Archivo por meses: diciembre 2022

Resacón (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Aunque a veces el tema lo sugiere uno mismo, cada mes que pasa aumenta la dificultad de asumir el reto que nos propone El Globosonda. Porque, claro, no es lo mismo lanzar una palabra o idea en un momento de sagacidad o atrevimiento, a desarrollar un texto que sea mínimamente atractivo para el lector.

Para este enero que acaba de empezar hemos elegido “resacón”, un vocablo que viene al pelo para reflejar el estado de ánimo que podemos suponer tras los excesos de las recientes fiestas navideñas. Sin embargo, y personalmente, quiero extenderlo más allá, porque siempre en estos días me gusta hacer una reflexión o un balance sobre el año que dejamos atrás, por eso “resacón” también me sirve para trasmitir la impresión que me ha dejado el paso del 2022 en mi estado de ánimo.

Resulta evidente que tras la pandemia se ha alterado el ritmo natural y, a pesar del empeño en recuperarlo, no hemos vuelto a la acostumbrada rutina anual porque, de forma velada, el propósito de una “Nueva Normalidad” se está cumpliendo. Desgraciadamente, la crisis provocada por el Covid-19 no ha conseguido que seamos más buenos, ni más tolerantes, ni siquiera más solidarios, es más, poco a poco estamos entrando en una dinámica dogmática e intransigente, un espacio donde debes decidir a qué bando perteneces y, a veces, en aras de ser asertivo o políticamente correcto, debes renunciar a una libertad de expresión que costó tanto conseguir. Ahora, en cualquier momento y por cualquier tontería pueden señalarte o, lo que es peor, etiquetarte dentro de un grupo con el que no te identificas en absoluto.

Este año pasado, en lineas generales, ha sido bastante anodino. Si bien la primavera siempre genera buenas energías, el largo verano acabó siendo eterno y tedioso con esa angustia por la falta de la generosa lluvia que, personalmente, tanto me tonifica.

En otro orden de cosas, y a pesar de que apenas manifiesto interés por la política, acepto por evidente y con resignación que los políticos son un reflejo de nuestra sociedad y doy por hecho que muchísimos de nuestros representantes más cercanos y directos son ajenos al escaparate que los medios nos enseñan; con sus aciertos y sus errores pero con entusiasmo, intentan ser dignos, honestos y eficaces. Sin embargo, existen otras políticas tan elitistas como ineficaces que no contribuyen a resolver los problemas que la sociedad plantea. Si además le añadimos la falta de diálogo y consenso para dinamizar las instituciones y solo trasmiten a través de los medios su hostilidad o frentismo, es normal que la consecuencia más inmediata sea el desafecto del electorado. Por este motivo creo que muchos ciudadanos hemos puesto distancia a sus intrigas y sus contiendas, cansados de tanta verborrea inútil que ni nos interesa, ni nos ayuda, aunque desgraciadamente nos afecta.

Como siempre, y a medida que se acerca diciembre, el curso político se convierte en un cuerpo a cuerpo, vamos, casi un reality televisivo donde solo importa el postureo. El eterno diálogo de sordos en la cúspide hace tiempo que me aburre y en nada me ayuda para remontar el ánimo.

Otro asunto que de vez en cuando aparece, y me hace cavilar de una forma íntima y confusa, es la muerte. En todo momento intento aplicar el sentido común y asumir con naturalidad que la vida tiene un final, pero este año en concreto celebramos que no hubo ausencias familiares. No obstante, debo reconocer que siempre me deja un regusto triste cuando el obituario me anuncia el fallecimiento de nombres populares que se mezclan con mis vivencias. En este 2022 nos dejaron periodistas como José Luis Balbín, Jesús Quintero y Ángel Casas, personajes de la farándula como Juan Diego y Alicia Hermida, músicos como Pablo Milanés y gentes de la Movida como la artista y fotógrafa Ouka Leele; y en el mundo de las letras, la pérdida inesperada de Javier Marías. Estos y otros nombres de celebridades me conmovieron al conocer su fallecimiento. Son personajes que ya forman parte del pasado, evidenciando lo efímera que es la vida, esa que vamos gastando año tras año sin apenas darnos cuenta.

Pero no todo va a ser triste y negativo. Por eso, y para transitar por el nuevo ciclo, me aferro al título de la novela póstuma de Almudena Grandes “Todo va a mejorar” o, al menos, debemos intentarlo y salir del resacón que nos ha dejado este raro 2022 repleto de dificultades.

El final de año y sus fiestas de celebración se están convirtiendo en una sucesión de tópicos a los que resulta muy difícil renunciar pero, una vez pasadas, y después de hacer una discreta revisión, se inicia una nueva temporada más serena y repleta de esperanza. Para ello, me aferro a la palabra que elegí el año pasado como imprescindible y es que escuchar “abelooo” cada mañana me despierta una sonrisa, me anima y me da fuerzas para tutelar el futuro y seguir creando y teniendo ilusiones. También en los días grises o luminosos los libros y las nuevas lecturas serán un estímulo más y estoy convencido de que entre sus páginas encontraré nuevas emociones.

Y siempre, siempre, la familia, a pesar de broncas y mosqueos, es el vínculo más importante y que más me ayuda para superar el enorme resacón que me ha provocado el finiquitado 2022, pues ellos me empujan a imaginar el futuro que, a pesar de mis anhelos de rutina, siempre será aventurado e incierto.


El olor del viento (Eva Soria)

Categoría: La caja negra

Delia sabía que sería difícil enraizar en aquel lugar tan alejado de los atardeceres sepia del sur, del graznido de las gaviotas al ver las redes llenas de peces, desesperados por volver al azul metálico, del sonido del laúd creando puentes para atrapar sueños, del canto de las sirenas recordándole que ellas cuidarían de su pequeño.
Delia sabía que nunca volvería a su aldea, ya no había motivos para sonreír mientras amasaba la pasta de harina mezclada con miel, canela, azúcar y almendras. No necesitaba hacer más dulces para venderlos en el mercado de la plaza, ya no había bocas que alimentar.
En los bosques del norte encontró una pequeña choza, apartada del pueblo de piedra gris. El mar había quedado muy lejos, sin embargo, no conseguía dejar de oír el susurro penetrante del gran azul, el susurro de las sirenas adormeciendo a su hijo.
El invierno había cambiado la tonalidad del bosque y en el norte como en el sur, se daba la bienvenida a la nueva estación con celebraciones y ofrendasen la ermita de la pradera. Delia aún no tenía fuerzas para mezclarse con la gente del pueblo, aislada en su choza, intentaba recuperar lo mejor de su pasado para alejar las noches de sus días. Allí en el sur, era conocida por sus dulces, por eso los habitantes de la comarca festejaban la llegada del miércoles para poder ir al mercado y comprar los pestiños, alfajores, piñonates, tortas y los roscos de naranja. Diciembre se acercaba y con él, la imagen de su hijo revoloteando alrededor de los puestos del mercado de Navidad. Para enterrar el dolor, estuvo toda una noche amasando, mezclando la miel con las almendras, hirviendo en el cazo de latón la canela, con los clavos y el azúcar. El aroma de la amalgama de ingredientes salía por la chimenea de la choza y fue el viento el que se encargó de llevar al pueblo los aromas del sur. Al día siguiente, mujeres, niños y hombres se agolpaban en la puerta de la vivienda, para llenar sus cestas de mimbre con los piñonates, los alfajores, tortas y los roscos hechos por Delia. Con el propósito de hacer felices a sus vecinos, consiguió volver a sonreír mientras amasaba, los susurros de las sirenas se alejaron y el viento se convirtió en su aliado, rescatando a su pequeño del mar para traerlo al bosque. Delia no lo veía pero sabía que ahora era una criatura más del bosque, protegido por las alas del viento.


Almendras, nueces y miel, fue la excusa (Soledad Rizzo)

Categoría: La caja negra

Me había apuntado a un taller de escritura, que no resultó ser lo que esperaba, tanto que muchas veces, sentada en mi silla, refrenaba el impulso de coger mi abrigo, mi bolso y salir de la clase para no volver jamás. Pero qué me retenía allí, te preguntarás. Me retenía la persona que se sentaba a mi lado. Por alguna extraña razón, acabamos sentándonos juntas cuando ambas nos vimos injustamente sentadas junto a un pupitre vacío, ella a la derecha y yo a la izquierda, ella en la fila de adelante y yo una más atrás. Yo pensé que era ridículo eso de mantener aquella soledad por pudor a preguntarle si podía ocupar su espacio vacío. Y así fue como acabamos juntas sin saber lo especiales que acabaríamos siendo, la una para la otra, apenas unos minutos después. ¿Has sentido alguna vez esa sensación de familiaridad con alguien que no conoces? Pues eso fue lo que me pasó. Para romper el hielo le pregunté: ¿Sabes tú hacer esas pastas tan ricas que se comen en tu cultura? Y ella, con sorpresa y alegría en la voz, de que alguien le dirigiera la palabra, me contestó: ¡Claro, para empezar necesitas almendras, nueces y miel!


Los alfajores mágicos (Javier González)

Categoría: La caja negra

Hans salió de casa muy temprano con el encargo de vender la única vaca que les quedaba. Su madre insistió en la importancia de una buena venta, pues de ese modo comprarían comida para pasar el invierno. Silbando su melodía favorita arrancó camino al mercado que distaba a una media jornada de su casa. Saludando a los pajarillos y a las liebres que encontraba en la ruta, fue a dar con un extraño individuo al que jamás vio por aquellos parajes.

-Un extranjero de paso –pensó.

Nada más acercarse a Hans y sin mediar un buenos días le propuso un trato.

-Te cambio tu vaca por este puñado de alfajores mágicos –soltó sin vacilar.

Se miraron fijamente sin que ninguno hablara, hasta que Hans, pensando que no debía pensar más, decidió no dejar pasar la oportunidad que el destino le brindaba y cambió su flamante vaca por un puñado de alfajores mágicos.

Apenas avistó el tejado de su casa comenzó a gritar con jubilosa voz la maravilla que la fortuna había puesto en su camino. La madre de Hans, sorprendida por la rapidez de su hijo en volver del mercado, sospechó que nada bueno atacaría sus oídos. Cuando escuchó, atónita, por boca del muchacho, la historia de la vaca y los alfajores mágicos le dio un parraque que a punto estuvo de ocasionarle el óbito más fulminante que le pueda pasar a una madre que ve como su vaca, su futuro, ha quedado reducido a un puñado de dulces navideños.

-¿Tú, además de tonto, eres tonto? -le dijo a su hijo mientras tiraba por la ventana los alfajores.

-¿Alfajores mágicos? He odiado toda mi vida los alfajores y tú, zoquete, cambias a la vaca que debía darnos de comer porque un espabilado te afirma que esta mierda es mágica.

Hans, que había mantenido la cabeza hasta ese momento agachada, ante la mirada en picado de su madre, pudo contemplar con toda claridad como los alfajores que habían caído bruscamente en el suelo se convertían en hermosas vacas, impolutas, de exuberante cornamenta y unas ubres gigantes cargadas de leche, capaces de abastecer a una ciudad entera ellas solitas.

Sin cruzar palabra alguna, madre he hijo cogieron sendos cubos de zinc y se pusieron a ordeñar a cada una de las vacas. En poco menos de media hora habían agotado todos los bidones que tenían.

Las vacas alfajoreras no solo daban cada día más cantidad de leche sino que además era de un sabor inusual, más dulce y apetitoso y aportaba tal energía a quien la consumía que convertía la vejez en un juego de niños.

Venían de toda la comarca a comprar la leche de Hans. El dinero caía en sus bolsillos en cantidades tan grandes que tuvieron que comprar muchísimas cosas para hacer hueco en las cajas fuertes. Mandaron construir una casa nueva, un nuevo establo con todo lujo de detalles, un almacén de grandes dimensiones y un armario ropero de escándalo.

Desde el día que cayeron los alfajores mágicos al suelo, madre e hijo no volvieron a discutir. Se dedicaron en cuerpo y alma a explotar la inagotable fuente de leche que poseían y cuyos réditos les había convertido en la madre e hijo más ricos del lugar.

Los buenos vecinos de Hans bebían varios litros al día de aquella leche que les hacía más vigorosos, tanto que las familias crecieron en vástagos a gran velocidad y estos, alimentados, cómo no, con el maná de las vacas alfajoreras, crecían a un ritmo vertiginoso.

Pasaron los años y las vacas daban cada vez más leche y de mejor calidad. La comarca cuadruplicó su población, no solo por los nacimientos que se producían. Las muertes o eran accidentales o provocadas porque por enfermedad, por decrepitud o de modo súbito no se producían. Era una comarca cuasi inmortal.

La tierra no daba ya alimentos suficientes para alimentar a tanta prole. Los animales, incluidas las mascotas, pasaron a formar parte de la dieta hasta que se extinguieron. Sin nada que echarse a la boca, bebían y bebían leche de Hans. Fueron engordando desaforadamente a base del milagroso lácteo. En sus sienes nacieron unas incipientes protuberancias que florecieron en cuerno blanco y puntiagudo. Para sostener mejor el peso decidieron volverse cuadrúpedos. Cambiaron sus ropas por una piel repleta de finos pelillos puntiagudos. Se transformaron a fuerza de leche en vacas y Hans y su madre, que nunca la bebieron, se vieron rodeados por miles de vacas buscando ser ordeñadas. El silencio en la vida de Hans se convirtió en una sinfonía de mugidos constantes y ensordecedores que no cesaban ni de día ni de noche.

Cada vez más hinchadas la multitud vacuna rodeaba la casa de Hans esperando que alguien aliviara su exceso de leche. Los dos agazapados tras las ventanas contemplaban como cada vez venían más y más infladas. De pronto, los mugidos se tornaron en gritos desesperados y una multitud de explosiones dieron rienda suelta a un tsunami blanco que arrasó la casa, el almacén, el establo y toda la comarca que acabó cubierta y ahogada en un mar lácteo y viscoso. Hans y su madre se hundieron en los blancos fondos como migas de sobaos en la taza del desayuno. El tiempo, el viento y el sol fermentaron la leche hasta convertir en un gran queso el océano blanco que sin querer había traído la torpeza de Hans al aceptar el absurdo trueque con un tipejo que nadie vio y que no volvió nunca…

-Hans, despierta, ya es Navidad –le susurraba su madre para no molestarle.

-Tuve un sueño muy extraño –dijo aún con voz soñolienta.

-Luego me lo cuentas. Tienes que asearte y desayunar para ir al mercado a vender los alfajores.

-¿Los alfajores mágicos?-exclamó con voz asustada.

-¿Mágicos? Son los alfajores que vendemos todos los años por estas fechas. Cada día estás más bobo –le replicó su madre.

-¿Y si en el camino me encuentro con un desconocido que me ofrece cambiar los alfajores por un puñado de vacas, qué hago?

-Ordeñarlas –apostilló a modo de burla.

-¡Nooooooooooo! –Hans salió corriendo como alma que lleva el demonio.

– Lo que digo. Cada día más bobo –sentenció con abnegada paciencia la madre.

Imagen extraída de Depositfhotos

Cuento para otro diciembre (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Estaba en una plaza de toros, lleno de desasosiego. Toreaba a una letra de cambio enorme, de aquellas que firmábamos por docenas para comprar nuestra casita. Y el capote era un décimo de lotería, al que no lograba ver el número. La letra de cambio embestía sin orden ni concierto, pero con mala leche indudable, yo la esquivaba y el público se impacientaba. En una de las barreras, vi a mi suegro, que renegaba negando con la cabeza.

-¡Por los adentros, toréala por los adentros!- Me decía.

Se lo contaba a mi mujer, todavía nervioso, pero ella se partía de risa.

-¿Hiciste caso a mi padre, con lo guasón que es?

No se lo confesé, pero le había hecho caso. La letra de cambio me arrinconó en tablas, me arrolló y volteó varias veces. Cuando la cuadrilla me llevó con prisas a la enfermería, apareció un notario para dar fe de lo sucedido y, de paso, anunciarme que la letra sería devuelta a los corrales, lo que ocasionaría un aumento de los gastos a pagar.

Herido en mi honor, volví a la plaza con un revuelto de vendas para ver cómo los mansos, que eran un puñado de cabras, salían a la plaza y hacían por llevarse a la letra, que las embestía cuando se acercaban. Hasta que una de las cabrillas la pilló despistada y se la comió. El público, divertido, comenzó a tirar periódicos, serpentinas y crismas al ruedo, que fueron engullidos por el resto del rebaño. A mí, a esas alturas, solo me importaba recuperar el capote, porque el sorteo estaba próximo.

Para entonces, el único que me hacía caso era mi suegro, que repartía puros al notario y a los principales del festejo, mientras seguía dándome consejos que yo no escuchaba. Le hice un gesto con la mano para que me dejase en paz. Camino de la enfermería, me fui quitando las vendas y resultó que nada me dolía. Además, debajo del vendaje tenía puesto el pijama, un regalo de mi suegro, que asemeja un traje de torero. La enfermería estaba vacía, en un rincón había un árbol con sus adornos y a sus pies, una bandeja con dulces navideños. Me comí varios alfajores, mis favoritos y, cansado de tantas peripecias, me acosté en la camilla. Soñé que estaba en casa y le contaba a mi mujer un sueño tremendo que acababa de tener, y que ahora he olvidado. Amanecí abrazado a mi décimo de lotería.


Tiempo de alfajores (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Por imperativo legal

Yo te quiero

Tú me quieres

Él nos quiere

Nosotras le queremos

Vosotros nos queréis

Todas se quieren

cuando las luces

se suben a los árboles

y sobre piñas doradas

depositan la sonrisa

envuelta en lazo rojo

que oculta la hipocresía

de todo el año

Y toma fuerza para el siguiente



Dulces de Navidad (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

Se escuchan trinos
de los pájaros tardíos
Se escuchan los gritos
de las parejas sin amor

Pero al fin llegan las Pascuas
La luz golpea mendigos
y una música perdida
resuena en la distancia

Los niños ya no cantan villancicos
y la carencia resalta en los barrios pobres
donde suele haber más santos ateos

           Hemos perdido la inocencia
           pero nos quedan los alfajores

Al-hasú (Maite Martín Camuñas y Rosa Caporuscio)

Categoría: La caja negra

EL éxodo cruzando el mar,

lágrimas desbordando las cientos de galeras.

Unos miran hacia el futuro,

los más,

hacia ese pasado que les desarraiga

de sus moradas, sus predios.

Fracasada la contienda,

solo queda salvar la vida

o perecer con sus gentes.

En esta forzosa huida

el quebranto subsiste tras ellos.

Y para no olvidar su origen

les acompaña su imprescindible

Al-hasú” *

para iniciar una nueva

andadura

en las ajenas tierras.

Allá,

franqueado el mar y sus columnas,

aparece su nuevo hogar,

Al- Ándalus,

y agasajarán por siempre

su “alfajor

Ilustración realizada por Rosa Caporuscio

*(El relleno), pasta que se hace con almendras, miel, harina, sésamo y diferentes especias que, envuelto en obleas, utilizaban los andalusís para alimento complementario de viaje, por ser muy nutritivo y no perder sus cualidades durante mucho tiempo. A día de hoy lo conocemos como “Alfajor”. Posteriormente lo llevaron los conquistadores a América.


El Twitter del Globo