Archivo por meses: agosto 2023

Ante la duda, generosidad (Rafael Toledo Díaz)

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Categoría: La caja negra

Trabajo, sacrificio, instinto, cautela, objetividad, discreción, perseverancia, ambición o neutralidad son algunas aptitudes o habilidades que podían muy bien explicar el éxito de Alberto.

Sin llegar a ser obsesivo, pero metódico, cada mañana observa en el aparcamiento que su coche esté perfectamente alineado con la columna y paralelo al vehículo contiguo. Se asegura de echar el cierre y sonríe satisfecho ante su nueva adquisición, un automóvil repleto de prestaciones que reflejan su actual estatus empresarial.

Qué lejos quedan aquellos tiempos de su primer local situado en el extrarradio de la capital, un lugar donde empezó a cumplir sus sueños y donde trabajó duro para llegar hasta aquí. Ahora, su negocio de consultoría está situado en la octava planta de una moderna torre que alberga oficinas de varias firmas multinacionales. Aún así, nunca olvida que la austeridad y la eficacia son imprescindibles para prosperar. Su equipo, es decir, sus empleados, son apenas media docena; tres mujeres y tres hombres de edades dispares. Cuca es la más joven y está a punto cumplir los treinta, mientras que Paco, su mano derecha, acaba de rebasar los cincuenta.

A las nueve en punto todos los días laborables saluda amable a sus asalariados antes de entrar al despacho, es un gesto medido, ni apático ni excesivamente cordial, nada de familiaridades que puedan confundir al personal. Él es el jefe y ellos sus empleados, su mejor afecto es pagarles cada mes un buen sueldo y sin demoras. Alberto opina que el compromiso y la privacidad fomentan la eficacia para que todo fluya. Es verdad que de vez en cuando hay algún fracaso, una negociación fallida a última hora, que no todo puede ser idílico. Pero en general, el negocio va viento en popa y su despacho es uno de los más valorados para acometer desarrollos empresariales de todo tipo.

Solo en una ocasión tuvo que reunirlos para aclarar algún asunto de índole particular pues, Marisa, al supervisar alguno de los contratos, observó que su firma, aunque casi ilegible, era la de un nombre compuesto.

En tono cordial y a modo de chascarrillo, Alberto les confesó que su nombre en realidad era Juan Alberto. Un imperativo de las familias que pugnaron porque llevase los nombres de sus abuelos y que incluso echaron a suerte cual sería el primero. Menos mal que el resultado sonaba de forma lógica porque, Alberto Juan, chirriaba bastante. De todas maneras, él eligió como habitual el nombre de su abuelo materno porque se sentía más identificado, y porque le gustaba más.

Desde hace bastante tiempo Alberto apenas tiene contacto con la tierra donde vino al mundo. Aunque los apellidos de sus abuelos fueron de los más relevantes de la zona, allí apenas queda familia, si acaso algún primo lejano. Además, lleva demasiado tiempo integrado en la vorágine de la capital y sus quehaceres laborales le han alejado de cultivar las relaciones familiares, pues Alberto vive por y para su trabajo. Es verdad que se ha dado un tiempo y que cuando llegue el éxito definitivo piensa retirarse, pero eso tardará unos años.

Sin embargo, en estos días llegó a sus manos un dossier que le recordó su origen provinciano. Se trataba del encargo de una empresa cárnica que, entre otras muchas instalaciones, tiene un matadero en su pueblo. Pues bien, esa sociedad estaba interesada en realizar una reducción de personal del veinticinco por ciento de los trabajadores. En un primer momento su cometido no iba más allá de realizar un informe sobre la necesidad de esa reducción de plantilla, después, posiblemente le encargarían realizar una tarea más ingrata sobre los operarios a despedir.

En un primer momento no fue consciente del factor emocional que eso suponía, ya había realizado actuaciones parecidas para otras firmas, era algo habitual dentro de su cometido como empresa consultora. Alberto sabía perfectamente que, tras los datos que le aportaron, lo más probable era que la eficiencia de aquella instalación no es que diese pérdidas, simplemente no había cumplido con las expectativas de negocio exigido por la central. Si bien, las aparentes cifras negativas podían justificarse con la excusa de la sequía, la subida de los carburantes, de las materias primas o el menor consumo de carne, etc. Pero, a pesar de los argumentos exhibidos por los directivos, él tenía la convicción, como en otros muchos casos, que la decisión estaba tomada de antemano. Su dictamen solo serviría para reafirmar lo ya acordado.

Fue entonces cuando la memoria empezó a pasarle factura. Ahora era consciente de su madurez y de su relativo poder. Había pasado página, pero en aquellos años de la infancia y la adolescencia Alberto fue un niño delgado, casi escuálido, tímido y melindroso que apenas se relacionaba con los demás. En el barrio, en el colegio y en el ambiente donde se movía Alberto tuvo que lidiar con el acoso escolar y aquel sambenito de “El llorica”, un mote que le asignaron sus compañeros y del que nunca pudo desprenderse. Las pocas veces que volvió después de la universidad todos se dirigían a él con ese apelativo, que de cariñoso no tenía nada.

Ahora, posiblemente, algunos de aquellos “graciosos” trabajaban en el matadero del pueblo. Por un momento pensó que él, con sus informes, quizás podía enviarles al paro como una venganza por tanto agravio y humillación, pero enseguida rechazó aquel pensamiento de resquemor hacia sus paisanos.

Como tantas veces, Alberto reunió a su equipo y, aunque no les contó su triste experiencia vital, sí les expuso la indecisión personal que le suponía su estado emocional al tratarse de una zona conocida, de personas conocidas, de sus raíces y de los escasos recursos de sus pobladores que, una vez más, iban a sufrir las consecuencias de las políticas agresivas de los grandes grupos empresariales.

Solo les aconsejó que fuesen honestos al tratar los datos y las cifras. Y que, si en algún momento dudaban, debían anteponer la decencia y la dignidad de las personas ante la frialdad de los números. Él, “El llorica”, a pesar de las burlas y vejaciones que le propinaron aquellos patanes, no iba a influir en la decisión final, ni siquiera con el voto de calidad que, como gestor responsable del negocio, tenía otorgado.


Escriben tu nombre (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Escriben tu nombre en los periódicos

se escucha en radio y televisión

y la vecindad sorda y ciega hasta ayer

derrama lágrimas ante los medios

y los del vuelva usted mañana

guardan un minuto de silencio

También

durante ese año

los veinticinco de cada mes

en todas las plazas de cada distrito

pueblo o ciudad

después pasas a la memoria

con letras muy grandes en el barrio

donde crean un Centro de Igualdad

y acuden las mujeres

para aprender a defenderse

Eres ya otra heroína

que engrosa la lista de nombres

cada vez más apretados


Heroínas (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

  
 Luchan día a día
 por un mundo más justo
 por una vida más digna
 
 
 Son las que friegan
 lavan y cuidan niños y ancianos
 en casas ajenas
 
 
 Liberan al corazón de la amargura
 siempre tienen palabras de amor
 y se esfuerzan en todo con bravura
 
 
 Sus manos con cicatrices ancestrales
 hasta el final de sus días
 reparten el cariño a raudales 


Superpoder (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

Mamá dice que no debo preocuparme, que el auténtico poder no está en volar, volverse transparente o levantar un edificio entero. Cuando todo el mundo puede hacer esas cosas, esas cosas se vuelven normales, incluso vulgares, dice. El auténtico poder está en conseguir que alguien que puede hacer algo de eso no lo haga, porque se lo hemos indicado, pedido, explicado.

Yo no acabo de verlo claro, pero es mamá y, claro, ella no miente y apenas se equivoca, así que deberá de ser como ella dice; tendré que creerme una especie de superhéroe raro que puede modificar conductas con un simple gesto, o sea, un balbuceo, un gemido, un llanto, por favor, mamá, que tengo hambre, papá, deja tu capa y tus leotardos y dame el biberón… A qué esperáis, como me enfade…



El héroe (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

Entró de buena mañana en la cocina, antes de que se levantara el resto de la familia. Había amanecido con un propósito, uno intimo y personal, del que no quería informar a los demás hasta saberse capaz de realizarlo con éxito.

Tras tomarse un café apresurado y habiendo cerrado, con todo el cuidado de no hacer ningún ruido, la puerta que daba al pasillo, se dispuso, algo nervioso, a preparar su propósito.
Sacó del frigorífico con sumo cuidado un par de huevos, del cajón de las verduras del mismo, extrajo un limón de mediano tamaño y con todo ello se dirigió al mostrador y lo depositó sobre la tabla de cortar.
Continuó con sus preparativos extrayendo el vaso de la batidora y colocándolo próximo a la tabla; a continuación y con un ligero temblor de manos, procedió a cascar el huevo contra la superficie afilada del cristal del vaso, se escuchó un pequeño ruido sordo, que sonó como un craash, tras ello introdujo sus dos dedos índices en la ranura recién abierta y haciendo una ligera presión partió la cascara por la mitad cayendo el huevo con su clara y su yema al interior del vaso haciendo un plafff sordo y apagado. Tras el huevo tomó el limón y con un gran cuchillo lo colocó sobre la tabla y de un solo tajo lo abrió por la mitad, cogió en su mano izquierda una de las mitades y con un tenedor eliminó una a una todas las semillas que contenía y, tras cerciorarse de que estaba limpio de semillas, clavó las púas del tenedor en el centro y poniéndolo sobre el vaso de la batidora, lo apretó con fuerza exprimiendo todo su jugo.
Procedió entonces a introducir sus dedos índice, medio y pulgar en el salero y allí recogió unas pocas piedras blancas y brillantes de ese aderezo tan dulce en la gastronomía.Arrojó con algo de chulería la sal al vaso y lo trasladó a la batidora procediendo a conectarla a la velocidad mínima,
puso el tapón dosificador en su lugar y cogiendo la botella del aceite, procedió a verterlo lentamente. Al cabo de unos segundos sus manos comenzaron a transpirar y su frente se perló de diminutas gotitas de sudor, sintió en la nuca que su cabello comenzaba también a humedecerse por la tensión, era ahora o nunca, la batidora cambiaría de sonido y ahí, ahí precisamente, estaba el estrecho margen entre éxito y fracaso.
Pues dependiendo del sonido, su propósito se habría convertido en éxito o no.
De repente, el sonido cambió y en lugar de ese sonido desabrido de algo líquido y estropeado notó el sonido grave y ronco de la mahonesa perfecta.
Respiró profundamente al comprobarlo tomando una punta de cuchillo que introdujo en la salsa y que salió amarilla, espesa y olorosamente magistral.
Aquel día sería reconocido como héroe de su casa.


Superpoder (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

‘Hoy no he hecho nada malo’. Esta frase, que figuraba grabada dentro de mi cabeza después de habérsela escuchado a mi abuela tantas veces, se borró de un plumazo en unas semanas de invierno, hace ya mucho tiempo. Entre meriendas y achuchones, ella siempre me decía:

– Ramona, cuando hagas repaso de tu día, intenta haberla cumplido. Ser buena gente es lo más importante que hay en el mundo- me repetía.

Yo la creía y lo intentaba cada día. Hasta que Fati llegó al Instituto y todo cambió.

Llegó con sus vaqueros de marca ajustados, sus sujetadores que le moldeaban unas tetas de imposible competencia, su melena cuidada y su cara maquillada de angelito vicioso. Todos los chicos la miraban y nosotras pasamos a transitar la cara oculta de la luna. Ella se dejaba ver, extendía sus plumas de colores y les daba esperanzas, ¡pobres tontos!

Marta y Vane decidieron que había que darle un escarmiento, pero el resto del grupo dudaba. Yo estaba rabiosa, era imposible competir con ella en la atención de los chicos, pero pensaba en mi abuela. Al final, decidimos votar. Cuando comprobamos el resultado, cuatro a tres a favor del castigo, cerré los ojos con fuerza y como ya sabía que sucedería, el tiempo se volvió del revés y retrocedió unos segundos hasta el momento de la votación. Lo pensé, pude cambiar el sentido de mi voto, pero no lo hice. Fati se lo merecía.

La cara marcada y el collarín le restaron protagonismo para el resto del curso. Desde ese día, la evitábamos en los pasillos y yo hacía cualquier cosa, hasta manejar el tiempo para no tenerla de frente. Fati no nos delató, mantuvo una distancia orgullosa que le agradecí en silencio. Los chicos pasaron de la admiración a la compasión y de allí a la indiferencia en cuestión de días; cabrones. Nosotras volvimos a la pasarela, otra vez protagonistas y aliadas; tonteábamos con ellos, como antes.

Después, utilicé mi poder para mejorar mis respuestas en algún examen y también en evitar varios accidentes, pero como nadie salvo yo misma era consciente de mi intervención, mi interés en el manejo del tiempo disminuyó. ¿Qué era una superheroína sin reconocimiento? Nada.

Y lo peor es que mi abuela pudo ver en mi mirada que algo había cambiado dentro de mí. Ella si que tenía un superpoder.


¡Oh, capitán, mi capitán! (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Aviso: Ojo con el título, porque esto no va de pelis, ni de poemas de Walt Whitman, esto va de otra cosa jaja…

¡Cáspitas!¡Albricias!¡Por el gran batracio verde! Al fin llegaron los súper-héroes. Esta vez los fantoches de El Globo Sonda han acertado de pleno eligiendo un desenfadado tema para el mes de agosto. Después, solo mi apego al páramo y a la llanura me hicieron dudar y, por un momento, mi mente evocó al “Gañán Enmascarado”, que no sé si fue antes o después de “El tío de la vara” o resulta ser el mismo personaje. En cualquier caso, enseguida desistí del empeño y me decanté por mi admirado Capitán Trueno, del que ya escribí hace tiempo. Por eso, mucho me temo que repetiré algunos argumentos.

Lo primero que deseo destacar es que el Capitán también es mi coetáneo, puesto que nacimos el mismo año. Él, mi ídolo, es el paladín más atrevido, el más justo y el más valiente que conozco. Además, debo agradecerle que sus tebeos de aventuras estimulasen mi hábito por la lectura.

Aunque después vinieron Julio Verne, Emilio Salgari y otros autores de literatura juvenil, aquellos cuadernillos apaisados repletos de dibujos y textos que mostraban las andanzas de aquel temerario líder fueron el inicio de mi despertar a la fantasía a través de sus correrías por todo el planeta.

Desde la llanura manchega y sentado bajo una higuera o una parra podías imaginar parajes insólitos, trasladarte a países exóticos compartiendo sus fantásticos y arriesgados viajes en barco o en globo, desde la jungla al desierto, y llegar hasta la estepa para después recorrer la Muralla China guerreando y deshaciendo entuertos, combatiendo contra infieles y sarracenos, luchando frente a bellacos y malandrines, enfrentándose a villanos y majaderos de cualquier etnia del planeta, todo en aras de la justicia y el sentido común.

No sabría definir la ética concreta del Capitán Trueno, si bien no era excesivamente religioso, en muchas ocasiones, y antes de emprender la batalla, invocaba a Santiago en su arenga, y supongo que sería el apóstol, que en aquel tiempo de la dictadura había que exhibir el patriotismo de alguna manera. Pero en otros aspectos, y sobre las creencias, era bastante tolerante, aunque hubiese participado en las cruzadas, pues se aliaba con cualquiera que compartiese sus valores sin tener en cuenta razas ni doctrinas.

El Capitán era un líder hecho a medida. Evidentemente, guerreaba, pero también se avenía al diálogo para resolver los conflictos. Y, siempre, siempre, estaba rodeado de sus fieles amigos Goliath y Crispín que le ayudaban en lo posible porque juntos formaban una piña.

Mientras que el tuerto grandullón de Goliath pensaba en una suculenta comida y mostraba su fuerza bruta dando mamporros a diestro y siniestro, la relación del Capitán con Crispín era más protectora y mucho más cerebral, que no todo iba a ser ferocidad y violencia. Bajo aquel entramado de viñetas, bocadillos o globos, cartelas y cartuchos, en aquellos tebeos sutilmente se ponía en valor la importancia de una multitud de derechos de los individuos o colectivos, pero además, a pesar de la diversidad de temperamentos de nuestros personajes, la importancia de la amistad era primordial y destacaba por su naturalidad.

Por su gran atractivo, el amor nunca fue ajeno a nuestro héroe y de forma sutil apareció Sigrid en la vida del Capitán Trueno. No podía ser de otra manera, y aunque la época estaba constreñida por la censura, la reina de Thule era rubia, guapa, elegante y muy sensual, a pesar del vaporoso vestido que trataba de ocultar el cuerpo voluptuoso de una valquiria.

Resulta muy indefinida la relación entre Sigrid y el Capitán, porque tenían sentimientos religiosos muy distintos, pero aunque no estaban casados, a nadie se le escapaba que eran pareja y, además, juntos compartieron numerosas aventuras.

Aquellos tebeos, ahora trasnochados y arrinconados por el tiempo y las tecnologías, nos ayudaron a varias generaciones a desarrollar la imaginación, además de iniciarnos en el hábito de la lectura. Tiempo habría de leer escritos obligados y más sesudos.

Ahora, en estos días de calor, vuelvo contemplar esas figuras de plástico adquiridas en varios lugares de la geografía hasta completar la colección, un cuarteto de personajes fetiche que conservo con mimo y que son el referente de aquel tiempo; estatuillas que presiden un lugar destacado de mi hogar, compartiendo baldas junto a mis libros.

No siempre, pero de vez en cuando, me animo e echarle un vistazo a cualquiera de los volúmenes que recopilan varios episodios. En esta ocasión particular, y pasando las hojas, al ver al Capitán luchando contra un enorme saurio, dice mi nieta sorprendida: “¡Mira! ¡Mira, abelo, un totolilo!”. Me sonrío y le corrijo deletreando, “se dice co-co-dri-lo”, y ella repite lentamente “to-to-li-lo”, y desisto del empeño.

Es más, el buen humor me anima y, aunque ya han pasado las elecciones, por lo bajinis le tarareo: “Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno, ven Capitán trueno, haz que gane el bueno, ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno”… Y no el menos malo, como venimos votando últimamente.


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