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Bujería (Maite Martín-Camuñas)

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En un pequeño rincón de maravillas ocultas,
donde los sueños y el encanto se cruzan
se alza la quincalla, mágica y reluciente,
un mundo de bujería que siempre sorprende.

En sus estantes repletos de objetos diversos,
juegan los hilos de la fantasía sin vueltas,
llaveros danzando y dijes trastornados,
mientras las gemas y abalorios hacen ruido.
Collares y pulseras, pendientes y anillos,
en cascadas brillantes, como fuegos artificiales,
adornan nuestros cuerpos con su brillo radiante,
impregnado de magia nuestro caminar continuo.
En el mundo de la quincalla todo es permitido,
la imaginación vuela y no hay nada invisible,
las llaves maestras para abrir puertas secretas,
amuletos protectores para las almas danzantes.
La quincalla nos acoge en su abrazo suave,
nos invita a soñar, a creer en lo fabuloso,
pues en cada pequeño objeto cegador,
hay un mundo lleno de embeleso fascinante.


Metálica pesadilla (Carlos Lapeña)

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Categoría: La caja negra

Pienso quincalla y veo general,

veo montón de insignificancias relucientes

y pesadas, veo un camino

de migas de pan hacia el abismo

regido por las leyes del imán

y el magnetismo.

Pienso quincalla y cada letra

se adhiere a la de al lado, a la de arriba,

a la de abajo, de detrás y de delante,

y se forma un amasijo

de metal, fragmentos, piezas,

pequeñas y brillantes

insignificancias

que elevan la basura a los altares

y dignifican

la sobra y el fragmento,

la joya,

baratija,

chatarra

mineral,

la masa fragmentaria de la tierra,

el duro componente

de un sueño pesado y movedizo.

Pienso quincalla y a sus órdenes,

mi general difunto y pútrido,

mi máquina oxidada,

mi caja de herramientas,

el yunque, la maza y el soplete,

la lima besadora de rebaba y ese polvo

que anida en los pulmones

y debajo de las uñas.

Pienso quincalla y me despierto

y la montaña ha crecido

y las partículas tiemblan

con un temblor vibrante e imperceptible

que me envuelve y endurece

y me convierte en eso

que fue quizá robot,

quizá electrodoméstico, medalla,

quizá solo desguace,

nacimiento.

Despertar.


Quincalla (Carlos Gamarra)

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Categoría: La caja negra

Quincalla o pacotilla son palabras

que describen cosas pequeñas

que pueden ser muy diversas

llenas de color y gracia

.

Son objetos cotidianos

que nos alegran los ojos

con sus brillos y destellos

y sus formas tan distintas.

.

Puede ser un llavero

un anillo

o un colgante

donde relucen sin pudor.

.

Así entre baratijas

la quincalla es un poema vivo

de objetos brillantes

donde la magia florece.

.

En un rincón de la vida

donde el tiempo baila entre lunas

surge la historia de una baratija

tesoro modesto que el alma custodia

.

En cajas humildes su encanto resuena

pequeñas joyas sencillas

tesoros escondidos

guardan secretos todo el año

.

Así en la danza de lo trivial

la quincalla se alza victoriosa

Guardiana de memorias

en su simplicidad trae un gran decoro

.

Que en la trama de lo pequeño

siempre reside la belleza

y el encanto oculto

Oh quincalla eres vibrante


Reloj de arena (Ismael Sesma)

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Categoría: La caja negra

Quincalla otorga, decía Ezequiel a los parroquianos en cuanto había ocasión, mientras pesaba legumbre o bacalao y calculaba el precio de cabeza, con precisión de científico nuclear. Ezequiel era el tendero de mi calle. Ultramarinos y Coloniales, ponía en el toldo que desplegaba a medía mañana en cuanto el sol amenazaba con fundirle el cristal de su pequeño escaparate, en el que había un revoltijo de quincalla comestible, abigarrada, que solo una mirada atenta podía descomponer.

A Ezequiel le gustaba jugar con el lenguaje; cuando terminaba su jornada iba a La Alcazaba, el bar de mi calle, que de moruno solo tenía el nombre, pedía un vinandia y Ramón y Felipe, los camareros, le entendían sin dudar: un vino tinto de frasca, peleón, de a perra gorda, como decía mi abuelo, recordando sus tiempos mozos. Otros solo necesitaban hacer un gesto con la mano y la traducción también era instantánea: rellena el vaso.

Yo iba poco al bar, entonces no eran sitios ni para niños ni para mujeres; gichas o muetas de banderamen, en el lenguaje de Ezequiel. Cuando nos llevaban, tenía que compartir una Mirinda de naranja y unas patatas fritas con mis dos hermanos; aunque tocábamos a poco, aquello era una fiesta mayor. La única mujer que entraba sola era Reme, una vecina de al lado de mi casa. Ezequiel la llamaba la Mirinda. La llamaba así porque decía que era una estirada. Yo tardé tiempo en entenderlo porque en mi calle no había gente estirada, mas bien todo lo contrario, marchábamos todos contraídos por el frío y la pobreza. Reme tenía un hijo, Paquito, al que motejaban el quincallero. Paquito en realidad era un ratero de poca monta que hurtaba todo lo que se le ponía por medio y luego llevaba el producto a un perista de barrio bien, que le hacía precio de revoltillo. Cuando Paquito estaba en la cárcel, su madre nos decía que estaba de viaje.

Pocos años después, remodelaron el barrio y mi calle desapareció. Tiraron todas las casas, levantaron el adoquinado y durante unos meses solo quedó una montonera de escombros; quincalla de yeso, ladrillos e historias de todos nosotros. A la mayoría nos dieron pisos a estrenar unas calles mas allá; llegamos en tropel y durante unos meses fuimos los nuevos, aunque éramos indistinguibles del resto de vecinos de la barriada, ellos y nosotros la quincalla del escalafón social. La Alcazaba desapareció con la calle; en los nuevos bares no había tinto de frasca, mis padres nos ponían dos cocacolas y patatas fritas para los tres. Paquito subió varios escalones en el mundo del hampa y llevó a su madre a un barrio en el que Reme se pudo estirar; la única vez que volvió por el barrio Ezequiel dijo: por ahí viene la Marquesona. Luego llegaron noticias de que Paquito estuvo de viaje mucho tiempo. El nuevo local de Ezequiel ya tenía un escaparate digno de ese nombre, en el que había un sitio para cada producto; en el toldo solo ponía Ultramarinos y Ezequiel comenzó a hablar como un vendedor.



Todo a cien (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

<<El abuelo de Juan tiene en la calle Ancha de la Feria una tiendecita de quincalla, que, andando el tiempo, será de su padre y de su tío. Es un negocio humilde y saneado, que permite vivir con cierta holgura…>> << El niño del quincallero, que es un niño endeblito y guapo, uno de esos niños decentes que viven esclavos de que no se les caigan los calcetines y de que no se les ensucie demasiado el trajecito, cuando se lanza a la aventura de la calle lleva cuajada en los ojos una mirada atónita…>>

Breves fragmentos de “Juan Belmonte Matador de Toros su vida y sus hazañas” un libro de Manuel Chaves Nogales

Evidentemente, tanto Juan Belmonte como Manuel Chaves Nogales fueron nombres importantes en sus respectivas ocupaciones. Nadie discute el prestigio de Belmonte en la historia de la tauromaquia, ni tampoco la consideración y la relevancia de Chaves Nogales como periodista y escritor. Pero igualmente debemos reconocer que ambos son nombres del pasado, y el pasado suele ser olvidadizo para las nuevas generaciones.

También, y por ende, la palabra “quincalla” está en desuso y, quizás por antigua, muchos ni siquiera saben qué significa. Originaria del francés, sirve para denominar a los pequeños objetos de metal y cosas de poco valor. Tal vez en Andalucía los más mayores conocen su significado pues, quincalla, es la palabra que se empleaba para definir las baratijas que se vendían en esos puestos o tiendecillas de los quincalleros; desconozco si en otros lugares de nuestra geografía siguen empleando este vocablo. La referencia más cercana que tenemos sobre las tiendas de quincalla bien podían ser los establecimientos cuyo reclamo principal era el precio, por ejemplo, aquellos bazares de “todo a cien” regentados en su mayoría por ciudadanos asiáticos.

Ahora que se acercan las navidades, entre otras cosas, todos solemos consumir productos para decorar nuestros hogares, cachivaches y artilugios baratos que adquirimos en los comercios referidos. Fruslerías y quincalla para fingir una felicidad ilusoria basada en el consumo y la apariencia. Este entusiasmo repleto de parafernalia es una imposición del mercado para exhibir el buenismo en estos días que se acercan porque, obligatoriamente, debemos mostrar satisfacción y alegría dadas las fechas.

Sin embargo, si de la palabra “quincalla” empleamos el segundo significado que alude a cosas de poco valor y, refiriéndonos al contexto económico y social, ese buenismo cae por su propio peso pues, como bien dice el proverbio: “Tanto tienes, tanto vales”.

A veces me pregunto qué pensarán los personajes que encabezan la Lista Forbes sobre el resto de los ciudadanos. Seguramente ni siquiera se les pasa por la cabeza que existen otras formas de vivir.

De pronto, me surge la curiosidad y pregunto: ¿Habrán pisado alguna vez una tienda de “todo a cien”? ¿Qué opinión tendrán sobre la organización Mary´s Meals, premio Princesa de Asturias a la Concordia, una organización que es capaz de alimentar a un niño cada día que asiste a la escuela durante un año y con solo 22 euros? Ya sé que no es comparable, pero me río yo de las becas de comedor de nuestro sistema educativo.

Seguro que, recluidos en su burbuja de riqueza, son ajenos al concepto que los demás tenemos sobre el valor de las cosas. La supremacía que les consiente su opulencia es incompatible con los valores comunitarios. Y sigo preguntándome: ¿Qué concepto tendrán sobre los inmigrantes, sobre el diferente, de los desvalidos y sin techo, de los refugiados o acerca de los marginados y pobres en general? Acaso pensarán que son quincalla o morralla -un término que tanto se parece en su significado-, plebe y simple populacho con los que no tienen nada en común y nada que compartir porque las élites y el resto son como el agua y el aceite. Aunque, cuidado, que cualquiera puede actuar con arbitrariedad sobre el semejante porque es muy fácil copiar esa conducta y creerte superior ante el vecino cuando sospechas que tu nivel económico y social o cultural es mejor.

Empezaba este texto escribiendo sobre personajes que, aunque ya son pasado, en algunos momentos de su existencia alcanzaron el éxito y la fama. No sé hasta que punto alguno de ellos, acentuado por su prestigio, pudo pensar que estaba por encima de los demás. Sin embargo, la realidad fue más dura, Juan Belmonte se suicidó y Manuel Chaves Nogales murió en el exilio.

Me rondan por la cabeza dos ideas contradictorias que me sirven para concluir: La vida de cualquier ser humano, de cualquier edad, lugar, raza o nación del planeta tiene, o debería tener, un valor incalculable. Al mismo tiempo y, a pesar de nuestra complejidad, nuestra existencia en el cosmos o en el infinito es como la quincalla, a la vez de efímera, apenas tiene valor.


Humo (Eva Soria)

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Categoría: La caja negra

Aunque distintas, todas las personas a las que las autoridades habían agrupado en la ladera de la sierra, presentaban el mismo cuadro clínico: Aturdimiento crónico.
No se sabía muy bien si esta nueva epidemia iba a superar a la anterior, lo que estaba claro es que al fin la élite del territorio nacional había encontrado, por casualidad, la clave para perdurar en el poder sin grandes complicaciones.
Según algunos medios de comunicación clandestinos, el origen de este nuevo comportamiento de masas no estaba bien definido, lo importante era el resultado.
Apartados de la urbe y alimentados por las sesiones de los nuevos vendedores de humo, la vida en aquel paraje parecía fácil. Solo necesitaban escuchar lo que querían oír, por eso no necesitaban ningún tratamiento médico para superar el estado de atolondramiento en el que se ahogaban desde hacía años.
Las reuniones, las luchas, las concentraciones, las protestas, el debate, la ilusión de antaño se habían desvanecido, hibernaban para dar paso a un estado de alienación consentida.
Tras las montañas otro asentamiento tomaba forma, pero los que allí vivían, tenían los sentidos bien despiertos. La extraña plaga no había producido en ellos ningún estrago. Sabían que no había mejor antídoto que permanecer al margen de las necesidades creadas por ellos mismos.
Y así, la vida de los nuevos aturdidos correteaba por la ladera de la sierra sin tropiezos porque ya no había barreras que saltar, ni laberintos donde perderse para descubrir nuevos horizontes. Tampoco pensaban en ninguna cura porque no eran conscientes de su enfermedad.
Al anochecer, los megáfonos de la plaza escupían una melodía programada que apaciguaba, si cabe aún más, el aturdimiento de esta nueva hermandad y el eco de las montañas rocosas devolvía incansablemente un Wonderful life.


Tiempo todo (Carmen Paredes)

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Categoría: La caja negra

dibuja cada día con su dedo

un mapa diferente

encima de las piedras

tendidas al borde de los caminos

que la multitud aturdida

no interpreta

y de acá para allá

la vanidad y la codicia

sutiles se desplazan

entre las memorias rotas


Desquiciados (Carlos Gamarra)

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Categoría: La caja negra

Día tras día la vida se desvanece

Nos lleva por caminos inseguros

Nuestras emociones se agitan y revientan

Y todo lo que queda es una sensación de aturdimiento.

.

Con cada paso surge un sobresalto

Es la chispa de la vida la llama de la pasión

que arde en nuestro interior y nos impulsa hacia adelante.

.

Como el mar en la tormenta

como la noche sin estrellas

la mente se nubla el mundo se derrumba

.

Pero con coraje en el corazón

el tiempo se detiene

y descubrimos que estamos al final unidos.

.

Aturdidos pero nunca derrotados


Aturdida (Maite Martín-Camuñas)

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Categoría: La caja negra

El estruendo de las olas,
el silbido del viento
el aquelarre del silencio
de venerados clamores.
Las voraces nubes
que engullen al sol
los frígidos peces
de ojos convexos
las medusas danzarinas.
Los graznidos de las gaviotas
el destierro del horizonte…
Todo cuanto me rodea
me aturde con su locuacidad
y magnifica mis sentidos.


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