Lágrimas (Ismael Sesma)
Categoría: La caja negra
Los cocodrilos lloran al cazar a sus presas, como si les diese pena lo que va a suceder; cosas de la naturaleza y el nicho ecológico que ocupan. No parece que los reptiles posean un aparato cognitivo tan desarrollado como para sentir empatía; en todo caso, parecen unos lloricas. No consta si sus presas lagrimean, pero convendremos todos en que ellas sí tendrían motivos para hacerlo.
Dicen las crónicas que Boabdil, rey de Granada, lloró al entregar la ciudad a los Reyes Católicos. Esas mismas crónicas refieren que su madre le llamó llorica, y le asimiló a la condición de mujer, que era lo que se entendía entonces. Los hombres no debían llorar bajo ninguna circunstancia; pelear, matar o morir, a eso se reducía toda la peripecia vital de los varones de su posición.
David lloraba cuando tenía que entrar en el instituto. Su padre le preguntaba la razón y, al no obtener una respuesta aceptable de su hijo, le decía que tenía que sobreponerse, como un hombre, y dejar de lloriquear. Meses después, se descubrió que David era objeto de acoso por el grupo de malotes de su clase. A su padre se le escapó alguna lágrima cuando los policías hicieron relato de las penalidades que había soportado David, pero intentó que no se le notase.
Las madres lloran cuando sus hijos marchan a la guerra, que suele ser declarada por los padres. Es un clásico intemporal cargado de sentido; nos habla de la importancia del vínculo, de la incertidumbre, del miedo a la pérdida. Y es que las mujeres han llorado mucho a lo largo de la historia y lo siguen haciendo, pero raramente son lloricas.