Gregor, como siempre, está sentado en la primera fila de pupitres y toma notas en su cuaderno. Aunque ha intentado seguir la explicación de la profesora, le ha costado. A la entrada al centro, le han comentado que Jonathan brujuleaba por los alrededores y el mundo se ha oscurecido. Gregor nota que el temblor de su ojo derecho se acentúa como si pidiese ayuda, ahora que la clase está a punto de terminar. Duda entre quedarse en el aula hasta que la bedel revise clases y pasillos, y le haga salir, o bajar de los primeros al recreo e intentar pasar desapercibido cerca de las canchas.
En la última fila del aula contigua, Jonathan alterna vistazos furtivos al móvil con el dibujo de garabatos en su cuaderno, mientras soporta el tedio de otra clase que no le dice nada. Ha decidido pasarse por el Instituto, porque quiere probar otra vez con Jesi. Jonathan quiere encontrar la clave, la razón por la que algunas veces ha podido pasar un buen rato con ella, y otras se ha mostrado fría e inaccesible. Hoy, Jonathan ha esperado en la entrada, ha tonteado con ella y ha simulado darle un beso en el cuello. Jesi ha dado un respingo y le ha levantado el dedo medio de su mano, pero Jonathan ha entrevisto al tiempo una sonrisa pícara que le ha parecido prometedora y quiere confirmarla. Ha entrado al Instituto y está pagando el peaje de un aburrimiento sin aristas, con idea de salir al patio en cuanto termine la clase y abordarla. Espera poder encerrarse en el baño del gimnasio con Jesi todo el recreo.
El timbre transforma el silencio monacal del centro en un murmullo que asciende y se desparrama por todo el espacio. En el barullo de cuerpos que pugnan por salir al patio, ambos adolescentes se encuentran en el pasillo. Gregor, cabizbajo, recula, pero Jonathan le alcanza y le rodea el cuello con su brazo de gimnasio. Al oído le dice: hoy te libras, gusano, y le suelta. Jonathan sigue su camino hacia un grupo de chicas ceñidas que salen al patio entre risas y miradas a su alrededor. Víctor resopla, se concede unos segundos y sale del edificio a la busca de sus colegas. En el patio hace una bonita mañana, ahora puede verla.
¡Números, números! -Debes conocer los números -insistía mi abuela todos los días-. Con los números podrás conquistar el mundo, triunfar en todo lo que te propongas. Y así transcurrió mi infancia, embelesada por lo números. Ya siendo mayor me centré en las grandes cifras.
¡Los números mayores! En mi cabeza giraban cifras y cifras: 1.281 mujeres asesinadas por parejas o ex parejas. 7.291 ancianos abandonados a su suerte, muriendo en residencias sin auxilio médico. 60.000.000 en corrupción del único partido de Europa condenado por ello. 1.209.000.000 desviados a la sanidad privada. 43.000.000 desviados a la educación privada. 58.876.000 regalado a los bancos. Mis ojos se desorbitaban manejando estas cifras de despilfarro y estafa, latrocinio sin tapujos, muertes por decreto, asesinatos por ser mujer. Tuve que dejar de pensar en estas grandes cifras. No conquisté el mundo con ellas, no triunfé en nada, sólo alcancé un grado de estupefacción monumental y un cabreo del copón. Acudir a una experta fue como enfrentar un laberinto. Me aconsejó dejar atrás los números o encontrar una salida. Una encrucijada difícil para quien ha vivido en un universo de cifras. He decidido simplificar mi vida numérica y, como resultado, he encontrado una paz interior que desconocía. En este mundo de 2024, lleno de falacias y santurrones, me aferro a mis números personales. Tres hijos, tres nietos, una vida que se escapa. Un amor que me sostiene. Una muerte, mi única compañera fiel. Y así, con esta simple aritmética, encuentro un refugio ante la complejidad de nuestro tiempo. ¡Cuánta ironía que en esta era de infinitas posibilidades, la felicidad se encuentre en lo simple! ¡Qué poco sabía mi abuela de números!
En estos días de otoño tan propios para el recogimiento, me he puesto a leer una novela de un poeta almagreño poco conocido. Como su nombre no es mediático, algunos lo tildarán de narrador menor; además nunca presume de su faceta literaria y declara con sencillez, y casi con orgullo en su currículo, que es un trabajador agrícola.
Sin embargo, algunos de los que le seguimos, somos conscientes de su buen hacer en el campo de la fotografía y, sobre todo, de sus acertadas explicaciones sobre la pequeña fauna. Además, y en las Redes, destacan sus apuntes tan concisos y concretos, ideas que no resultan indiferentes pues muchas de ellas provocan la curiosidad sobre su vida personal, invitando a descubrir sus pequeños secretos, a saber de sus emociones y a escudriñar en su universo íntimo.
Pero centrémonos en la novedad de su última novela que también es diferente a la norma, un libro que consta de dos partes, una en prosa con textos cortos como fragmentos desordenados de un diario y otra, en verso. Aunque ambas vienen a contar la misma historia, los mismos hechos, o simplemente se complementan una a otra.
Unos acontecimientos que en la mayoría de los casos no son explícitos, si acaso intuyes sus sentimientos, su estado de ánimo. Porque no es cosa menor el amor, pero tampoco el desamor, o la ruptura, el fin de la relación y cuánto de traumática ha resultado.
Percibo que el dolor ha servido para crear pero, ¿a qué precio?, me pregunto. Sabemos que hay un resultado evidente, una menor, una criatura, una musa que inspira al poeta. Aunque la distancia y su ausencia le generan tristeza porque Alejandra es todo para él y casi siempre está lejos.
Alejandra genera historias que se traspasan a los libros que su padre escribe para compartir su sensibilidad. Emociones donde no solo hay angustia, porque ella le provoca con su inocencia la ternura, la sorpresa del conocimiento, el descubrimiento compartido y, seguramente, la risa.
Dibujo de Carmen Marcos Guardiola
Que están unidos a pesar de kilómetros y lejanía es evidente, es más, a veces utilizan trucos para compartir el momento. Los dos contemplan la misma luna, un astro que sale cada noche para todos pero en especial para ellos que piensan que la mirada del astro les puede unir. ¿Ves la misma luna que yo – desde aquí, la distancia no es tan fría – veo?
No suele el poeta regodearse en el paisaje manchego, ni siquiera fotográficamente, aunque es cierto que lo describe someramente a través de sus emociones durante la faena en el campo. No es un poeta de molinos, o de viejas metáforas, o de lenguaje trasnochado, es así porque todavía es muy joven o, simplemente, distinto, sin adornos ni engolamientos rimbombantes en sus versos, estilo que agradezco.
Y, sin embargo, hay un atisbo de añoranza sobre el páramo donde creció, en el que reside su familia y reposan sus ancestros. Septiembre es amarillo como las anchas llanuras de la tierra donde nací, dice en sus versos. Alejado de su geografía natural y de sus hábitos, vive durante un tiempo exiliado o desterrado por amor en otros parajes menos conocidos y que le resultan extraños, pero donde seguramente también ha dejado otros afectos tras el fracaso o el desamor – Me refiero cuando dije que aquel pueblono es para mí-. No es cosa menor el desamor que causa heridas en el alma, en la conciencia o donde fuera.
Resulta difícil equilibrar la realidad frente a la ficción, sobre todo porque cuando las emociones están a flor de piel surgen los roces entre la rutina de la intendencia del hogar y el afán de los anhelos, de los sueños o de la fantasía.
Y no, no me ha resultado fácil leer “Nadie me dijo que soñara” será porque en sus páginas hay verdad, hay dolor, hay contención, resignación y coherencia con las decisiones. Pero nada es explícito y debes hacer un esfuerzo para entender, aunque si conoces un poco al autor sabes que es un hombre sensible al que debes adivinar.
Yo, que disfruto a manos llenas y cada día de la ternura, la fantasía y el crecimiento de mi nieta percibo y entiendo su lamento. Un quejido que comparte a través de estas páginas y que seguramente le sirven de terapia para calmar su dolor.
Comprendo al poeta y su desconsuelo. Sin embargo, Alejandra, su musa, su cariño, debe tener la posibilidad de vivir con normalidad sus dos realidades y que no le afecten en su desarrollo. Como ella, hay infinidad de niños que crecen en una dualidad de afectos que deberían atesorar en su memoria infantil para hacerlos mejores personas. Y así, la realidad con su madre, que no la conocemos, no debería ser antagónica. Por eso celebro este libro y la delicadeza y discreción de Jesús Miguel Horcajada con la otra parte del relato.
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