—¡Vamos! ¡Que tengo el género fresquito! ¡Anímense, que tengo de todo! Y si no lo tengo hoy, lo traigo de encargo —dijo tras el mostrador con la mejor de sus sonrisas. —¡Ay, qué ver, qué arte y qué alegría tienes, y tan temprano! Contigo hasta las cigalas te hacen las palmas —dijo la siguiente de sus clientas. —Para arte, el tuyo que, gracias a clientas como tú, y con ganas de seguir guisando a fuego lento, yo mantengo el puesto aún abierto. A ver, cuéntame, ¿qué te pongo hoy? —dijo preparándose para despachar. —Pues mira, quiero hacer un nuevo guiso. El último fue un desastre. Con tó el cariño y el esmero que le puse, removiendo poco a poco, con presencia, con paciencia, con mi fuego bajito, todos sus condimentos, con su sofrito… y resulta que, cuando quiero ir a probarlo, se había agarrao al fondo de la cacerola. Un olor a chamuscao que no ha habido forma de comerlo, se quedó igual de pegao que el cemento armao. Y no te quiero contar pa fregarlo. Le he echao agua, jabón, lo he dejao a remojo, le he dao con la rasqueta y con el “nanas”, con tó, y la cacerola sigue ahí, algo menos sucia, pero con toa la marca del desastre. Así que vengo otra vez a por más avíos —dijo mientras desdoblaba su lista de la compra. —¡Uy! Pues con lo que he traído seguro que te sale para chuparte los dedos. Hoy tengo el género variado como a ti te gusta —dijo mientras pulsaba la báscula, programándola para comenzar con el nuevo pedido. —¡Ay! A ver si es verdad. Los ingredientes principales y el salero ya los pongo yo, pero me gustaría acompañarlo con género de buena calidad, a ver si queda bien sabroso y condimentado —dijo alejando el arrugado papelillo mientras se daba cuenta de que la presbicia volvía a hacer de las suyas una vez más. —Pues tú dirás —dijo mientras se cambiaba de guantes. —A ver… Ponme un cuarto de amigos de tapeo y terraceo. —Marchando. —Un kilo de amigos de los que saben escuchar confidencias. —Apuntado. —Tres cuartos de amigos de bailes, aunque… bueno, espera, mejor de los que les gusta la música en general, en todos sus contextos y estilos —dijo convencida. —Marchando —con movimientos ágiles pero delicados, iba envolviendo el género y acumulándolo en las bolsas. —¿Tienes de los que les guste compartir caminatas y excursiones por la naturaleza? —preguntó pensativa.—Sí, claro, esos están ahora de temporada —contestó él, todo resuelto. —Pues entonces, de esos ponme medio kilo. Y también tres cuartos de los que escuchan con los ojos, los oídos y el corazón. ¡Ah! Y, además, un kilo de los que aportan risas —añadió mientras su mirada comparaba una y otra vez su lista con el expositor. —¿Algo más? —sus dedos tecleaban la báscula con la soltura propia de llevar años al frente del negocio familiar. —Sí, ponme también un kilo y medio de los que nutren con conversaciones interesantes y cuarto y mitad de los que comparten y te invitan a su hogar de vez en cuando. —¡Buena elección! Esta combinación suele ir muy bien a los guisos. ¿Qué más te pongo? —comentó dispuesto a coger una nueva bolsa para ir rellenando. —Hum… Veo que hoy no has traído de los que están a las duras y a las maduras —se lamentó. —Sí, sí que tengo. Es que esos son más difíciles de encontrar y los tengo dentro. No quiero que se estropeen, que no suele haber todos los días —contestó al tiempo que desaparecía tras la puerta de la cámara frigorífica. —¡Ay, qué alegría me das! Pues de estos ponme dos kilos y pónmelos aparte porque no quiero que se espachurren. Por hoy, con esto ya lo tengo todo —dijo convencida mientras espachurraba el papelillo y lo guardaba de nuevo en su bolsillo. Mientras, el sonido de los últimos pitidos de la báscula resonaba con cada tecla que se pulsaba. Y tras el intercambio de billetes y monedillas correspondientes… —Espera, que te ayudo a meterlo en el carro. Ya me contarás cómo te salió y si estaba rico —le dijo él a modo de despedida. —Sí, por supuesto, te mantendré informado —le respondió ella mientras se marchaba con el ánimo subido, pensando ya en cómo resultaría este nuevo guiso.
En el barrio fue muy sonado el intento de robo del aerotaxi, porque era propiedad de Space Co. Extrañó porque era del dominio público que los tentáculos en el hampa de la compañía eran mayores que su división de negocios legales, de por sí enorme. Space Co era odiada, sí, pero sobre todo era temida. Las consecuencias no se hicieron esperar. La Cofradía envió a sus investigadores y todos pasamos por el filtro de las huellas de memoria.
El análisis concluyó que Areso era el responsable del robo con una probabilidad no menor del 75%. Había alguna otra puntuación que rozaba el 70%, pero la premura por encontrar un culpable y presentar una sentencia ejemplar hizo que los investigadores no profundizasen; ya tenían lo que querían. El juicio resultó el paripé acostumbrado y a Areso le implantaron un chip, le amputaron las dos manos y las sustituyeron por material biónico. A la mayoría nos pareció excesivo, pero nadie rechistó. Areso tenía control sobre ellas en las actividades cotidianas, pero el chip se activaba ante cualquier pensamiento novedoso, extraño o perturbador. En estos casos, las manos solo obedecían a La Cofradía. Areso, que siempre había proclamado su inocencia, no soportó el extrañamiento que le provocaba la acción de las manos fuera de su control. Dejó una carta en la que hablaba de la identidad y el libre albedrío, se roció de gasolina y se prendió fuego. Para todos quedó claro que nunca habría podido hacerlo solo; el chip lo habría impedido. Los investigadores de La Cofradía volvieron al barrio con sus filtros de memoria y esta vez no menos de cincuenta personas resultamos responsables de ayudar a Areso con probabilidades entre el 60 y el 69%. No hubo imputados, hasta para Space Co y La Cofradía era osado intentar enjuiciar a tantas personas por un suceso menor y cotidiano como era un suicidio. A la ceremonia de cremación de Areso acudió todo el barrio. Sus cenizas fueron esparcidas por el parque en el que todos habíamos jugado de niños. Según la prensa, las manos biónicas desaparecieron durante la investigación. Un par de años después, reaparecieron rodeando el cuello de un alto ejecutivo de Space Co, que murió estrangulado por ellas. La investigación de La Cofradía constató que las manos habían sido reprogramadas. Se habló de un ajuste de cuentas empresarial; se habló de la mafia china. Space Co reemplazó a su empleado; el tiempo sepultó la investigación. En el barrio, muchos pensamos que Areso, de alguna manera, había logrado vencer.
Una amiga se fue, reclamada por la parca, su sonrisa se extinguió, su risa quedó amordazada. El dolor de la pérdida, un vacío inmenso, un recuerdo imborrable, una pena profunda. Una amiga se fue, huyendo en la vida, veredas que se bifurcaron, sueños que se desvanecieron. La añoranza de la ausencia, mi corazón partido, una evocación lejana, un cariño extraviado. Mis dos amigas, un tesoro precioso,un lazo que nos unió, un cariño compartido. Aunque el destino nos separó, el recuerdo perdura, un cariño imborrable, un lazo eterno.
Quién no ha tarareado alguna vez en una celebración, en una velada, en un evento o en cualquier sarao “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va… y va dejando una huella que no se puede borrar… El amigo que se va es como un pozo sin fondo que no se puede llenar”; deslavazados estribillos de las “Sevillanas del adiós” que utilizan el ritmo alegre de este palo flamenco para expresar un sentimiento de tristeza, una rara combinación que se asemeja a un oxímoron por contrapuestas.
Pero por mi talante algo mustio y sosegado o por mi torpeza para el baile, me gusta más la canción de Alberto Cortez “Cuando un amigo se va”, aunque ambas vienen a contar la misma pérdida afectiva. Bien es cierto que una lo hace desde una dimensión espiritual y la otra, desde un plano más secular.
Hay muchas canciones y cantantes que a través de los tiempos hablan de este sentimiento tan importante para las personas y para la convivencia.
También los grandes nombres de la historia han reflexionado y dictan sus opiniones sobre la amistad. Desde Aristóteles, que afirmaba que la amistad perfecta es la de los hombres buenos o virtuosos, hasta Albert Camus que, entre otras opiniones, mantenía que la amistad puede derivar en amor y nunca al contrario.
Me animo a buscar en el diccionario sinónimos sobre la amistad, y allí, en la pantalla, me encuentro con: Compañerismo, confraternidad, hermandad, camaradería, lealtad o aprecio e incluso se atreven a incluir amor. Pero ninguno de ellos me convence, ninguno es tan redondo, ni describen lo que este sentimiento o emoción implica. No obstante, es habitual aplicarlos o confundirlos con el afecto de forma interesada.
Al abuelo le gustaban mucho los boleros de Jorge Sepúlveda y los tangos de Gardel. Después de sus años de estudiante posiblemente, y con nostalgia, también escuchó a Floreal Ruiz cantando “Mis amigos de ayer”.
Porque el abuelo llegó a cursar tercero de bachillerato que, en aquel tiempo de la posguerra, no estaba al alcance de cualquiera y presuponía un futuro profesional o académico. Por eso, algunos de sus compañeros de entonces llegaron a ser reputados médicos, abogados, empleados de banca e incluso ediles. Pero por razones familiares él no pudo continuar su formación y tuvo una ocupación tan digna como la de cualquiera, pero menos exitosa o lucrativa. De aquellas aspiraciones juveniles quedaron los recuerdos y, olvidados en algún baúl de la cámara, multitud de láminas de dibujo y algunos libros de francés y latín.
Cuando desde la distancia la abuela, viuda ya, recibía noticias sobre personajes notables del pueblo, solía decir orgullosa: “ese fue muy amigo del abuelo”. Si además el susodicho tenía un apellido prestigioso, una ocupación reconocida o un cargo influyente, ella se ufanaba aún más sobre los conocidos de su marido.
Como cualquiera, él se relacionó en diferentes círculos locales, tuvo sus compañeros de trabajo, de la mili, de tertulia o de copas, pero nunca mencionó un afecto particular por nadie. Al contrario de ella, él no ostentó ni solicitó ayuda a esa red de conocidos que, por su estatus, pudieran facilitarle un documento, acelerar algún trámite o para resolver cualquier asunto administrativo.
Es más, sobre determinados círculos o ambientes, como en los negocios, la política o la economía y, en cuanto a la amistad, el abuelo manifestaba notorios reparos. Guiñando un ojo, decía que no casaban bien. Quizás por eso, y de forma desenfadada, afirmaba que el mejor amigo era un duro en el bolsillo.
No estoy muy convencido de su punto de vista pues, aunque reconozco que el dinero sirve para aliviar o resolver muchos contratiempos, en cuestiones emocionales apenas importa a no ser que seas un adulador; y así una amistad interesada no tiene ningún valor.
Seguramente la abuela confundía la importancia y los valores de la amistad deformándolos y presumiendo de ellos con un orgullo extravagante.
A las redes sociales actuales les pasa lo mismo, que subestiman e infravaloran la amistad. Aunque Roberto Carlos cantase que deseaba tener “Un millón de amigos”, no es de recibo ni lógico que lleguemos a tal cantidad. Ni siquiera es comprensible tener cientos, o miles, porque ni a una minoría los podemos conocer personalmente. Son apenas una lista de nombres o seudónimos vinculados por cualquier interés común, por alguna afinidad o por simple cotilleo, y siempre unidos por un algoritmo caprichoso.
Particularmente reconozco que, entre mis contactos, hay algunos con los que me gustaría tener mayor relación o complicidad porque sus perfiles son muy interesantes e invitan al aprendizaje. Pero la realidad es que mis íntimos no llegan a superar los dedos de una mano, fieles, incondicionales. Junto a ellos sería capaz de perder la vergüenza y, aunque desafinando, me atrevería a cantar la canción de “Los Manolos” “Amigos para siempre”. Porque eso es lo que quiero, mantener este gran patrimonio; y si alguna vez perdiera su confianza o desaparecieran de mi entorno, no sé cuánto de mí se iría con ellos.
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