(Padre e hijo se hallan pescando en la mar a una hora indeterminada y en una orilla cualquiera. Están solos. Ni un alma a su alrededor. Dos sillas plegables, una cesta de mimbre de grandes dimensiones, dos cajas con aperos de pesca, la caja del padre triplica el tamaño de la del hijo y dos cañas acordes a la jerarquía familiar componen el mobiliario de la escena. El hijo mira, con simulado reojo, el rictus hierático del padre que en el tiempo perdido ha pescado algo de brisa marina y dos botellas de agua mineral.) (Decidido a dar un golpe de timón a su suerte, el experto pescador desecho el uso de la descocada veleta y la sustituyo por recios plomos de soberbia castrense aferrados de un solo bocado al sedal. Atravesó una pieza de carnaza de gran tamaño en el anzuelo y lo lanzó a los cuatro vientos con mano experta)
PADRE – Es hora de pescar como
Dios manda. (La mirada del hijo sigue
clavada en el horizonte) No te he o…
HIJO – Como Dios manda, padre. (Cruzan la mirada en el silencio)
PADRE – Hijo. Los hombres están y
las cosas son. Y no hay viceversa. ¿Comprendes? (Sentenció con su voz más firme)
HIJO – Si padre. (Respondió con su voz más rutinaria)
PADRE – ¿Si padre? ¿Si padre? A
ver. Que acabo de decir.
HIJO – Que los hombres están y
las cosas son. Y no hay viceversa.
PADRE – ¿Y?
HIJO – Que los hombres son y…
PADRE – ¿Qué haces?
HIJO – ¿No quiere que lo repita?
PADRE – Pues no.
HIJO – ¿Entonces?
PADRE – (Con la frente arrugada y el calor en las mejillas) No has
entendido nada. Nunca entiendes nada. Siempre mirando al frente como las
estatuas de sal. No hablas, solo respondes, como una mujer y tú eres un hombre…
¿Por qué tú, eres un hombre? ¿Verdad?
HIJO – (Sin cambiar el gesto) Soy un hombre, padre.
PADRE – Soy un hombre padre, soy
un hombre padre. (Repitiendo la frase
con desprecio). Escucha bien. Los hombres están y las cosas son. Los
hombres han estado, están y estarán donde deben estar, ese es su destino. A no
ser que desvíen su camino por abandonar su condición original. ¿Entiendes?… Y
todo lo que rodea al hombre se consideran cosas. Una mesa, un trueno, una bala,
un delfín o un loco son cosas y son como son. Nada ni nadie debe cambiarlas.
¿Entiendes? (El chico no responde)
¿Entiendes?
HIJO – Entiendo.
PADRE – Por ejemplo. Todo lo que
hay en el mar es producto de mar.
HIJO – ¿Incluidas las dos
botellas que ha pescado?
PADRE – Incluidas. Si estaban en
el mar es que son productos del mar. Y debemos tratarlas como tales.
HIJO – ¿Entonces vamos a asarlas
junto a las sardinas que pesquemos?
PADRE – Las vamos a asar en tu
cara después de la ostia que te voy a plantar por burlarte de las palabras
sagradas de un padre.
HIJO – Disculpe padre, no era mi
intención.
PADRE – Cierto. Jamás tienes
intenciones. Eres obtuso como tu madre. No andas, te dejas llevar. Pero tu
padre, que es un hombre, esta donde debe estar y velare, día y noche para
corregir tus maneras bobaliconas y tus gestos de figura de cera… (Silencio sepulcral, tan solo roto por el
sonido del mar) ¿Y?
HIJO – Gracias por su dedicación,
padre.
(Parece que la serenidad vuelve a la escena. El padre se levanta de su
trono plegable de color verde)
PADRE – Voy a evacuar los orines
acumulados. Vigila la caña.
(Alejándose unos metros, el padre obra una fuerte y vigorosa meada que
deja indiferente al hijo. En ese mismo instante, la caña del padre se cimbrea
dando señales de una posible captura.)
HIJO – Padre. Parece que algo ha
picado en su caña.
PADRE – Cámbiate a mi sitio y si
vuelve a tensarse el sedal coge la caña y tira con fuerza.
(Nada más efectuar el traslado, la caña vuelve a cimbrearse con más
fuerza. El hijo, obedeciendo al padre que no podía parar la micción, tiro con
fuerza para clavar el anzuelo en la boca de la presa.)
HIJO – (Apenas puede sostenerse en pie por la fuerza ejercida por el pez)
Padre. No aguanto más. Parece que pescó un tiburón.
PADRE – (Volviendo con rapidez a su puesto). Déjame a mí (coge la caña) Suerte que eran aguas
menores, sino ya hubiésemos perdido la pieza.
Leches como tira. Vete preparando la cesta.
(Fue largo el tira y afloja hasta que el pescador dominó a la bestia
que rendida se dejó arrastrar por las aguas de un mar turquesa. El chico se
metió en el agua con la cesta para facilitar los últimos metros de una captura
que serviría para ridiculizarlo en todos los mentideros. El padre sudaba gotas
de orgullo en su frente mientras trazaba mentalmente el relato que usaría para
contar su penúltima hazaña.)
HIJO – Aguante. Ya queda poco.
PADRE – Cállate, imbécil.
(El muchacho palideció al ver que una mujer de piel azabache se había
tragado el anzuelo. Sus ropas eran livianas y respiraba bocanadas de
desesperación)
HIJO – ¡Quieto padre! Ha pescado
a una mujer.
PADRE – (Sin hacer caso del hijo) Buena pieza. Tirare de ella hasta la
orilla, no se nos vaya a soltar.
HIJO – (Corriendo hacia su padre)
¿No me oye? Le digo que ha pescado una mujer.
PADRE – No entiendes nada. Nunca
entiendes nada. Todo lo que sale del mar es producto de mar, soplagaitas.
HIJO – (Ayudando a la mujer a soltarse del anzuelo) Pero no ve que no es
un pez. (Intenta reanimarla) Aún
respira, menos mal.
PADRE – (Levantando fácilmente el cuerpo delgado de la mujer) Coge el móvil
y saca la foto con el trofeo. Nunca se deben olvidar las tradiciones.
HIJO – Hay que llamar a una
ambulancia.
PADRE – (Desenvaina su machete de pesca) Saca la foto.
HIJO – (Mirando el cuchillo) Enseguida.
(El padre agarra a la mujer del cuello y la abre la boca como si fueran
agallas. Sonríe orgulloso)
HIJO – Ya está. Ahora llamemos a
una ambulancia.
PADRE – Todavía colea (Corta la garganta de la mujer de un
certero tajo) Así no sufre. (La deja
caer y vuelve a preparar la caña para lanzarla de nuevo al mar).
HIJO – Padre, la ha mata… (Le interrumpe el padre)
PADRE – Los productos del mar se
degüellan para que suelten toda la sangre. En casa le sacaremos las tripas y a
la barbacoa.
HIJO – (Se sienta en su silla abatido) Era una muj…
PADRE – No lo olvides. Los
hombres están y las cosas son. Las cosas sirven al hombre. Las mesas, los
relojes, las vacas y como no, los peces. Todo lo que sale del mar es producto
de mar. ¿Entiendes?
HIJO – Entiendo.
(Padre e hijo continúan con su día de pesca, sin mirarse, esperan que
el atardecer tiña de color el mediterráneo y marque el final de su jornada
donde las cosas son como son y nadie las quiere cambiar)