Archivo de la categoría: Puentes y agua

Estatuas bajo el puente (Eva Soria)

Categoría: Puentes y agua

Como cada atardecer Uyara se encaminaba al arroyo que bordeaba el pequeño poblado. El sendero de árboles y matorrales se abría a su paso para mostrarle al final de la vereda el puente de piedra de dos arcos , solitario, sombrío y que la esperaba impaciente, con sus robustas piernas clavadas en el río para ofrecerle su mejor cobijo.
Hoy viernes , la corriente susurraba de un modo distinto, especial . La niña ya acomodada en una de las piedras del puente, observó que en el lado izquierdo del río no se formaban encajes de espuma blanca , ya que el barro y el lodo habían invadido este espacio. Con el potente barro se había creado una extraña figura que enraizaba desde lo más profundo de la tierra, aunque esto no fue lo que sorprendió a Uyara . Esa figura no le era del todo desconocida, esa figura se parecía al viejo carpintero del pueblo y estaba construyendo lo que parecía un pequeño ataúd. Ante esta imagen, la niña solo pudo salir corriendo, sin apenas respirar . Empapada llegó a casa, evitando a su dos tías ancianas .
A la mañana siguiente Uyara se despertó con el sonido seco y acompasado de las campanadas de la iglesia. El himno de la muerte anunciaba el fallecimiento del más pequeño de los vecinos. Según le relataba su tía Natalia , el pequeño se había ahogado en el río al caer del puente por intentar romper una figura gigante, según contaban.
Uyara horrorizada por la visión del día anterior, decidió no volver allí, por miedo a que la corriente del río y el puente se volvieran a comunicar con ella. Ella sabía muy bien lo que esas aguas tranquilas podrían llegar a hacer, porque ella misma años atrás fue encontrada en una cesta de barro y lodo en el lateral izquierdo del río, protegida por uno de los arcos del puente de piedra. Y sus tías, que en realidad no lo eran , le pusieron ese nombre ; porque sí, Uyara era una auténtica ninfa, la mensajera de ríos, riveras y arroyos: la dama del agua dulce.

Ilustración por Sara Soria


Un puente para Parla (Carlos Candel)

Categoría: Puentes y agua

Vivo en una ciudad flotante. Una ciudad cuya historia está vinculada al agua. Repleta de historias, leyendas y reivindicaciones que dan buena fe de ello. Hay rastros del fluido vital por todas partes. Plazas, centros educativos, calles, parques, edificios… Pareciera que la propia ciudad hubiera sido construida sobre una enorme laguna y se mantuviera flotando de forma indefinida. Sin ningún tipo de apoyo, sin agarres… sin puentes. O tal vez sólo aquellos que sirven para huir. Porque en esta ciudad todo parece temblar a nuestro paso, como si su superficie fuera a fragmentarse bajo nuestros pies y nos fuera a arrastrar al fondo de esa laguna ancestral que hace de cimientos. En el fondo hay ballenas, pero sobre todo hay tiburones.

Tal vez, algún día consigamos ponernos de acuerdo y construir un puente. Pero no para escapar de aquí. Sino para conectarnos con el otro lado, para dejar de temer que un día todo esto se hunda.


Puente (Javier González)

Categoría: Puentes y agua

( Una mujer salta la barandilla de seguridad del puente dejando su cuerpo expuesto al vacio. Clava su mirada en las aguas frías y turbias de un río denso y esquivo. Un hombre se acerca a la altura donde está la mujer)

HOMBRE – Hoy no lloverá. Será un día soleado. Un buen día, en definitiva (La mujer no responde). ¿No tendrá reloj por casualidad? …No es necesario que emita sonidos, con negar o afirmar con la cabeza me es suficiente.

MUJER – (Mira su reloj) Once y media.

HOMBRE – Buena hora… (Mira el río) Siempre fue un agua opaca y tenebrosa. Por otro lado, dicen que es lo habitual en ríos muy profundos y de imprevisibles corrientes.

MUJER – No soy de aquí.

HOMBRE – ¿No hay puentes con ríos sospechosos en su ciudad?

MUJER – Le rogaría, si es tan amable, que dejara de hablarme u continuara su camino. No pierda el tiempo conmigo.

HOMBRE – Por mi no se apure… ¿Tiene hijos?

MUJER – Los tuve.

HOMBRE – ¿Murieron?

MUJER – Los imaginé.

HOMBRE – Vivimos de suposiciones, ¿verdad? Solo la muerte es certera.

MUJER – No sé. No hilo definiciones.

HOMBRE – ¿A qué se dedica?

MUJER – Estoy de paso.

HOMBRE – Ya es bastante, no crea. Hoy va a ser un buen día, ya verá.

MUJER – ¿No tiene nada mejor que hacer?

HOMBRE – Para hoy solo tengo un propósito.

MUJER – Pues aférrese a él.

HOMBRE – Desde esta altura, el impacto contra el agua debe de ser demoledor como el golpe maestro de un verdugo…

MUJER – ¿Definitivo?

HOMBRE – Yo diría que sí. Al menos lo justo para no recuperar la consciencia mientras los pulmones se encharcan de agua gélida.

MUJER – ¿Intenta persuadirme?

HOMBRE – Dios me libre. Solo le facilito información de primera mano.

MUJER – Me gustaría estar sola.

HOMBRE – ¿Qué hora es?

MUJER – Se la dije antes.

HOMBRE – Querida. El tiempo jamás queda quieto.

MUJER – (Mirando de nuevo su reloj) Once y treinta y ocho.

HOMBRE – Le agradecería que me avisara a las once y cuarenta. ¿Quiere que llame a su marido?

MUJER – ¿Perdón? No estoy casada.

HOMBRE – ¿También lo imaginó?

MUJER – ¿A quién?

HOMBRE – A su marido.

MUJER – Se lo pido por última vez. Déjeme en paz. Sola. No tengo marido, no tengo hijos. No tengo nada. No soy nada. Estoy de paso, siempre he estado de paso. Si quiere saber la hora, coja mi reloj yo no lo necesito. Pero váyase de una vez.

HOMBRE – Me gusta. Tiene carácter. No sé qué la ha llevado al lado del abismo. ¿Un desamor, quizás?

MUJER – Por favor.

HOMBRE – La vida por sí sola no es suficiente, ¿verdad?

MUJER – Qué sabrá usted.

HOMBRE – Más bien poco. (Mira el reloj de la mujer) Once y cuarenta. (El hombre, sin mediar mas palabra, se lanza al vacío para caer sin emitir sonido alguno al agua que engulle su cuerpo sin dejar rastro de él)
(La mujer no puede dejar de mirar) (Con lentitud vuelve al lado seguro de la barandilla)


Puentes con fisuras (Carlos Gamarra)

Categoría: Puentes y agua

El río se cuela por los ojos
sin saber dónde acabará
a veces manso a veces fiero
a veces como un colegial

Todos tenemos
algo de puente
algo de río

Pero si yo fuera puente
cuanta pena sufriría
por no retener al río

Tan rápido pasó el agua
y tan hondos sus suspiros
que allí quedó bautizado
como Puente del Olvido

 

Carlos Gamarra
Mayo 2019


Vagos recuerdos del Jabalón me acercan a las fiestas del agua (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: Puentes y agua

Un nuevo mes y mis compañeros del Globo Sonda me invitan a escribir para la sección de La Caja Negra. En esta ocasión el tema va de puentes y de agua.
¡Uf!, me siento frente al teclado y me pongo a la tarea tratando de vencer la pereza. A pesar de las múltiples opciones y posibilidades, no me resulta nada fácil.
Mis escritos siempre los genera un hecho concreto y, por eso, recurro a la nostalgia rebuscando imágenes y situaciones de la niñez para poder relatar sobre el tema propuesto.

El agua en La Mancha siempre ha sido un bien escaso. Los ríos que recorren el páramo son muchas de las veces rasguños en el paisaje pardo y árido. Lo define muy bien el poeta calzadeño Pedro A. González Moreno; aunque en este caso concreto se refiere al Azuer, bien puede aplicarse a muchos de los afluentes del Guadiana, como el Záncara, el Cigüela y también el Jabalón. Sobre ellos dice el poeta: sus cauces parecen a veces, más que un curso de agua, un leve hilo de luz, un relámpago titubeante y mortecino que viaja de la nada a la nada bajo los incendiados cielos de la Mancha.
Creo que nunca fui especialmente atrevido y apenas, osado. Mis limitadas correrías infantiles y adolescentes siempre sucedieron en lugares al norte de la ciudad, en la sierra, en el Peral o en “Las aguas”. La noche llegaba por el oeste y por allí corría el Jabalón, del que siempre tuve recelos durante el ocaso y rara vez se planificaba una excursión al río, ni siquiera para merendar aquel pan y chocolate de la niñez.
A pesar del escaso caudal, en mi memoria infantil, su entorno siempre ha significado peligro, ya que las cercanas norias rodeadas de cañaverales, los saltos que regulan su lecho y las posibles pozas, eran de vez en cuando noticias luctuosas sobre accidentes y desenlaces trágicos y dolorosos.
Salvo algún renacuajo, había poco que pescar en el Jabalón, amén de algún susto o sobresalto al andorrear entre carrizos, juncos y eneas. Resulta curioso, porque ni siquiera el Jabalón a su paso por el término de Valdepeñas goza de las exiguas sombras que pueden proporcionar el bosque en galería. Aunque siempre hubo planes para repoblar los márgenes de arbolado, hay grandes tramos pelados de vegetación.
Sus escasas aguas sirven para regar los majuelos cercanos a su cauce, un cauce que es sobrepasado por algunos puentes. El más emblemático de ellos y que perdura en mi memoria es el Puente de San Miguel, un paraje situado al sur de la ciudad del vino y que apenas soy capaz de visualizar en el recuerdo.
Sin embargo, mi edad adulta consigue que me atreva con la posible metáfora a la que también me invitan mis amigos del Globo Sonda.
El río y su corriente pueden ser el reflejo de nuestra vida, un largo camino, un recorrido a veces seco o caudaloso, en función de nuestros logros y satisfacciones personales. Los puentes de piedra robustos, como el de San Miguel, nos sirven para sortear las adversidades que aparecen en nuestra existencia.
Y vienen a mi mente canciones sobre puentes que canta mi admirado Pedro Guerra, puntos de vista interesantes y que me ayudan a entender el mundo que me rodea y a sentir mi lugar:

Y arriba del puente
están los de arriba
están los de abajo
que es menos que arriba
y luego está el puente
que es menos que abajo
Yo pienso en mi casa,
mi amor, mi trabajo…

Pero cuando añoro la tierra donde nací y, alentado por un vaso de vino, soy alegre y desenfadado, me atrevo a entonar, aunque desafinando, el estribillo de la coplilla manchega que dice:

Por el río Jabalón
bajaba un submarino
por el río Jabalón
bajaba un submarino
cargado de borrachos,
todos amigos míos
rumba, la rumba, la rumba
la rumba del cañón.

Más quisiera el Jabalón que por su cauce discurriera un sumergible; ni siquiera en su mayores desbordamientos, que ocurren muy de tarde en tarde, puede suceder semejante disparate. Siempre he pensado que esta copla es un divertido desvarío propio de los efectos etílicos, como su letra expresa.
Un submarino surcando el páramo manchego es una quimera fantástica, un delirio, que bien pudiera compararse con la leyenda de la Ballena en la sufrida ciudad de Parla, una ciudad del sur metropolitano que, cada año, celebra en el mes de junio la llegada del agua como uno de los mayores logros del vecindario. Una población discontinua, esporádica y desmemoriada, como el cauce del Jabalón. Una villa que ya apenas recuerda al mártir de aquella gesta. Sólo una anodina placa invita a rebuscar en su reciente historia noticias sobre aquella gran reivindicación de los últimos años setenta, una demanda tan necesaria como justa.

Fdo: Rafael Toledo Díaz


El puente y la niebla (Carlos Lapeña)

Categoría: Puentes y agua

Aquella mañana trajo dos novedades al pueblo. Una, la niebla que ocultaba el río y amplificaba el rugido de sus aguas bravas. Y dos, el puente.
El puente había aparecido de repente, así, sin más, inexplicablemente, emergiendo de la niebla como una lengua de piedra.
El pueblo entero se fue congregando junto a él, intrigado, pero a la vez admirado. La verdad es que parecía imponente, una obra de ingeniería espléndida… Al menos la parte visible, porque la niebla ocultaba buena parte de la construcción, como ocultaba el río abajo, y la otra orilla, al fondo.
Hombres, mujeres, viejos, jóvenes, niños y niñas, todo el pueblo se agolpaba ya junto al puente, a la entrada del piso de piedra que avanzaba desde la orilla hasta ser engullido por la niebla.
El silencio inicial dio paso al murmullo colectivo, a comentarios y preguntas y especulaciones. Pero el silencio volvió de golpe cuando el perro de la Herminia, un labrador negro, joven e inquieto, avanzó por el piso de piedra, estrenó el puente y se adentró en la niebla. Y un murmullo de incredulidad lo siguió cuando el hijo de la Herminia, el pequeño Cosme, de seis añitos recién cumplidos, echó a correr tras su perro, por el puente y la niebla.
Parecía la señal que todo el mundo estuviera esperando, porque hombres, mujeres, viejos, jóvenes, niños y niñas, y perros, avanzaron por el puente y se adentraron en la niebla, sobre el furioso bramar de las aguas bravas del río.
Y nunca más se supo.

Y hoy, el pueblo sigue allí, deshabitado. Y el río de aguas turbulentas también. Y también el puente de piedra y niebla que nadie sabe qué une ni qué separa.


La plaga (Carmen Paredes)

Categoría: Puentes y agua

Fachid Fachid Fachid
otra vez las depredadoras
irrumpen en tu agua
Y se atraganta el puente
en el fluir de la esencia

Carmen Paredes
May/2019


El río (Ismael Sesma)

Categoría: Puentes y agua

De pie en el otero contemplas el río, escaso de caudal y tranquilo, apenas un remedo de lo que fue antes de que lo represaran. Desde esa atalaya, rememoras el momento de tu partida. El agua bajaba salvaje a ritmo de empellón, sacudida por los troncos que otros habían talado muchos kilómetros arriba de su cauce, en el bosque oscuro. El agua les señalaba el camino hacia el aserradero, como a ti te lo señaló hacia Madrid, donde habías encontrado un trabajo y una novia con la que compartir el futuro.

Madrid te abrió sus brazos, pero no te sentías en casa, pertenecías a otro lugar. Y el futuro resultó ser una montaña rusa plagada de obstáculos, que Adela te ayudó a enfrentar como una guerrera callada. Siempre animada por una energía que te sobrepasaba y que era parapeto e impulso para salvar las dificultades. Alta y espigada, tenía unas manos cálidas, preparadas para el guiso, la caricia y el amor.

Tuviste varios empleos, hasta que recalaste en la Compañía de Teléfonos. Viajabas por España en un camión cargado de postes que otros habían talado a kilómetros de allí. Con tus compañeros, levantabais el tendido. Puntal tras puntal, en una sucesión que terminaba en tu mujer, en tu casa.

En aquellos pueblos lejanos, cuando la tarea finalizaba y el vino pastoso enhebraba la charla con tus compañeros, volvías la mirada hacia el pasado. Añorabas tu pueblo inmóvil, su cierzo en las esquinas, el río poderoso y salvaje, la falsa sencillez de aquella vida.

Al volver al hogar, Adela descubría tu mirada turbia. Te ofrecía su sonrisa, sus manos blancas, su regazo. Guisaba en silencio para ti. En la intimidad de la alcoba conjuraba tus temores. Dormías tranquilo, ahora que estabas a su lado. Pensabas en tu suerte, en todo lo que recibías de ella, en el orgullo que se dibujaba en su cara cuando te cogía del brazo camino del vermuth de los domingos. Y después, en la hija que te dio.

Hoy contemplas el río, escaso de aguas y tranquilo, como tú mismo. Desde que Adela se fue, vienes de tarde en tarde a tu pueblo para descubrir que, aunque duermes en paz, tampoco eres ya de aquí.

Ella os dejó, pero la sientes presente en la determinación de tu hija, que está a tu lado. Es una jovencita alta como un puntal, callada y bonita. La miras con satisfacción y le cuentas que cuando viajabas por España con el camión, imaginabas que al final de los hilos del teléfono estaban ellas. Tu familia.


Se lo llevó la corriente (Carmen Paredes)

Categoría: Puentes y agua

Se le llevó lo corriente
desde su orilla
y sin cruzar el puente
en la espera
anhelo
y atravieso
la línea prohibida
que él nunca rompe
Dice
eres mi agua
y se queda
en su orilla

Carmen Paredes
May/2019



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