Los últimos románticos (Rafael Toledo Díaz)
Categoría: La caja negra
Espero que disculpen el atrevimiento de nombrar así este escrito, pero es tan bonito y sugerente el titular que, a pesar de que otros encabezamientos serían más acordes con el tema, he renunciado a cambiarlo.
Este mes repito protagonista, y otra vez vuelvo a referir detalles sobre la personalidad de mi amigo Manolo, que es un fenómeno. Ni que decir tiene que él sigue con sus neuras y sus contradicciones, pero si algo tengo que reconocer de mi amigo es que es un tipo comprometido y reivindicativo, sobre todo defendiendo los derechos sociales y de cualquier materia que mejore la vida de la gente.
Cada lunes le puedes ver megáfono en mano junto al grupo de jubilados que se manifiestan en el bulevar. Unos días tienen más concurrencia que otros, todo depende del tiempo que haga o del ánimo de la gente. Pero ahí están, firmes e incombustibles, lanzando a los cuatro vientos disertaciones repletas de sentido común, demandando mejores prestaciones sociales y, sobre todo, reclamando una sanidad pública de calidad que, tras la pandemia, ha quedado hecha unos zorros.
Manolo y yo nos conocemos desde hace muchos años, tantos, que ahora hemos celebrado el medio siglo que llegamos a esta ciudad. El otro día por fin nos juntamos tranquilamente, ya que siempre andamos atareados, y aunque nunca nos ha gustado regodearnos en el pasado y la nostalgia, inevitablemente terminamos hablando de los acontecimientos que hemos vivido juntos.
Si mal no recuerdo, nuestro primer encuentro fue en aquel club parroquial. Quién nos iba a decir que un grupo de jóvenes tutelados por aquellos curas comprometidos con la clase trabajadora sería el germen del tejido asociativo que ahora tiene la ciudad. En aquel grupo había de todo, pero era tanta la ilusión y tanto por hacer, que aparcábamos las diferencias para trabajar juntos.
Ahora, cualquiera que conozca a Manolo se sorprendería de su pasado y su trayectoria. Por eso, cuando lo recordamos, se sonríe; ¡menudo recorrido!, de La Legión de María a la JOC y después, todo un activismo político que muchos querrían para su currículo.
Pero él es un tío estupendo y nunca se ha beneficiado de su compromiso, que otros con dar dos carreras delante de los grises o posar en la foto sujetando la pancarta en el momento adecuado, se forjaron una fulgurante carrera política en los consistorios de la zona.
No, Manolo sigue fiel a esa ideología de la que otros reniegan a las primeras de cambio, y ojo, que de sectario no tiene nada porque defiende y discute cualquier medida o idea a realizar.
Siempre he admirado el atrevimiento de mi amigo porque yo siempre he sido más cobardica, o como decimos en La Mancha, más “cagueta”. Supongo que aquella manifestación donde había más guardias que manifestantes me marcó. Que cuando intuía que me iban a pedir el carnet me temblaban las piernas; él, aunque siempre con cabeza, sí que era más lanzado.
¡Qué tiempos aquellos!, me dice melancólico y suspirando. Manolo se lamenta por el declive del llamado “cinturón rojo” formado por los municipios del sur metropolitano y del que tanto se vanagloriaban los partidos de izquierda. Yo le quito hierro a su decepción y, bromeando, le respondo que se nos ha desteñido un poco el color y ahora somos el cinturón rosa o “losa”, como dice mi nieta, y los dos nos reímos a carcajada limpia. Porque tampoco vamos a ponernos trágicos, que todo cambia y evoluciona y, ¡qué carajo!, tocan otros tiempos, que nosotros ya hemos peleado lo nuestro.
A Manolo lo que le fastidia es que los jóvenes no tomen el relevo, que se han vuelto muy cómodos y no son conscientes de que este aparente bienestar en el que viven es un espejismo. Vamos, que lo tienen muy complicado y no parecen darse cuenta.
A través de nuestra conversación me he enterado que conoce a Carmen, que es una amiga a la que le gusta escribir versos, pero también reivindicar. Manolo me contó que suelen coincidir cuando acuden a manifestarse a la capital junto a otros grupos de jubilados. Porque Carmen es tan perseverante como Manolo y, coloquialmente, la llaman “La mala Paredes”, siempre ataviada con su eterno sombrero; es bien maja mi amiga Carmen.
Unos días más tarde, Manolo me invitó al local que tiene su asociación y la verdad es que remoloneé un poco, pero al final me convenció. Allí, junto a los aparejos para las fiestas del barrio, se encontraban arrumbadas un grupo de pancartas. Mira, me dice, ¿a ver si recuerdas?
Había algunas fabricadas con viejas sábanas y pintadas a mano sobre la lucha obrera y los conflictos laborales de las grandes empresas como Kelvinator. También sobre las movilizaciones para mejorar los convenios colectivos en CASA o de las huelgas en el sector de la madera en los primeros años ochenta.
Emocionado, Manolo las despliega con mimo como si de reliquias laicas se tratasen. Tiempos duros, me dice, y vuelve a referirme las viejas historias de cuando los manifestantes se refugiaban en los templos para protegerse de las cargas policiales o se encerraban en las parroquias demandando derechos.
Después encuentro otros carteles donde se nota la evolución en los materiales, porque para reivindicar la necesidad de un hospital las pancartas ya fueron de plástico y están confeccionadas de otra manera. Y es que a esta ciudad nunca le han regalado nada los mandamases de turno, que para conseguir cualquier prestación el vecindario siempre tuvo que pelearla en la calle.
No pretendo seguir contando las batallitas de Manolo y otras situaciones que hemos compartido juntos, pero los dos reconocemos que el ambiente está muy desmovilizado. Quizás sea normal, empezamos a ser mayores y la fatiga nos pasa factura, aunque él siga erre que erre.
Personalmente, creo que la precariedad y el trasiego de gente provocan el desarraigo, y por eso a la ciudad le falta memoria colectiva. Pero a pesar de todo, ahí siguen algunos como mi amigo Manolo, Carmen y otros vecinos anónimos que, obstinados y constantes, siguen bregando en las asociaciones, en la calle o en las redes sociales.
Yo reconozco que cada día soy más escéptico, o más realista. Pero ellos, a pesar de las dudas, trabas y derrotas insisten porque son unos románticos que, fieles a sus ideales, todavía perseveran y sueñan por conseguir una sociedad mejor.