Archivo de la categoría: Guía de supervivencia

Aflicciones (Maite Martín-Camuñas)

Se diluye y asciende el crepúsculo,                                                                                                        los reflejos obtienen un nuevo matiz                                                                                            y la melancolía se encumbra,                                                                                                                            agrandando los instantes                                                                                                                  sin poderlos alcanzar.                                                                                                                          La noche alza el vuelo                                                                                            ocultando con sus negras alas                                                                                                la tibieza de la tarde.                                                                                                        Nada en el universo nos aguarda,                                                                                          salvo los barrotes bruñidos                                                                                                  de esta jaula                                                                                                                        que va siendo nuestra morada.                                                                                                       Por esas luminarias que dan al edén,                                                                                  veo la vida pausada,                                                                                                                aclamando ayeres                                                                                                                 y futuros inseguros                                                                                                             más jubilosos y lozanos.                               

El enemigo invisible (Rosa María Baños)

Y así, de pronto,
Nos vimos todos dentro.
Niños imaginando cielos
En un invierno triste,
Sin patios ni recreos.
Ancianos suspirando miedos
Entre encierros sordos
Y silencios lentos.
Indefensos ante un enemigo invisible
Que vomita su venganza
A través de la ventana
En los campos florecidos
Tras la lluvia clara.
Impotentes ante la ciudad quieta,
Nuestros aplausos conjuran las sombras
Y rompen el silencio que nos dejan los muertos.

Lo que he visto sin mirar (Juan Vicente Delgado)

Casi un mes sin salir de casa porque un indecente ha decidido matar a la gente, un virus soberbio que entra en la gente sin avisar. Mi amigo Pablo ya no va a ver a su abuelo que le contaba aquellas batallas de juventud, pero Lena le ha enseñado a hacer vídeo llamadas y se las cuenta con la misma ilusión. El hijo adolescente de mi vecino ha retomado su mesa de mezclas, la cual no tocaba por quedar con sus amigos en la calle. Ahora tengo concierto cada día, la distancia entre personas en el supermercado me ha hecho reírme sin vergüenza de los memes del teléfono cuando creo que nadie me ve. Casi un mes adaptándome a hablar con alguien sin saludar o dar los dos besos que daba sin pensar que no le apetecía hablar conmigo. Casi un mes tapándome media cara y no es para que no me vean sino por salud y responsabilidad. Casi un mes sin distinguir un lunes de un domingo, sin ver a los amigos cara a cara y planeando como un preso el día que salga a la calle. Sintiéndome enfadado con el mundo, con los políticos… Pensando que esto es una guerra originada por los intereses de cada país y ganará el más listo, no el más fuerte… ¿pero yo qué culpa tengo? Un mes desconfiando de la prensa, desconfiando de los políticos, de las grandes empresas, viendo perder las risas y las lágrimas de emoción en cumpleaños, en fallas, en la Semana Santa de Sevilla, en el resto de España… Viendo la ilusión en los balcones, viendo niños apoyados en la barandilla mirando el parque y jugando a ser pacientes, viendo gente que se deja la vida en curar a otros y cuidar a más, viendo como ayudan a sacar adelante algo que a un gobierno le va grande, imaginando que cuando acabe esto saldremos todos de la mano, pidiendo justicia ante algo que no es nuestro, sabiendo que esto será historia y yo la viví. Y lo mejor de todo es que cerca de mí sólo vi personas, vi risas, vi ilusión por hacer un mundo justo, que nos arrodillaron pero quien lo hizo no sabía que nosotros somos más fuertes… Llevo un mes viendo VIDA.


Zombis en cuarentena (Chaimae Hilal)

A los zombis les da miedo el silencio, siempre están entretenidos, intentando llenar el vacío con objetos. Les produce pánico la idea de quedarse a solas con sus pensamientos, por eso, los fines de semana los encuentras en los centros comerciales gastando y gastando…
Una semana antes del confinamiento, arrasaron con las existencias de los supermercados. Algunos les llamaban “avariciosos”, otros les decían “qué poco insolidarios”, pero ellos lo hicieron por miedo, por miedo a quedarse solos. Siempre es mejor -pensaban- hablarle a un yogur, un kilo de harina y un muslo congelado que hablar solo.


Lo que hoy callamos (Cristina Bermejo Rey)

Ha tenido que venir un virus,
Para poder expresar,
Todo aquello que hasta hoy,
Quisimos ocultar.
Palabras que quizá de otro modo,
No saldrían de nuestra boca,
Y que en estos tiempos de encierro,
Sin ningún miedo ya brotan:

"¿Cuándo volvemos?
Te echo de menos.
Cuídate mucho,
que sepas que te quiero.
Necesito tus caricias
Grabadas a fuego.
No te lo digo, 
pero lo siento.
Quédate en casa,
Pronto nos veremos."

¡Ay que ver lo que ha hecho el bicho!
Nos hace reflexionar.
Y decir, sin miedo ahora,
Lo que no nos atrevimos a expresar.
Por eso aconsejo,
Sin temor ninguno a errar:
Di lo que sientas siempre,
Ni se te ocurra dudar.
Han confinado tu cuerpo,
tus sentimientos ¡jamás!


Con(Fin)ados (Carlos Candel)

Primero decretaron el estado de alarma.

No nos asustamos.

Más tarde, recomendaron que trabajáramos desde casa.

Dejamos de contaminar.

A la semana siguiente ordenaron el confinamiento provisional de unos pocos.

Nos quedamos en nuestras casas, tranquilos, con nuestras familias, y empezamos a disfrutar de pequeños detalles de los que antes no éramos conscientes.

Dejamos de ver a nuestros amigos.

Aprendimos a hacer videoconferencias.

Unos días después, nos dijeron que saliéramos solo para hacer la compra, de uno en uno.

Hicimos la compra a nuestros mayores.

Nos impidieron visitar a nuestros enfermos, aún en sus últimos momentos.

Estuvimos más cerca que nunca de ellos.

Después declararon el fin de cualquier actividad que no fuera esencial.

Resistimos.

Cada día era más difícil encontrar productos en el supermercado.

Empezamos a cultivarlos en nuestra propias casas.

Cerraron la ciudad para que nadie entrara o saliera.

Salimos a los balcones. Hablamos con los vecinos. Compartimos lo que teníamos, sobre todo los miedos.

Detuvieron a mucha gente por no cumplir las normas, lo dijeron los telediarios. Así que no salimos.

Enfermamos, y algunos lo superamos. No nos abrazamos, pero lloramos.

Nos dijeron que podíamos salir, que era el momento de ir a trabajar, de reanimar al moribundo motor de la economía…

Nos quedamos en casa. Ya nadie lo necesitaba.


Infancia, dulces criaturas (Pedro Marín)

Qué lindos los niños, me asomo a la terraza y me emociona verles jugar, me hacen olvidar el confinamiento. Juegan ajenos, incluso interactúan desde sus terrazas.

Cada día el silencio va conquistando más espacios. Salvo el momento del agradecimiento solidario de las 20:00 h., y bueno, alguna pequeña discusión que atraviesa indiscreta los muros.

Hoy me ha encantado ver a dos pequeños que viven en el bajo pasarse notas con la vecina del primero, justo debajo de mí. Son increíbles, sus ganas de jugar y de relacionarse no conoce muros.

En el comercio de al lado de casa, poca gente. En el pasillo de las pizzas, me encuentro a David, el hijo de Miguel, mi vecino de arriba. Le pregunto por su padre y me comenta que tenía síntomas y que le ha dicho el médico que se aísle en su habitación. De nuevo los niños, sorprendiendo y demostrando cuando la supervivencia lo demanda una madurez admirable y responsable.

Noto que la gente se está cansando, ya casi no salen a los balcones a aplaudir. Pero los niños de mi vecindario allí están, agradeciendo a los que están luchando por sacarnos de esta. Hoy se han sumado más al juego de las notas. Les pregunto y me dicen que es un juego de adivinanzas, que lo han inventado ellos y que tienen un premio preparado que lo entregarán en una fiesta. Bravo, les digo, seguid así, lo estáis haciendo fenomenal.

Hoy me ha parecido escuchar corretear por la escalera, he abierto la puerta, pero no he visto a nadie. Tanto silencio… Bueno, habrá sido algún repartidor. Rodrigo, el del 2º A, tiene mucho vicio con las compras online. Me pongo música y sigo cocinando.

No me encuentro muy bien, por lo que me recomiendan no salir de casa. Tranquilo, seguro que se pasa rápido. Esta semana hago la compra online. Me confirman la llegada de esta el jueves. Las 21:00 h. y no ha llegado. Llamo al teléfono de incidencias y me dice que tenía prevista la entrega a las 14:00 h., pero a las 15:00 llamaron diciendo que el repartidor había enfermado y se tenía que ir a casa. Por lo que repetiremos el envío mañana. Disculpas.

Hoy ha habido silencio absoluto. Mis vecinos deben estar muy cansados, tantos días… Hoy ni han salido a las 20:00 H. Yo me estoy quedando casi sin comida. La empresa me dice que ya me ha enviado 3 veces el pedido y no lo van a volver a repetir. No entiendo nada, mañana saldré a comprar.

Abro la puerta dispuesto a bajar y justo, me vuelvo a encontrar a David. Me dice que tengo mala cara, le explico el problema y me dice que no me preocupe, él se encarga. Me pide la lista de la compra y las llaves para no molestarme y dejarme la compra. Se lo agradezco infinitamente. “Cómprate lo que quieras, te invito”, le digo. “No gracias, tengo todo lo que necesito”, y se dirige hacia las escaleras.

Tarda mucho. Oigo ruidos y abro la puerta, al otro lado Miguel, rodeado del resto de niños de mi comunidad y con un papel en la mano, de los que se pasaban por los balcones, en el que ponía “Próximo, 2º C”.


Cuentos microbios (Carlos Lapeña)

1. LA MEMORIA

Después de tantos meses de confinamiento, sin contacto directo con nadie, las manos se encontraron y dudaron entre estrecharse, golpearse o acariciarse. No recordaban cuál era la acción más adecuada para la ocasión.

Afortunadamente, los pies lo tenían más claro y entrelazaron sus dedos, libres de calcetín, de zapato y de miedo.

2. LA SALIVA

A la saliva le costó muchísimo más tiempo liberarse del estigma. Salir de la boca para entrar en la boca no había beso que lo justificase. Y escupir improperios y lamentaciones no ayudaba, la verdad.

3. EL OTRO

(a Xavier Frías)

El virus, el oficial y clínicamente testado, era, lógicamente, microscópico. Pero el otro, el de los gritos constantes en el 1º B, ese era tan grande como tonto.

4. EL PASADIZO

Mamá dice que pronto podremos salir de casa. A mí no me importa estar confinado el tiempo que sea, porque todas las noches salgo a dar un paseo, sin que nadie se entere, gracias al pasadizo que he descubierto en la pared, detrás de los libros de mi biblioteca.

5. LA COMA

(a Augusto Monterroso)

“Elegid qué coma quitar”, dijo el maestro, mientras escribía en la pizarra: Cuando despertó, el virus, ya no estaba allí.

6. EL ENTORNO

—Llegará un momento en que nuestra atención pase del virus al entorno, a nuestro impacto humano en el entorno –hablaba el profeta–. En dos meses de confinamiento ha desaparecido la nube de polución sobre la ciudad, las tortugas han llegado al mar, el canto de los pájaros es diferente, y se oye, los osos panda del zoo han follado por primera vez en diez años… Y descubriremos que somos otro tipo de virus mucho más pernicioso, sin duda.

7. LOS ABRAZOS

Los abrazos que nos demos a partir de ahora deberán tener memoria.

8. LAS CENIZAS

(a Eduardo Galeano)

Cuando los millones de guantes y de mascarillas fueron incinerados, sus cenizas se esparcieron por el aire…

Final 1

…ávidas de venganza.

Final 2

…para fundirse con la noche.

9. LOS CUENTOS

Antes de que se la llevaran, mamá puso en el suelo de cada habitación uno de mis cuentos abierto. Y allí siguen después de tantos años, porque cada vez que entro en ellas puedo oír su voz, leyéndolos.

10. LA CIUDAD

(a Joan Margarit)

Durante el confinamiento, dibujé una ciudad extraordinaria en una hoja de papel.

Una tarde, mientras le daba los últimos retoques en el balcón, una repentina ráfaga de viento se lo llevó.

Nunca recuperé el dibujo, pero la ciudad extraordinaria sí, a ella sí la he encontrado.

11. EL SECRETO

El secreto fue revelado y pronto se extendió por toda la ciudad. Si bien hubo quien no lo creyó, la mayoría lo puso en práctica con notables resultados, en cada casa según sus posibilidades, lógicamente.

El libro concreto, abierto por la página correspondiente y colocado en el lugar adecuado, propiciaba el viaje.

De esta manera, fuimos muchas las personas que pudimos salir de casa utilizando el armario, el ascensor, la puerta, el pasillo, el pozo, el hueco de un árbol, la cama, el atardecer…, y visitar otros mundos libres de virus y confinamientos.


Nuestros miedos amontonados al calor del fuego (Fernando Ferro)

Nuestros miedos y nuestros muertos
se reúnen en torno al fuego de la cocina.
Aquellos que ya no necesitan calor, ni palabras, se acurrucan cerca de las brasas con nosotros.
Hacen rueda para susurrarnos al oído
cómo fue su estupor las otras veces, cuando sintieron que el juego se acababa.
Game over.


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