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Facundo, cobrador de peaje del otro mundo

Buenas noches,

Mi nombre es Facundo, y trabajo en una cabina de peaje.

El motivo de este escrito es una extraña invitación que he recibido hace unos días de unos tipos un poco raros. Me decían que debía explicar, así a grandes rasgos, en qué consiste mi trabajo.

Pues es bien sencillo, cobrar el peaje al otro mundo.

Algunos pagan ya con tarjeta, pero lo normal siempre han sido las monedas, hasta que empezaron a convertirse en un problema, mis jefes ya no tenían apenas espacio para almacenar la monedas que viajan bajo la lengua de los que van hacia allá.

Es curioso, desde mi caseta, solo cobro en una dirección. Alcanzo a vislumbrar otra caseta al otro lado, pero no veo al cobrador. Y tampoco hay circulación de vuelta. Es extraño, nunca me lo había planteado, pero desde que recibí esa carta me hago muchas preguntas.

Se empeñan en llamarme Caronte, y mi antecesor ya hace mucho que se jubiló, yo les digo que me llamo Facundo, cobrador de peaje al otro mundo.

Desde que se inventó el papel moneda, dicen, por unos italianos, los encargados de la recogida dejaron de venir en carro. Trajeron una máquina que no había visto nunca.

Aunque desde hace ya años no vienen, me han puesto una maquinita pequeñita que tiene una ranura y los clientes meten una tarjeta.

De todas formas, yo creo que el sistema tiene algunos fallos, he detectado que hay clientes que no pagan. No se lo recomiendo porque al llegar al final siempre te piden el tique, y la sanción es gorda. Aunque no sé en qué consiste, porque en mi lado de la vía solo van para allá.

Al ver a parejas pasar tan felices he empezado a preguntarme por qué nunca me he casado.

Y es que mis horarios laborales no me permiten ciertos lujos. En mi cabina tengo todo lo que puedo necesitar, las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año. Lo digo porque lo normal en esta vía es, que la gente viaje sola. Aunque, a veces, van algunas parejas, y muy raras veces, incluso con niños. De cuando en cuando viajan en grupos numerosos, pero eso ocurre aún más de vez en cuando.

Tendré que preguntar por mi convenio laboral, porque esto no me parece muy normal. Si la gente tiene hijos es porque tiene algún día libre. Y con este horario va a ser difícil formar una familia. Aunque, bien pensado, ¿para qué habría yo de necesitar una familia si no sabría qué hacer con ella?, ¿y a dónde iríamos los sábados que es cuando la gente viaja con peor aspecto?

Creo que mis jefes, cada vez recaudan menos, desde hace unos dos mil años, hay algunas personas que no pasan por el peaje. No sé cómo lo hacen, pero si esto sigue así, temo que me despidan.

No se qué manía tiene la gente de viajar hacia allá. Y claro, como no puedo ir a preguntar al de la cabina del otro lado, pues no sé qué pasa allí, solo sé lo que me decían los del carro, y ya hace mucho que no vienen. Pero no hablaban muy bien de ese lugar.

¡Vaya, otro que se va sin pagar!

Al anterior cajero lo encerraron un año por no cobrar a algún cliente, pero yo no tengo la culpa de que las instalaciones estén cada vez más deterioradas.

Se cuelan por todas partes, y no se qué hacen con lo que recaudan, porque aquí se recauda mucho y no se repara nada.

Ellos verán, si creen que voy a salir de la cabina a reparar la barrera van listos. No me pagan para eso.

También creo que la empresa me ha subrogado ya varias veces, menos mal que respetan la antigüedad, porque primero fueron unos que se llamaban, no sé, eran unos símbolos muy raros, así como con forma de cuña.

Luego vinieron otros con una estrella. Después otros con una cruz, también me han dicho que hay otra “empresa” que usa como símbolo una luna.

No sé qué es la luna, ni las estrellas, aquí no se ve el cielo. Esto esta muy oscuro.

Lo único que sé es que el negocio cada vez va peor.

Pero esta noche es especial, esta noche mucha gente espera al otro lado porque no se encuentran a gusto. Parece que intentan comunicarse con sus familias.

No saben que solo han pagado tique de ida. La vuelta no está incluida en el paquete.

Y los que se cuelan sin pagar, mucho menos.

Highway bridges

Ferninando Simonescu

Me presento, soy Ferninando Simonescu, vampidemiólogo, para servirles en lo que demanden. Me han urgido en relatar ante ustedes mi paso por la vida o por la muerte, según el dedo con el que se señale. Pasé el sarampión en Transilvania, las paperas en Salzburgo y las lombrices en Don Benito. A pesar de mis reconocidos y exitosos estudios y publicaciones, sigo trabajando, en horario nocturno, de carretillero en una marmolería fúnebre. Propagué, con gozo, todo hay que decirlo, el carbunclo y el vómito negro entre los indígenas esteparios de la alta Siberia, obteniendo así, la más preciada condecoración del gobierno ruso.
Todos piensan que soy una especie de muerto viviente por usar Varón Dandy a espuertas. Ilusos. Mi obsesión por la crema de cacahuete y el sirope de arce me proporcionaron una estancia semanal, con todos los gastos cubiertos, en la Tower Trump.
No se me conoce pareja estable. Las malas lenguas afirman que las desangro con solo mirarlas. Nada más lejos. Mi mirada siempre fue clara y tierna. Pero los ojos jamás fueron el espejo de mi alma.
Mi tendencia a la morbidez hace que perimetre mis contornos para intentar no sobrepasar los límites de mi cuerpo al que confino por partes, para no caer en el mal del Borbón. Confieso que hay momentos en los que no me reconozco cuando me miro en el espejo. La notable bajada de calidad en el torrente sanguíneo de mis coetáneos me ha conducido al uso de procesados que merman considerablemente mis energías. Si deseas colaborar en mi recuperación te espero la noche del 31 de Octubre depositado a tus pies.


Homo horrendus (Del latín: poco sociablis)

Dejadme que me presente. Soy Homo Habilis, Habil para los amigos. Me encontraron en el 2008 bajo toneladas de hielo en un lugar del norte, encapsulado a modo de mosquito en ámbar por culpa de la primera glaciación. Unos científicos muy experimentados consiguieron despertarme del estado en el que me encontraba, y tras las debidas presentaciones, serví como espécimen de estudio en una conocida universidad. Me obligaron a aprender el lenguaje de los signos primero y la escritura después. También realicé multitud de pruebas: qué si corre tantos kilómetros, que si ponte de pie más de un minuto seguido… aparte de sufrir dolorosos experimentos en los que largas agujas penetraban mi piel. Menos mal que al cabo de unos meses, viendo lo capaz que era y lo bien que me desenvolvía entre los sapiens, mis tutores me dejaron en libertad no sin antes facilitarme un
ordenador portátil y un pisito en el centro. ¡Qué suerte la mía tras tanto sufrimiento! Me arrepentí al poco, porque aquella independencia venía de la mano de un sinfín de quehaceres y responsabilidades: debía seguir estudiando, conectado en un sin parar a esa red llamada Internet. Los científicos necesitaban saber hasta dónde era capaz de llegar; hasta dónde podía evolucionar. Teoría por la mañana, resúmenes después de comer, documentales días alternos y exámenes los primeros lunes de cada mes… ¡Qué hartura! Menos mal que unos vecinos, colegas míos a estas alturas, me dijeron que la red no solo sirve para aprender. En ella hay muchas cosas interesantes que me han ayudado a descubrir la verdad: vídeos de gatitos, ¿anuncios de ropa?, youtubers que juegan a Mario Bros o sapiens chingando a todas horas… Y noticias, muchas noticias. Menudo desengaño. He cogido tanto asco a mis sucesores, a los “humanos” que pueblan la tierra, que ya no los trago. Ahora sé que no la respetan. Matan animales a pesar de tener el estómago lleno, solo para divertirse. Talan árboles y no es para calentar hogueras. Crean desechos y no me refiero a los que salen de sus culos, sino a los montones de basura que queman intoxicando el aire. Qué asco, de verdad. ¿Cómo se atreven a llamarme animal después de todo lo que hacen? Ya está bien, oiga, ya está bien. Por esto y por muchas cosas que me avergüenza decir aquí quiero exterminarlos a todos. Cogeré lo primero que tenga a mano y aplastaré cráneos, romperé huesos y trituraré cuerpos. El
mundo irá mejor sin ellos. Sí… Pero antes, desde la seguridad que me ofrece mi casa, navegaré por la red en busca de todos esos datos que puedan servirme de ayuda: correos, nombres, direcciones y demás, para poder ir de uno en uno, llamando luego a cada timbre y a cada puerta. La Tierra, gracias a mí, volverá a ser lo que era. Volverá a ser de los monos.


Tirsa. Máster en intercambiadores

Nunca fui llamada con el nombre completo. A lo largo de mi vida realicé
múltiples trabajos, lejos del lugar de residencia que hicieron que pasara
muchas horas en trenes y autobuses y llegué a obtener un Máster en
Intercambiadores. El tiempo lo llenaba con la lectura, me convertí en
devoradora de libros, hasta la llegada de las redes, donde quedé atrapada. Y así es que con mis diferentes apelativos y muchos más, comencé a lanzar
opiniones polémicas y contradictorias, insultos y bulos. Y debatía conmigo
misma. Todo fue bien durante un tiempo y me divertía muchísimo con la
tensión creada en los enfrentamientos, cada vez más ardientes, así fue que los numerosos perfiles comenzaron a crepitar y uno a uno se combustionaron. De poco sirvió que a última hora, utilizara mi verdadero nombre, Tirsa Renata Ovejero Lequerica. Sólo quedaron mis iniciales, Trol.


Fermín, cabeza de vaca

Pobre Fermín, lo que tuvo que sufrir.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

pobre mamá, no hubo cesárea…

Desde el momento de su nacimiento su apariencia le marcó la vida y le cargó con una culpa de por vida.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

eres más feo que doscientas ranas…

Todos sabemos lo crueles que pueden llegar a ser los niños. Al pobre Fermín no paraban de acosarle desde la más tierna infancia.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

solo come hierba, rastrojos y pajas…

Todo era objeto de burlas y humillaciones. Chascarrillos graciosos para amenizar el recreo.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

nos quitas la luz de la mañana…

Pronto empezaron a adjudicársele también todo tipo de culpas y males.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

no da leche, sólo escupe babas…

Aunque algunos comprendieron su dolor, profesores y adultos cercanos, el peso de las humillaciones, en comparación, fue decisivo para su depresión.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

por mucho que muja no será nada…

Y al crecer, como en una profecía, se cumplieron todo tipo de rimas.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

oculta sus ubres, se encierra en su casa…

Finalmente no aguantó el acoso y poco a poco se fue refugiando en la red. El único lugar seguro donde desprenderse de su triste apariencia.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

no escondas tu jeta, sal de las zarzas…

Pobre Fermín, fue perseguido y capturado como un animal. Él tenía una deformidad externa, pero hay quienes la sufren interna, lo que es mucho más peligroso.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

pierde la carne, queda la rabia…

El final de Fermín es confuso. Hay quienes dicen que sufrió multitud de cortes en la piel que le llevaron a infección en la sangre, provocándole una dolorosa muerte en unos días.

“Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

vaga en la red, te busca y te mata…”

Pobre Fermín, ni tras su muerte le dejaron en paz. Su imagen grotesca perdura en la memoria colectiva y es usada para asustar a los niños que pasan mucho tiempo en Internet. Puede que sólo sea una leyenda, un terror infundado, puede que Fermín jamás fuera capaz de hacer daño a nadie, estoy convencido de ello. Pero yo sólo te aviso.

Cabeza de vaca, cabeza de vaca,

si ves esta imagen en tu pantalla,

cabeza de vaca, cabeza de vaca,

esconde los sesos debajo la almohada,

cabeza de vaca, cabeza de vaca,

oirás un mujido, después la cornada…


Lina, la administrativa

Soy empleada en una empresa de publicidad. Mi nombre es Lina, diminutivo de Catalina. Os podéis imaginar las chuflas en el colegio, y peor aún, en el instituto. Lo más bonito que me solían decir era: “¡Eh, Catalina! Cata esto”, señalando a su pantalón y desternillándose de risa, el chico y todos los amigos y amigas que le solían rodear. Fue un tiempo muy desagradable para mí y dejé de decir mi nombre completo.

Mi jefe es alguien egoísta y absorbente; tienes que estar disponible las 25 horas del día, sí, está bien escrito, para la empresa, el día tiene 25 horas que hay que dedicar en exclusiva. Cuando nos encerraron en casa, seguí trabajando, tanto, que me olvidé de comer, dormir, vivir y eso fue lo que me ocurrió, morí. Sí, pero mi sentido de la obligación me hizo seguir trabajando. Y aquí moro, entre cables de fibra óptica, megas, bytes y terabytes, esperando a que alguien asome a la Red y poder disfrutar de su espeluznante alarido al verme salir por la pantalla.


Los miedos de JJ

Hola, ¿qué tal? Me presento ante ustedes: Me llamo Jimeno Jiménez y desde hace unos cuantos años mis amigos me llaman cariñosamente JJ, o sea, jota, jota. Antes no me importaba, pero ahora que ya voy teniendo una edad no me gusta mucho que me llamen así.

Me piden que les cuente sobre mis miedos y yo, la verdad, es que apenas tengo qué decirles. Desde muy pronto supe convivir con ese sentimiento que aterroriza a mucha gente.

Cuando apenas levantaba un palmo del suelo, mis padres me responsabilizaron de un pequeño rebaño de cabras y ovejas. Allí, en aquella mísera sierra, solo y a oscuras en la choza oía cada noche el aullar a los lobos, lo que al principio me acojonaba un poco, pero me fui acostumbrando.

Cuando fui mayor me llevaron a la mili, pero yo no quería ir porque estaba muy a gusto en el pueblo. En aquel campamento de reclutas me comieron el coco y me apunté a la Legión. Allí, en aquel cuerpo, me dieron alguna que otra hostia, quizás sin merecerlas, pero nada de particular, ya saben, cosas de hombres. Más me dolió cuando me grabé en el brazo la frasecita típica “Amor de madre”. Aquello fue una encerrona, pues cuando me lo hicieron estaba un poco borracho y además, era cierto que no tenía mucha suerte con las mujeres.

Más tarde, y cuando me tuve que ir del pueblo, más que miedo tuve recelo. Era un cambio muy grande irme a la capital y no sabía si iba a acostumbrarme. Después, durante treinta y tantos años, tuve pavor a que me atrapase la rutina, y les digo esto, porque durante ese tiempo estuve apretando tornillos en una cadena de montaje, todo el día bajo la luz artificial de los fluorescentes, menuda condena.

Ahora con los años me he vuelto un tipo duro, de esos que dicen que están de vuelta de todo, que muy pocas cosas les importa. Sin embargo, en esta mañana luminosa, tengo pánico a entrar en la habitación donde tengo el ordenador y al encender el aparatejo, me entra un sudor frío. No sé por donde empezar, tecleo asustado un día más.

Resulta que estoy a punto de jubilarme en cuanto cumpla los años, pero ahora, con la dichosa pandemia, todo el papeleo se gestiona por Internet. A mí esto me viene grande, tengo la mesa llena de papeles, de nóminas, de claves y de certificados. La vida laboral me da error y no consigo cita ni a la de tres. El otro día, hasta lo intenté a las cuatro de la madrugada pero al final, desistí.

Este quilombo me está quitando el sueño, me duele la cabeza y apenas tengo hambre, vamos, que estoy de los nervios. Nunca tuve tal miedo como ahora, me siento desvalido y no sé cómo salir de este oscuro túnel.

Mis amigos me recomiendan que vaya a una gestoría porque esta situación de impotencia me está quitando la salud, y sobre todo me dicen que ni se me ocurra ver una peli inglesa que se llama: Yo, Daniel Blake.


Bonifacio Isla Tamudo, comercial

Mi nombre es Bonifacio Isla Tamudo, BIT para los amigos, y he trabajado como comercial durante muchos años, hasta mi imprevisto final.

Desde que se propagó la pandemia y se asentó la alerta sanitaria, he participado en unas cuatrocientas veinte videorreuniones, unas seis al día, noches incluidas, durante los siete días de la semana.

Confieso que descubrí, con gran placer, la bondad de esa nueva forma de trabajo, formación y relación tanto profesional como humana, que me liberaba al fin del yugo insoportable del contacto físico y de la compañía presencial, tan repulsivas para mí.

Tanto he disfrutado de esa modalidad de relación virtual, que no he sido capaz de contenerme, de vivir en equilibrio, de no abusar, y, para asombro de propios y extraños, morí. Morí de sobredosis… de “tele-sobredosis”, podríamos decir, y como penitencia por mi falta de mesura he sido condenado a vagar eternamente por la red y el aire, de zoom en zoom, de meet en meet, de skype en skype, como alma digital en pena, hasta el fin de los tiempos, que, por otro lado, no tardarán mucho.


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