Superpoder (Ismael Sesma)

Superpoder (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

‘Hoy no he hecho nada malo’. Esta frase, que figuraba grabada dentro de mi cabeza después de habérsela escuchado a mi abuela tantas veces, se borró de un plumazo en unas semanas de invierno, hace ya mucho tiempo. Entre meriendas y achuchones, ella siempre me decía:

– Ramona, cuando hagas repaso de tu día, intenta haberla cumplido. Ser buena gente es lo más importante que hay en el mundo- me repetía.

Yo la creía y lo intentaba cada día. Hasta que Fati llegó al Instituto y todo cambió.

Llegó con sus vaqueros de marca ajustados, sus sujetadores que le moldeaban unas tetas de imposible competencia, su melena cuidada y su cara maquillada de angelito vicioso. Todos los chicos la miraban y nosotras pasamos a transitar la cara oculta de la luna. Ella se dejaba ver, extendía sus plumas de colores y les daba esperanzas, ¡pobres tontos!

Marta y Vane decidieron que había que darle un escarmiento, pero el resto del grupo dudaba. Yo estaba rabiosa, era imposible competir con ella en la atención de los chicos, pero pensaba en mi abuela. Al final, decidimos votar. Cuando comprobamos el resultado, cuatro a tres a favor del castigo, cerré los ojos con fuerza y como ya sabía que sucedería, el tiempo se volvió del revés y retrocedió unos segundos hasta el momento de la votación. Lo pensé, pude cambiar el sentido de mi voto, pero no lo hice. Fati se lo merecía.

La cara marcada y el collarín le restaron protagonismo para el resto del curso. Desde ese día, la evitábamos en los pasillos y yo hacía cualquier cosa, hasta manejar el tiempo para no tenerla de frente. Fati no nos delató, mantuvo una distancia orgullosa que le agradecí en silencio. Los chicos pasaron de la admiración a la compasión y de allí a la indiferencia en cuestión de días; cabrones. Nosotras volvimos a la pasarela, otra vez protagonistas y aliadas; tonteábamos con ellos, como antes.

Después, utilicé mi poder para mejorar mis respuestas en algún examen y también en evitar varios accidentes, pero como nadie salvo yo misma era consciente de mi intervención, mi interés en el manejo del tiempo disminuyó. ¿Qué era una superheroína sin reconocimiento? Nada.

Y lo peor es que mi abuela pudo ver en mi mirada que algo había cambiado dentro de mí. Ella si que tenía un superpoder.


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