Como cada día, Sísifo se levanta sin ganas, obligado por la costumbre y los compromisos. Va directamente a la cocina, aun sabiendo que antes debería ir al baño, para orinar y aliviar la presión que siente en la vejiga desde que todavía estaba en el interior del sueño y de la noche. Pero va a la cocina y bebe un vaso de agua de la nevera. Sabe que le calará los dientes, pero no puede remediar dar preferencia al placer que le proporciona el paso del frío por su boca y su garganta.
Después, maldiciendo los pinchazos en su vientre y en sus dientes, va al baño, y, entonces sí, mea. Y vuelve a salpicar fuera, porque con el escalofrío del alivio el chorro se descontrola.
Se ducha con agua templada, porque no es capaz de esperar a que salga más caliente; se cepilla los dientes con el dentífrico mentolado que tan poco le gusta, pero que siempre acaba comprando, y se extiende en las axilas el desodorante pringoso que volvió a elegir aprovechando la oferta del supermercado.
Como no puso la lavadora, algo que le pasa con demasiada frecuencia, tiene poca ropa entre la que elegir y se pone la misma que ayer.
“No escarmientas”, se dice también hoy, mientras se ajusta el nudo de la corbata frente al espejo.
Vuelve a la cocina para prepararse un café, pero no hay. Hoy tampoco hay café. Se le olvidó, porque sigue sin escribir la lista de la compra que lleva pensado escribir tanto tiempo, pero que nunca escribe. Los olvidos reivindican su existencia, parece.
Sale de casa, refunfuñando, sin ganas de salir, como cada día y, como cada día, va caminando hasta la oficina. Al doblar la esquina da un traspiés, el mismo de siempre, por no mirar y cruza con el semáforo en rojo, como siempre, porque no viene ningún coche, aunque hoy sí, pero el claxon no le importa.
Llega al alto y mostrenco edificio. Sin apenas mirar ni saludar, como suele hacer, va directamente a los vestuarios. Allí se cambia, se enfunda en el mono marrón, se calza las botas de seguridad, se pone los guantes reforzados y va derecho a su puesto en la línea de trabajo. Espera, un día más, el estridente sonido de la sirena y, mientras espera, observa, primero sin interés, pero, después, con sorpresa, la enorme roca que deberá empujar ladera arriba, como cada día.
¿Sabes quién es Aitana? Me suena que es una futbolista de relumbrón. Sí, además, pero me refiero a la cantante. ¿Alguna joven de buen ver que canta y se contorsiona con poca ropa?, ni idea, yo me quedé en Freddie Mercury y la Rapsodia Bohemia, o más cercano, Freddie y la Caballé en Barcelona 92; fíjate qué lejos queda.
Gran chorro de voz el de Freddie, I’m just a poor boy, nobody loves me; hablaban de su vida y andanzas en una película de hace unos años. Yo también la vi; por cierto, hay momentos en la peli en que el actor, que no me acuerdo quién es, pero le he visto en alguna serie, parecía el propio Freddie; lo imitaba muy bien. Esa es la idea en el cine biográfico, o biopic, como se dice ahora; imitación. En el cine y en casi todo; mira los chinos, que llevan una vida haciendo imitaciones de cualquier cosa a mitad de precio y forrándose. Eso no es imitación, se llama falsificación; vi hace tiempo un documental en el que se veía que los bolsos de marca y los falsificados se confeccionaban en la misma fábrica, un edificio de varias plantas llenas de orientales atadas a sus máquinas de coser; ellas hacían el original y la réplica falsa, cerraban el círculo de la demanda. Sí, aquello de le engañaron como a un chino debió de servir en el XIX. Hace unos años hicieron una réplica de la Dama de Elche que era indistinguible del original; eso decía la noticia pero yo, la verdad, no me lo creí. Pues mira ahora: te llaman desde el número de tu banco, lo ves en la pantallita del móvil, y cuando descuelgas escuchas a Mariano, el chico ese tan amable de tu oficina que te suele atender, y te lleva al huerto. Y después resulta que ni te han llamado desde el banco, ni era Mariano, todo era una engañifa para dejarte sin ahorros. Igual quien ha llamado es una china que hace pluriempleo para poder dejar de trabajar en la fábrica de bolsos. Sí, claro, porque si llama la Dama de Elche, desconfías. O recibes un correo de Hacienda con sus anagramas y su escudo de colorines, y resulta que lo ha escrito cualquiera de las dos Aitanas, que en realidad son la misma persona. ¿En realidad?, pues sí que arriesgas, cualquiera sabe ahora lo que es real; quizás no existe Aitana y tanto la cantante como la futbolista son una invención para tenernos entretenidos, como en Matrix, la película aquella de las pastillitas de colores. Igual nosotros mismos estamos dentro de la matriz; un par de gemelos que se comunican por telepatía antes de nacer, vaya argumento para un relato, pero al tiempo, ¡qué perturbador! ¿Qué coño nosotros?, aquí solo estoy yo, que he escrito un diálogo falso como los bolsos de imitación, pero no hay un nosotros. ¿No hay un nosotros? ¿Estás seguro? ¿Estoy seguro?
Como tantas otras veces circulo por la autovía y a lo lejos ya diviso “El Cerro de las Aguzaderas”. En un acto reflejo giro la cabeza y también vislumbro al este los aerogeneradores que ahora coronan la sierra, horizontes que reafirman mis sensaciones porque mi destino está próximo.
Reconozco que llegado el momento es conveniente e inevitable ampliar los paisajes de referencia. Por ejemplo, la Sierra del Peral es un lugar que siempre me trae a la memoria las excursioneComo tantas otras veces circulo por la autovía y a lo lejos ya diviso “El Cerro de las Aguzaderas”. En un acto reflejo giro la cabeza y también vislumbro al este los aerogeneradores que ahora coronan la sierra, horizontes que reafirman mis sensaciones porque mi destino está próximo.
Reconozco que llegado el momento es conveniente e inevitable ampliar los paisajes de referencia. Por ejemplo, la Sierra del Peral es un lugar que siempre me trae a la memoria las excursiones de la infancia, un paraje que, aunque austero, entrañaba la mayor aventura imaginable. La caminata hasta llegar, la pendiente de la subida bordeando barbechos y olivares; y justo a medio camino de las cumbres de los dos cabezos, “La Piedra del Condenado”. Hacer una pausa y subirse allí para otear el horizonte era algo reconfortante.
Rodeada de matas de jara y de plantas de aliagas sobresale imponente entre los arbustos de los chaparros. Se la denomina así porque, según cuentan, le ofrecieron a un condenado a muerte que si era capaz de moverla podría eludir la fatal sentencia. El suceso es tan irreal que roza la fantasía porque el pedrusco tiene unas dimensiones considerables. Sin embargo, por el lugar donde está ubicada, el relato me recuerda a la condena en el inframundo de Sísifo empujando una piedra enorme cuesta arriba una y otra vez.
Pero como todos los de mi generación la relación con las piedras es mucho más banal y cotidiana; pues hábitos, juegos y costumbres estaban asociados a este mineral tan accesible como necesario.
Todavía recuerdo con añoranza aquellas tardes de sábado jugando en las eras al fútbol hasta que el sol se ocultaba. Parcelas de las afueras que ahora son irreconocibles porque sobre ellas se han construido naves y chalets a cascoporro, pero que antes estaban empedradas y, en las oquedades, entre canto y canto, crecía la hierba en primavera. Para marcar las porterías siempre colocábamos dos pedruscos de mayor tamaño.
Anteriormente sabía del oficio de empedrador porque muchas calles de la ciudad estaban pavimentadas de cantos rodados. Quiero imaginar a aquellas cuadrillas de peones arrodillados en sus esteras de pleita, encorvados durante toda la jornada, colocando a mano y golpeando con un mazo y pisones para dejar el terreno igualado. Después, y si mirabas a lo lejos, podías distinguir las armónicas figuras geométricas de un rompecabezas inmenso. Como curiosidad en muchas villas de la zona siempre hay una calle “Empedrada” como nombre popular. Años más tarde el asfalto sepultó sin piedad todo un legado de piedras y adoquines.
En cuanto a los juegos con las piedras creo que alguna vez debí jugar a los “pesucos”, tejos o cantos rodados, pero cuando no encontrábamos la piedra adecuada los construíamos con trozos de ladrillo macizo a los que previamente les habíamos redondeado la forma a golpes con otra piedra.
Otro entretenimiento de la chavalería de la época eran los apedreos. Porque lo de las pandillas no es algo nuevo, que algunos barrios tenían sus grupos de muchachos cuya mayor diversión era enfrentarse a pedrada limpia con otros críos de las afueras. No era extraño que de vez en cuando alguno pasase por la Casa de Socorro para que le curasen de una brecha en la cabeza, aunque a mí esa historia me venía de largo, pues los apedreos nunca entraron en mis juegos y solo me llegaban de oídas estos lances de los más pendencieros.
Aunque el término de la ciudad donde nací es frontera divisoria entre el Campo de Montiel y el Campo de Calatrava, en aquella zona de la Mancha predomina la piedra caliza. Por eso, además de las habituales labores agrícolas y después del arado de las viñas se solían acumular las piedras más grandes que llamaban “lanchas” (seguramente por su forma generalmente aplanada y con picos) las depositaban en uno de los lados de la linde en enormes montones que se denominan “majanos”, un lugar ideal para que cualquier animal pequeño pueda anidar, hacer madrigueras o resguardarse.
En Tomelloso y pueblos de alrededor, desde mediados del siglo XIX han aprovechado este material para hacer construcciones rurales que sirven de refugio a los labradores y los animales durante las faenas agrícolas. Suelen ser de forma circular o elíptica y las lajas se superponen formando una cúpula sin necesitar ningún tipo de argamasa. A esta edificación se le llama “bombo” y están perfectamente integrados en el paisaje manchego.
Pero supongo que mis compañeros de El Globosonda han propuesto “La misma piedra” pensando en algún dicho popular. Mas yo me aferro a la diferencias del abundante mineral, porque ni siquiera las catedrales están construidas con la misma piedra. Hay templos edificados con granito o mármol y otros con piedra arenisca; como si fuesen reflejo de la fe de los fieles, unos duros e incorruptibles y otros con las creencias erosionadas y envueltos en un mar de dudas.
Tampoco son iguales las sosegadas piedras de los viejos molinos que molían grano o molturaban la aceituna, de la mansa roca desgastada por el agua del arroyo a la insignificante piedra de la honda de David que, aunque minúscula, se utilizó para matar.
Quizás ellos aluden al título pensando en la condición humana, aquello de tropezar en la misma piedra, de cometer los mismos errores y las mismas torpezas una y otra vez, incapaces de salvar los retos que la vida propone. Aunque el mito de Sísifo se suele utilizar como ejemplo de superación por su empeño en subir una y otra vez la piedra.
Sin embargo, y para concluir, tampoco tiene sentido la historia de David frente a Goliat, una metáfora que alienta el coraje de los débiles. Según parece y en los tiempos que corren, David y los desheredados nada pueden frente al poder del Goliat de turno. Aunque en este mundo nadie es inocente porque, como reza el dicho: El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
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