Archivo por meses: diciembre 2024

Será este año? (Carlos Gamarra)

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Categoría: La caja negra

Este año sí que sí

la esperanza despierta entre las ruinas

se alza el aliento firme entre las sombras

y la luz se filtra en muros de silencio

.

Los días densos huyen del abismo

la llama rota encuentra su camino

la duda cede al peso de la entrega

y el nuevo fuego danza en las miradas

.

Este año sí que sí con un hilo de luz

se alza el vuelo sobre la tierra árida

y la piel cargada de cicatrices

canta al viento con huellas de victoria

.

No hay tregua en este baile con el tiempo

pero la lumbre crece sin temores

Este año el alma escribe su destino

y el mundo gira al pulso de su paso


Cuando la muñeca vestida de azul y Mowgli se encontraron (Carmen Paredes)

Cuando la muñeca vestida de azul y Mowgli se encontraron

los sonidos ocultos de los árboles

expectantes guardaron silencio

y el suave rumor del agua

se paralizó

un viento confidente esparció el nombre

que nunca tuvo

Zoya se dejó envolver por el suave tejido de palma

Y camisitas y canesús pasaron a ser

rebujo de la madriguera


Sin planchar (Carlos Gamarra)

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Categoría: La caja negra

Camisas arrugadas fiel estampa

el arte del desorden en su cumbre

Guardadas sin cuidado como dioses

que yacen en el caos de los mortales

.

Sus pliegues mapas de olvidos y guerras

testigos de un mañana que no llega

¿Plancharlas? Un insulto a su esencia

un reto a la paciencia y al destino

.

La arruga como estigma de la vida

perfecta imperfección de lo sincero

No piden redención ni disciplina

sólo un pecho que las lleve con orgullo

.

Así camisas reinas de armarios

rebelión silenciosa entre las telas

Que vivan con sus huellas deshonrosas

heroínas de un tiempo sin corbatas


Semblanza (Ismael Sesma)

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Categoría: La caja negra

Hace unos días, una joven te cedió el asiento en el autobús, desde entonces te miras al espejo con atención concentrada y encuentras una versión desvaída del que te habitó; ¡si tu madre te viese! Te cuesta moverte en este mundo líquido, espeso, complejo, en el que no encuentras lentes para distinguir lo real; todo son reflejos y deslumbres. Te sorprende la mezcolanza de gentes que cargan maletas e idiomas a tu alrededor; empeñados en entenderse, pero extraños como tú, da igual dónde estés.

Te repelen las personas intensas, que hacen de toda explicación una marejada. Te inculcaron el ir por derecho, la sencillez, la claridad; ahora los buscas y no siempre están, ni se los espera, barridos por ofensores u ofendidos, la única clasificación que parece hay que tener en cuenta. Eres de misa dominical, te gustan el silencio, los ecos y el olor a incienso que te acerca a tu abuela, con sus velos negros, sus peinetas y sus guisos de puchero, que servía hirviendo, porque la comida fría pierde sabor. Te pasaba los dedos ensalivados por el flequillo y salías a la calle con una confianza pueril que marchó con ella cuando murió. Odias las camisas arrugadas, a la calle se sale como un pincel, decía tu madre satisfecha al echarte la última ojeada camino del instituto, la universidad o la oficina; ese último vistazo que sigue siendo linterna de vida. Desde que pudiste, te dejaste un bigote espeso y acharolado como el de tu padre, de quien admiras la calma de porcelana con la que enfrentó cualquier acontecimiento hasta el final. En tu soledad, revisas fotos antiguas y rememoras momentos que solo tienen sentido mirando hacia adentro, lugares con latidos y apéndices que solo tú conoces. Te afecta la falta de luz de estos meses; en cuanto puedes, viajas al Levante y te empapas de su claridad, de la tibieza de los cielos de azul perenne, del influjo del mar como bálsamo. Allí te sorprendes hilando conversaciones sin rumbo ni destino con gentes que llegan, apenas te rozan y desaparecen. Eres de visitar a los tuyos los días de difuntos y asear su memoria; te desagrada la impostura del truco o trato, aunque repartes caramelos entre los niños del vecindario que golpean tu puerta. Esperas la llegada de las Navidades con sus luces, los trasiegos, las compras, los ojos brillantes de los niños, el descorche de deseos espumosos. Participarás en los ritos y liturgias, felicitarás a todo aquel que se te ponga a tiro con tu mejor sonrisa y el corazón acompasados. Ya solo en casa, cantarás bajito algún villancico heredado con voz quebrada y cuando brindes por el Año Nuevo y cambies el calendario de la cocina, pensarás con poca convicción que, como decía tu abuela, lo mejor siempre está por llegar.


La confesión del desordenado (Maite Martín-Camuñas)

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Categoría: La caja negra

Confieso mi pecado,
mi vergüenza oculta,
mi armario es un caos,
una batalla ardua.
Camisas arrugadas,
como un mapa del tiempo,
marcan mis noches locas y mis días de sueño.
Soy artista del desorden,
maestra del caos,
mis arrugas son mi obra,
mi sello personal.
Quizás la elegancia no sea lo mío,
pero mi comodidad,
¡eso es libertad!

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