Archivo del Autor: Admin

Corredora de pasillos (Carmen Paredes)

Etiquetas:

Categoría: La caja negra

Sube

baja

velocista

con lastre de bolsas

y horas añadidas

a las del trabajo

más las horas no contadas

de las tareas en casa

nutrida de cansancio

reposa su cabeza

en la confortable barra del vagón

Por el peso de la plancha

goza del lujo de tener

enfermedad de tenista

y como si fuera una criminal

huye de los controles

Mujer inmigrante

sin papeles

ni más ni menos


El extraño caso de la mujer que yace sobre la acera (Carlos Lapeña)

Etiquetas:

Categoría: La caja negra

La mujer yace sobre la acera en la calle, amplia calle, que, poco a poco, se va llenando de viandantes, de curiosos y curiosas, de personas que, en lugar de participar en la manifestación convocada en otra zona de la ciudad, desembocan en esa calle o emergen del metro con la intención de visitar las tiendas, ojear escaparates, desayunar en las terrazas, gastar su dinero en compras estupendas, pero que ven de improviso su intención alterada por la contemplación del cuerpo yacente, de la mujer desmayada.

La mujer yace sobre la acera y un corro de gente la mira. El cuerpo inerte transmite serenidad, sueño, cierto tipo de armonía en la postura; no hay nada dislocado ni descolocado, ni la melena rojiza, ni los zapatos, ni la falda, ni el jersey, ni el abrigo siquiera. Extrañeza y curiosidad, sin embargo, en quienes observan.

Nadie hace nada, por el momento. La inmovilidad se extiende, se contagia, como la luz del día que avanza.

Entonces, un rayo tenue de sol sobre la acera y un gesto. Un hombre avanza, se inclina sobre la mujer, comprueba respiración, pulso. Asiente con alivio. Pero no hay alivio en el corro, sólo expectación. La sirena azul anuncia la ambulancia. Los sanitarios, mujer y hombre y mujer, se abren paso, comprueban constantes, hablan. No hay nada anómalo aparte de la inmovilidad y la postración de la mujer. Hacen un intento cauteloso para levantarla, pero no pueden. Deciden subirla a la camilla. Tampoco pueden. Qué está pasando. El corro murmura. Varias personas se acercan, son hombres y mujeres, se inclinan, agarran piernas y brazos, tiran hacia arriba con delicadeza y sin éxito.

La mujer yace inconsciente sobre la acera, indiferente a la incredulidad reinante y a las leyes físicas que deberían permitir su levantamiento y traslado.

Alguien propone que sean las mujeres quienes lo intenten. “Es su día”, dice. Se produce una discusión salpicada de “venga ya”, “ya empezamos”, “qué tendrá que ver”, “qué absurdo”… Y sin embargo, un grupo de mujeres se acercan y lo intentan, sin éxito.

Un médico psiquiatra discute con una neuróloga sin alcanzar un diagnóstico, ni siquiera una sospecha de diagnóstico. Quizá un filósofo…

“Será cuando ella quiera”, bromea alguien.

La mañana avanza entre la muchedumbre creciente y las cámaras de televisión de todas las cadenas, que se han acercado a dar cobertura al extraño fenómeno.

La mujer yacente sobre la acera ignora haberse convertido en noticia y en foco de atención de tanta gente. Su semblante continúa sereno, dormido.

Una niña lo intenta. Parece que animada por su madre, conocedora, sin duda, del valor de los símbolos y las alegorías que a veces se anhelan en la vida; pero tampoco hay éxito en este caso.

Se ha acordonado la zona. Se ha levantado una carpa para albergar a la mujer yacente. Se ha establecido un retén de vigilancia y asistencia. La atención mediática se mantiene, pero la gente se cansa.

Cae la tarde y refresca. La noche es fría. Algunos curiosos permanecen fieles a su curiosidad y pasan la noche en vela, como en una vigilia civil y laica. Canturrean y beben sobre la inmutabilidad y lo extraordinario.

FINAL 1

Pasan los días. La mujer continúa inalterable. El mundo se hace eco del extraño fenómeno de la mujer yacente que apareció el ocho de marzo en plena calle comercial de la capital del reino. Aparecen reportajes, documentales y un corto.

Alguien observa que el contorno se difumina y mujer y acera se parecen, se fusionan.

Al fin, la mujer desaparece fundida, y confundida, con la calle.

FiINAL 2

Es al amanecer del día siguiente, nueve de marzo, cuando la mujer despierta por sí misma. Tarda unos segundos en situarse y comprender dónde y cómo está. Sus gestos y su mirada así lo indican. Se levanta, por fin, sin aceptar la ayuda de la policía, se atusa el pelo y la ropa y, elegante y segura, echa a andar calle arriba, entre aplausos.

FINAL 3

Días después, sin que se hayan producido cambios, un equipo de científicos certifica que, efectivamente, se trata de un ser vivo yacente, inexplicablemente unido al suelo.

La noticia provoca el descontrol en la afluencia de personas que se acercan al lugar. No pasa mucho tiempo hasta que varias corrientes religiosas envuelven el caso de mística y empiezan las ceremonias y las peregrinaciones.

Las autoridades deciden dar un giro a la situación. Excavadoras y grúas cortan y extraen cuatro metros cuadrados de acera y tierra, con la mujer yacente como centro y motivo principal.

En un tiempo récord goza de un lugar preeminente en el museo de arte contemporáneo.

FINAL 4

Días después, sin que se hayan producido cambios, un equipo de científicos certifica que, efectivamente, se trata de un ser vivo yacente, inexplicablemente unido al suelo.

La noticia provoca el descontrol en la afluencia de personas que se acercan al lugar. No pasa mucho tiempo hasta que varias corrientes religiosas envuelven el caso de mística y empiezan las ceremonias y las peregrinaciones.

Las autoridades deciden dar un giro a la situación. Excavadoras y grúas cortan y extraen cuatro metros cuadrados de acera y tierra, con la mujer yacente como centro y motivo principal.

A las pocas horas, la mujer yacente muere, como marchitada.


Mujer tenía que ser (Ismael Sesma)

Etiquetas:

Categoría: La caja negra

Mi abuela se levantaba sin despertador, la primera, fuera invierno o verano. Ponía la leche a calentar y preparaba los desayunos; tostaba el pan, colocaba nuestro tazón preferido, las cucharas, un jarrón con flor seca en el centro de la mesa, la servilleta siempre doblada a la derecha. Cuando todo estaba listo, avisaba a mi abuelo y ambos nos despertaban con brío. Cada uno con su ritmo, llenábamos de gritos y carreras la casa, peleábamos por un sitio en el baño, hasta que nos encaminábamos a la cocina.

La mesa, ya preparada, parecía sacada de una película. Todos desayunábamos, menos ella, que miraba con gesto atento. Entre ambos nos ayudaban a cepillarnos los dientes, peinarnos y prepararnos para salir al colegio. Mi abuelo nos arreaba escaleras abajo mientras ella se quedaba sola. Desayunaba un recuelo hecho con los posos del café de la tarde anterior y terminaba las tostadas que habíamos dejado. La comida no se tira, era un mantra que repetía en cuanto había ocasión. Mi abuela prefería la radio a la tele, las cacerolas a la olla a presión, nos inculcó la liturgia del orden y el reposo en las comidas, el sosiego y el análisis de los problemas vitales. Rara vez levantaba la voz, su presencia y sus gestos solían ser suficientes. Se acostaba la última, después de comprobar que todos dormíamos con la felicidad instalada en el rostro. Y si a alguno nos asaltaban las pesadillas, ejercía de vigía; sus manos firmes transmitían protección y cariño.

Desde que tengo memoria vestía de negro, pero su carácter irradiaba luz. En el barrio era respetada por su conocimiento de las hierbas; preparaba infusiones con mimo y atención concentrada, después de escuchar las dolencias de los conocidos que le consultaban. Solían curarse, o al menos, mejorar; no era raro que en casa hubiese muestras de agradecimiento, siempre que no fuesen excesivas. Eludía los corrillos de vecindad, pero nunca negaba un comentario de ánimo o una frase certera a quien los necesitaba.

Una mañana que íbamos juntos, reconvino a un policía por tratar mal a un indigente que recogía su hatillo de pertenencias después de pasar la noche al raso debajo de un alero. El policía se revolvió, llamó a sus compañeros y terminamos en comisaría. Yo iba con la cabeza gacha; ella me empujó el mentón para mirarlos a la cara. Por fin, pudo hablar con un inspector; no recuerdo lo que le dijo, pero la imagen que me queda es una mezcla de firmeza, seriedad y convicción que dieron resultado; el policía le pidió disculpas. Al salir, se permitió sonreír con el mismo orgullo con que lo hacía en nuestros cumpleaños o cuando traíamos las notas. Me guiñó un ojo y nos encaminamos a la pastelería del barrio. Hay días que merecen hacer un extraordinario, me dijo. Aquella frase se me quedó grabada y he recordado el episodio muchas veces después, como una epifanía que me ha ayudado a ser la persona que soy. Compró unos bocaditos de nata y los merendamos todos en casa, junto con un chocolate que preparó mi abuelo. Después, niños y mayores jugamos al parchís y a la oca; esa tarde no hubo deberes.



Mujer (Carlos Gamarra)

Etiquetas:

Categoría: La caja negra

En un mundo de luces y sombras,

caminamos entre sueños y realidades

buscando el eco de las voces perdidas

.

Se eleva un suspiro

en recuerdo de días pasados

donde las lágrimas se confunden con risas

.

En el silencio de la noche

resuena el eco de tu fuerza callada

tejiendo hilos de vida con destreza

.

En el horizonte se alza un nuevo día

en la brisa suave la felicidad se desliza

y trae la alegría como un sueño alcanzado

.

Mujer tenías que ser luz en la oscuridad


Mujer tenía que ser 2 (Maite Martín-Camuñas)

Etiquetas:

Categoría: La caja negra

Mujer tenía que ser la voz que ruge,
la que rompe cadenas con tesón,
la que alza su puño con decisión,
la que enciende la llama que nos guíe.
Mujer tenía que ser la que se exprese,
la que grite su verdad sin vacilar,
la que no se conforme con callar,
la que exija justicia con entereza.
Mujer tenía que ser la que nos abra el camino
hacia un mundo más igual,
donde no haya discriminación ni mal,
donde reine la paz y la igualdad.
Mujer tenía que ser la que nos lleve a un futuro
donde todas seamos libres,
unidas por la fuerza que nos palpite,
unidas por la lucha que nos libere.


Matizando, que es gerundio (Rafael Toledo Díaz)

Etiquetas:

Categoría: La caja negra

¡¡Qué barbaridad, cuánta precipitación!!… Me pongo a escribir y ya tengo previstas las ilustraciones que acompañarán a un texto que apenas tengo esbozado en la mente.

Así, la primera fotografía será la estatua de Juana Galán, más conocida popularmente como “La Galana” y que representa la aguerrida figura de una mujer que se enfrentó a las tropas de Napoleón cuando intentaron atravesar la ciudad de Valdepeñas para combatir en la batalla de Bailén. Una fémina que, como tantas otras de su época, han pasado a la historia como ejemplo de resistencia, heroicidad y fortaleza.

Aquí, en la capital, esa muestra de atrevimiento se le reconoce a Manuela Malasaña que fue ejecutada por los franceses. Mujeres famosas, mujeres de armas tomar, como también lo fueron Agustina de Aragón o la Fraila que destacaron por su coraje y arrojo frente al invasor, una actitud que evidencia claramente que la valentía no solo es cosa de hombres. Acuérdense los más mayores de la vieja cartilla militar donde en el apartado del valor habitualmente solía escribirse “Se le supone”, una suposición que no deja de ser un tópico machista.

La otra imagen es un monumento que honra la memoria de las víctimas de la violencia de género y que se encuentra situado en el bulevar de mi barrio. Este símbolo de Venus en color morado es un reconocimiento a todas las mujeres que han sufrido y sufren la lacra de la violencia machista. Aunque de diferentes estilos, las dos esculturas referidas son un homenaje a la mujer.

Dicho esto, hay que admitir que el calendario anual de celebraciones se ha vuelto frenético, desbordado por temas y causas, pero debemos reconocer que algunas jornadas dignifican cuestiones banales que apenas carecen de importancia. Sin embargo, tiene especial significado que cada ocho de marzo conmemoremos el Día Internacional de la Mujer, aunque esta festividad podría trasladarse a los trescientos sesenta y cuatro restantes. Y no seré yo quien reniegue de la llamada discriminación positiva y menos sobre la importancia que la mujer tiene en la sociedad actual.

También mi amigo Manolo coincide en la necesidad de alcanzar la plena igualdad, aunque declara que tiene algunos reparos. Él, que siempre ha estado rodeado de mujeres, desde su abuela a su nieta, pasando por su madre, sus tías o sus hijas, que es la antítesis del machote y que en todo momento reivindica la importancia de ese matriarcado que tanto ha influido en su educación. Pues, a pesar de esa predisposición familiar, Manolo reconoce que hay algunas cosas con las que no está de acuerdo, que tiene sus dudas y que le cuesta entender algunos comportamientos del colectivo feminista que, según él, habría que matizar.

En una conversación informal me dice, mira, el machismo lleva instalado siglos y siglos y por mucho que queramos precipitar los cambios este asunto todavía tardará mucho tiempo en reparar el ninguneo al que han estado sometidas las mujeres desde que el mundo es mundo. Acuérdate cuando nos decían en la escuela que Eva fue creada de una costilla de Adán, ¡menuda barbaridad! Mi amigo deduce que quizás de ese relato nos venga metido en vena el sentido de posesión y supremacía que los varones creemos tener frente al género femenino.

Sigo callado y le dejo seguir con su razonamiento. Así pues, y animado por mi silencio, continua con sus matizaciones y me dice: Lo que no acabo de comprender es el empeño del movimiento feminista en darle la vuelta a la tortilla cuando ningún género debiera imponer su discurso, que lo importante es convivir y dialogar y reconocer los errores de cada uno. Está claro que los derechos de la mujer son in-negociables, pero me sorprende que, en su empeño por conseguir la pretendida igualdad, sobresale el intento de emular los comportamientos más perniciosos que tenemos los varones.

Si te soy sincero, me confiesa, odio algunos eslóganes que se vocean en las concentraciones de estos días, me parecen obscenos y fuera de tono. Por ejemplo, cuando las personas del género que sea pierden el sentido y la dignidad por la ingesta de alcohol es algo que me repatea y me pone los pelos de punta cuando escucho: “Sola y borracha quiero llegar a casa”, es una sensación de disgusto que no puedo evitar. Pero como te digo esto, igualmente me desagrada cuando emplean el término “femi-nazi” para referirse a las conductas más radicales del feminismo.

Apunta Manolo, otra cosa es el asunto de las listas cremalleras, pues tengo mis dudas, me asegura. Igualmente las personas deben acceder a los cargos en función de sus méritos y que nunca debiera influir el género y ningún tipo de condición. Que para dirigir o participar en cualquier centro de poder solo debiera importar el currículo y la capacidad de gestionar de mujeres u hombres. ¿Acaso últimamente no sucede que hay más ministras que ministros?, me pregunta.

Manolo, desde el sentido común y su punto de vista, se sincera y me cuenta sus recelos sobre este tema. Mira, como tantos otros, pertenecemos a una generación que ha debido interiorizar las cambios que se han producido en la sociedad. A pesar de las actitudes machistas, incluso de nuestras madres, nos hemos acostumbrado a repartir las tareas del hogar puesto que nuestras compañeras también trabajan fuera de casa. Asumimos con normalidad que nuestro empresario o encargada es una mujer, que muchísimos de los docentes que enseñan a nuestros hijos son mujeres y que cada vez asumen más tareas de responsabilidad en ámbitos que hace tiempo nos parecían imposibles.

Y fíjate, nosotros, que hemos apostado porque nuestras chicas vayan a la universidad, que hemos conseguido que aquella coletilla de “hacerse una mujer de su casa” sea pasado nos sorprendemos ante unos chicos que, influidos por otras culturas u otras modas, perseveran en mantener su dominio frente a la mujer. Retrógrados que con su frívola actitud ponen en riesgo derechos como la igualdad, comportamientos que suponen un paso atrás y que cuestionan los avances que tanto nos costó conseguir.

Y supongo que para rebajar el tono y quitarle seriedad a su monólogo, riendo a carcajada limpia me dice: Será por eso que detesto la machacona melodía del reggaeton y sus letras tan ridículas como sexistas.


Condenada piedra (Carlos Lapeña)

Etiquetas:

Categoría: La caja negra

Como cada día, Sísifo se levanta sin ganas, obligado por la costumbre y los compromisos. Va directamente a la cocina, aun sabiendo que antes debería ir al baño, para orinar y aliviar la presión que siente en la vejiga desde que todavía estaba en el interior del sueño y de la noche. Pero va a la cocina y bebe un vaso de agua de la nevera. Sabe que le calará los dientes, pero no puede remediar dar preferencia al placer que le proporciona el paso del frío por su boca y su garganta.

Después, maldiciendo los pinchazos en su vientre y en sus dientes, va al baño, y, entonces sí, mea. Y vuelve a salpicar fuera, porque con el escalofrío del alivio el chorro se descontrola.

Se ducha con agua templada, porque no es capaz de esperar a que salga más caliente; se cepilla los dientes con el dentífrico mentolado que tan poco le gusta, pero que siempre acaba comprando, y se extiende en las axilas el desodorante pringoso que volvió a elegir aprovechando la oferta del supermercado.

Como no puso la lavadora, algo que le pasa con demasiada frecuencia, tiene poca ropa entre la que elegir y se pone la misma que ayer.

“No escarmientas”, se dice también hoy, mientras se ajusta el nudo de la corbata frente al espejo.

Vuelve a la cocina para prepararse un café, pero no hay. Hoy tampoco hay café. Se le olvidó, porque sigue sin escribir la lista de la compra que lleva pensado escribir tanto tiempo, pero que nunca escribe. Los olvidos reivindican su existencia, parece.

Sale de casa, refunfuñando, sin ganas de salir, como cada día y, como cada día, va caminando hasta la oficina. Al doblar la esquina da un traspiés, el mismo de siempre, por no mirar y cruza con el semáforo en rojo, como siempre, porque no viene ningún coche, aunque hoy sí, pero el claxon no le importa.

Llega al alto y mostrenco edificio. Sin apenas mirar ni saludar, como suele hacer, va directamente a los vestuarios. Allí se cambia, se enfunda en el mono marrón, se calza las botas de seguridad, se pone los guantes reforzados y va derecho a su puesto en la línea de trabajo. Espera, un día más, el estridente sonido de la sirena y, mientras espera, observa, primero sin interés, pero, después, con sorpresa, la enorme roca que deberá empujar ladera arriba, como cada día.

“Qué extraño”, se dice. Hoy le parece nueva.


Esa piedra (Carmen Paredes)

Etiquetas:

Categoría: La caja negra

que cambia

de tamaño y forma

en el primer camino titubeante

crezco

y puedo salvarla

salto

y crezco más

y la supero

pero ahí está

de nuevo la piedra

la recojo 

y en el bolsillo

amigas

caminamos



El Twitter del Globo