Condenada piedra (Carlos Lapeña)

Condenada piedra (Carlos Lapeña)

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Categoría: La caja negra

Como cada día, Sísifo se levanta sin ganas, obligado por la costumbre y los compromisos. Va directamente a la cocina, aun sabiendo que antes debería ir al baño, para orinar y aliviar la presión que siente en la vejiga desde que todavía estaba en el interior del sueño y de la noche. Pero va a la cocina y bebe un vaso de agua de la nevera. Sabe que le calará los dientes, pero no puede remediar dar preferencia al placer que le proporciona el paso del frío por su boca y su garganta.

Después, maldiciendo los pinchazos en su vientre y en sus dientes, va al baño, y, entonces sí, mea. Y vuelve a salpicar fuera, porque con el escalofrío del alivio el chorro se descontrola.

Se ducha con agua templada, porque no es capaz de esperar a que salga más caliente; se cepilla los dientes con el dentífrico mentolado que tan poco le gusta, pero que siempre acaba comprando, y se extiende en las axilas el desodorante pringoso que volvió a elegir aprovechando la oferta del supermercado.

Como no puso la lavadora, algo que le pasa con demasiada frecuencia, tiene poca ropa entre la que elegir y se pone la misma que ayer.

“No escarmientas”, se dice también hoy, mientras se ajusta el nudo de la corbata frente al espejo.

Vuelve a la cocina para prepararse un café, pero no hay. Hoy tampoco hay café. Se le olvidó, porque sigue sin escribir la lista de la compra que lleva pensado escribir tanto tiempo, pero que nunca escribe. Los olvidos reivindican su existencia, parece.

Sale de casa, refunfuñando, sin ganas de salir, como cada día y, como cada día, va caminando hasta la oficina. Al doblar la esquina da un traspiés, el mismo de siempre, por no mirar y cruza con el semáforo en rojo, como siempre, porque no viene ningún coche, aunque hoy sí, pero el claxon no le importa.

Llega al alto y mostrenco edificio. Sin apenas mirar ni saludar, como suele hacer, va directamente a los vestuarios. Allí se cambia, se enfunda en el mono marrón, se calza las botas de seguridad, se pone los guantes reforzados y va derecho a su puesto en la línea de trabajo. Espera, un día más, el estridente sonido de la sirena y, mientras espera, observa, primero sin interés, pero, después, con sorpresa, la enorme roca que deberá empujar ladera arriba, como cada día.

“Qué extraño”, se dice. Hoy le parece nueva.


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