Silencio en la piel (Ismael Sesma)

Silencio en la piel (Ismael Sesma)

Categoría: La caja negra

Desde que a su novio le había dado por tatuarse caras por todo el cuerpo, Daniela estaba nerviosa. No es solo que en algunos de sus escarceos amatorios notara besos y lametones que, por razones anatómicas, no podían corresponder a Raúl, es que además las caras hablaban entre ellas. Raúl nunca había querido aceptarlo, pero ella estaba segura, los rostros aprovechaban la noche para comunicarse y perturbaban su sueño.

– Tú duermes como un cesto y no te enteras, pero en el silencio de la noche yo las escucho. Hablan, no sé qué se dirán, pero entre su charla y tus ronquidos, cada vez duermo peor.

– ¿Las has dicho que se callen? -contestaba Raúl con sorna.

– Una noche de estas os voy a grabar.

Dicho y hecho, Daniela preparó su móvil y se acostó. A la mañana siguiente, aparte de los ronquidos de Raúl, ambos pudieron escuchar una grabación de bajo volumen, con un murmullo ininteligible de varias voces. Raúl pensó que Daniela le estaba gastando una broma y, aunque ella repitió la operación otras noches con resultados parecidos, nunca se lo tomó en serio.

– No voy a quitarme los tatuajes, Daniela; van conmigo, son parte de mí, lo siento. Esto no tiene sentido, tú tienes el problema, resuélvelo.

– Van contigo desde que hace unos meses te dio la manía, como antes habían sido otras cosas.

– Manía o no, son míos. Relájate, toma alguna cosa para dormir; los tatuajes no pueden hablar -sentenció Raúl con rostro que no admitía réplica.

La desazón de Daniela aumentaba; descansaba mal y le molestaba el egoísmo de Raúl. Alguna noche se había despertado y había pedido silencio a los tatuajes, pero su ruego solo había dado como resultado que su sensación de pérdida de control iba en aumento.

Hasta que un día tuvo un sueño confuso en el que le pareció escuchar un grito de auxilio: los rostros querían escapar del cuerpo de Raúl. Abrumada y confundida, decidió hacer caso a su ensoñación y le planteó a Raúl la posibilidad de que se tatuara un barco.

– Es un capricho, Raúl, no sé, pienso que un velero quedará bien -le dijo cuando su novio le mostró su extrañeza.

– Vale, pero a cambio, tú te tienes que hacer alguno, aunque sea pequeñito y discreto.

Daniela estuvo conforme y unos días después se mostraban sus nuevos tatuajes, un coqueto velero de dos mástiles para Raúl y un sencillo motivo étnico para Daniela.

Aquella noche, los murmullos adquirieron otro tono, que Daniela procesó en sueños como fruto del agradecimiento. Los rostros embarcaron y abandonaron el cuerpo con rumbo desconocido. Daniela también marchó.


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