¡Oh, capitán, mi capitán! (Rafael Toledo Díaz)

¡Oh, capitán, mi capitán! (Rafael Toledo Díaz)

Categoría: La caja negra

Aviso: Ojo con el título, porque esto no va de pelis, ni de poemas de Walt Whitman, esto va de otra cosa jaja…

¡Cáspitas!¡Albricias!¡Por el gran batracio verde! Al fin llegaron los súper-héroes. Esta vez los fantoches de El Globo Sonda han acertado de pleno eligiendo un desenfadado tema para el mes de agosto. Después, solo mi apego al páramo y a la llanura me hicieron dudar y, por un momento, mi mente evocó al “Gañán Enmascarado”, que no sé si fue antes o después de “El tío de la vara” o resulta ser el mismo personaje. En cualquier caso, enseguida desistí del empeño y me decanté por mi admirado Capitán Trueno, del que ya escribí hace tiempo. Por eso, mucho me temo que repetiré algunos argumentos.

Lo primero que deseo destacar es que el Capitán también es mi coetáneo, puesto que nacimos el mismo año. Él, mi ídolo, es el paladín más atrevido, el más justo y el más valiente que conozco. Además, debo agradecerle que sus tebeos de aventuras estimulasen mi hábito por la lectura.

Aunque después vinieron Julio Verne, Emilio Salgari y otros autores de literatura juvenil, aquellos cuadernillos apaisados repletos de dibujos y textos que mostraban las andanzas de aquel temerario líder fueron el inicio de mi despertar a la fantasía a través de sus correrías por todo el planeta.

Desde la llanura manchega y sentado bajo una higuera o una parra podías imaginar parajes insólitos, trasladarte a países exóticos compartiendo sus fantásticos y arriesgados viajes en barco o en globo, desde la jungla al desierto, y llegar hasta la estepa para después recorrer la Muralla China guerreando y deshaciendo entuertos, combatiendo contra infieles y sarracenos, luchando frente a bellacos y malandrines, enfrentándose a villanos y majaderos de cualquier etnia del planeta, todo en aras de la justicia y el sentido común.

No sabría definir la ética concreta del Capitán Trueno, si bien no era excesivamente religioso, en muchas ocasiones, y antes de emprender la batalla, invocaba a Santiago en su arenga, y supongo que sería el apóstol, que en aquel tiempo de la dictadura había que exhibir el patriotismo de alguna manera. Pero en otros aspectos, y sobre las creencias, era bastante tolerante, aunque hubiese participado en las cruzadas, pues se aliaba con cualquiera que compartiese sus valores sin tener en cuenta razas ni doctrinas.

El Capitán era un líder hecho a medida. Evidentemente, guerreaba, pero también se avenía al diálogo para resolver los conflictos. Y, siempre, siempre, estaba rodeado de sus fieles amigos Goliath y Crispín que le ayudaban en lo posible porque juntos formaban una piña.

Mientras que el tuerto grandullón de Goliath pensaba en una suculenta comida y mostraba su fuerza bruta dando mamporros a diestro y siniestro, la relación del Capitán con Crispín era más protectora y mucho más cerebral, que no todo iba a ser ferocidad y violencia. Bajo aquel entramado de viñetas, bocadillos o globos, cartelas y cartuchos, en aquellos tebeos sutilmente se ponía en valor la importancia de una multitud de derechos de los individuos o colectivos, pero además, a pesar de la diversidad de temperamentos de nuestros personajes, la importancia de la amistad era primordial y destacaba por su naturalidad.

Por su gran atractivo, el amor nunca fue ajeno a nuestro héroe y de forma sutil apareció Sigrid en la vida del Capitán Trueno. No podía ser de otra manera, y aunque la época estaba constreñida por la censura, la reina de Thule era rubia, guapa, elegante y muy sensual, a pesar del vaporoso vestido que trataba de ocultar el cuerpo voluptuoso de una valquiria.

Resulta muy indefinida la relación entre Sigrid y el Capitán, porque tenían sentimientos religiosos muy distintos, pero aunque no estaban casados, a nadie se le escapaba que eran pareja y, además, juntos compartieron numerosas aventuras.

Aquellos tebeos, ahora trasnochados y arrinconados por el tiempo y las tecnologías, nos ayudaron a varias generaciones a desarrollar la imaginación, además de iniciarnos en el hábito de la lectura. Tiempo habría de leer escritos obligados y más sesudos.

Ahora, en estos días de calor, vuelvo contemplar esas figuras de plástico adquiridas en varios lugares de la geografía hasta completar la colección, un cuarteto de personajes fetiche que conservo con mimo y que son el referente de aquel tiempo; estatuillas que presiden un lugar destacado de mi hogar, compartiendo baldas junto a mis libros.

No siempre, pero de vez en cuando, me animo e echarle un vistazo a cualquiera de los volúmenes que recopilan varios episodios. En esta ocasión particular, y pasando las hojas, al ver al Capitán luchando contra un enorme saurio, dice mi nieta sorprendida: “¡Mira! ¡Mira, abelo, un totolilo!”. Me sonrío y le corrijo deletreando, “se dice co-co-dri-lo”, y ella repite lentamente “to-to-li-lo”, y desisto del empeño.

Es más, el buen humor me anima y, aunque ya han pasado las elecciones, por lo bajinis le tarareo: “Ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno, ven Capitán trueno, haz que gane el bueno, ven Capitán Trueno, haz que gane el bueno”… Y no el menos malo, como venimos votando últimamente.


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