Resplandores (Ismael Sesma)

Resplandores (Ismael Sesma)

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Categoría: La caja negra

Cele aprovechaba las tapas de las alcantarillas para pintar sobre ellas peces barrigudos y, en ocasiones las convertía en gaviotas o cormoranes de picos poderosos. Lo hacía en silenciosa soledad, escogía los lugares menos transitados y pintaba por la noche, al abrigo de la oscuridad. Una noche, Nines, le vio recogiendo sus útiles y se acercó.

– Es añoranza del mar -dijo, sin dar lugar a que ella preguntara.

– Seguro que tiene una buena ristra de historias para contar -dijo ella.

– Tan buenas como las que usted tendrá, sin duda -se despidieron y cada uno reemprendió su camino. No tardaron en reencontrarse.

Cele contó historias de marineros valientes, barcos de pesca, vientos con nombre propio y tempestades de cuento de miedo. Ahora malvivía en una pensión, aquí, en una ciudad sin mar a 300 kilómetros a la redonda. Nines había sido bailarina.

– Y de las mejores, elegía dónde y con quien bailar -hizo una pausa y su voz cambió- hasta que un día, trotando en una playa, tuve una lesión que terminó con mi carrera. Bailo todavía, sigue siendo mi vida, pero lo hago en casa y para mí -explicó.

Cele se lo pidió con los ojos. Ella bailó para él, que se conmovió con la armonía de sus movimientos.

Volvieron a verse, Cele contaba sus historias de mares, islas y marinos, Nines, entre danza y danza, contaba las suyas; ambos se expandían en los recuerdos. Ella le propuso abandonar aquella pequeña habitación.

– En casa hay sitio de sobra para los dos y un poco de compañía nos hará bien -le había dicho.

La convivencia actuó de hilo que les cosió como aleación de vida; apenas salían de casa, todo era revivir historias una y otra vez, hasta que la repetición hizo que viraran a recuerdos fundidos en los que ambos estaban presentes; en su imaginario convirtieron las historias, ya fueran tempestades o actuaciones gloriosas, en resplandores compartidos.

– Estuviste espléndida en tu debut en el Liceo. ¡Menos mal que pude llegar a verte triunfar!

– Apenas te dio tiempo a darte una ducha y cambiarte. Ahora te lo puedo decir, todavía tenías un ligero olor a pescado.

– ¡Inolvidable! -proclamaban al unísono.

Murieron juntos, abrazados y felices. Hubo quien malició que lo habían preparado porque no soportaban la idea de separarse. Aquella noche los peces, gaviotas y cormoranes se alzaron al cielo y bailaron con resplandor de suceso irrepetible. Hubo quien recordó en aquella coreografía a una bailarina sublime que desapareció por culpa de una lesión. Durante unos días, todos en la ciudad hablamos del extraño fenómeno. Luego, cada cual volvió a sus quehaceres y quedó el olvido.

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