Luces y sombras (Ismael Sesma)
Categoría: La caja negra
Por separado, solo destacaban de las manadas en su febril insistencia por permanecer juntas en la interminable sabana. Pero, cuando caminaban o retozaban una al lado de la otra, aquella jirafa y aquella cebra, antes anónimas, se transformaban; sus movimientos se acompasaban como si fueran un único ser palpitante de vida, y adquirían una gracilidad que no pasaba desapercibida para el resto de animales. Sincronía perfecta de almas gemelas, pensaba el viejo orangután cuando las contemplaba danzar desde su atalaya en los crepúsculos en rojo de la llanura.
Aquellos ocasos incendiados eran también pensamiento habitual del doctor Pradales; los contraponía a los que solía contemplar de niño en cualquiera de los acantilados cercanos a su pueblo, un puñado de caseríos inverosímiles asomados al Cantábrico. Pradales, médico y misionero seglar, que había recorrido medio mundo y media vida para auxiliar a los pobres, dejó su vocación en un hospitalito perdido a unos cientos de kilómetros de donde se encontraba ahora, cuando se vio como engranaje activo de una cadena interminable en la que reparaba cuerpos heridos en la guerra para mandarlos otra vez a combatir. Desde ese momento, decidió que dedicaría sus esfuerzos a sanar animales.
Cuando aquella jirafa se lesionó el cuello terminó en el dispensario de Pradales. Jirafa y cebra tuvieron que separarse, el dispensario estaba fuera de la sabana y un código de seguridad grabado en los genes de la cebra le impedía realizar aquella excursión. Allí el buen doctor utilizó sus conocimientos, la medicina del hombre blanco, y la curó en unos meses.
Para entonces, cuando los auxiliares del dispensario retornaron a la jirafa a su hábitat, la cebra, aburrida de esperar el retorno de su compañera, había buscado compañía con una gacela.
La cebra y la gacela solo destacaban del resto de animales en su febril insistencia por permanecer cerca una de otra, compenetradas y acompasadas en una hipnótica coreografía vibrante que el resto de animales contemplaba con interés renovado, ahora que uno de los protagonistas había cambiado.
Cuando la jirafa retornó y se encontró la nueva situación, movió el cuello demostrando poderío y pidiendo explicaciones; cebra y gacela se acercaron y realizaron unas cabriolas simultáneas que la jirafa intentó seguir con escaso éxito. Al verlos, el viejo orangután auguró dificultades: los problemas de convivencia aumentan en proporción directa con el número de sujetos implicados, hubiera dicho si el habla hubiese estado en su repertorio de comportamientos; como no era así, solo lo pensó. Y los compadeció.
Mientras, Pradales, sentado en la entrada de su cabaña al finalizar la jornada, escuchaba en su viejo tocadiscos una canción cuyo estribillo venía a decir: o me llevo a esta mujer, o entre los tres nos organizamos, si puede ser. Sin saber cómo ni porqué, se acordó de aquella jirafa herida a la que había sanado el cuello. Que tengas suerte dentro de este mundo de luces y sombras, lanzó al viento, al tiempo que observaba cómo el crepúsculo se adueñaba de todo el horizonte.