Archivo por meses: noviembre 2022

Alfajores para Navidad (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

A estas alturas no creo que la actividad de mi wasap llegue a estresarme. Sin embargo, cuando los miembros de El Globosonda hacemos las propuestas para elegir el tema del mes, todos queremos aportar nuestra idea. A partir de ese momento el soniquete que anuncia un nuevo mensaje suena más de lo habitual.

Este noviembre los comunicados empezaron a sugerir palabras y conceptos muy distintos y peculiares. Unos y otros escribíamos esto: gases, alfajores, zam-boooombaaaa, sálvese quien pueda o luces y sombras -que era mi propuesta tratando de animar al resto para hacer balance del año-. Al final se impusieron los dulces por mayoría. Y me alegro, que tampoco está nada mal para las fechas que se acercan.

A pesar de la mercantilización y el obsesivo y anticipado anuncio de la Navidad, estas celebraciones siempre me recuerdan la infancia, que fue tan diferente al consumismo que nos invade y que, ahora, a pesar de las penurias de aquellos años, tengo idealizada. Será por eso que me parecían, y me parecen, tan extraordinarios aquellos días de abundancia contenida, de comidas con más enjundia de las habituales. A muchísimos de los de mi generación una naranja caramelizada envuelta en celofán nos hacía felices y, por supuesto, los dulces tan típicos de la época.

Sin embargo, y a pesar de mi galguería, yo siempre he sido más de mazapán y polvorones que de alfajores. Me refieren que prefería la cantidad a la exquisitez pues, como crío, no era consciente de la baja calidad de aquel mazapán que vendían a granel y que contenía más harina que almendra, pero siempre tuve una especial atracción por este dulce que se muestra en diferentes formas como peces, jamoncitos, lunas, trenzados o panecillos; las roscas de mazapán que simulaban una serpiente decorada con anisillos y que venían en una caja redonda solo eran objeto de deseo a través del escaparate de la pastelería.

Ni que decir tiene que los alfajores tienen un origen árabe. Según las informaciones, este dulce llamado también al-hasú y que significa relleno, contiene almendras, nueces, agua-miel, pan molido y especias. Desde la invasión musulmana de la península, enseguida su consumo se afianzó en la gastronomía. El mazapán, sin embargo, aunque algunos también apuestan por el mismo origen, parece ser que es más tardío e incluso alguna leyenda dice que su elaboración se inició en un convento de monjes en Toledo allá por el siglo XII.

La palabra alfajor es uno de los más de cuatro mil arabismos que contiene nuestra lengua, lo que dice bastante de la gran influencia que tuvo la invasión musulmana que acabó con el periodo visigodo en la península.

Resulta una paradoja que para disfrutar de una tradición eminentemente cristiana se utilice un dulce que proviene de una cultura tan diferente, pero eso demuestra la importancia que tuvo el mestizaje de gentes y costumbres durante los ocho siglos que duró aquel periodo hasta la expulsión de los moriscos de Granada por los Reyes Católicos.

Todo esto me vuelve a recordar aquella educación basada en memorizar y que tan bien reflejó El florido pensil. Memoria de la escuela nacional-católica. Si bien en algunos pasajes aquella enseñanza ponía en valor la cultura y el arte que los musulmanes desarrollaron en nuestro territorio, sobre todo en ciudades como Córdoba o Granada, el adoctrinamiento y el dogmatismo fueron la norma general de aquella pedagogía. Desde la batalla de Guadalete hasta la rendición del sultán nazarí Boabdil transcurrieron ochocientos años, un tiempo demasiado largo para que pueda considerarse una reconquista como tal.

Tuvimos que hacernos mayores para reconocer que no todo es blanco o negro, ni todos son buenos o malos; porque la historia no puede, ni debe, simplificarse hasta tal extremo por intereses ideológicos, algo que sucede con demasiada frecuencia. Si examinamos con detalle las crónicas sobre aquel tiempo comprobaremos que, en bastantes batallas e incursiones de la llamada “Reconquista”, los reyes cristianos y moros fueron aliados frente a enemigos comunes. Todos esos sucesos que sucedieron durante aquella época provocaron el inevitable mestizaje que después ha diferenciado nuestra historia respecto a otros pueblos; la lengua, las costumbres, la gastronomía, los usos agrícolas y muchísimas más materias prosperaron y se enriquecieron con esta amalgama de culturas. Sin embargo, a partir de los Reyes Católicos solo se impuso la gesta de la victoria y un sentimiento de nación, olvidando todos los matices que a través del tiempo, a pesar de luchas y batallas, tanto nos ayudaron a progresar.

Ahora, a pesar de la enésima crisis que nos afecta, la Navidad definitivamente se ha convertido en una celebración donde el consumo prima más que la tradición, una creencia que ya solo sirve como pretexto para la vorágine consumista. Esos alfajores que ahora vemos en las tiendas, en los supermercados o en las pastelerías y obradores son un dulce más que ya pasa inadvertido ante tanta variedad. Solo la etimología de su nombre, que muy pocos reconocen, nos acerca a aquella mezcla de culturas.

Este año, como siempre, esperaré a que se acerque la fecha para comprar… evidentemente, figuritas de mazapán porque, de toda mi familia, solo me gustan a mí. Es posible que después de animarme a escribir esto compre también algunos alfajores. Lo haré solo para recordar su sabor y para asumir que también ahora, y en la ciudad donde resido, la diversidad y el mestizaje son señas evidentes de su singularidad.


Alopecia, ahora (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Mi madre siempre me decía que no sabía si había nacido pronto o tarde, pero que no estaba en mi tiempo. Para confirmarlo, el pelo se me comenzó a caer a la vuelta de la mili y no paró hasta que me quedé completamente calvo. Como una bola de billar, reía mi hermano.

La calvicie me convirtió en un tipo huraño, notaba cómo las chicas se reían cuando me veían aparecer; ninguna quería irse con el calvo. Un peluquín mejoró mi moral, volví a alternar y me reincorporé al mundo de los jóvenes. Hasta que una vez, bailando en una discoteca, la peluca voló y todos los presentes se volvieron a observar el prodigio. El peluquín quedó arrumbado en el armario, junto con mi estima y la confianza en el mundo. Vivo solo, cumplo con mi trabajo de taxista, salgo de tarde en tarde con otros marginados que me toleran tanto como yo a ellos y, si se me calienta la entrepierna, voy con alguna profesional que hace como que me toma en serio mientras me aligero.

Ahora, me dicen que marche a Turquía, que hacen maravillas. Pero me veo mayor para embarcarme en la aventura; soy persona de seguridades y tranquilidad, y ya me he hecho a evitar el espejo, las miradas y el compromiso. Otros me animan para que me deje ver, dicen que ahora se lleva la calvicie. Y me acuerdo de mi madre. Dicen que se lleva la calvicie, mamá, ¡hay que joderse!, le diría. Ella movería la cabeza en señal de incredulidad y me contestaría: ¡dónde vamos a parar, hijo!


Sin pelos ni cabellos (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

Las noches del otoño son ideales
y con su prolongada calvicie
la luna se burla de la tierra

Sin bulla   en silencio
la alopecia se pasea por los cuerpos
Alguna viaja a Turquía

Cada vez se encuentra más pelaje
en el corazón de los hombres
que en su cabeza

Con los años el vello crece
y se transforma en pelo fuerte
que no suele dura mucho

Por fin los cabellos se repliegan
y buscan nuevos lugares para ocultarse
antes de que la alopecia les encuentre

Alopecia arbórea (Maite Martín-Camuñas y Rosa Caporuscio)

Categoría: La caja negra

Habita el árbol en el parque.

Una pareja de jóvenes enamorados se sienta a su pie; él le pide a ella que le deje su móvil para comprobar sus redes. Ella se niega en redondo alegando que su teléfono es algo privado y nadie tiene porqué verlo; él pregunta que de dónde ha sacado esas ideas, ella responde que de su tutora del instituto, que les ha dicho que nadie tiene derecho a ver lo que una persona no quiere compartir. Él, sin mediar palabra, la coge del cuello con ambas manos. Casi no pasa aire a sus pulmones. Ella cierra los ojos y lánguidamente afloja la mano y suelta el receptor. Cuando él afloja la presión, en sus pulmones comienza a llegar un hilo de aire que aspira ansiosamente. Mientras, la revisa sus redes, sus fotos, sus mensajes, para comprobar que no hay nada que le anuncie que le haya sido infiel. Le devuelve el aparato y ella se pone rápidamente en pie, y llorando, se lanza paseo abajo hacia la salida del parque.

El árbol tras el estrés sufrido ante esta escena propia de otros tiempos, pierde algunas hojas de su copa.

Al rato, un grupo de padres llega junto a sus pequeños y se dispersan por los alrededores de la pradera. Los niños comienzan a lanzar arena en el estanque y piedras a los patos. Los padres ríen y siguen charlando entre sí. El árbol, al ver el estrés de los patos, pierde algunas hojas de su fronda.

Aparece un hombre con un perro, suelta al cánido y éste corre y se revuelca en el verde. El árbol disfruta de verle trotar libre, pero éste hace sus necesidades en la hierba. El amo se da la vuelta como si no lo hubiera visto y silba a su compañero peludo. El árbol se acongoja a pensar que eso puede ensuciar la ropa de parejas de enamorados, de niños que jueguen a sus plantas, a dueños de otros perros que vayan paseando, y con tan tristes pensamientos, le caen unas hojas de sus ramas.

Cuando llega el otoño y el árbol se cubre de rubor, de su fronda pocas hojas quedan ya porque la vida de los humanos le ha afectado irremisiblemente, produciéndole un estrés tan profundo que languidece triste.

Y allí, destacando bajo el bruno cielo de la estación, queda el árbol aquejado de alopecia arbórea.

Imagen de Rosa Caporuscio


Oda calva (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

La Gravedad, su fuerza,
la garra con que amarra cada pelo,
la guerra que declara
al hombre (aquí sí es término marcado),
la dignidad del hombre,
la mas-cu-li-ni-dad.

La Gravedad, que reina en el otoño
y ayuda a la genética amarilla
a desplegar su huella
por los peines, los suelos y las fotos,
huella indeleble y dolorosa,
enemiga del sol
y del viento que agita tanta ausencia
de filamentos, briznas,
mechones invisibles de otros tiempos.

La Gravedad, en fin, celebra
el triunfo personalizado
de la alopecia
con una buena ducha bautismal
que purifica al nuevo
acólito del brillo y la lisura
y arrastra sin más rastro
sus dudas, pelo a pelo, por el digno
desagüe del presente.

Sin pelos ni cabellos (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

Las noches del otoño son ideales
y con su prolongada calvicie
la luna se burla de la tierra

Sin bulla   en silencio
la alopecia se pasea por los cuerpos
Alguna viaja a Turquía

Cada vez se encuentra más pelaje
en el corazón de los hombres
que en su cabeza

Con los años el vello crece
y se transforma en pelo fuerte
que no suele dura mucho

Por fin los cabellos se repliegan
y buscan nuevos lugares para ocultarse
antes de que la alopecia les encuentre


Otoño mental (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Caen silenciosas las neuronas

invisibles

quedan esparcidas en parques y aceras

ni enojo son de barrederos

el viento trae una colorida peluca de palabras

alarga la melena por calles y avenidas

extiende su mensaje embaucador

que con fragor se aplaude

sin escuchar

el gemir de la realidad desintegrada



La fe y las montañas (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

Nunca me gustaron las estatuas de budas y sus distintas representaciones en los jardines de viviendas privadas, por eso cuando llegué a mi nueva casa me sorprendió ver en la entrada del bloque una estatua diminuta con la cabeza calva, muy reluciente y que adornaba la entrada entre plantas de bambú.
La timidez de los primeros días impedía que preguntara a mis nuevos vecinos el sentido de esa estatua en el inmueble, aunque lo sorprendente llegó algo más tarde.
Cada vez que veía a alguien entrar o salir del edificio, posaba su mano sobre la cabeza del pequeño buda para pedir algún deseo o por simple superstición. Con el tiempo intimé con el vecino de la primera planta, y ¡Dios! ¡Cómo me ponía! Siguiendo la moda vikinga, todas las trenzas que no podía hacerse en la cabeza las tenía en la barba. Fue él quien me informó de la misteriosa aparición de la noche a la mañana de la figura asiática. El nuevo inquilino de bronce presidía todas las reuniones de la comunidad y desde entonces las trifulcas cesaron. Todo el mundo sonreía, hubo quien dejó sus arraigadas creencias religiosas para entregarse por completo al nuevo líder de la comunidad. Creyentes y escépticos compartían el mismo ritual con la pose de manos sobre la pequeña escultura, haciendo que su calva brillara tanto que la luz del foco del portal reflectada sobre la diminuta talla, iluminara toda la entrada de la calle. Yo también entré de lleno en las costumbres de la comunidad.
Desde hacía tiempo, cada vez que me cruzaba con el vecino del primero (¿ lo recuerdan?) el pálpito se aceleraba y mis plegarias con él.
Y así, sin ser creyente, pero practicante, el milagro llegó a mi vida. Como una sierva más y después del ritual comunitario, el pequeño buda hizo un movimiento sutil con sus ojos, ampliando su sonrisa. Al cerrar la puerta del portal y de camino a la parada del bus, pensé:
“Este cae en 3, 2, 1…”. Mi vecino, no el buda, claro.


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