Archivo por meses: abril 2020


Su mirada (Pedro Marín)

Se levantaba como muy tarde cuando sonaba el despertador. Sabía que era importante mantener unas rutinas, horarios, actividades, algo de deporte, buena alimentación.

Se lavaba la cara y la miraba. La observaba buscando fisuras. No podía haberlas. Sabía que no se las podía permitir.

Y así pasaban los días. Por lo general bien, pero eso no quitaba que aquellos en los que le rondaban los síntomas o algún dolor le impedía hacer esos ejercicios de los que se sentía tan orgulloso, una cierta preocupación le invadiera. Es estos momentos volvía hacia ella, le exigía una respuesta, necesitaba sentir que era capaz de continuar, saldría de esta, pero no podría hacerlo sin su aprobación.

Esa noche la lectura le llevó a un sueño profundo y reparador. Hoy antes de que sonara el reloj saltó de la cama. Sabía que ella le iba a dar lo que esperaba. Y así fue, abrió el grifo, juntó las manos formando un cuenco que llenó de agua fresca antes de llevárselo a la cara, frotó y repitió esta operación varias veces antes de levantar la cabeza y buscarla, encontrando allí en el espejo, su imagen con la mejor de sus sonrisas.


Recluido, de repente, se me ocurre escribirte (Rafael Toledo Díaz)

Y no resulta nada fácil porque el tema epistolar está obsoleto y ya apenas se escriben cartas. Además, desde que me he puesto a la tarea, he tenido que cambiar varias veces el encabezamiento, pues primero empecé escribiendo a los cinco días de anunciar el “Estado de Alarma” y ahora ya vamos a por la tercera semana de confinamiento obligado, sin visos de que esto se aclare. Ni siquiera me atrevo a pensar en las secuelas porque a poco que razone, creo que será muy duro remontar esta crisis. Y mira que ya llevamos unas cuantas a las espaldas pero ninguna tan rara y tan fuerte como ésta.

Pero lo más extravagante de todo esto es que me animo a contarte algunas cosas a través de estas letras y tú… Tú, todavía no has nacido. Sabemos que estás ahí, que creces día a día y que de repente das alguna patada, pero mejor que por ahora no te enteres de lo que nos pasa. Sólo esperamos que cuando llegues esto se haya relajado un poco y nos permita celebrar tu nacimiento.

De hecho, en estos momentos de tribulaciones tú eres nuestra mayor ilusión, aunque el mundo adonde vas a llegar está muy complicado. Bueno, siempre fue así, cada generación tuvo su aquel, su guerra, su hambruna y sus frustraciones; seguramente la vida es de esta manera, un permanente reto al que debemos enfrentarnos.

Ahora, imaginándote y frente a la pantalla, tecleo y ordeno estas letras que apenas me sirven de alivio y desahogo. Nos hubiera gustado que tu llegada hubiese sido en tiempos de calma y rutina, pero es lo que toca, y aunque estamos asustados, lo vamos a superar, seguramente cuando seas mayor y empieces tu formación, estos tiempos serán materia obligada de enseñanza.

Me gustaría que hablasen en pasado sobre el maldito virus que nos tiene recluidos para prever el contagio. Hay tantas hipótesis, tantas teorías conspirativas y tanta sobreinformación que lo mejor es sacar cuánto de positivo nos está trayendo esta pandemia, y mira que es poco, pero tenemos que agarrarnos a algo.

Ya es primavera, y en estos días tristes y de un silencio extraño tenemos menos contaminación, hemos vuelto a escuchar el piar de los pájaros, si hace frío nos sentimos a gusto dentro del hogar, pero si el sol aparece, salimos a la terraza para aspirar un poco de aire, pero siempre con cuidado no vaya a ser que el maldito bicho ande rondando.

Esta enfermedad infecciosa nos separa, nos aísla y aunque dicen que ataca con más virulencia a los más mayores, ya van apareciendo víctimas de todas las edades y cada día las noticias de los fallecimientos en los hospitales son un mazazo para la moral.

Quiero creerme lo que nos dicen, que esto pasará, y que después seremos mejores porque habremos aprendido lo que realmente importa. A ver si es verdad que este tiempo de obligada reflexión nos sirve de aprendizaje para retomar los buenos hábitos, para disfrutar de la lectura, de la música y de la conversación con los amigos, aunque sea a través del teléfono. Que tenemos la obligación de celebrar la importancia de tener una familia que nos quiere, que nos ayuda y nos entiende en estos momentos de desasosiego. Aunque tengo mis dudas sobre esta necesaria y obligada reeducación, porque no parece que hayamos aprendido mucho después de la pasada crisis financiera.

Mira, tengo tantas cosas por hacer y estoy aquí, parado, bloqueado, porque ni siquiera acabo de centrarme o de disfrutar este tiempo de pausa obligada. Algunas noches me desvelo en la madrugada y me da por pensar en tramas descabelladas, ideas y reflexiones que nadie se atreve a compartir en los grandes medios. Me pregunto: A quién se le fue la mano esparciendo esta maldad, a quiénes beneficia la expansión de la enfermedad, acaso el planeta ha generado esta pandemia para que paremos este ritmo tan frenético, a lo mejor la naturaleza quiere poner un poco de orden frente al consumo desenfrenado que está acabando con los recursos de la tierra.

Se ha parado todo y, mientras, la muerte campa a sus anchas. Las autoridades mundiales nos invitan a un debate moral, ¿qué importa más, la economía o la vida? Así de simple, sálvese quien pueda, “la bolsa o la vida”.

No sé, pero esta inédita y calamitosa situación está sacando lo mejor de nosotros, los afectos, el ingenio, la solidaridad y el esfuerzo titánico de nuestro personal sanitario digno de admiración, pero a la vez, seguro que algunos depravados se están aprovechando de nuestros miedos delinquiendo o acumulando riqueza, especulando a costa de la venta de los artículos y los equipos básicos que ahora necesitamos. También es verdad que a medida que se suceden los trágicos acontecimientos muchos personajes y, sobre todo, aquellos políticos que solo ejercen la crítica y ponen palos en la rueda quedarán retratados por su ineptitud e ineficacia. Es evidente que esto de la globalización o la elogiada idea de Europa no tiene sentido si no existe la solidaridad entre los pueblos, y creo que después de que pase este momento crítico deberíamos reflexionar sobre esto.

Mira, criatura, no quiero extenderme más y espero que esta situación no te afecte, ya sabes, tú ahí protegida por la placenta e ignorante de nuestra tristeza.

Estoy seguro que tendrás una vida plena por delante, te recomiendo disfrutar de la belleza de los atardeceres, del aire fresco del amanecer, del sol, del aire o de la lluvia. Cuando veas por primera vez el mar te impresionará su inmensidad y la placidez de las olas rompiendo en la arena. Me gustaría que disfrutases con la literatura, con la pintura, con el cine, con el teatro y que algún día conozcas el amor y la amistad.

Te confieso que, aunque soy bastante frío, tengo un saco de lágrimas de alegría preparado para tu nacimiento. Quiero, necesito, creer que, aunque sean tiempos comprometidos, vienes a un mundo mejor.

Fdo: Rafael Toledo Díaz



Okupas (Carlos Candel)

José María y Ana tuvieron una desagradable sorpresa al regresar a su casa en Madrid, tras las largas semanas de confinamiento. Se marcharon a su segunda vivienda en la playa el día que se decretó la alerta en todo el país. Pero al dejar atrás la tormenta, libres y sanos al fin, descubrieron no sin cierta incredulidad e indignación, que su vivienda había sido ocupada por otra familia. Él, un hombre de mediana edad, moreno y con un incipiente bigotillo. Ella, de pelo cobrizo y de estatura media, con ese cutis herencia de una adolescencia hormonalmente convulsa. Tan parecidos a ellos mismos que asustaba. Como una versión empobrecida de sí mismos. Incluso coincidían en los nombres. José María y Ana.

-¡Ésta es mi casa! -protestó cargado de razones, cuando aquella pareja les abrió la puerta al fin, tras haber probado inútilmente con la llave en varias ocasiones.

-¿Pero qué dice usted? ¡Esta es mi casa! ¡Soy José María! ¡Y ésta es Ana! ¡Los auténticos! -contestó más firme aún el ocupa, hablando también por su mujer.

No había manera de hacerles entrar en razón. Parecía incluso que se lo creían, o puede que fueran especialistas en la interpretación. En cualquier caso, no estaban dispuestos a abandonar la casa. De manera que tuvieron que llamar a la policía.

Una hora después, tiempo en el que, plantados en el umbral de la puerta, hicieron el difícil ejercicio de retarse las miradas, como si el menor titubeo pudiera transferir un cierto halo de victoria al que se mantuviera impertérrito. Entretanto, varios vecinos habían comenzado a asomar en los rellanos de las puertas.

-¿Qué ocurre? -preguntó el policía, entre solícito y molesto.

-Estos, que se han colado en nuestra casa -advirtió José María, visiblemente enfadado.

-¡De eso nada! ¡Ésta es nuestra casa! ¡Ellos son testigos! -contestó el supuesto ocupa señalando a los vecinos- ¿Verdad que sí?

– Una de las vecinas asintió convencida.¡Es cierto! Yo no sabía ni que vivían aquí antes del virus, pero desde que se decretó el confinamiento, este hombre ha sido tan amable de hacernos la compra a todos los vecinos y dejárnosla en la puerta. Es el propietario, sin duda alguna.

– Varias vecinas asintieron en señal de conformidad. ¡No saben lo que dicen! -protestó la verdadera Ana, que a estas alturas había roto a llorar a causa de la tensión.

José María tuvo el impulso de salvaguardar el honor de su pareja a la vieja usanza. Tenía fuerza suficiente como para tumbar al falso José María, a su mujer y al poli, si fuera preciso. Pero inició un proceso que le resultó extraño, por fuera de lo habitual en su persona, se contuvo.

-Está bien, voy a llamar a nuestra vecina Cayetana, la que vive en la casa de al lado de nuestra segunda residencia en la playa… -trató de explicar mientras se sacaba el móvil del pantalón. ¿Cómo que segunda residencia? -preguntó el policía contrariado.

-Sí, claro. Verá usted -explicó condescendientemente-, nosotros tenemos una casita, poca cosa, en la costa. Y al estallar todo esto del virus, nos marchamos para allá, con el fin de estar más tranquilos…

-¿Cómo que se marcharon para allá? ¿Son ustedes conscientes de que hemos estado en confinamiento y nadie podía salir de sus casas?

José María, el de verdad, dejó al policía con la palabra en la boca para atender a Cayetana, que entretanto, había descolgado el teléfono, bajo el habitual “¿Diga?”. Ana, que acababa de darse cuenta de la metedura de pata de su marido, trató de solucionarlo lo mejor que pudo.

-Claro, agente, pero nosotros nos fuimos justo el día que lo empezaban a anunciar, y como este gobierno es un desastre, pues ya sabe, la gente aún no teníamos muy claro si se podía salir o no…

-¿Quiere usted decir que no está de acuerdo con las medidas que se tomaron? -preguntó el falso José María, mientras se ajustaba el cinturón del batín que a todas luces había cogido prestado del amplio y surtido armario de su marido, el José María auténtico.

-¡Cayetana! ¡Soy yo, Chemari!

-Mire -trató de aclarar el policía, que a estas alturas empezaba a estar harto-, yo creo que lo mejor será que…

-Sí, el vecino -José María gritaba como si el teléfono lo tuviera a tres metros de distancia-, ¿cómo que no sabes quién soy? ¡Pero si vamos allí todos los años! Pero… ¡Cayetana! Si tenemos la casita al lado, casi todas las mañanas me cruzo con tu marido… No, bueno, no le saludo, pero me tiene que haber visto… ¿Cayetana? ¿Cayetana?

Todos se habían callado, a espera de que José María, el de verdad, terminara la conversación, que no parecía haber sido demasiado fructífera.

-¡Me ha colgado! ¡Me ha colgado la muy hija de la gran puta! -gritó estupefacto sin dejar de mirar el móvil. Señores, creo que lo mejor será que me acompañen -sentenció el policía, que a estas alturas tenía muy claro quiénes mentían.

-¿Cómo? -preguntó airada Ana- ¿Dónde?

-¿Usted sabe quién soy yo? -arengó frustrado Chemari, el de verdad, mientras que los ocupas cerraban con satisfacción la puerta.


Comienza el confinamiento (Susana Sinpecas)

Comienza el confinamiento, cada persona confitada, confiada, confiscada en su casa. Unas acarameladas, otras comedidas, preocupadas, compungidas, confundidas, desconsoladas, muchas concienciadas, otras cabreadas poniendo a caldo a los políticos.

Chicos y chicas pequeñas, adolescentes, ancianos, diociochoañeros, cuarentones, todos en cuarentena, como en un acuario, como en una pecera. Unos acompañados, otros, en cambio, solos.

Cosa curiosa que este COVID acelerado nos ha cogido descuidados y nos tiene en casa encerrados.

Casi nos damos cuenta con tiempo del contagio incontrolable con la catástrofe china en cabeza. Pero qué incongruencia, enloquecer por una cosa insignificante y poco cercana aunque creasen en cuatro horas cien hospitales de campaña.

Comenzamos a preocuparnos cuando se acercaba con descaro a nuestras calles, a nuestra intocable sociedad inquieta.

Poco a poco, sin equipaje fue campando de ciudad en ciudad, de coche en coche, de cama en cama, de cuerpo en cuerpo, causando caos, tristeza y calma. Calma en las ciudades que se quedaron vacías, sin coches, sin voces, sin cambios.

El cielo por fin respira…y la naturaleza despierta con fuerza.

Y ahora, conscientes, nos contamos, con preocupación, la calamidad de no caer en la cuenta de haber cercado al pequeño culpable con antelación.

Cada cual busca un quehacer: ejercita los músculos, teclea, curra en su cuarto, cocina recetas suculentas, hace calceta, cose, tose, cuenta cuentos, canta, pinta caras, cuece cocochas o fabrica mascarillas.

Y como quien no quiere la cosa necesitamos acercarnos en la distancia, contarnos, cantarnos, escribirnos, cooperar, hacer un hueco en nuestros corazones, y en nuestros balcones a aquellos que sin descanso nos curan, cuidan, consuelan, acompañan…

Y aclamamos cada atardecer con fuerza a quienes nos sacan con coraje de esta locura incierta.

Y a esos héroes que cada día se quedan en casa.

Fotografía de Ricky Ricardo

Tiempos nuevos (Carmen Paredes)

Aplausos desde impares

y desde pares

aplausos desde el cuarto

y desde el primero

Cruce de miradas desde impar a par

paseo con el perro

y al supermercado salida

sonrisa de pares a impares

postit con el número de whatsapp

en el contenedor de papel

primera conversación

Ah qué buena ortografía

Carmen Paredes

Abril/2020


Cuarentena (Xavier Frías)

Las órdenes del gobierno eran clarísimas: cualquiera persona que estuviese en la calle sin motivo sería multado. Por eso, cuando el serio agente de la ley detuvo a aquel tipo que llevaba dos horas paseando a su perro, le dijo:
–– Será multado por haber estado dos horas paseando a su perro.
–– Disculpe, agente, pero soy yo quien está paseando al humano ––le dijo el perro.
El agente se quedó paralizado, con el bolígrafo en la mano, después de oír al can.
Dos días después, el policía seguía en la misma posición, boquiabierto, esperando instrucciones del propio gobierno.


Tríptico para una epidemia (Carlos Lapeña)

I

Alcé el vuelo y mi vuelo
fue el vuelo negro
que lleva la noticia 
de boca en boca.

Mi vuelo es la noticia,
demasiado tarde creída,
mas de inmediato propagada.

Mi vuelo es imparable,
es la sombra que viaja
de tu boca a tu rostro,
en una cadena infinita
y planetaria.


II

En el reparto biológico de dones
tan solo dos quedaban disponibles:
rapidez y agresividad.

No tuve que pensarlo mucho.

Siempre soñé ser el más rápido.

La rapidez es juguetona,
disfruta deleitándose
con el despliegue
de vuestras estrategias contra el miedo.

El velo de la sombra sobre vuestras 
vidas –y algunas muertes, claro está–, 
ha sido todo un espectáculo.

Contemplar vuestros rostros aterrados
no tiene precio... Bueno, sí.

El precio es no acabar
con vuestra existencia en el mundo.


III

Habéis aprendido, supongo,
la gran lección,
porque habéis remontado el vuelo,
un vuelo luminoso, no de sombra,
no un vuelo como el mío.

Habéis logrado la pluralidad
y la unión, la emoción de la colmena
y la organización completa.

Os doy mi más sincera y cínica 
enhorabuena.

Ahora, solo falta conocer
el poder que daréis a la memoria.

Os lo recordaré pasado un tiempo...

A cuerpo (Ismael Sesma)

Salto de la cama y enciendo el ordenador, ahora tengo teletrabajo. Mientras llega el silbido agudo de la cafetera, pongo la televisión para actualizar las últimas noticias del bicho. No hago mucho caso al torbellino de imágenes, me tranquiliza el aplomo de la locutora de voz de terciopelo y peinado impecable. Subo la persiana y me detengo a observar desde la ventana el panorama. Desde que estoy dentro, los árboles de la calle cambiaron los brotes por hojas, ha llegado la primavera con su cambio de hora. La calle está inmóvil, como casi todo el planeta Estupor, solo el vientecillo frío provoca algún movimiento en las ramas. Falta la gente y sus coches están detenidos, como el tiempo. Con el humeante café dispuesto, reviso las decenas de mensajes que la madrugada ha traído a mi móvil y contesto alguna preocupación: ‘Estamos bien, de momento’. Antes de comenzar a trabajar, me asomo al espejo y me detengo en la observación del otro lado. Tengo tiempo para mirarme detrás de los ojos, reconocerme y sonreír; la prisa ha desaparecido. Tomo impulso, un día mas.

El mundo gira ahora alrededor de ventanas, reales o ficticias. Llegará el día que agarraremos con decisión el picaporte de la puerta y volveremos a la calle.

¡A la calle! Que ya es hora

de pasearnos a cuerpo

y mostrar que, pues vivimos,

anunciamos algo nuevo.

Celaya dixit. Amén.


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