Archivo por meses: junio 2021

Mi valija (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

Está mi valija abierta,

vomitando

fracasos almacenados

en perfectos rectángulos

con olor a ropa recién plegada

y la raya en la médula.

Busco la salida en el antiguo vidrio

que se abre al horizonte

y me cruzo con un rostro

marchito

muerto en vida,

desocupado en su fatalidad,

en este aposento perverso

sufragado con falsa moneda

de orgullo vacuidad.


Autocrítica (Carlos Gamarra)

Categoría: La caja negra

Con ojos de abismo
dos águilas airadas hinchan el tiempo
que va y viene

En el aire delgado que viaja con el tren
un hombre busca a una mujer
… No podía cerrar los ojos y dejar de verla

No sabía que hacer con el amor
quería olvidarla  pero sólo la esperaba
       He mandado quemar sus tristezas

Con la mirada muda
vemos flotar el tiempo en que nos quisimos
 y me quedo a vivir en las tierras de silencio

Fábula del hombre, el lobo, la oveja y el brócoli (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

El hombre llegó hasta la orilla de aquel inmenso río. El caudal era tan inmenso y la corriente tan tenaz que ni siquiera se planteó atravesarla a nado. Asomarse a sus oscuras aguas daba miedo. Menos mal que había un pequeño bote de madera, con él podría alcanzar la otra orilla.

Llevaba consigo un lobo que había criado como compañía desde cachorro, aunque no por ello había perdido su condición de salvaje; una oveja que acaba de comprar en la feria de ganado, con cuya leche pensaba empezar a fabricar sus propios quesos; y un brócoli recién cortado que se pensaba almorzar a medio día.

Trató de subirse al bote con cuidado de no hundirlo, y en seguida comprendió que aquella pequeña embarcación había sido pensada para albergar un solo cuerpo, a lo sumo dos. De forma que no podría trasladarse con toda su carga al otro lado. Tendría que dar al menos dos viajes. Pero… ¿cómo?

Miró a su amigo lobo, que lo observaba expectante, con ese gesto de quien espera una orden inmediata. Después dirigió su mirada a la oveja. Ésta parecía ausente, únicamente preocupada en llenar la tripa. Ajena al peligro que le acechaba en los colmillos de su compañero, mordisqueaba una hierba rala, agostada y sin fundamento.

Aquello le hizo reflexionar. Era evidente que no podía dejarlos solos, que tendría que llevarse primero a uno y luego al otro, pero claro, si se llevaba primero al lobo, la oveja se quedaría sola con el brócoli, se lo comería y se quedaría sin cena. “Uff, ¡qué difícil problema! “, pensó. Hizo un dibujo en la arena para aclararse. Me dio muchas vueltas. La cabeza se llenó de barcas, lobos, ovejas y brócolis. Viajes y más viajes interminables. Y al fin, lo consiguió. ¡Había dado con la solución!

Ya estaba dispuesto a partir cuando regresó su mirada hacia sus compañeros de viaje. Para su sorpresa, el lobo le observaba ahora con el hocico ensangrentado. Se había detenido un instante, con ojillos inocentes, en su quehacer para comprobar si su dueño le daba alguna orden. La oveja, por su parte, se encontraba tirada en el suelo, con el cuello abierto. Aún movía impulsivamente las patas, pero sus ojos denotaban ya la pérdida irrecuperable de la vida. El hombre, entristecido y frustrado, sabía que había fracasado en su objetivo. Tiró el lobo al río y dejó que se lo llevara la corriente. Cogió el brócoli y se subió a la barca, y mientras tanto, reflexionó sobre lo que había hecho mal.

Moraleja: Mientras tú reflexionas sobre tus acciones, otros ya han desayunado.

Apunte del autor: sí, ya sé que en el cuento original, que es un acertijo en realidad y no una fábula, no aparece un brócoli, sino una col, pero es que el brócoli me da que está más asociado a la autocrítica.


Ese tiempo (Carmen Paredes)

Categoría: La caja negra

Ese tiempo disuelto por las sombras

abrazado

a la estatua del dolor

abrazado

a la risa de una máscara

abrazado

a partículas de instante

abrazado

a este tiempo devuelto en coágulos



¿Y por qué? (Javier González)

Categoría: La caja negra

¿Por qué me amenazáis con una palabra compuesta? Los hombres de verdad lo hacen con palabras simples pero contundentes. ¿A quién narices se le ocurrió meter un auto en asuntos de juicios? ¿Acaso se quiso hacer el primoroso insinuando que una opinión, análisis o apreciación deben ir montados en vehículo de tracción motora? ¿Y por qué no decimos a pie de crítica o crítica a pie o a sus pies señorita crítica? Es más sostenible y adecuado. ¿O por qué no acomodarla en una simple crítica sentada? ¿Y si por casualidad hago la intención de realizar una autocrítica paso a estar autocrítico de inmediato? ¿Y si la realizo bajo clave secreta me convierto en un ser autocríptico? Que conste que jamás me molestó una crítica siempre, claro está, que sea edificante. Lo que me irrita sobremanera es el uso de palabras compuestas y menos en asuntos de onanismo tanto oral como analizante.


Soneto para candidatura de altura (Carlos Lapeña)

Categoría: La caja negra

Sabido es que la máxima política  
que todo candidato aprende pronto  
tiene que ver con ser llamado tonto
si presta sus oídos a la crítica.
 
La máxima en cuestión es: “en política  
no asumas los errores, por lo pronto  
mejor es ser inútil que ser tonto
y es mejor no hacer nada que autocrítica”.
 
¿Extraña esto que digo? No hay cuidado.
En un momento gira la tortilla
y cuaja igual por uno que otro lado.
  
Se dice que hubo quien fue descuidado
y autocrítica puso en la tortilla.
No se le ha vuelto a ver por ningún lado. 

Cuadratura (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

La conversación con Pepi está terminada. Ella ha definido el comienzo, los parámetros de la charla y su desenlace; me deja. Con gesto decidido, firme y triste, cierra la puerta del coche con ese cuidado que se impone hasta en los detalles pequeños. Solo me queda permanecer postrado en el asiento mientras miro como se aleja de mí para siempre.

– ¡Autocrítica, Jose, autocrítica! -el cerebro me machaca con la frase, la escucho una y otra vez de sus labios. No es lo peor que me ha dicho, pero la palabra se queda adherida como una lapa a mi mente.

El tiempo pasa y el mundo gira mientras intento hacerme un plano de situación; vuelvo a estar solo. Por fin, arranco y me incorporo al tráfico. Automatizo la conducción, mi apartamento está apenas a veinte minutos y conozco el recorrido con la precisión de los gestos repetidos. Mi cabeza enlaza pensamientos: Solo hacen autocrítica los marxistas y los católicos; el resto, disimulamos, me digo. Para los marxistas de reuniones llenas de humo en bajeras ocultas era un imperativo, como la lucha de clases, las condiciones objetivas, el desviacionismo o la plusvalía. Ahora los marxistas son especie en vías de extinción y su autocrítica, también.

La confesión es otra forma de autocrítica, pienso, y me sonrío. El juego consiste en recordar tus faltas y hacer propósito de la enmienda. Luego, la noria vuelve a girar. La última vez que me confesé tenía doce años y el ceremonial hacia el confesionario lo asumía con la misma inercia con que encaraba la subida hasta el colegio cada mañana, o pedía la merienda a mi abuela cada tarde.

Recupero la conciencia de la carretera. Ahí estoy, en el carril central, detrás de una camioneta lenta y ruidosa. Otros coches nos adelantan por izquierda y derecha; algún conductor nos mira con gesto feroz.

Aunque quizás la más bonita autocrítica es la de los niños, cuando escriben la carta a los Reyes Magos. Los ves pensando en el contenido de la misiva; miran hacia arriba con ojos brillantes y ponen en marcha sus engranajes mentales, buscando la justificación de sus andanzas durante el año, o repasando sus merecimientos para recibir el ansiado juguete. Luego nos hacemos mayores y nos olvidamos de escribir cartas.

Llego a mi destino y aparco. La conversación con Pepi está envuelta en una niebla que me perturba, como si ya no me perteneciese. Observo mi alrededor, estoy en el barrio de mi niñez; no sabría decir cómo he llegado hasta aquí. Nada es como fue.


Sin reproches (Maite Martín-Camuñas)

Categoría: La caja negra

Nacimos libres de falsedad,

mas nuestras acciones

dislates y fortunas

nos dan un bagaje

sombrío, encaramado

sobre nuestras espaldas.

La culpa nos acompaña

desde la cuna a la tierra

donde anidarán nuestros

huesos.

Pero la carga es externa,

nosotros

nunca observamos dentro

para conocernos.

Es un atisbo que nos turba

y vivimos hasta la muerte

con la maleta a cuestas.


El Twitter del Globo