Luchan día a día
por un mundo más justo
por una vida más digna
Son las que friegan
lavan y cuidan niños y ancianos
en casas ajenas
Liberan al corazón de la amargura
siempre tienen palabras de amor
y se esfuerzan en todo con bravura
Sus manos con cicatrices ancestrales
hasta el final de sus días
reparten el cariño a raudales
Mamá dice que no debo preocuparme, que el auténtico poder no está en volar, volverse transparente o levantar un edificio entero. Cuando todo el mundo puede hacer esas cosas, esas cosas se vuelven normales, incluso vulgares, dice. El auténtico poder está en conseguir que alguien que puede hacer algo de eso no lo haga, porque se lo hemos indicado, pedido, explicado.
Yo no acabo de verlo claro, pero es mamá y, claro, ella no miente y apenas se equivoca, así que deberá de ser como ella dice; tendré que creerme una especie de superhéroe raro que puede modificar conductas con un simple gesto, o sea, un balbuceo, un gemido, un llanto, por favor, mamá, que tengo hambre, papá, deja tu capa y tus leotardos y dame el biberón… A qué esperáis, como me enfade…
Entró de buena mañana en la cocina, antes de que se levantara el resto de la familia. Había amanecido con un propósito, uno intimo y personal, del que no quería informar a los demás hasta saberse capaz de realizarlo con éxito.
Tras tomarse un café apresurado y habiendo cerrado, con todo el cuidado de no hacer ningún ruido, la puerta que daba al pasillo, se dispuso, algo nervioso, a preparar su propósito. Sacó del frigorífico con sumo cuidado un par de huevos, del cajón de las verduras del mismo, extrajo un limón de mediano tamaño y con todo ello se dirigió al mostrador y lo depositó sobre la tabla de cortar. Continuó con sus preparativos extrayendo el vaso de la batidora y colocándolo próximo a la tabla; a continuación y con un ligero temblor de manos, procedió a cascar el huevo contra la superficie afilada del cristal del vaso, se escuchó un pequeño ruido sordo, que sonó como un craash, tras ello introdujo sus dos dedos índices en la ranura recién abierta y haciendo una ligera presión partió la cascara por la mitad cayendo el huevo con su clara y su yema al interior del vaso haciendo un plafff sordo y apagado. Tras el huevo tomó el limón y con un gran cuchillo lo colocó sobre la tabla y de un solo tajo lo abrió por la mitad, cogió en su mano izquierda una de las mitades y con un tenedor eliminó una a una todas las semillas que contenía y, tras cerciorarse de que estaba limpio de semillas, clavó las púas del tenedor en el centro y poniéndolo sobre el vaso de la batidora, lo apretó con fuerza exprimiendo todo su jugo. Procedió entonces a introducir sus dedos índice, medio y pulgar en el salero y allí recogió unas pocas piedras blancas y brillantes de ese aderezo tan dulce en la gastronomía.Arrojó con algo de chulería la sal al vaso y lo trasladó a la batidora procediendo a conectarla a la velocidad mínima, puso el tapón dosificador en su lugar y cogiendo la botella del aceite, procedió a verterlo lentamente. Al cabo de unos segundos sus manos comenzaron a transpirar y su frente se perló de diminutas gotitas de sudor, sintió en la nuca que su cabello comenzaba también a humedecerse por la tensión, era ahora o nunca, la batidora cambiaría de sonido y ahí, ahí precisamente, estaba el estrecho margen entre éxito y fracaso. Pues dependiendo del sonido, su propósito se habría convertido en éxito o no. De repente, el sonido cambió y en lugar de ese sonido desabrido de algo líquido y estropeado notó el sonido grave y ronco de la mahonesa perfecta. Respiró profundamente al comprobarlo tomando una punta de cuchillo que introdujo en la salsa y que salió amarilla, espesa y olorosamente magistral. Aquel día sería reconocido como héroe de su casa.
‘Hoy no he hecho nada malo’. Esta frase, que figuraba grabada dentro de mi cabeza después de habérsela escuchado a mi abuela tantas veces, se borró de un plumazo en unas semanas de invierno, hace ya mucho tiempo. Entre meriendas y achuchones, ella siempre me decía:
–
Ramona, cuando hagas repaso de tu día, intenta haberla cumplido. Ser
buena gente es lo más importante que hay en el mundo- me repetía.
Yo
la creía y lo intentaba cada día. Hasta que Fati llegó al
Instituto y todo cambió.
Llegó
con sus vaqueros de marca ajustados, sus sujetadores que le moldeaban
unas tetas de imposible competencia, su melena cuidada y su cara
maquillada de angelito vicioso. Todos los chicos la miraban y
nosotras pasamos a transitar la cara oculta de la luna. Ella se
dejaba ver, extendía sus plumas de colores y les daba esperanzas,
¡pobres tontos!
Marta
y Vane decidieron que había que darle un escarmiento, pero el resto
del grupo dudaba. Yo estaba rabiosa, era imposible competir con ella
en la atención de los chicos, pero pensaba en mi abuela. Al final,
decidimos votar. Cuando comprobamos el resultado, cuatro a tres a
favor del castigo, cerré los ojos con fuerza y como ya sabía que
sucedería, el tiempo se volvió del revés y retrocedió unos
segundos hasta el momento de la votación. Lo pensé, pude cambiar el
sentido de mi voto, pero no lo hice. Fati se lo merecía.
La
cara marcada y el collarín le restaron protagonismo para el resto
del curso. Desde ese día, la evitábamos en los pasillos y yo hacía
cualquier cosa, hasta manejar el tiempo para no tenerla de frente.
Fati no nos delató, mantuvo una distancia orgullosa que le agradecí
en silencio. Los chicos pasaron de la admiración a la compasión y
de allí a la indiferencia en cuestión de días; cabrones. Nosotras
volvimos a la pasarela, otra vez protagonistas y aliadas; tonteábamos
con ellos, como antes.
Después,
utilicé mi poder para mejorar mis respuestas en algún examen y
también en evitar varios accidentes, pero como nadie salvo yo misma
era consciente de mi intervención, mi interés en el manejo del
tiempo disminuyó. ¿Qué era una superheroína sin reconocimiento?
Nada.
Y lo peor es que mi abuela pudo ver en mi mirada que algo había cambiado dentro de mí. Ella si que tenía un superpoder.
Aviso: Ojo con el título, porque esto no va de pelis, ni de poemas de Walt Whitman, esto va de otra cosa jaja…
¡Cáspitas!¡Albricias!¡Por
el gran batracio verde! Al fin llegaron los súper-héroes. Esta vez
los fantoches de El Globo Sonda han acertado de pleno eligiendo un
desenfadado tema para el mes de agosto. Después, solo mi apego al
páramo y a la llanura me hicieron dudar y, por un momento, mi mente
evocó al “Gañán Enmascarado”, que no sé si fue antes o
después de “El tío de la vara” o resulta ser el mismo
personaje. En cualquier caso, enseguida desistí del empeño y me
decanté por mi admirado Capitán Trueno, del que ya escribí hace
tiempo. Por eso, mucho me temo que repetiré algunos argumentos.
Lo primero que deseo destacar es que el Capitán también es mi coetáneo, puesto que nacimos el mismo año. Él, mi ídolo, es el paladín más atrevido, el más justo y el más valiente que conozco. Además, debo agradecerle que sus tebeos de aventuras estimulasen mi hábito por la lectura.
Aunque
después vinieron Julio Verne, Emilio Salgari y otros autores de
literatura juvenil, aquellos cuadernillos apaisados repletos de
dibujos y textos que mostraban las andanzas de aquel temerario líder
fueron el inicio de mi despertar a la fantasía a través de sus
correrías por todo el planeta.
Desde
la llanura manchega y sentado bajo una higuera o una parra podías
imaginar parajes insólitos, trasladarte a países exóticos
compartiendo sus fantásticos y arriesgados viajes en barco o en
globo, desde la jungla al desierto, y llegar hasta la estepa para
después recorrer la Muralla China guerreando y deshaciendo
entuertos, combatiendo contra infieles y sarracenos, luchando frente
a bellacos y malandrines, enfrentándose a villanos y majaderos de
cualquier etnia del planeta, todo en aras de la justicia y el sentido
común.
No sabría definir la ética concreta del Capitán Trueno, si bien no era excesivamente religioso, en muchas ocasiones, y antes de emprender la batalla, invocaba a Santiago en su arenga, y supongo que sería el apóstol, que en aquel tiempo de la dictadura había que exhibir el patriotismo de alguna manera. Pero en otros aspectos, y sobre las creencias, era bastante tolerante, aunque hubiese participado en las cruzadas, pues se aliaba con cualquiera que compartiese sus valores sin tener en cuenta razas ni doctrinas.
El Capitán era un líder hecho a medida. Evidentemente, guerreaba, pero también se avenía al diálogo para resolver los conflictos. Y, siempre, siempre, estaba rodeado de sus fieles amigos Goliath y Crispín que le ayudaban en lo posible porque juntos formaban una piña.
Mientras
que el tuerto grandullón de Goliath pensaba en una suculenta comida
y mostraba su fuerza bruta dando mamporros a diestro y siniestro, la
relación del Capitán con Crispín era más protectora y mucho más
cerebral, que no todo iba a ser ferocidad y violencia. Bajo aquel
entramado de viñetas, bocadillos o globos, cartelas y cartuchos, en
aquellos tebeos sutilmente se ponía en valor la importancia de una
multitud de derechos de los individuos o colectivos, pero además, a
pesar de la diversidad de temperamentos de nuestros personajes, la
importancia de la amistad era primordial y destacaba por su
naturalidad.
Por su gran atractivo, el amor nunca fue ajeno a nuestro héroe y de forma sutil apareció Sigrid en la vida del Capitán Trueno. No podía ser de otra manera, y aunque la época estaba constreñida por la censura, la reina de Thule era rubia, guapa, elegante y muy sensual, a pesar del vaporoso vestido que trataba de ocultar el cuerpo voluptuoso de una valquiria.
Resulta
muy indefinida la relación entre Sigrid y el Capitán, porque tenían
sentimientos religiosos muy distintos, pero aunque no estaban
casados, a nadie se le escapaba que eran pareja y, además, juntos
compartieron numerosas aventuras.
Aquellos
tebeos, ahora trasnochados y arrinconados por el tiempo y las
tecnologías, nos ayudaron a varias generaciones a desarrollar la
imaginación, además de iniciarnos en el hábito de la lectura.
Tiempo habría de leer escritos obligados y más sesudos.
Ahora,
en estos días de calor, vuelvo contemplar esas figuras de plástico
adquiridas en varios lugares de la geografía hasta completar la
colección, un cuarteto de personajes fetiche que conservo con mimo y
que son el referente de aquel tiempo; estatuillas que presiden un
lugar destacado de mi hogar, compartiendo baldas junto a mis libros.
No
siempre, pero de vez en cuando, me animo e echarle un vistazo a
cualquiera de los volúmenes que recopilan varios episodios. En esta
ocasión particular, y pasando las hojas, al ver al Capitán luchando
contra un enorme saurio, dice mi nieta sorprendida: “¡Mira! ¡Mira,
abelo, un totolilo!”. Me sonrío y le corrijo deletreando, “se
dice co-co-dri-lo”, y ella repite lentamente “to-to-li-lo”, y
desisto del empeño.
Es más, el buen humor me anima y, aunque ya han pasado las elecciones, por lo bajinis le tarareo: “Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno, ven Capitán trueno, haz que gane el bueno, ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno”… Y no el menos malo, como venimos votando últimamente.
El último refugiado del planeta Kriptón atraviesa el universo en una nave interestelar. Ha salido como bebé de su planeta a punto de saltar por los aires y llega a la tierra todavía como un bebé. Su nombre real es Kal-El, pero al aterrizar de una manera un tanto accidental en la Tierra, es adoptado por un matrimonio de granjeros que han deseado siempre tener un hijo y este les cae llovido del cielo. Ante las autoridades, fingen que la criatura es hijo de la esposa y ya está. Sin embargo, enseguida Kal-El muestra que no es un niño normal, es un súper niño y, mantener sus poderes fuera del conocimiento de las autoridades del país resulta complicado.
Kal-El es bautizado como Song Yang. Acude a la escuela como cualquier niño de la aldea y aprende, desde muy joven, a adorar al Amado Líder. A pesar de que sus poderes aumentan según el crece, su patriotismo corre paralelo. Ama Corea del Norte, al Amado Líder y la Monarquía Comunista más que cualquier cosa en la vida. Pero sus poderes no pasan inadvertidos. Las autoridades descubren que Kal-El es un superhéroe. El Amado Líder manda traerlo a su presencia, pero nadie puede obligarlo. Kal-El acude encantado. Ante él, sus padres son ejecutados por traidores a la patria, pero Kal-El lo acepta, porque es la voluntad del Amado Líder.
Kal-El se transforma definitivamente en Supermán, pero con nombre en coreano. Ni las armas atómicas que el Amado Líder prueba pueden con él, pero Kal-El es un patriota como no hay otro, que cree en la paz y la justicia comunista. El Amado Líder lo nombra Amado Hijo de Corea y lo manda defender la patria, cosa que Supermán hace con devoción. No necesita tener una personalidad oculta, todo el pueblo lo adora, todo el pueblo sabe quién es y no le hace falta una periodista, ama y es amado por todas las mujeres que quiere.
Así, el superhéroe, en cuestión de días, acaba con los ejércitos y depone todos los gobiernos del planeta. Pone el control del planeta en manos del Amado Líder, que comienza la norcoreización de la Tierra con el mejor aliado que un monarca comunista pudiera nunca imaginar. Ay, si Stalin lo hubiera visto…
Por eso, queridos amigos y amigas, todos los superhéroes son estadounidenses, pues, de otra manera, hoy en día no habría democracia. Por tanto, no es por casualidad que Supermán cayese en Estados Unidos, que Batman fuese un multimillonario gringo o que la Mujer Maravilla, pese a no tener pasaporte estadounidense, sea una norteamericana de pro. No lo olvidéis, por la cuenta que os trae…
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