Manipulador (Carmen Paredes)

Manipulador (Carmen Paredes)

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Categoría: La caja negra

Pespuntea y avanza

por la  tela y el aliento

camina entre festones

que desprenden un vaho venenoso

en mi cogote brillante

de mariposa sin miedo

Y sonrío

y hasta me columpio en la telaraña

Caen soberbios

sus colmillos de vainica

Y son las precisas puntadas

de las costuras que precintan

su controlador ojo de aguja


Las costuras del tiempo (Maite Martín-Camuñas y Rosa Caporuscio)

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Categoría: La caja negra


Las costuras del tiempo
se deshilachan en la indiferencia
de lenguas agusanadas
de olvido y de nostalgia,
la clepsidra de fétidas aguas
mide el tiempo suspendido.
De mi alma brota
el destierro
y se hace sustancia
y toma su médula
y se manifiesta
entre el ayer y el hoy.
Tú,transitas por la plúmbea senda
de la cerrazón.
Yo, camino
por una senda de espinas,
sola,
pero ya no tengo sed,
los manantiales manan
en mi vereda.
Y el orden se desintegra del caos,
las hilachas del ayer
las corta al fin
el acero
del discernimiento
y tú y yo adquirimos
la ansiada libertad.
Al fin soy guerrera de fuego
y peregrina infatigable
de mi propio destino.

Ilustración de Rosa Caporuscio


Labores (Carlos Gamarra)

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Categoría: La caja negra

Con los ojos fijos en la tela

su mente viajaba por la superficie del mar

y de vez en cuando daba puntadas

Terminó el trabajo con dobladillos sin costuras

los zurcidos invisibles seguían luchando entre ellos

Todo tiempo tiene su pliegue y final

Qué es la vida sin tener costuras que hacer

Sin el susurro de una voz querida

las orillas huyen de los bordes

La noche busca las agujas

en el dolor de lo perdido

donde se juntan las orlas

Y allí quedó mi corazón

entre nudos y lazadas


Por las costuras (Ismael Sesma)

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Categoría: La caja negra

‘Es fácil sentirlo, entra por las fosas nasales y viaja directo al cerebro, como un hechizo de luna negra, rotundo, innegociable. Describirlo es otra cosa; quizás el olor de flores marchitas, apelmazadas y húmedas por el relente de una noche de invierno llena de temores se pueda parecer. Digo parecer, solo. El olor empapa las ropas de dentro afuera, porque la muerte siempre se empieza a negociar con uno mismo, y cuando sale fuera todo se difumina a su alrededor, degradado por la certeza del final’.

Esteban rememora aquellas palabras, se las dijo a Carmelo hace mucho tiempo, pero ninguno de los dos las ha olvidado. Están en su memoria como un conjuro, preso de palabras exactas para ser funcional. Esteban lo considera un don equívoco, pues encierra un peaje de conocimiento que desearía no poseer, por el que anticipa con certeza de almanaque el final de cualquiera de sus vecinos. Carmelo le guardó el secreto y solo pidió a cambio prepararse con tiempo para los fallecimientos que realmente le importaban.

– Del resto, casi prefiero no saber, que la certeza de la muerte aplasta el sentido- le había dicho.

Ahora, el olor tiene otra entidad, otro volumen. Esteban lo percibe extendiéndose como un presagio de pesadilla por todos los rincones del pueblo. Al caer la tarde, se encamina hacia la taberna, lugar de reunión de los vecinos al terminar la faena. Mientras traspasa la puerta, contiene el aliento con alguna aprensión, que se ve confirmada; dentro le llega con nitidez la vaharada de muerte colectiva, indiscriminada, como una sinfonía de grises y desazón. Carmelo se acerca y Esteban asiente.

– Casi todos -le dice en voz baja-. Vamos fuera.

Salen hacia las eras desiertas. Carmelo se mantiene en silencio, deseoso de recibir noticias de su amigo, que camina concentrado, como un monje al que sus pensamientos le sitúan fuera de la realidad.

– La muerte nos sale a borbotones por las costuras; no me hace falta acercarme demasiado para percibirla- Esteban se ha detenido y mira a Carmelo a la cara-. A mí, a ti y a casi todos en el pueblo.

– Pues vámonos. Preparamos lo imprescindible y salimos esta noche. Quizás podamos evitarlo.

Esteban niega con la cabeza.

– Es inútil, Carmelo, está en el ambiente; tú y yo y los mejores hombres del pueblo estamos marcados. Me gustaría mentirte, pero apestamos; no hay nada en el mundo que podamos hacer.

Los amigos se separan y encaran la última noche. Esteban, abrumado por el número, se encomienda a sus antepasados. Carmelo pone en orden su alma; la cercanía del final espanta la empatía, ahoga sus horas en rezos y alcohol.

El día siguiente amanece con un cielo plomizo, eléctrico, que se disipa cuando el pueblo escucha las músicas de los feriantes, que llegan antes que otros años. La mayoría celebra el acontecimiento como un buen presagio; la vida es seca y áspera como el terreno, la diversión escasea y hay que aprovecharla cuando se presenta. Carmelo quiere creer que Esteban se ha equivocado y sale en su busca. Entonces, llegan los soldados.


Hilos y puntadas (Rafael Toledo Díaz)

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Quizás, más por cobardía que por dejadez, nadie se atreve a decirle al emperador que está desnudo, el poder siempre nos apoca. Sin embargo, y aunque atrapados por la moda del momento, todos necesitamos de un vestido para disfrazarnos. Seguramente el emperador también precisa de un buen sayo que rebaje su prepotencia y así poder disimular la vergüenzas.

No, no me es ajeno el mundo de la costura, al contrario, desde muy pronto estuve rodeado de trapos, figurines y patrones. Pero me resulta bastante complicado escribir sobre un tema tan profuso, si bien, seguramente apenas interesa. A pesar de ello, me pongo a la faena intentando compartir mi visión más íntima porque, desde pequeño, siempre he visto a mi madre cosiendo, así que mi ámbito familiar ha estado relacionado con la costura.

Imagínense un patio de cemento sombreado por una parra, algunas sillas de enea y jóvenes vecinas afanadas cada una en su labor, algunas pasando pespuntes, otras sobre-hilando, cogiendo bajos, cosiendo costuras y, las más avezadas, haciendo jaretas o rematando ojales. La tarea de tomar medidas y cortar las asumía mi progenitora, que para eso era la maestra. Por eso, de vez en cuando, mostraba a algunas de las chicas esta tarea fundamental de marcar las telas con el jaboncillo y utilizar las tijeras para que fuesen aprendiendo.

Sewing keeps my mind relaxed. Cropped shot of female tailor working on new project, making clothes with sewing machine in workshop, being busy. Young designer making her ideas come true.

En aquella casa, y al fondo del patio, también había una habitación que llamaban el taller, un cuarto amplio donde realizaban toda la faena los días de invierno o cuando el tiempo no acompañaba.

Aquel universo femenino tenía su palique particular y unas reglas no escritas. La radio y el cotilleo sobre el barrio las reunía alrededor de prendas de todo tipo, generalmente batas, faldas y blusas y, de vez en cuando, vestidos para una boda, para una comunión o para la Semana Santa, época en la que todas las vecinas trataban de estrenar alguna prenda.

Generalmente, y por las tardes, las chicas acudían a casa para ganarse unas pesetas aprendiendo a coser, una labor que en aquellos años del pasado siglo era fundamental para las jóvenes casaderas. Desde muy pronto, la ocupación de mi madre fue asumida con naturalidad, y el ajetreo de gente se convirtió en algo rutinario para nosotros. Además, mi hermana, cuando concluía las tareas de la casa y hacía los deberes, se sumaba a esa tribu de modistillas que se afanaban entre telas e hilos escuchando con devoción el consultorio de Elena Francis y las habituales radionovelas de la época. Aquellos seriales cercanos al drama y la caridad adoctrinaban a los oyentes más candorosos, panfletos muy propios de aquel ambiente tan recatado como beato. Aunque también aquellas mozas tenían sus secretos y sus picardías, pero eso a mí no me llegaba por la edad y porque era hombre. Para mi descargo confieso que yo era más de la canción del verano que de aquellos seriales lacrimógenos. Episodios que ahora me hacen recordar nombres tales como, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, Juana Ginzo, Matilde Vilariño, Teófilo Martínez o el famoso autor Guillermo Sautier Casaseca.

Tampoco es que me salvase de un entorno que apenas podía eludir, pero ser varón me permitía realizar otros cometidos. Por ejemplo, habitualmente era el recadero e iba a forrar botones y comprar, bajo muestra, cintas, hilos y pasamanería. Que todavía recuerdo aquella troqueladora en la mercería de “La Paulita” que convertía un trozo de metal y tela en botones personalizados para cada prenda. Y, si la jornada se alargaba, acompañaba a las chicas hasta su domicilio.

Todos estos recuerdos que ahora traspaso a la pantalla sucedieron durante la infancia, un tiempo de escasez y austeridad, pero del que apenas éramos conscientes y que asumíamos con naturalidad. Incluso recuerdo el disimulo y la discreción por el pago de las prendas a través del consentido y habitual trueque. A casa llegaban algunas vecinas del cercano “Cerrillo”, un barrio que, si algo tenía de marginal, era la extrema pobreza de sus vecinos, tan dignos como el que más. Discretas, en sus cestos de hule llevaban conejos, liebres, perdices o palomas torcaces, fruto de la caza furtiva para intercambiarlas por la ropa que le encargaban a la modista, en este caso, a mi madre.

Aquellas costumbres y prácticas han desaparecido, aunque si lo pensamos un poco, quizás no tanto. Porque si bien apenas se elaboran prendas a pequeño nivel, y todo es manufacturado en países del tercer mundo, la implicación de mujeres y niños en la confección de ropa en estos lugares es un hecho contrastado.

Aquí mismo, y de vez en cuando, salta la noticia del descubrimiento de talleres clandestinos en sótanos y lugares umbríos donde laboran inmigrantes ilegales en pésimas condiciones de salubridad, hombres y mujeres tratados como auténticos esclavos del siglo XXI.

La costura siempre ha sido un asunto de personas más que de sexos, aunque siempre, y por deformación, la sociedad lo conduce al género femenino. La sastrería y la modista, y al contrario de lo que pudiera parecer, la figura del sastre es más corriente que la de la sastra, que también las hay. Igualmente, las grandes firmas de moda suelen estar regentadas por un modisto de renombre, pero también hay modistas famosas.

Podría continuar porque el tema da bastante juego y el término costura se aplica a otras formas del lenguaje que nada tiene que ver con la elaboración de prendas. A nadie le extraña la frase “romper las costuras” como una forma de decir “esto ya no da más de sí”, situaciones que provocan un punto de inflexión para empezar de nuevo.

El término costura es como un pequeño universo, lo contiene todo y precisa de todo para desarrollarse, desde la imaginación, hasta la belleza. La costura exige paciencia, concentración, constancia, técnica, atrevimiento, diseño, diálogo, competencia, etc. E incluso sirve para hacer literatura, porque existen un buen puñado de novelas sobre el tema, y otras muchas del género negro o policíaco donde no se da puntada sin hilo.


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