Huida (Eva Soria)

Huida (Eva Soria)

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Categoría: La caja negra

No sé por qué, aquel día cogí el viejo ejemplar de Le Petit Prince, una edición de 1970, para meterlo en el bolso. Presentía que aquella noche sería el comienzo de un aislamiento difícil de aceptar. La puerta que abría paso a la zona psiquiátrica del hospital de menores dejaba ver un pasillo muy iluminado y largo, muy largo. La enfermera nos condujo a una habitación donde solo había una cama, una mesilla, un aseo con mirilla y un armario cerrado con llave. Esa noche, como las siguientes, mi hija tendría que estar sola, privada del contacto exterior, y el interior vigilado. Los primeros minutos, los primeros pasos hacia el habitáculo, los primeros gritos y llantos iban siempre enmarcados por el ruido, el ruido de llaves que cerraban puertas, la del pasillo central, la de los armarios. Cualquier gesto cotidiano estaba prohibido, había que recuperar a las personas enfermas, tenían que acostumbrarse a la soledad, a escucharse en el silencio, a encontrarse de nuevo. Todo lo que supusiera gastar energías, estaba prohibido. Y, en aquella habitación, más ruido, el del llanto de mi hija. En el pasillo, el paso ligero de la enfermera al ritmo del tintineo de las llaves, llaves que cerraban puertas, el traqueteo de los carros con la medicación de los enfermos. Más ruido. El ruido de los gritos, de los llantos y de las llaves me golpeaba en la sien, no quería adaptarme al dolor, tenía que huir, pero no podía cargar con un cuerpo de 35 kilos.
Fue cuando cogí el libro que por la mañana sin saber por qué había metido en mi bolso. Todo estaba prohibido, la lectura a la enferma también, pero había que huir.
Entonces empecé a leer: “Cuando tenía 6 años, vi una vez una imagen magnífica…”.
Sin permiso y contraviniendo las normas, mi voz se adentró en cada una de las habitaciones donde las puertas estaban abiertas, para apaciguar el desasosiego de aquellos cuerpos de hueso y piel. El susurro y las historias de El Principito lograron adormecer los gritos, los llantos y el tintineo de las llaves. Solo se escuchaba mi voz. “…lo esencial es invisible a los ojos” . Por un instante, el silencio consiguió amordazar al ruido. Dejé de leer.
Entonces, otra voz quebró el silencio : “Elsa, dile a tu madre que siga leyendo”.
Retomé la lectura para seguir huyendo.


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