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Mascarillas o divertimento (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Porque no sé exactamente cómo titular este excéntrico y extraño texto que me ha venido a la mente, y es que no me lo ponen fácil mis compañeros del Globo Sonda cuando proponen un tema; éstos se creen que somos como los raperos que improvisan letras cuando se ponen a cantar.

Bueno, lo intentaremos. Empezaré diciendo que desde hace tiempo observo que, a medida que sumo años, tengo más dudas que certezas. Además debo añadir que me he vuelto un desconfiado, y también noto cómo aumenta mi desinterés sobre muchas cuestiones que me deberían importar.

Esas dudas que me surgen también cuestionan mi precaria fe. Si me acojo a la expresión popular de que la cara es el espejo del alma, el dilema se agrava aún más desde que llevo media cara tapada. Me sonrío pensando que ahora sólo tengo media alma, y esa mitad sigue siendo insegura y poco fiable. Si además me acojo a la copla en relación a los ojos, tampoco ando muy cierto: ojos verdes son traidores, azules son mentirosos, y añado que de los negros y acastañados tampoco termino de fiarme.

A pesar de lo que dicen y aconsejan, la mascarilla no me va bien, pero no, no me tilden de negacionista, que sólo quiero manifestar algunos reparos nimios sobre su uso.

Aparte del agobio, del olvido o de que no se me reconozca la voz, la telita de marras apenas me deja al descubierto las patas de gallo y mi incipiente alopecia. Ya ven, un desastre que, unido a la rareza del ambiente y el anuncio del otoño, me viene fatal para el estado de ánimo.

Aclaro, sin embargo, que sobre el atuendo no soy presumido, así que en ningún momento he tratado de comprarme mascarillas de colores o tuneadas, pero he visto en la calle a personajes que llevan este complemento obligatorio a juego con la ropa que lucen para la ocasión. Los supongo frente al espejo comparando la corbata con la mascarilla, dudando si les viene bien el color o el estampado de la tela que cubrirá la boca y la nariz, qué horror, qué pérdida de tiempo, qué tontería. Pero algunos y algunas lo hacen, e incluso seguro que hay un estudio de marketing sobre este comportamiento y de sus posibilidades para el consumo, porque ya todo es negocio o está en función de él.

Reconozco que algunas veces el uso de la tela que oculta mi rostro me viene de perlas, tanto para pasar desapercibido, como para ignorar a quien no me interesa. Si alguien me recrimina por no saludar, ya tengo preparada la respuesta: Uy, perdona, si no te había reconocido, como llevas la mascarilla... Bueno, confieso que alguna vez me puedo despistar, pero son las menos, cuando lo hago es adrede, porque soy muy observador.

Esto de la mascarilla forma parte del camuflaje urbano, porque, debemos reconocerlo, siempre queremos ocultar algo para no dar demasiada información al prójimo. En eso yo soy un desastre, siempre me tiene que avisar mi santa, ella que tiene esa fina intuición femenina me dice: “opina sobre tiempo, no hables demasiado que lo cuentas todo, que das demasiadas explicaciones hasta en lo que escribes”.

Y lleva toda la razón, no es bueno exhibirse demasiado. Cuento demasiado, pero a la vez transijo en exceso. Pero así nos va a muchos, toleramos y consentimos tanto que algunos avispados consiguen beneficios sobre nuestra amable conducta, ¿políticos acaso? Bueno no sean tan mal pensados, que seguro que hay muchos más gremios que también se aprovechan de nuestra paciencia y moderación.

Mascarilla es un vocablo tan empleado en esta época que podía ser elegida como la palabra del año, seguro que por su reiteración es una buena candidata. No hay más que escuchar los informativos, la discusión sobre la mascarilla sale a cada instante y, ocupa tanto tiempo en los noticieros, que le hace la competencia a la información política.

Vean si no, frente a términos como coalición, gobierno, oposición, partidos, presupuestos, leyes, democracia, querellas, decretos, corrupciones, portavoces, jueces, senadores o diputados…, frente a esta demostración de vocabulario está ahora la mascarilla. Y lo hace desarrollando todas sus posibilidades de funciones y modelos.

A nadie nos suena extraño que la mascarilla nos protege del virus, previene el contagio y que su uso es obligatorio en muchísimos espacios y lugares. Las hay con filtro, de tela, lavables, quirúrgicas, higiénicas, de barrera y, algunas, hasta con bandera incluida. También hay modelos de diferentes tipos y normalizados, como las FFP con diversa numeración que parecen una serie de electrodomésticos en función de su protección medioambiental.

Entre la política y la pandemia, escuchar a mediodía tanta información tan aparente como tan vacua, en lugar de producirme interés, me lleva a un sopor que me induce al sueño.

Y es que lo reconozco, tengo que mirarme esto de las dudas y la falta de interés. A ver si tengo que tomar alguna pastilla, quizás necesite tragar algún mejunje que, aunque no pueda curarme, al menos me alivie esta apatía. Porque estoy del coronavirus hasta la mascarilla, perdón, hasta la coronilla. Y esto me preocupa también un poco, porque esa parte de mi cabeza empieza a estar peligrosamente despoblada y no sé cómo protegerla. Bueno, pensándolo bien, llega el otoño y ya tengo por ahí preparado el sombrero que, aunque no me protege del maldito virus, siempre me sirve para disimular la presumible calvicie.


Evolución contenida (Pedro Marín)

Categoría: La caja negra

Por alguna extraña circunstancia, el proceso de transformación se dio a una velocidad del todo inusual.

Primero fue la parte posterior de las orejas. Ahora una piel gruesa y algo resbaladiza permitía que se deslizaran las cuerdas o gomas evitando heridas y rozaduras.

La nariz, ansiosa por abandonar la protección de ese recubrimiento adicional, creó unas membranas permeables compuestas por un tejido esponjoso que actuaba de filtro.

En el entorno de los ojos se desarrollaron una serie de músculos que favorecían la gesticulación, consiguiendo así una mayor expresividad en la parte superior del rostro que compensaba la parte que quedaba cubierta por la mascarilla.

Una prominencia suave y blandita, con una acumulación de terminaciones nerviosas apareció en el exterior del codo.

Desarrollamos una capacidad de valoración perimetral, casi milimétrica, que nos permitía en todo momento calcular la distancia a un posible sujeto de riesgo.

En las manos, el contacto con cualquier sustancia infecciosa, provocaba una reacción inmediata que consistía en un picor intenso, que desaparecía una vez eliminado, bien por la acción de un hidrogel o de un lavado jabonoso.

Sin embargo, ningún cambio se produjo en la boca. Labios y lengua mantuvieron su constitución original. Era necesario que los besos se mantuvieran intactos.


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