Calor sin fronteras (Ismael Sesma)

Calor sin fronteras (Ismael Sesma)

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Categoría: La caja negra

¡Vaya calor!, que se mete muy dentro y no deja hacer nada. Madre hoy estaría en casa en enaguas y dándole al abanico, ella tan recatada que nunca se ponía el bañador en la playa y miraba mal los bikinis. Recatada, catada por muchos, decía Marianito y se reía el muy cabrón, machote de los de antes, la mujer con la pata quebrada en casa y ellos en los bares o yéndose de putas; los amos del mundo.

Marianito con este calor era de camiseta de tirantes, como padre, que los combinaba con el meiba, nunca decía pantalón corto o bañador, tráeme el meiba le gritaba a madre, aunque solo tuviera que sacarlo del cajón de la cómoda; otro máster del universo, le salían unas piernecillas de debajo del pantalón corto que parecía imposible que sostuvieran la barriga y el resto de su cuerpo. Marianito pegó tarde el estirón y tuvo que cargar con el diminutivo hasta que entró en el manicomio cuando su padre le quitó la novia y no lo pudo soportar; el calor de aquel verano no ayudó. Fue directo al psiquiátrico provincial con los locos y las monjas. Padre iba a visitarlo algunas veces, le llevaba tabaco y paseaban juntos por un jardincillo que había delante del edificio principal y que arreglaban los pobres locos que podían trabajar. Cuando en el barrio le preguntaban por Marianito, negaba y decía: hay que ver cómo son las cabezas, y allí dejaba la frase, suspendida en el aire para la libre interpretación de la concurrencia, que solía poner cara de circunstancias y apiadarse de Marianito. Con el calor, sor Ángela de la Cruz hizo el camino al revés, dejó los hábitos, los locos y las batas blancas, harta del olor a medicación, de que le pidiesen tabaco a todas horas y de aquello de nada pedir, nada desear, nada rechazar que le imponía su cofradía. Volvió a llamarse África, que parece era su nombre verdadero, se dejó el pelo largo, cargaba con decenas de pulseras, collares y abalorios, llevaba vaqueros o minifaldas, no había quien la tumbase tomando cervezas. Madre la llamaba Afriquita con retintín, que tiene cojones en una mujerota que le sacaba la cabeza a casi todos los chicos del barrio; una exmonja era demasiado para madre, igual que las divorciadas o las madres solteras. Como Rosa, que no se conformó con tener un crío, tuvo dos y los sacó adelante a base de trabajar mucho, dormir poco y la ayuda de las vecinas. Rosa sabía que madre y otras como ella la reprobaban, pero nunca tuvo una mala palabra ni agachó la cabeza, sostenía la mirada con orgullo de mujer y madre. Nunca la vimos con un hombre. A veces coincidía con ella en los ultramarinos y dábamos un paseo a escondidas de madre, me gustaba su tranquilidad al hablar. Hasta que se cambió de barrio, su hijo pequeño le compró un piso en una urbanización con piscina y no volvió a aparecer por aquí. No me extraña, que hay que joderse el calor que hace en este barrio, se mete hasta el fondo del cerebro y no la deja a una ni pensar.


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