Ruido o silencio (Rafael Toledo Díaz)

Ruido o silencio (Rafael Toledo Díaz)

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Categoría: La caja negra

Como todos, mi amigo Manolo tiene sus cosas, aunque su parienta dice que son “tontás”. Pero yo lo entiendo, es más, diría que sus rarezas son un estímulo para avivar nuestra larga amistad, al menos, y a ratos, nos sirven para conversar sobre cualquier tema que se preste a debate.

Les explico, él vive en una permanente contradicción porque siempre está cuestionando todo lo que acontece, y lo hace confrontando ideas, sentimientos o cualquier novedad que surja. Seguramente su actitud de contraponer todo lo que le rodea viene dada porque Manolo es un fanático de la tercera ley de la dinámica, es decir, de las fuerzas de acción-reacción, pero en tan amplio sentido que la aplica más allá de la física. Por eso es un apasionado y vehemente seguidor de las teorías del ying y el yang, tanto, que igualmente las adapta a cualquier concepto que pueda discutirse. A veces es un rollo su discurso porque lo cuestiona absolutamente todo pero otras, sin embargo, nos sirven para elucubrar hasta límites insospechados, especialmente cuando el tema es ambiguo o abstracto.

El otro día, tomando unas cervezas, le referí que, revisando mis viejos vinilos, me encontré un LP de los grandes éxitos de Simon&Garfunkel y le advierto que los dos tenemos una edad (y lo aclaro porque frente al reguetón y las pachangas habituales nos refugiamos en los clásicos de antes, aunque nos tilden de nostálgicos). Pues bien, le explicaba a Manolo que nunca me había percatado de la incoherencia del título de una de las canciones, refiriéndome a “Los sonidos del silencio”, y sabiendo de sus manías, le provoqué diciendo que qué significado tan absurdo y a partir de ese momento nos enredamos en un debate casi eterno, porque nos dieron las tantas.

Pero mientras tanto, y entre trago y trago, le expuse a Manolo la falta de lógica del título de esa balada, vamos, que cualquiera con dos dedos de frente discurre con sentido común diciendo ¡qué sonido va a tener el silencio!, pues ninguno; como el sabor del agua, son cosas que las decimos sin pensar. Además, me animé a buscar en la red la traducción del inglés para ver si me aclaraba algo y me encontré con una letra bastante cursi, o al menos así me lo parece ahora.

Mi interés no iba más allá de tratar sobre la importancia que tiene el silencio en nuestra vida cotidiana y su necesidad, pues en algunos momentos es imprescindible para relajarnos del continuo estrés.

Sin embargo, el tiro me salió por la culata, porque Manolo, siempre con su actitud discordante, empezó a contarme sus manías referentes al ruido. Mira, me dijo, ya sabes que Julita (su mujer) no quiere hablar al amanecer. Por eso la respeto, y ni abro la boca, oye, que a esas horas está como ausente. Pero te confieso que me descoloca, porque lo primero que hace al entrar en la cocina es poner la radio, supongo que necesita ruido de fondo como el estribillo de una canción de Miguel Ríos (sospecho que esa aclaración venía a cuento porque empezamos hablando de música).

Pues bien, a partir de la segunda cerveza Manolo entró en bucle y siguió contándome sus pequeños conflictos maritales. ¡Y ya no te cuento cuando se seca el pelo!, eso sí que me molesta, que se tira un rato bien largo y ni siquiera puedo escuchar las noticias.

Después, y sobre las pequeñas manías, me aclaró algo que ya suponía, porque mi amigo, al amanecer, y mientras desarrolla las primeras tareas, escucha dos emisoras de diferente ideología, una en el dormitorio y otra en la cocina. Es evidente que lo hace para contrastar y ser fiel a su eterna obsesión. Sin embargo, algo de razón lleva en su explicación, porque la misma información adornada con matices partidistas en los titulares puede parecerte totalmente opuesta. Así pues, Manolo me confiesa que al cabo de unos minutos ya no necesita ese ruido de las cuñas informativas que se repiten insistentemente como un mantra de adoctrinamiento.

Para banalizar un poco la conversación le cuento a Manolo que, sobre el ruido, tengo alguna anécdota divertida, pero que encajaría más en un programa de Iker Jiménez. Me refiero a que una de mis abuelas, cuando era muy mayor, decía continuamente que oía a los músicos en la esquina de su calle, y comentaba airada, ¡ya están ahí otra vez!. Ella no sabía qué era aquel sonido que escuchaba porque, si le preguntabas, ¿pero qué tocan, abuela?, decía, pues música (que sería el anuncio de la música celestial, porque al poco tiempo falleció).

Otra pariente mía dice que le viene un ruido a la cabeza, y que a veces el zumbido es tan grande como el de una olla a presión o una cafetera, y tampoco ella sabe definirlo muy bien.

Deduzco que al final va a tener razón mi amigo Manolo con sus teorías de acción-reacción porque soportamos tanto ruido y de tantos tipos durante nuestra existencia (Y aquí me sale otro estribillo de Sabina <<mucho, mucho ruido, tanto y tanto ruido>>) que, seguramente, eso que llamamos eternidad, cuando dejamos de existir, el llamado descanso eterno, es un periodo repleto de silencio para contrarrestar el desasosiego que nos ha provocado el atronador ruido en nuestra vida.

Mientras tanto, y antes de que llegue ese inevitable final, disfrutemos del silencio elegido y sus bondades. Además, es importante, es conveniente, que sea administrado con generosidad, pues, como bien dice el dramaturgo Juan Mayorga en su discurso de ingreso en la RAE y que tituló SILENCIO <<El silencio nos es necesario, desde luego, para un acto fundamental de humanidad, escuchar las palabras de otros.>>


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