza.

El final siempre llega a fuego lento como los restos de un incendio, y ya lo cantaba en sus coplas Jorge Manrique: Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando.

Y es que este excesivo calor se hace insoportable, tanto, que mi mente se vuelve pesada y torpe, proyectada al desastre, atormentada por este fuego lento que golpea mis sienes .

De ahí este breve texto inacabado, en este intento de “proema” que se debate entre el derrotismo y la esperanza, frases deslavazadas que intentan trascender, pero que ni siquiera sirven para refrescar un verano tan extremo y tórrido…

Ilustración de Pepe Pla para “Cuentos al amor de la lumbre”

Cosa de hombres (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Elvira está acostumbrada a ver armas. De chiquitos, los niños llevan tirachinas, cazan pájaros con liga o preparan cepos y trampas para lo que caiga allá. De mayores, los cambian por navajas estrechas de doble filo, machetes dentados o, quien puede, por una pistola. Utilizarlas tiene que ver con el orgullo, la familia o el honor. En ocasiones, con la posición de la luna o la sequedad del viento. A Elvira no le gustan las armas.

En el patio de la escuela, Estrellita suele iluminar porciones del universo diferentes de las que habita Elvira. Pero el otro día, Estrellita salió de su órbita para pavonearse delante de Andrés, como si quisiera para ella sola su cuerpo y hasta el brillo de su espíritu. Andrés todavía no lo sabe, pero terminará pidiendo matrimonio a Elvira, aunque para ese acontecimiento falten todavía quince años. Después del despliegue de sus encantos, Estrellita salió de la escuela muy ufana, exhibiendo sus uñas de colores y la mejor sonrisa de su perfil derecho.

Elvira observó la escena en silencio, con la mirada envuelta en futuro. Por la noche, siguiendo las enseñanzas de su tía Clara – que nunca hizo honor a su nombre y prefería la noche al día, el negro al blanco y el gato al perro-, se preparó para tejer un sueño contra Estrellita. La tía Clara le había advertido que, para que surtiese efecto, un mismo sueño debía ser soñado durante seis días y dejarlo descansar el séptimo, como en la Creación. A fin de inducir su contenido, Elvira perfumó sus orejas, colocó debajo de su almohada unas pinturas de colores y pidió a su madre una infusión de menta seca antes de acostarse del lado izquierdo de la cama. Los sueños sencillos son los que se repiten más fácilmente, le había dicho su tía.

Al tercer día, Estrellita faltó a la escuela; estaba indispuesta. Algo que no le sentó bien, dijeron los profesores. A la semana, la fiebre la consumía de dentro afuera, cocinándose a fuego lento en sus propios jugos, con perfume de menta. Cuando comunicaron en la escuela que Estrellita había fallecido, Elvira no dijo nada; en la profundidad de sus ojos algo brilló y se reunió con el recuerdo de la tía Clara, que la miraba y negaba. Elvira giró la cabeza, sacudió el recuerdo y entrelazó su brazo con el de Andrés.

Elvira reniega de las armas; no le gustan. Son cosa de hombres.


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