Delatores (Carlos Candel)

Delatores (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

El gran objetivo en la vida de Said no es estudiar o trabajar, ni siquiera encontrar a alguien que le quiera. Con apenas 19 años sabe que lo importante en la vida es oler bien. Luego, todo llega.

Los olores son los grandes delatores. Lo sabe bien Said. Cada mañana lo comprueba en sus propias carnes, en el transporte público. Raro es el día que alguien no se cambie de asiento para evitar tener que percibir su fragancia. No es una cuestión de higiene, porque sucede también los días que encuentra un lugar donde poder ducharse y lavar la ropa. El olor lo impregna todo, es su sangre, es su piel, es su origen. Said no quiere cambiarlo, sabe que eso es imposible. Quiere hackearlo y seguir siendo el mismo. Ser un vencejo y no tocar suelo, oler a aire y agua además de a fuego y tierra.

Da igual las veces que se cuele en el supermercado y pulverice los probadores de frascos de colonia sobre su cuerpo. Ese olor le persigue todo el tiempo. Lo oculta durante unos minutos, tal vez unas horas, pero siempre vuelve. Es como una maldición silenciosa. Como una señal olorosa que sólo perciben el resto. Una alarma que indica a qué clase social perteneces. También lo ha buscado en otros cuerpos. Aquella chica alteraba su fragancia unos días, pero sólo cuando estaba con ella. El muchacho llegó a pensar en más de una ocasión en el imposible de meterse dentro de ella, robárselo, pero sin llegar a los extremos de Jean-Baptiste Grenouille en “El perfume”.

Mejor hueles, más cara es el aroma, más vales.

En la chabola que desde hace unos meses comparte con un amigo en un parque en mitad de la gran ciudad el olor parece haberse convertido en otro compañero, el delator. El que informa al resto del mundo que allí viven dos nadie. La primavera la atraviesa, pero nunca permanece en ella. La ciudad es un conjunto de olores y ciertos hedores son como fantasmas que salen de debajo de la tierra y tratan de atraparte para llevarte con ellos.

Tan sólo, tal vez, en esa pequeña clase en la que aprende español, cocina y cultura general, sólo de forma muy sutil y lejana, encuentra cada mañana, entre los ricos caldos que emergen de las ollas y sartenes en forma de vapor, un pequeño atisbo de cambio, y su olor a tierra empiece a tornarse en hierba fresca y flores alimento de mariposas. Olor a esperanza.


Deja un comentario

El Twitter del Globo