Casino Real (Ismael Sesma)

Casino Real (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

– ¡Majestad! Perdonad el atrevimiento -el ayuda de cámara había irrumpido en el despacho del rey como si palacio sufriese un incendio.

El monarca le detuvo con un gesto de su mano. Estaba ojeando un tratado del juego de ruleta y lo último que querría es que el fiel Matías le pillase en un renuncio.

– ¿No ves que estoy ocupado? -Mintió con la seguridad entrenada desde la niñez en miles de situaciones.

– Es importante, Majestad -Matías esperaba en el dintel de la puerta la orden de paso del joven rey, pero ésta no se producía-. Vuestro padre ha desaparecido.

– ¿Y me molestas por eso, Matías? -El rey hizo un mohín de desagrado y el ayuda de cámara dio un respigo al imaginar su cabeza separada del resto del cuerpo- Estará dando un garbeo con alguno de los caballos de palacio. O retozando con alguna cortesana advenediza, de esas que fían su futuro a la fortuna de un buen revolcón regio. Dale unas horas, un día a lo sumo y volverá al redil. El joven se rió de su ocurrencia: volver al redil, tenía que apuntarlo.

– Es que ha dejado una nota de despedida.

– ¿Una nota? ¿Dónde? ¿Y a quién?

– Si vuestra majestad me permite, querría entrar en vuestro despacho y cerrar la puerta. Estamos dando unas voces que seguro que resuenan por todo palacio.

El rey cerró el libro y lo sepultó entre los memorandos que el gobierno le enviaba y que debía leer. Señaló una de las sillas. Matías se sentó, rígido y envarado, sin apoyar la espalda y le presentó la carta. La letra de su padre era inconfundible, y el sello de lacre, inequívoco. Se concentró en su lectura. Matías observaba su rostro, cada vez mas contraído.

– ¿Es verdad que le han descubierto en unos asuntos de dinero público?

Matías bajó la cabeza para que el joven monarca no pudiese ver su gesto de incredulidad.

– Majestad, me consta que desde hace semanas el gobierno os ha enviado notas e informes en los que comentan la difícil posición de vuestro augusto padre y, por ende, de la vuestra y os piden audiencia para decidir los pasos a seguir. Hasta os mandaron a un subsecretario.

– ¿Y qué pasó con el funcionario?

– Que le echasteis a los perros sin escucharle.

– ¿Aquel enano con un cartapacio lleno de papeles?

Matías asintió.

– ¡Qué gracioso cómo corría! ¿Y por qué no me advertiste, Matías?

– Lo hice, majestad, pero estabais enseñando a jugar a la ruleta a la duquesa de Parma y a la baronesa Wiggestein.

El monarca suspiró.

– Y no hice mucho caso, ¿no?

– Ninguno, si se me permite decirlo -Matías añadió una reverencia para endulzar su aserto.

El monarca despidió al ayuda de cámara con un gesto aburrido de su regia mano. Comenzó a leer la pila de documentos que tenía a su alrededor. Apenas llevaba unos minutos de lectura, cuando bostezó. Se detuvo y recordó a su tatarabuelo Alfonso. Por una insinuación respecto de su vida privada, había pasado por las armas a todo un gobierno. Aquellos eran tiempos pensó, no como ahora, que había que estar al albur de los súbditos, como si todos fuésemos iguales.

– Y papá, ¿dónde se habrá metido? -Preguntó a Octavio, un gran danés que sesteaba a su lado y apenas levantó una oreja al escucharlo.


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