Archivo por meses: marzo 2021

La revolución pendiente (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Ahora en abril se cumplirán seis años de la representación en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional de la obra de mi paisano Paco Nieva, me refiero a Salvator Rosa o el Artista.

Seguramente fue el gran último montaje de este genial dramaturgo antes de fallecer. Y recuerdo que después de asistir a la función escribí una crónica donde expresaba mis reparos, no exactamente del texto, sino sobre el momento elegido para su escenificación, que no fueron los mejores.

De todas las discrepancias posibles señalaba el mayor inconveniente para alcanzar el éxito; porque tanto antes, como ahora, resulta muy difícil que el simple espectador llegue a comprender todos los matices de una obra tan excesiva y barroca. Desgraciadamente, los tiempos actuales exigen la simplificación y la urgencia del mensaje, por lo tanto, con una propuesta así, la posibilidad de recrearse en la fantasía queda muy limitada.

Básicamente, la representación trata sobre la efímera revolución que protagonizó el pescador Masaniello frente al virreinato español de Nápoles en 1647, a lo que se suma la diferencia de criterios entre dos pintores de la época como fueron Salvator Rosa y José de Ribera y las reflexiones sobre la libertad, el arte, la economía, etc. Como ya expongo, se trata de un libreto tan rico como complejo.

Estos hechos históricos puntuales y lejanos en el tiempo al menos sirvieron de inspiración para escribir un texto teatral, convertida ahora en la anécdota que busca un friki en la wikipedia para escribir un artículo, sucesos que le pueden atraer a un historiador, pero que nunca interesarán a la gran mayoría.

Normalmente, cuando hablamos de revolución la mente fácilmente se dispara hacia aquello que aprendimos en el colegio. Me refiero a la Revolución Francesa de 1789 que acabó con la monarquía absolutista de Luís XVI. Y más recientemente también recordamos la Revolución Rusa de 1917 que derrocó a Nicolás II, acabando así con la dinastía de los zares. Esas dos grandes sublevaciones transformaron el sistema político vigente hasta entonces en las naciones donde sucedieron, y que después sirvieron como ejemplo para diferentes revueltas a lo largo del tiempo.

Las revoluciones suelen ser acontecimientos trágicos donde, para cambiar el orden establecido, la violencia y la sangre son elementos indispensables. Los agitadores que lideran las revueltas utilizan eslóganes sencillos para arrastrar a las masas a la rebelión; todos recordamos en algún momento lemas como: Igualdad, Libertad y Fraternidad o Paz, Tierra y Pan, conceptos simples frente a enormes penurias y complejas frustraciones que se dilatan en el tiempo.

Sin embargo, en este texto de Nieva, Salvator Rosa, suplantando al revolucionario Masaniello, es capaz de exponer un pensamiento como éste: Disolveremos a las turbas revolucionarias en nombre de la revolución. Un propósito que merece una serena reflexión sobre la manipulación de las masas pues, es bien sabido, que son muchos los revolucionarios que, una vez conseguido el poder se vuelven tan conservadores o más que los gobernantes derrocados por la muchedumbre que ellos mismos lideraron.

Más cercano en el tiempo, y como algo inusual, se nos presenta “La revolución de los claveles” en Portugal. El levantamiento el 25 de abril de 1974 de un grupo de militares fue un suceso casi romántico que, sin violencia, acabó pacíficamente con una larga dictadura en el país vecino. Un hecho que en nada se parece a nuestra Transición, que fue otra cosa muy peculiar.

Luego están las revoluciones silenciosas motivadas por un hecho concreto que, sin violencia aparente, dejan graves secuelas; pero como toda revolución que se precie, transforman a la sociedad. La revolución industrial y, más recientemente, la revolución tecnológica, que no deja de ser una vuelta de tuerca de la primera, son claros ejemplos de la nuevas formas de cambio.

Aparentemente, estas revoluciones modernas son más lentas, pero no menos traumáticas. Verdaderamente, los grandes beneficiarios siempre son las élites, y aunque mejoran a una gran parte de la sociedad, también son muchos los damnificados que sufren por esa transformación. Las revolución tecnológica y digital está dejando enormes tasas de paro que son sinónimo de precariedad y pobreza.

Además, estos avances imparables hacen necesario un cambio de otra índole, una revolución necesaria e imprescindible que titularía como un gran reto. La revolución pendiente se llama ” Humanizar el futuro”.

No todo vale y el fin no justifica siempre los medios. La pandemia que padecemos ha mostrado la precariedad del sistema residencial que atiende a los miembros de la llamada tercera edad, y está demostrado que estas instituciones por sí mismas no resuelven el problema de nuestros mayores. Además, el modelo hace aguas y no funciona si solo pensamos en la rentabilidad económica.

También la brecha digital está afectando a una generación a la que le cuesta utilizar estas modernas tecnologías; son ciudadanos de tercera que quedan arrinconados del resto porque no pueden resolver sus gestiones y sus pequeños trámites de la vida cotidiana.

Obligados por la necesidad, el trabajo se impuso al estudio, y muchos de ellos escaparon del analfabetismo gracias a su empeño y tesón, pero la brecha digital y el aislamiento de las zonas rurales dificultan el acceso de estos residentes a las modernas tecnologías. Por eso, humanizar el futuro significaría dar una salida viable a los pequeños problemas domésticos que los aíslan del resto.

Máquinas y máquinas nos desbordan con la obsesión de reducir costes, banca online, cajeros automáticos, teléfonos inteligentes, monedas virtuales y nuevas formas de pago son un futuro frío y aséptico que no entiende de sentimientos, que ignora el valor de una conversación, de la importancia de un gesto.

En definitiva, irremediablemente estamos obligados a utilizar la tecnología digital porque no podemos ir en contra del progreso, pero sus códigos son tan rigurosos e insensibles que carecen de la humanidad suficiente para enfrentarnos al futuro inmediato.


Las puertas del paraíso (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

El discípulo observó con detenimiento los tres senderos que su maestro le mostraba.

-Estos son los caminos que conducen al paraíso -le dijo señalando con su mano izquierda hacia el horizonte.

El primero de ellos se bifurcaba a tan sólo unos pasos. El de la izquierda conducía recto hacia una preciosa mansión blanca, flanqueada por una valla de forja. Su estampa era tan acogedora y nítida que, al mirarla, daban ganas de internarse rápidamente en ella. El de la derecha avanzaba sinuoso hasta una lejana puerta en mitad de una playa desierta.

-Estas son las puertas del paraíso del futuro. La primera de ellas, la de la mansión blanca, es la más fácil de alcanzar, pero debes tener en cuenta que sólo podrás cruzarla una vez en tu vida, y una vez sobrepases su umbral, no podrás regresar aquí jamás. Para tu información, muchos eligen ésta. Y la segunda, la que ves allá al fondo, más allá de las sinuosas curvas, al borde del mar, podrás abrirla sólo una vez al año. Se podría decir que ésta es la más demandada de todas…

Sin duda, era mucho más tentadora la de la mansión, aunque el hecho de no poder regresar… No obstante, el discípulo no quiso decidirse aún. No hasta conocer el resto de puertas.

-Aquella de allí es la puerta del presente -señaló el maestro-, podrás traspasarla cuantas veces quieras a lo largo de tu vida, cada día, cada hora, cada minuto…

El dedo del maestro indicó hacia lo alto de una sobrecogedora y encrespada montaña. El camino discurría por ella como una hormiga ascendiendo por el tronco de un árbol.

-Pero maestro, ¡esa puerta es inaccesible! Tendría que ser un gran escalador y tener alma de pájaro para poder acceder hasta ella.

-No te dejes llevar por las apariencias, querido alumno, algunos días te parecerá imposible alcanzarla y otros, por el contrario, será casi como un agradable paseo.

Hasta ahora el maestro jamás le había dado motivos para dudar de él, pero aquello le pareció una broma pesada, como uno de esos acertijos imposibles de resolver con los que terminas por rendirte.

-¿Y ésa? ¿Qué puerta es? -preguntó el discípulo, señalando la última puerta que, entre brumas, se mostraba ante ellos como un ente fantasmagórico.

-¡Ah, sí, ésa! -dijo el maestro, como si acabara de caer en la cuenta de que se dejaba algo por decir- Eso en realidad no es una puerta, no te llevará a ningún lado y, sin embargo, hay mucha gente que la elige. Es la puerta del pasado.

Quedaba claro entonces, la del pasado no era una opción. Ahora sólo quedaba decidirse por una del resto. El aprendiz se tocó la barbilla, simulando pensar, tal y como había hacer a su maestro, aunque en el fondo no tenía ni idea de qué hacer. La idea de alcanzar el paraíso a cada segundo le atraía mucho, pero el terreno le parecía demasiado peligroso. Pero, por otra parte, elegirlo sólo una vez en la vida… Ya habría tiempo para eso. Y la del paraíso una vez al año, sin duda era la opción menos arriesgada. Disfrutarlo de vez en cuando no era bastante tentador y no suponía mucho esfuerzo, pero qué pensaría el maestro de él si se conformaba con lo mismo que la mayoría…

-Bueno, pues… supongo que la mejor opción es… la puerta… del presente.

Casi se arrepintió de haberlo dicho según salió de su boca.

El aprendiz ascendió lentamente la montaña. Necesitó armarse de mucho valor y echarle mucho esfuerzo para conseguir llegar hasta la cima, donde se encontraba la puerta de entrada al paraíso del presente. La empresa le llevó todo el día, y desde luego, nadie podía negar que se trataba de toda una aventura. En varias ocasiones llegó a temer incluso por su vida.

Al llegar era casi de noche y se encontraba exhausto, pero satisfecho de su hazaña. Apenas le quedaba tiempo para disfrutar del paraíso, pero eso era menos que nada. Abrió la puerta y al otro lado se encontró con el maestro. Sorprendentemente había vuelto al punto de partida.

-Pero… maestro, ¿tanto esfuerzo para esto?

El maestro sonrió.

– ¿Acaso negarás haber disfrutado del camino?


Paraísos prohibidos (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

La entrevista era a las 10,30 de la mañana, metro Plaza de Castilla. 15 minutos andando con paso firme y rápido, acompasado con la esperanza de una nueva oportunidad.

Madrugué y todas las rutinas somnolientas se iban sucediendo según lo previsto. Cuando la boca del metro me escupió, miré al cielo. Los primeros rayos de sol empezaban a templar el cristal y el metal de las Torres Kio. Eternas amantes condenadas a simples miradas sin poder ni siquiera acariciarse. Amores imposibles.

La hilera de aspirantes para los 10 puestos administrativos de una conocida empresa de moda, serpenteaba a lo largo de 1 km. El tiempo de espera no compensó los 20 angustiosos minutos de cuestionarios y de entrevistas encorsetadas. De vuelta a casa, la rutina de un futuro marchito, me acompañó hasta la puerta de la entrada. En el bolso, las llaves y el móvil, en el móvil un mensaje agradeciéndome el tiempo perdido. Pensé: “Cuando todo está perdido, nada puede salir mal”. Con esta máxima, me despojé de la ropa que desprendía un aroma a derrota anunciada, en la ducha dulcifiqué y perfumé las escamas que protegían mi piel. Y así, liviana me liberé de anocheceres enquistados en mi mirada. Una copa de whisky, un par de caladas y una melodía de fondo trasformó la estancia oscura del salón de casa.

Las notas musicales de Caribbean Blue se arremolinaban, girando alrededor de mi cuerpo, mientras que regueros de agua manando de las paredes de gotelé, inundaban la habitación. El azul turquesa de paraísos lejanos se instaló en los escasos metros cuadrados del salón, para no irse más.
“Este es el momento”, grité.

Con los ojos cerrados, me despedí del pasado y de las incógnitas de mi futuro. Agarrada al mástil, desplegué las velas roídas por las dentelladas del azote del tiempo.” Es hora de zarpar”, grité de nuevo. Sin horarios, me dirigí a ese otro paraíso donde me esperaban las almas de los justos.


Tejados (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Converso con las nubes
en silencio
Abajo
circula el ruido triste 
por las aceras
y el baile de banderas
en los balcones
Regreso
hacia mi paraíso
abrazada a la gata 
que ahora soy


En el principio (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

He tomado un fruto 
del árbol de la esquina
y te lo he llevado por ofrenda
a la cama. Ha resultado 
tan jugoso y maduro
a pesar de ser invierno...
Entre las sábanas reímos
con los labios y los sexos
por haberlo manchado todo,
y la serpiente también 
juguetea 
con las semillas esparcidas
por el suelo.
En la radio, después,
hablarán de nosotros,
ese trío
que vive y deja vivir,
desde que el mundo es mundo,
a todo, todo, bicho viviente;
que ofrece el sudor 
de su frente un par de días
a cambio de un jornal
decente
y mucho tiempo;
que olvidó la idea de pecado
en el instante mismo
en que arrojó
la ropa a los leones
de las comisarías y los juzgados.
Y llegarán periodistas
y multitud de multitudes
para llevarse una bendición
que tienen ya,
aunque lo ignoren.
Imagino el titular
en la prensa del mañana:
Serpiente, Adán y Eva
comparten, ya era hora,
el secreto bien guardado
de su felicidad
con todo dios.

Proximidad (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

Y el verbo se hizo carne….

El paraíso siempre estuvo aquí
junto a tu cara en la esquina
donde los cuerpos se juntan 
donde la brisa acaricia


Tiene color de esperanza
brillo de sol y sabor de agua
Está en la sonrisa y en tu mirada.


En los versos hechos con esmero
en los ojos que hablan
en el silencio sin palabras


El paraíso sigue cerca
aunque se mueva con el viento
y se esconda en las afueras


Hay más paraísos como el de Milton
pero eso ya es de otro poema

De viernes a viernes (Javier González)

Categoría: La caja negra

(Suena el teléfono. Una mujer de unos 70 años de edad descuelga el aparato)

MADRE – ¿Cariño?

HIJO – Hola, mamá. ¿Cómo estás?

MADRE – Como siempre. Con achaques nuevos todos los días y engullendo pastillas para no caer al hoyo.

HIJO – Qué exagerada eres. Si estás como una rosa.

MADRE – De pitiminí. ¿Y tú, cómo te encuentras?

HIJO – Sin cambios en el horizonte.

MADRE – Sigues estudiando, ¿no?

HIJO – Todos los días, mamá.

MADRE – No hay que desfallecer. Es el único camino para ser el primero.

HIJO – Ya veremos cuando abran convocatoria. Si lo hacen algún día.

MADRE – Antes de lo que te imaginas.

HIJO – Ya van cinco años de retraso.

MADRE – Paciencia. ¿Y el trabajo?

HIJO – Ese no varía. En la cuerda floja.

MADRE – ¿Cuándo te hacen fijo?

HIJO – Nunca.

MADRE – Qué rancio te vuelves. Todo llega, hijo, todo llega.

HIJO – Cuántas veces tengo que repetirte que las cosas no son como antes. Ahora los contratos se firman a plazos.

MADRE – No me entra en la cabeza que cada viernes no sepas si seguirás trabajando hasta el siguiente viernes. Deberías hablar con el jefe, como se ha hecho toda la vida.

HIJO – ¿Con qué jefe?

MADRE – Pues con el jefe, leches. Los jefes seguirán existiendo, digo yo.

HIJO – Esto es una multinacional. Aquí los que dan la cara por los supuestos jefes están de viernes a viernes como el resto de empleados.

MADRE – ¿Y vas a estar así todas las semanas? Llevas por lo menos un año.

HIJO – Dos, mamá, dos. Pero no sale nada mejor.

MADRE – ¿Y tu carrera?

HIJO – Sin pista donde ejercerla.

MADRE – A este paso voy a ser abuela en la tumba.

HIJO – Tienes a Charlie.

MADRE – ¿Tu perro? No me tires de la lengua.

HIJO – Pero si te quiere con locura.

MADRE – Qué tonto eres. Bueno, ¿cuándo vas a venir?

HIJO – No lo sé. Hace siglos que no libro dos días seguidos.

MADRE – Bonito infierno.

HIJO – Ayer me renovaron hasta el próximo viernes. Mi infierno se reactiva los miércoles.

MADRE – ¿Y qué estabas haciendo ahora?

HIJO – Disfrutar de mi paraíso, ahora. Corto y efímero, pero mío.


Paraíso ahora (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Un abrazo, un achuchón,

unas risas compartidas,

un rosario de paridas,

un compartir la función.

Unas tapas de jamón,

con una cerveza fría,

en la buena compañía,

de los de tu condición.

Dejar la monotonía,

del ritmo que se repite,

de pasar la vida al quite,

envueltos de sincronía.

O compartir la toalla,

en la arena sonriente,

achicharrada de gente,

a la orilla de la playa.

Abandonar la rutina,

encontrarnos en la calle,

recogernos por el talle,

acumular vitamina.


Paraísos de hoy (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Pues sí, sí que lo ponen complicado estas gentes del Globosonda cuando eligen los temas a desarrollar cada mes. Para este marzo que acaba de empezar han propuesto así, como si tal cosa: “Paraíso ahora”. Qué graciosos, con la que está cayendo, podían haber sido más benévolos y agarrarse a los tradicionales tópicos sobre el mes de marras; ya saben, marzo ventoso y esas cosas, asociar pandemia y tempestad que puede dar mucho juego, o echar mano de la primavera que se avecina, escribir sobre la floración anticipada de los almendros, esos árboles inmaduros que andan desquiciados por el cambio climático. Podían ponerse normales como hacen los medios serios como la tele, la radio y los periódicos que nos sugieren sobre qué debatir, porque sus sesudos creadores de opinión eligen las cuestiones que deben interesar a la mayoría y rehúsan los temas espinosos diciendo que eso no toca.

Pero no, estos juntaletras van de sobrados, de raros y excéntricos, que es lo que mola, desean salirse del tiesto proponiendo materias insólitas.

Les comento a mis compañeros por el wasap que estoy bloqueado, que tengo la pantalla en blanco y no sé cómo meterle mano al asunto. Por eso me recomiendan que escuche la canción “Paraíso ahora” del cantautor Pablo Guerrero, que tiene el mismo título que la propuesta. Me pongo a la tarea a ver si escuchando lo que dice este hombre me da alguna idea para rellenar una página al menos. Cojo papel y me hago un esquema para ver si me aclaro un poco. Atento, presto oídos a la melodía y escribo: Paraíso igual a imaginación, a sueños, a ideales frente a la realidad de la vida. Lugares, islas, playas paradisíacas, y nada, utopías a tutiplén.

Para serles sinceros, y como ya tengo una edad, la palabra paraíso me sugiere bienestar, pero del mismo modo me transporta a mis años escolares de primaria, que entonces era la EGB y sus enciclopedias.

En la asignatura de religión el edén alude más a la vergüenza y la culpa. Habitualmente suelen mostrar, con unos sencillos dibujos, la expulsión de Adán y Eva de aquel frondoso vergel, figuras con los ojos entornados y tapándose sus cosas con hojas de parra o de higuera al gusto del dibujante, y por supuesto la malvada serpiente y su lengua bífida con esa manzana tan roja, tan brillante, tan apetitosa. Menudo disgusto nos trajo aquella mala decisión de nuestros primeros padres, como dicen en un libro que he leído recientemente: “Las decisiones se toman en un instante y sus consecuencias las soportamos toda la vida” y vaya si llevamos tiempo con este castigo. Pero bueno, al menos tenemos cosas que contar y que superar o arreglar, que si no sería todo muy aburrido como la vida de los súper-ricos.

Me pongo a cavilar y creo que esta historia que me aprendí como cualquier escolar de la época me resultaría muy complicada de explicar a los críos del siglo XXI, que nacen ya sabiendo. Sería difícil convencerles de que aquel vergel situado entre los ríos Tigris y Eúfrates es ahora un desierto, aunque siempre podremos volver a recurrir al cambio climático y que todo ha cambiado mucho, y añado, aunque otras muchas cosas no han cambiado nada.

Pero dejémonos de zarandajas, seamos generosos aceptando la historia del pecado original como una bonita leyenda y concedamos a la ciencia la racionalidad de la teoría de la evolución por la selección natural de las especies de Darwin. Así quedamos bien, una de cal y otra de arena, ficción y realidad a partes iguales.

A propósito, y como me estoy liando o yéndome por los cerros de Úbeda yo tengo una particular teoría o un paralelismo entre el paraíso y las nuevas tecnologías.

En confianza, tengo la sospecha de que el actual paraíso está en el brillo de una pantalla. Desde este lugar y moviendo el dedo puedes acceder a casi todo, esa posibilidad es más fácil de explicar a los niños de ahora, o al menos les resulta más creíble. En una pantalla puedes visionar paisajes increíbles, en un instante puedes contemplar maravillosas playas y montañas de cualquier lugar del planeta, etc. Como en los anuncios de cremas y maquillajes donde las modelos lucen sin una arruga, ni un grano, qué piel tan inmaculada que sin poder tocarla me sugiere suavidad. Pues eso, que a estos parajes preciosos les deben poner un filtro igual, les deben hacer un retoque porque hay que ver, qué campiñas tan inmaculadas, sin basura ni vertederos o “quiñones” como decíamos en mi pueblo.

Bueno, con estos artilugios tecnológicos puedes acceder a mil cosas más, puedes escuchar música, jugar, pagar la cuenta del súper, hacerte fotos y vídeos o hablar por teléfono entre otras muchas más aplicaciones. Esto sí que es un ingenio multiusos y no aquellas navajas llenas de muelles con sacacorchos.

Pero si algo tengo claro de este paraíso virtual es que el protagonismo de la serpiente seductora se lo encasqueto al algoritmo, ese método numérico que calcula y te propone, ese factor tan abstracto y desconocido como efectivo.

Aceptarán conmigo que si miras colchones en la red al momento en el facebook te salen cien mil ofertas, las diferentes calidades y los lugares donde puedes comprarlos y qué se yo cuantas cosas más. Y eso pasa con todo, si te demoras unos segundos viendo un vídeo de aviones, al rato te proponen ver como despegan o aterrizan las aeronaves más modernas, te ofrecen todo lo que puedas imaginar y la tentación es su mejor baza porque, como el ojo de dios, saben casi todo de nosotros, es algo tan terrible como maravilloso.

El otro día me cuenta un amigo que su hija le ha regalado a su anciana madre un asistente virtual, un robot que habla y le aconseja aparte de hacerle compañía, así que la buena mujer está encantada por lo bien que se porta esa voz que está atenta a todo, que le recuerda cuando tiene que tomarse las pastillas y le responde a cualquier cosa, vamos que la ocurrencia de la nieta ha sido un gran acierto porque, aunque a ratos, ese cacharro hace feliz a su abuela. Al final terminaremos todos así, viendo la vida a través de una pantalla y hablándole a un robot, es el paraíso del futuro, si tienes recursos claro está.

Bueno, voy a terminar, que me he liado un poco. El paraíso como el Dorado no existieron nunca, ni antes ni ahora. El edén siempre es una fantasía, una utopía, una quimera, un espejismo o un sueño, pero nunca debemos renunciar a este delirio porque los sueños deberían cumplirse.


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