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Generación sándwich (Rafael Toledo Díaz)

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Categoría: La caja negra

Antonio llegaba al borde del mostrador y, dando un golpe, gritaba alegremente: ¡¡Niño, rápido, ponme un “chanwic” y un coca cola!! Un momento que siempre me ha recordado a Juncal demandando otro cubata de coñac y echando monedas a la gramola para escuchar por enésima vez la canción de la “Zarzamora”. Lo que nunca entendí es la utilización del artículo masculino para nombrar una lata o botella de la refrescante bebida. Supongo que era una muestra más de su gracejo popular.

Chascarrillos aparte, confieso mi falta de empatía con los anglicismos y tantas otras moderneces que me descolocan. Términos que, aunque repetidos hasta el exceso, por generación, no me gustan y evito utilizar.

Seguramente, y por edad, pertenezco a los llamados “Baby Boomers”; pero, además, y por las responsabilidades que me ocupan, sigo perteneciendo a la “generación sándwich”, que es otra definición tan popular como acertada. Aunque, por esa aversión a los barbarismos, me gusta definirme como integrante de la “generación bocadillo”. Un bocata que durante la infancia tuvo suficiente pan, pero poco chocolate, o mortadela; y, si la había, era barata y de aceituna. El chorizo y el salchichón eran espejismos que brillaban por su ausencia. Así pasa, que ahora que podemos permitírnoslo resulta perjudicial porque se nos dispara el colesterol y los triglicéridos. Así que, a buenas horas mangas verdes.

Y aunque la cosa no va de alimentos o meriendas, reconozco que está muy bien definida la idea o el concepto sobre el orden que propone. Porque esta generación debe estar atenta al cuidado de los ancianos padres, ayudar a los hijos, e incluso acoger a los nietos, que eso ahora está a la última.

Es una evidencia contrastada que la esperanza de vida ha aumentado considerablemente gracias a diversos factores como la alimentación, la medicina y otras razones que no viene a cuento explicar ahora. Pero también es cierto que la generación bocadillo asume su responsabilidad cada vez más tarde y cuando ya suele haber entrado también en la vejez. Será por eso que soporta con más dificultad la presión que supone atender varios frentes a la vez.

Igualmente, y como norma, debe demostrar que no desmerece a la generación anterior. Me explico, hay un discurso fácil y cargado de tópicos que suelen emplear los políticos para referirse a los más mayores. Así, en su afán por conseguir votos, generalizan los valores y las virtudes de la llamada “generación silenciosa”. Es cierto que sus descendientes no hemos sufrido como ellos la hambruna de la pos-guerra, pero igualmente hemos soportado carencias y privaciones, hemos trabajado y, a la vez, hemos aguantado crisis de diferentes clases y categorías. Con su empeño, pero también con el nuestro, se han conseguido muchos logros y mejoras sociales como las pensiones, la sanidad o la educación. Sin embargo, ahora debemos cuidarlos y hacer un sobre-esfuerzo para que no se desmantelen estas prestaciones que tanto costó conseguir y que ellos, afortunadamente, disfrutan.

Generalizar es muy fácil, pero a poco que pensemos, cada generación tiene su aquel, sus virtudes y su déficit; que de todo hay en la viña del Señor. A cada época le corresponde su porcentaje de sacrificio y trabajo, pero también de desidia o de indiferencia de algunos de sus individuos.

Por supuesto que el cuidado y el respeto debe ser siempre una prioridad, pero pensar que todos los mayores son sabios, íntegros, venerables y meritorios por su condición de longevos es una falacia. Posiblemente, el que haya sido un vago, un fanfarrón o un gilipollas a los treinta o a los cincuenta, difícilmente dejará de serlo a los setenta u ochenta.

Pero a la clase política le resulta muy sencillo tratar a todos por igual ensalzando y adulando a los mayores, aunque todos sabemos que una cosa es predicar y otra, dar trigo. Además, y para concluir el debate, los mayores votan en consecuencia y no se dejan engañar a pesar de los discursos repletos de halagos y promesas.

En la otra parte del emparedado que nos ocupa, y resumiendo, debemos estar atentos a las necesidades de nuestros hijos; porque la precariedad laboral que sufren genera situaciones que les obliga a demandar nuestro apoyo. Demasiadas veces las modestas pensiones y los escasos ahorros se utilizan para el sostén económico de varios hogares hasta que vuelvan a remontar sus expectativas profesionales. Igualmente, tras los vaivenes en el plano afectivo o amoroso, nuestra casa siempre será un refugio donde acogerlos tras una separación o un divorcio. Y qué decir sobre la ayuda al cuidado de los nietos. Creo que ni siquiera hace falta explicarlo.

Evidentemente, la generación bocadillo está atrapada entre los valores del pasado y la modernidad de los tiempos que corren, afrontando en lo posible las necesidades del entorno familiar. Comodín para todo y sobre la que recae una gran responsabilidad, además de soportar el vertiginoso ritmo que la sociedad demanda. Una situación que a veces resulta difícil de gestionar y que suele causar estrés ante los inevitables debates éticos y morales.

Pero es lo que hay, es nuestro momento, una situación por la que casi todos transitamos durante algunos años y de la que difícilmente nos podemos evadir.

Pero también la generación que nos sucede deberá, tarde o temprano, encarar este compromiso que, en muchas ocasiones, genera un conflicto afectivo.

A ver si se lo ponemos más fácil y no les damos demasiada guerra jaja…


Los nuevos amuletos de la suerte (Maite Martín-Camuñas)

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Categoría: La caja negra

En la era digital, donde la información fluye a la velocidad de la luz, los libros de texto se han convertido en los nuevos amuletos de la suerte. Objetos sagrados que cargamos con devoción a clase, como si llevaran la respuesta a todos los exámenes del universo.

¿Quién no ha experimentado la sensación de seguridad al tenerlos en la mochila? Es como llevar un pequeño oráculo personal, una especie de bola de cristal que nos revela los misterios de la gramática, la historia y las matemáticas. Y es que, según cuentan las leyendas, los libros de texto contienen
todo el conocimiento acumulado por la humanidad desde el principio de los tiempos.
Pero cuidado, no basta con tenerlos. Hay que tratarlos con el máximo respeto. Hay que abrirlos y leerlos. No se pueden doblar, manchar ni, por supuesto, perder. Son objetos demasiado valiosos para ser tratados con ligereza. Y es que, según dicen, si se pierde un libro de texto, se pierde una parte
de nuestro futuro.
Así que, la próxima vez que veas a alguien cargando con una pila de libros, no te sorprendas. Están llevando consigo el peso del mundo, o al menos, el peso de su próximo examen. Y si tienes la suerte de encontrarte con uno de estos valiosos artefactos, ¡no dudes en venerarlo!


En clase (Carlos Lapeña)

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Categoría: La caja negra

—…bien. Abrid vuestros libros de texto por la página 34. No hagáis caso al tema, es solo para disimular. Hoy vamos a hablar de insectos y arácnidos…

—¡Bien!

—A ver… Tú misma. ¿Alguna vez has matado a un mosquito?

—Sí, claro, con la mano y con el insecticida.

—Y tú, ¿has matado alguna mosca?

—Sí, igual que ella. Y también las he cazado y quitado las alas…

—Vale, vale. Vamos a limitarnos a la muerte, porque si no no acabaremos nunca.

—Tú. ¿Has matado alguna araña?

—Sí. Qué asco.

—Y tú, ¿has matado alguna hormiga?

—Sí. Supongo que un montón. Ahogadas. Hice pis sobre el hormiguero…

—Que levanten la mano quienes hayan matado alguna avispa… Una, dos, tres… Siete. ¿Y alguna abeja?

—¿Vale un abejorro?

—Sí… Dos.

—¿Cucarachas?… ¡Veinte! ¿Escarabajos?… Tres. ¿Mantis religiosa?… ¿Nadie? Sí, son menos habituales. ¿Alguna libélula?… ¡Una mano! ¿Y mariquitas?

—No, por favor, ¡que son preciosas!

—Tu compañero no opina lo mismo, ¿verdad?

—Fue sin querer… Estaba jugando y no controlé mi fuerza…

—Fuerza de gigante, sin duda. ¿Hay algún insecto o arácnido que no hayamos dicho y que hayáis matado?

—Piojos. Con los dedos. Crujen.

—Un grillo.

—Saltamontes.

—¡Yo también!

—Una mariposa para la colección de mi padre…

—Yo, un cortapichas, no sé si vale.

—Vale, vale… Bueno, ya está bien. ¿Creéis que el tamaño influye en tanta muerte?

—Sí. Y que son muchos.

—Y molestos.

—Estoy de acuerdo. Y que sean muchos, pequeños y molestos ¿también influye en nuestra conciencia, en que no nos afecte demasiado?

—Seguramente, profe.

—¿Qué podemos hacer?

—Respetarlos.

—Tener más cuidado.

—Ponernos en su lugar.

—Que no es igual que ponerlos en nuestro lugar, ¿verdad?

—Jajajá, no. ¡Socorro, un pie gigante viene hacia mí!

—¡Me ahogo en esta lluvia amarilla Y apestosa!

—Jajajá…

—Un perro me meó el otro día en el parque.

—Jajajá…

—A ver quién llama. ¡Adelante, pase!

—¿Qué alboroto es este?

—Disculpe director. Como puede observar, estábamos viendo el tema trece del libro, “entendiendo el mundo”, y nos hemos dejado llevar por la emoción…

—Ya veo, o, mejor dicho, ya oigo. Un poco de orden, por favor.

—Descuide, director. Adiós… ¿De qué tamaño lo habéis visto?

—Jajajá…

—¿Nos lo cargamos?


Libros de texto (Carlos Gamarra)

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Categoría: La caja negra

Los libros son ventanas hacia el mundo

Puentes de luz en sombras de silencio

Palabras que acarician la memoria

Compañeros que guardan su consejo

.

Entre sus hojas viven mil historias

Y en las páginas viejas de nuestro ser

Se guarda la esencia de lo eterno

y nos llenan los ojos de esperanza

.

Cada hoja es el fruto de un anhelo

El eco de voces que ya han pasado

Sus palabras construyen horizontes

Y dan forma a lo invisible y lejano

Es un viaje que comienza en cada letra

Donde el ayer encuentra su mirada

Y el mañana se nutre del presente

Libros de texto guardianes del saber



Álgebra (Ismael Sesma)

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Categoría: La caja negra

Dicen que soy tímido y apocado como mi abuelo Andrés, que llegó a ser jefe de tren; también decidido y perseverante como mi abuela Ángela, que sacó adelante a sus diez hijos; mañoso, austero y ahorrador como mi tío abuelo Fermín. Además, tengo la nariz y las manos grandes de mi tío Senén, el color de pelo pajizo de mi tía Satur y el sentido del humor abierto y un punto descarado de mi bisabuela Paula. Hablo con la misma cadencia y expresiones que mi tío Matías, el locutor; me gustan la brisca, el tute y los cubalibres de ron, como a mi tío abuelo Cosme, y mis nulas habilidades deportivas son el sumatorio de las de toda mi parentela, hasta donde la memoria les alcanza; el deporte, entre nosotros, solo se concibe desde el sillón. Cuando me pongo un traje, de forma invariable escucho que tengo la misma percha que el bisabuelo Arturo, el militar.

Para mi familia, soy una especie de Frankenstein, un libro de texto que compila recortes de la genética o el comportamiento de los que me precedieron. Aunque intento ser autónomo, cargo con la historia acumulada de todos mis antepasados y cualquier cosa que diga o haga, se convierte al instante en reflejo rememorado de alguno de ellos. Me consta que no lo hacen de mala fe, todo lo contrario, para ellos soy un espejo y la contemplación de mi aspecto o accionar resulta una forma de revivirlos en mí; una costumbre familiar instaurada hace tanto tiempo, que empapa los genes y el entendimiento de la vida.

En estas condiciones, me resulta imposible completar cualquier conducta o hábito que pase por ser original, con el estrambote de la dificultad para desarrollar un carácter autónomo, una sana autoestima. Aunque me cuido mucho de comentarlo, porque al instante lo relacionarán con tía Virtudes, la soltera.


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