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Independizarse (Carlos Candel)

Categoría: La caja negra

–Mamá, quiero independizarme -dijo en mitad del desayuno.

La pantalla rabiosa escupía anuncios sin parar. La madre trató de esconder su malestar.

–¿No te parece bien?

–No, hijo, no. Es simplemente que… quizás no sea el mejor momento, no sé.

–Ummm, no entiendo por qué dices eso. Acabo de cumplir los treinta, he conseguido un empleo con un salario medio decente… Es ahora o nunca, ¿no te parece?

“¡Compra ahora! Sin plazos, sin garantías. ¡Nuevo!”

La madre echó un vistazo a su alrededor, como calculando.

–No sé, puede que podamos completar tu ofrenda en un año, más o menos… ¿por qué no te esperas un poco? Con un par de compras más, podríamos solucionarlo…

–¿Es eso? ¡No me lo puedo creer, mamá! ¿Qué más da la ofrenda? Te estoy hablando de independizarme.

“¡No pierdas el tiempo reparando objetos pasados de moda! ¡Sólo conseguirás aplazar el problema! ¡Cómprate uno nuevo! Reutilizar es de pobres…”

La pantalla seguía ladrando sin parar, lo que aumentaba la tensión entre madre e hijo, sin que ellos cayeran en la cuenta.

–Pero, hijo, ¿cómo vas a independizarte si no? ¿Dónde vas a vivir? Tu padre y yo construimos esta casa con la ofrenda que nos dieron tus abuelos. Sin ellos no habría sido posible. Y nos hemos pasado toda la vida trabajando para conseguir aumentarla para ti ¿es que no lo entiendes?

El muchacho se retorció en el sofá. Estaba visiblemente molesto.

–Mamá, todo esto no es más que chatarra -dijo señalando con sus brazos abiertos todo cuanto les rodeaba-. Podría… no sé, construirla con ladrillos y cemento, como se hacía antes.

Televisores viejos unos sobre otros formaban una de las paredes del salón. Móviles viejos, teclados en desuso, tabletas rajadas, altavoces agrietados, ventiladores atascados, radiocasettes, discman, tostadoras ennegrecidas… completaban los huecos del muro. La encimera de la cocina estaba apoyada en varias lavadoras y lavavajillas inservibles, salvo uno que acababan de comprar hacía tan sólo un mes. Podía distinguirse gracias a su porte brillante. Y lo mismo sucedía con la pared de la cocina hecha con al menos ocho neveras viejas. Se podía adivinar cuál era la nueva por los rasguños.

“¡Recicla! El planeta necesita de tu ayuda. Tus desechos son su tumba, pero puedes convertirlos en oro, así que no olvides reciclar cada gramo de aquello que ya no necesites… ¡Recicla!”

– ¡Pero hijo! ¿Cómo dices esas cosas? ¡Tu padre construyó esta casa con sus propias manos gracias a los objetos que los abuelos almacenaron en su casa y que nos dieron! ¡Aún puedes contemplar la chapa de su décimo coche ahí arriba, en el tejado! Hay que darle una manita de pintura, porque está un poco oxidada, ¡pero aún nos protege de la lluvia! ¡Tienes que aceptar nuestras ofrendas!


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