Archivo de la categoría: La caja negra

Habité (Maite Martín-Camuñas)

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Categoría: La caja negra

Habité en la piedra

fue mi morada

dando refugio

a la débil carne,

sentimos al unísono

el latido de la tierra.

Pero mis andalias

me encumbraron

a las nubes,

bailé

en la espuma de las olas.

Percibí mil veces

en mi senda

la misma piedra

con diferente forma

mis huellas

me elevaban en los aires.

Más hoy la piedra

me reclama

para habitarla una vez más

para perdurar juntas

por la eternidad


La misma piedra (Rafael Toledo Díaz)

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Como tantas otras veces circulo por la autovía y a lo lejos ya diviso “El Cerro de las Aguzaderas”. En un acto reflejo giro la cabeza y también vislumbro al este los aerogeneradores que ahora coronan la sierra, horizontes que reafirman mis sensaciones porque mi destino está próximo.

Reconozco que llegado el momento es conveniente e inevitable ampliar los paisajes de referencia. Por ejemplo, la Sierra del Peral es un lugar que siempre me trae a la memoria las excursioneComo tantas otras veces circulo por la autovía y a lo lejos ya diviso “El Cerro de las Aguzaderas”. En un acto reflejo giro la cabeza y también vislumbro al este los aerogeneradores que ahora coronan la sierra, horizontes que reafirman mis sensaciones porque mi destino está próximo.

Reconozco que llegado el momento es conveniente e inevitable ampliar los paisajes de referencia. Por ejemplo, la Sierra del Peral es un lugar que siempre me trae a la memoria las excursiones de la infancia, un paraje que, aunque austero, entrañaba la mayor aventura imaginable. La caminata hasta llegar, la pendiente de la subida bordeando barbechos y olivares; y justo a medio camino de las cumbres de los dos cabezos, “La Piedra del Condenado”. Hacer una pausa y subirse allí para otear el horizonte era algo reconfortante.

Rodeada de matas de jara y de plantas de aliagas sobresale imponente entre los arbustos de los chaparros. Se la denomina así porque, según cuentan, le ofrecieron a un condenado a muerte que si era capaz de moverla podría eludir la fatal sentencia. El suceso es tan irreal que roza la fantasía porque el pedrusco tiene unas dimensiones considerables. Sin embargo, por el lugar donde está ubicada, el relato me recuerda a la condena en el inframundo de Sísifo empujando una piedra enorme cuesta arriba una y otra vez.

Pero como todos los de mi generación la relación con las piedras es mucho más banal y cotidiana; pues hábitos, juegos y costumbres estaban asociados a este mineral tan accesible como necesario.

Todavía recuerdo con añoranza aquellas tardes de sábado jugando en las eras al fútbol hasta que el sol se ocultaba. Parcelas de las afueras que ahora son irreconocibles porque sobre ellas se han construido naves y chalets a cascoporro, pero que antes estaban empedradas y, en las oquedades, entre canto y canto, crecía la hierba en primavera. Para marcar las porterías siempre colocábamos dos pedruscos de mayor tamaño.

Anteriormente sabía del oficio de empedrador porque muchas calles de la ciudad estaban pavimentadas de cantos rodados. Quiero imaginar a aquellas cuadrillas de peones arrodillados en sus esteras de pleita, encorvados durante toda la jornada, colocando a mano y golpeando con un mazo y pisones para dejar el terreno igualado. Después, y si mirabas a lo lejos, podías distinguir las armónicas figuras geométricas de un rompecabezas inmenso. Como curiosidad en muchas villas de la zona siempre hay una calle “Empedrada” como nombre popular. Años más tarde el asfalto sepultó sin piedad todo un legado de piedras y adoquines.

En cuanto a los juegos con las piedras creo que alguna vez debí jugar a los “pesucos”, tejos o cantos rodados, pero cuando no encontrábamos la piedra adecuada los construíamos con trozos de ladrillo macizo a los que previamente les habíamos redondeado la forma a golpes con otra piedra.

Otro entretenimiento de la chavalería de la época eran los apedreos. Porque lo de las pandillas no es algo nuevo, que algunos barrios tenían sus grupos de muchachos cuya mayor diversión era enfrentarse a pedrada limpia con otros críos de las afueras. No era extraño que de vez en cuando alguno pasase por la Casa de Socorro para que le curasen de una brecha en la cabeza, aunque a mí esa historia me venía de largo, pues los apedreos nunca entraron en mis juegos y solo me llegaban de oídas estos lances de los más pendencieros.

Aunque el término de la ciudad donde nací es frontera divisoria entre el Campo de Montiel y el Campo de Calatrava, en aquella zona de la Mancha predomina la piedra caliza. Por eso, además de las habituales labores agrícolas y después del arado de las viñas se solían acumular las piedras más grandes que llamaban “lanchas” (seguramente por su forma generalmente aplanada y con picos) las depositaban en uno de los lados de la linde en enormes montones que se denominan “majanos”, un lugar ideal para que cualquier animal pequeño pueda anidar, hacer madrigueras o resguardarse.

En Tomelloso y pueblos de alrededor, desde mediados del siglo XIX han aprovechado este material para hacer construcciones rurales que sirven de refugio a los labradores y los animales durante las faenas agrícolas. Suelen ser de forma circular o elíptica y las lajas se superponen formando una cúpula sin necesitar ningún tipo de argamasa. A esta edificación se le llama “bombo” y están perfectamente integrados en el paisaje manchego.

Pero supongo que mis compañeros de El Globosonda han propuesto “La misma piedra” pensando en algún dicho popular. Mas yo me aferro a la diferencias del abundante mineral, porque ni siquiera las catedrales están construidas con la misma piedra. Hay templos edificados con granito o mármol y otros con piedra arenisca; como si fuesen reflejo de la fe de los fieles, unos duros e incorruptibles y otros con las creencias erosionadas y envueltos en un mar de dudas.

Tampoco son iguales las sosegadas piedras de los viejos molinos que molían grano o molturaban la aceituna, de la mansa roca desgastada por el agua del arroyo a la insignificante piedra de la honda de David que, aunque minúscula, se utilizó para matar.

Quizás ellos aluden al título pensando en la condición humana, aquello de tropezar en la misma piedra, de cometer los mismos errores y las mismas torpezas una y otra vez, incapaces de salvar los retos que la vida propone. Aunque el mito de Sísifo se suele utilizar como ejemplo de superación por su empeño en subir una y otra vez la piedra.

Sin embargo, y para concluir, tampoco tiene sentido la historia de David frente a Goliat, una metáfora que alienta el coraje de los débiles. Según parece y en los tiempos que corren, David y los desheredados nada pueden frente al poder del Goliat de turno. Aunque en este mundo nadie es inocente porque, como reza el dicho: El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.


Pujanza (Carlos Sánchez Pérez)

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Entre campos de anhelos y esperanzas

se extienden franjas de auroras

que el día atesora con afán

.

En la distancia el sol pinta colores

sinfonía de luz compartida

que abraza la tristeza

.

La tarde se anochece

Y las luces parpadean

como franjas de vida que relucen

.

Por caminos de sueños

y calles que se cruzan

nuestra historia brilla en cada franja


Franja – Diccionario alternativo (Ismael Sesma)

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  1. Enclave geográfico caracterizado por su estrechez, usualmente rodeado de accidentes tanto físicos como políticos que le dan entidad como tal.
  1. Territorio de existencia equívoca, en el que se superponen la existencia y sufrimiento reales de sus habitantes (ver siguiente acepción), con su estatus legal y administrativo, que, gracias a la hipocresía de la comunidad internacional, opera fuera del continuo espacio-tiempo y de las normas de gobernanza globales. Ver: ocupación, también doble rasero.

3. Cualidad de lo estrecho. Estrechez. En especial, relativo a la dificultad o imposibilidad de acceso a los medios materiales mínimos para la supervivencia, por mor del comportamiento de élites autóctonas y gobiernos vecinos. Por extensión, población necesitada de la ayuda de terceros para sobrevivir. Ver: chivo expiatorio. Refranero: además de cornudo, apaleado.

4. Videojuego en el que un ejército futurista y profesional ataca un enclave habitado por grupos de desheredados, hacinados en campos de refugiados. Vence la contienda aquel que, mediante el uso de influencia y diplomacia, justifica la legalidad de sus acciones de guerra, y acaba con el mayor número de niños y ancianos.

5. Adorno en forma de tira estrecha de un tejido. Ver: franjirrojo, vallecano.


Franjas XXII (Maite Martín-Camuñas)

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El sol se eleva

dibuja franjas de luz

entre las nubes


El salto (Carlos Lapeña)

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Los ojos muy abiertos, el rostro sudoroso, las manos en un aspaviento incesante, el hombre habló a la concurrencia, que lo observaba entre alarmada y curiosa.

—Sabemos que una franja es una banda, una línea, un ribete, una tira, un intervalo…, en ocasiones decorativa y en ocasiones muy útil para jugar. Se puede franjear, franjar, frungir el espacio y el tiempo, la vida, y vivir así más ordenadamente, más cómodamente, más seguramente, porque los límites nos gustan, podría decirse que los necesitamos para librarnos del estrés y del temor…, para librarnos del caos.

Hizo una pausa, se pasó una mano por la frente y, alentado por el silencio expectante que lo rodeaba, dio un pequeño paso adelante.

—Pero el mundo de franjas también nos invita al salto, a la combinación y a la transgresión, a la ruptura…, a la locura. Sí, a la locura. ¡Seamos locos de vez en cuando!

Y dicho esto, saltó.

Saltó sobre la raya continua,

la pisó

y no pasó nada.



Fronteras, lindes y franjas (Rafael Toledo Díaz)

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Dos anécdotas en el tiempo me sirven para acometer el tema propuesto por El Globosonda para empezar un nuevo año. Aunque les confieso que no resulta una tarea fácil, pues cada vez el reto es más difícil y complicado, y más para un servidor que siempre se apoya en alguna realidad concreta.

Pero ahí vamos, intentando compartir con los posibles lectores algunas curiosidades, datos y reflexiones personales. Al menos que el atrevimiento y las ganas no decaigan.

Les cuento: En aquellos años finales de los sesenta el horario escolar en el centro donde cursábamos FP se alargaba hasta la mañana del sábado, unas horas donde podías elegir las actividades más acordes con tus inquietudes.

Disciplinas deportivas, coro, aeromodelismo, música y la confección de una revista eran entre otros los quehaceres de gran parte del alumnado en aquellas jornadas. Si tuviese que hacer una comparación, seguramente eran más amenas que las actuales clases extraescolares.

Todavía recuerdo el logotipo de una modesta revista o boletín que se fotocopiaba y grapaba a mano. El profesor encargado de tutelar tal actividad, al contrario de su rigor y disciplina en las clases de tecnología, era mucho más afable y compartía junto a nosotros la curiosidad a través de la redacción de noticias.

Tal era el estímulo que “Rho” (decimoséptima letra del alfabeto griego y mote asignado al profesor) nos infundía con sus propuestas que aquella disciplina se convirtió en un modelo de didáctica que nos gustaba. Junto a él y buscando informaciones de interés aprendimos muchos conceptos sin la rigidez de los textos y los exámenes. Concretamente hubo un trabajo o reportaje sobre los países africanos que se habían independizado de las potencias colonizadoras, pues en la década de los sesenta se constituyeron diecisiete nuevas naciones en África. Un informe que nos permitió, aunque fuese a grandes rasgos, conocer sus fronteras, su economía, sus costumbres, etc. Buscar documentación sobre el cambio de modelo que suponía la descolonización y la fijación de fronteras en el continente africano fue todo un reto, pero nos supuso un aprendizaje y una visión del mundo que, hasta ese momento, era muy limitado.

Ahora, en estos días, vuelvo a echar un vistazo a ese complejo mapa y observo fronteras trazadas por largas lineas rectas, sobre todo aquellas que discurren por los grandes desiertos, aparte de otras más quebradas y zigzagueantes. Límites tan reales como imaginarios que, a pesar de todos los impedimentos inimaginables, son permeables al tránsito de personas. Fronteras y franjas que siguen atravesando cualquier ser humano buscando un futuro mejor.

La segunda anécdota seguramente es más desenfadada, pero totalmente cierta. Acabada esa primera etapa de FP y sin visos de continuar los estudios por razones que no vienen a cuento explicar, el nuevo desafío era encontrar empleo.

La vendimia fue una oportunidad para empezar mi vida laboral. Bien es cierto que para un bisoño la recolección de la uva era una labor bastante dura. En tales faenas no es recomendable que te asignen de pareja a un señor mayor, porque el desafío se complica. Ante un novato, su experiencia confirmará que eres incapaz de igualarle, pues te agotará su facilidad para cortar racimos. Este buen hombre al acabar cada liño solía decir de coletilla: “Bueno está”.

Pues bien, en un despiste suyo e intentando competir con su destreza, empecé a vendimiar una cepa cercana. Cuál no sería mi sorpresa cuando la voz del manijero me avisó de que aquella cepa correspondía a una viña distinta. Por eso me explicó que justo al lado debíamos dejar sin vendimiar otra de nuestro majuelo para evitar el conflicto con el otro propietario.

Rural landscape with vineyards field. Languedoc-Roussillon, France

Ahora, y a vista de dron, es muy fácil divisar las lindes de las diferentes parcelas por el alineado de sus plantas, de los barbechos, de los olivares o de la tierra sembrada de cereal. Desde la altura se puede contemplar una gama de colores y tonalidades bien diferenciadas. Otra cosa distinta era mi bisoñez, pues mi torpeza anulaba la capacidad de distinguir cualquier linde, considerando que solo era capaz de divisar un mar de pámpanas y racimos en filas interminables. Debo decir, sin embargo, que de aquella primera y única vendimia, aparte del lógico dolor de riñones guardo gratos recuerdos. Aquel mes estuvo salpicado de risas, de compañerismo, de buen trato y, obviamente, supuso cobrar mi primer sueldo.

Estos dos chascarrillos que quizás hayan despertado una sonrisa del lector me conducen a una realidad mucho más triste. Me refiero ahora al enésimo conflicto entre Israel y Palestina en la franja de Gaza.

En cualquier atlas o en cualquier plano, las fronteras de Gaza se parecen a aquellas tan lineales que contaba sobre los nuevos países africanos. Su superficie es casi un rectángulo con uno de sus lados bordeado por el Mediterráneo. En aquel lugar del mapa habitan dos pueblos, dos creencias, distintas costumbres, diferentes tradiciones, dos formas de entender la vida y un solo territorio colmado de fronteras que tratan de compartir.

Las tristes imágenes que nos llegan a través de los medios reflejan la magnitud de la tragedia sobre una lucha desigual. Ciudades destruidas, amasijos de hierro y hormigón, demasiados muertos y heridos, un mar de lágrimas, enfermedades, hambre y miseria fruto de la violencia desatada.

Este eterno conflicto me conduce a evocar recuerdos de mi niñez y adolescencia. Noticias en la radio e imágenes en blanco y negro de la “Guerra de los Seis Días” con el carismático militar y ministro de Defensa israelí, me refiero a Moshé Dayan, un personaje tan reconocible por su parche en el ojo izquierdo como por su habilidad y estrategia frente a los países Árabes.

También de Golda Meir -de actualidad ahora por una película-, de su cara de abuela enfadada con el mundo, de su fortaleza política y habilidades negociadoras. Ella, que también supo de la contienda bélica por la guerra del Yom Kipur. Y más lejanos en el tiempo la guerra de Biafra o las hambrunas y los conflictos en el Congo Belga al inicio de su independencia.

Desde el principio de los tiempos y a través de la historia, el control y la defensa de límites y fronteras ha generado infinidad de conflictos entre los pueblos. Pero frente a esta realidad incuestionable se opone una evidencia manifiesta, porque ningún litigio de esta índole se ha resuelto totalmente con la violencia y el uso de la fuerza.

En la actualidad, y a pesar de los poderosos, del dinero, de los intereses evidentes y ocultos, todas las disputas pendientes solo tendrán solución desde la generosidad, el diálogo y la negociación.

Cierto que puede parecer una propuesta demasiado ingenua, por supuesto; y porque es simple, franca y porque requiere hacer un gran esfuerzo de humanidad, son muchos los que tratan de ridiculizarla. Pero ante tamaña tragedia, quizás sea la única opción por la que debían y deberíamos apostar.


Quinquillero (Carlos Candel)

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Quinqui, le llaman. Y suena a desprecio, como quien dice que vales menos que lo que nadie quiere. ¡Quinquillero, rey de la chatarra! Como un tintineo metálico constante en su cabeza. ¡Manos sucias, que te huele el aliento a alicate! Sube la cuesta a duras penas con el carro cargado y el cigarrillo constantemente encendido prendido al labio inferior, herrumbre en los dientes.

Rebusca en los contenedores, al pie de la basura, en el borde de la ciudad, a la orilla del mundo. Como una avispa, piensa. Todo el mundo le huye, todo el mundo le teme, pero nadie le mira a la cara. Anda, llévate eso, que se va a oxidar y me lo va a poner to perdío… Para eso sí que me quieren, ¿verdad? Anda, vente a recogé esta chatarra que pesa una jartá… Ahí sí que me buscan. ¡Carroñero! ¡Y a mucha honra! A ver, ¿qué haríais vosotros sin mí? ¡Pero si soy el rey del reciclado! Aquí no tiés na que arramplar, quinqui, arrastra tu culo lejos como el sucio sudor de tu frente desciende por tu fea cara, pero no te quiero vé cerca, ¡que me espanta la clientela! La quincalla no llora, la quincalla no protesta, la quincalla es muda, la quincalla es fría y dura. Es la ventaja. Joder, ¿otra vez por aquí, Quinquillero? Ya viniste la semana pasada, ¡no hay nada para ti! Y como una avispa vuela con su carro lejos, blandiendo insultos como aguijones afilándose al viento. Su vocabulario es también el sobrante, el que ha ido recogiendo del suelo cuando se cae de la boca de la gente, las palabras que nadie quiere. En la casa del juez recoge una báscula vieja. En la del panadero, un microhondas averiado. En la de la carnicera, cuchillos desgastados. Todo le sirve a quien ha acostumbrado a vivir con lo justo. ¿Na más me das eso, con to lo que pesa? Vaya, y luego soy yo el que arrampla. ¿Usté sabe lo que pagan por un kilo déso? ¡Casi me cuesta! Y dé gracia a que me lo llevo. En la casa del cirujano… en la casa del cirujano… ¡Vaya! Entre los restos de la poda… ¡No puede ser lo que veo! ¿Será el humo del cigarro? Sí… es lo que pienso… ¡Un bebé recién parío! Con sus uñitas recién forjadas y, en la mantita, la sombra, o más bien el positivo de ella, de un nombre. Al principio lo ha confundido con una estatua de metal, de esas que tienen los ricos. Esta carne no se paga. Hay que vé, qué cosas más raras tira la gente. ¿A ti tampoco te quieren? ¡Tan quitao hasta el nombre! El bebé hace un puchero, reclamando consuelo. Calla, calla, no te ponga así, donde caben siete, caben ocho. ¿Cómo te voy a dejá aquí? Los márgenes son muy duros. Te llamaré Quin.


Baratija (Carmen Paredes)

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bañada de purpurina

en su falso brillo

encabeza la recua

y se pasea

con sonrisa triunfal

grita e insulsa

cuando el roce de la verdad

deja a la vista

su fondo gris y opaco

y en palabrería feriante

se vende a quien como ella

son quincalla


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