Máscaras (Rafael Toledo Díaz)
Categoría: Máscaras
Seguramente el gran dramaturgo que fue Paco Nieva se inspiró en los carnavales de su pueblo manchego de nacimiento para recrear después, en sus bocetos, el vestuario de los excéntricos personajes de sus obras, muchos de ellos puro esperpento. No dudo en absoluto, estoy realmente convencido de que fue así.
Y es que en esto de disfrazarnos, el ingenio, la infancia y el lugar de origen influyen e importan más de lo que podemos sospechar, y digo esto último, porque no es lo mismo una chirigota de Cádiz o Tenerife, que los peliqueiros y cigarróns gallegos o los joaldunak de Euskadi.
La imaginación para confeccionar un disfraz es primordial, no siempre hubo bazares o tiendas de chinos para poder conseguir una indumentaria adecuada para el carnaval.
Imagínense a un crío ataviado con una enagua, un palo de sarmiento y una careta de cartón, una criatura aporreando la puerta de la casa de su abuela y diciendo la manida frase carnavalesca: <<A que no me conoces>>, <<a que no me conoces>>, anteponiendo la palabra “abuela” con la inocencia propia de la infancia. Así pasó, cuando inmediatamente fue reconocido, el chasco fue supremo, en un pispás la magia del disfraz y del engaño acabó en frustración y lloriqueo al saberse descubierto.
Aquel episodio tragicómico le marcó tanto, que nunca más volvió a disfrazarse. Bien es verdad que, en la adolescencia, participaba de la bulla popular en los prohibidos carnavales de la época franquista, pero que en su pueblo se saltaban a la torera.
De aquel tiempo también guarda un recuerdo oscuro sobre los típicos mascarones manchegos. Hombres que, envueltos en una simple colcha y un antifaz, recorrían las calles algo ebrios, su silueta misteriosa amparada bajo la luz mortecina de las farolas, infundían más temor que otra cosa.
Pero él nunca renunció a la máscara y su utilidad, sobre todo en el teatro. Lugar donde el engaño y la ficción son terreno abonado para el disfraz, pero esa atracción personal siempre la ha mantenido como espectador; porque el miedo al ridículo quedó marcado en la infancia y en ese episodio referido anteriormente.
Hay que reconocer que, para transitar por la vida diaria, debemos utilizar alguna que otra careta para sobrevivir en el complicado mundo de las relaciones humanas. Un cierto grado de fingimiento u ocultación forma parte de la negociación en el diálogo, en los afectos y en la comunicación con el semejante. Muchas veces no somos lo que parecemos o al contrario, nos protegemos con una máscara para disfrazar nuestra realidad, y prescindir de esa coraza depende de nuestro comportamiento o de cómo exteriorizamos la sociabilidad o la timidez.
Con curiosidad observa como las redes sociales se han convertido en un gran carnaval. Estupefacto ante la máscara colectiva que nos ponemos, sorprendido quizás, porque él mismo participa en este supuesto engaño colgando fotos de su mejor perfil. Espacios virtuales donde tratamos de contar historias de vidas felices, aventureras u ociosas, biografías donde no cabe el fracaso.
Quizás máscaras para sobrevivir en tiempos difíciles, posiblemente para democratizar la comunicación sin sentirnos perdedores. Porque mucho de lo que sucede en las redes tiene que ver más con el fingimiento y la apariencia, que con la vida real.
No hay más que observar en la pantalla a algunos influencers y youtubers de moda y su estrafalaria estética y comportamiento.
Pero como no termina de comprender esta extravagancia en las redes, puestos a elegir, prefiere el disparate y el ingenio de Francisco Nieva. Sus láminas y bocetos de trajes y máscaras son una clara demostración de creatividad, ilustraciones para la memoria que son el testimonio del último barroco.