Sin salida (Carlos Lapeña)
Categoría: La caja negra
Había que salir, no quedaba otro remedio. La luz nos cegaría, lo sabíamos, con la fiereza y la rotundidad del zarpazo de una bestia salvaje. La oscuridad casi unánime del recinto donde estábamos facilitaría la agresión de la luz, que se prometía intensísima a juzgar por la nitidez con que resaltaba las rendijas en la única puerta.
Había que salir si no queríamos morir devorados por esa otra bestia que se aproximaba imparable e invisible. Sus gruñidos se oían ya muy cerca, la oscuridad se hacía más y más sólida con su proximidad y, aunque no la veíamos, la sabíamos letal. Quizá tan letal como la luz, aunque la luz no gruñía.
Había que salir y salimos. Abrimos la puerta poco a poco, unos milímetros, hasta que una fuerza exterior empujó bruscamente la hoja de madera y la luz nos golpeó de lleno. Nos cegó con tal potencia que no sentimos los zarpazos y los mordiscos de esa otra bestia también imparable e invisible.
Salimos entre aullidos, gemidos, lágrimas…, desorientados repentinamente, buscando el contacto del prójimo, como inocente recurso para la supervivencia y contra el desamparo.
Y en cuanto fuimos capaces de ver, ver apenas una niebla brillante y dolorosa, decidimos entrar. Había que entrar, no quedaba otro remedio…