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Este año, sí. (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Uno de Septiembre. En la pausa para el café, después de las vacaciones, Toño da la palabra a Sara con un golpe de mentón.

– Yo he hecho un crucero por el Danubio. Ideal chicos, diez días sin dar golpe, viendo la cuna de la verdadera Europa. Y por la noche, acunándome con Roberto -ríe por el juego de palabras y asoma una cara de sencilla felicidad-. ¡Siguiente!

– Yo he estado en Mongolia -Lupe, la del laboratorio ha cogido el testigo- siguiendo la ruta de los pastores nómadas. Una experiencia -abre mucho los ojos- total. Viven con todo encima, de un lado para otro y no parecen añorar nada; sonríen por cualquier cosa, parecen felices.

– Nosotros hemos pasado dos semanas en Cancún -tercia Nacho al tiempo que exhibe sus brazos cobrizos por el sol-. Yo hubiera preferido ir a República Dominicana, pero Piluca se empeñó y, la verdad, no me arrepiento de haberme dejado llevar. Playa, mojitos y alguna visita cultural, para desengrasar.

– Pues yo he estado en el Ártico, en un crucero organizado por una empresa noruega -Toño está exultante-. No os podéis imaginar aquello. El color del cielo, la claridad del hielo los días claros, los animales. ¡Parecía que estaba en otro planeta!

Habría unos segundos de silencio. Toño le preguntaría con retranca gallega:

– Pedro, ¿tú dónde has estado?

Y todos pondrían cara de condescendencia. Era un ceremonial que Pedro aceptaba porque sabía que Toño, aparte de un pedante incorregible, era un buen tío. Y el resto, también; modernos, pijos, superficiales, pero buena gente.

Esta vez, se relamió al imaginar la ronda de las vacaciones. Si nadie la comenzaba, ya se encargaría él de hacerlo. Anticipó sus caras de envidia; este año sí. Con muchas fronteras cerradas y el miedo cabalgando a sus anchas por el mundo, pasar Agosto en aquella casa heredada por su mujer en un pueblito de la montaña leonesa, aislado y a salvo de contagios, era la panacea, el no va más.


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